estaba en mi tercera taza de café y en algún lugar entre mi segunda y
tercera, había cruzado la línea de alerta. Estando nerviosa apunto de
entrar en coma.
El saber que Gaston llegaría en cualquier momento ayudó a mi perspectiva
significativamente. Mis padres habían hecho reservas en algún lugar de lujo en el
centro de la ciudad, queriendo ofrecernos una buena comida de acción de
gracias. Yo había insistido que no necesitamos nada de lujo, pero mamá dijo que
ella sólo había conseguido una nueva y grande cuenta y las cosas estaban
mejorando. No importa lo que dije, no cedió, así que los cuatro comíamos en
algún lugar ostentoso.
Gaston ya me había enviado un mensaje preguntándome que llevaba
puesto y preguntándose si esto era una especie de reunión que requería corbata.
Le respondí diciéndole que era una especie de lo-que-sea-que-él-quisiera en una
especie de reunión porque Gaston siempre parecía increíble en corbata o sin
corbata.
Yo había elegido algo más elegante, un vestido de color arándano estilo
vintage, porque había estado viviendo en jeans, suéteres y se sentía bien
arreglarse de vez en cuando. un golpe sonó en
la puerta.
Prácticamente bailaba en toda la habitación. Tiré la puerta abierta,
encontrando a Gaston allí de pie, luciendo un poco incómodo en su corbata y
camisa de etiqueta, con las manos detrás de su espalda. Su incomodidad se
derritió cuando tomó un buen vistazo a mí.
—Estás más linda cada vez que te veo —dijo, tomándome como si estuviera
tratando de consolidar este momento en su memoria.
—Gracias —respondí, haciendo una reverencia—. Y tú estás bastante bien
por ti mismo.
Deslicé mis dedos hacia abajo de su corbata.
—Es de Peter —dijo, adivinando mis pensamientos.
—¿Peter tiene corbatas? —No se ajusta a mi imagen del encantador que
conocía.
—Él es católico —dijo Gaston, observando como mis dedos paseaban por su
corbata—. Y su mamá lo llama cada domingo para asegurarse de que fue a
misa. Así que sí, Peter tiene un montón de corbatas.
—Se ve bien en ti —dije, dejando la corbata gris caer en su lugar.
—Peter tuvo que ayudarme a atarla porque no sabía qué mierda hacía —
dijo, moviendo su cuello de lado a lado como si la cosa estuviera
estrangulándolo.
—¿Tienes tu maleta? —le pregunté, sin ver una a la vista.
La cara de Gaston cayó. —¿Qué maleta?
Mi cara cayó junto con la suya. —La maleta en la que se suponía tenías que
empacar para pasar cuatro días enteros conmigo —dije, queriendo hacer
pucheros—. Esa maleta.
—Oh —dijo Gaston, mientras su brazo buscaba algo—. ¿Te refieres a esta
maleta?
Agarrándola entre sus manos, la arrojó sobre la cama. Ahora estábamos
listos para el fin de semana.
—Y esto también es para ti —dijo, moviendo la otra mano por su espalda.
Otra rosa. Una rosada esta vez. Hacíamos progresos; todavía no era la rosa roja
de amor, pasión y en mi libro de sexo, pero era un paso hacia la dirección
correcta de la rosa blanca de pureza que me había dado la última vez.
Se rió entre dientes mientras yo continuaba estudiando la rosa. —Es
simplemente una flor, Rochi. No es la respuesta a todas las preguntas de la vida.
Tomándola, la puse sobre mi almohada. —Todo tiene un significado.
Queramos admitirlo a nosotros mismos o no.
Al entrar en mi habitación, se quedó observando mi cama antes de mirar
de nuevo hacia mí. Me dio una pequeña sonrisa estúpida mientras agarraba el
abrigo colgado en la silla giratoria.
—Supongo que es cierto —admitió Gaston, sosteniendo mi abrigo abierto
para mí—. Si eres una mujer. Pero para nosotros los hombres, una rosa es una rosa.
Y a menos de que estemos enamorados de una chica o con la esperanza de que
nuestro jodido cerebro salga de nuestros oídos, no salimos de nuestro camino
para conseguirla.
Deslizando mis brazos en mi abrigo de lana hasta la rodilla, Gaston deslizó mi
pelo debajo del cuello. Sus dedos apenas rozaron mi cuello y se disparó un rayo a
través de mi cuerpo, esto hizo su toque aún más caliente.
—¿Así que un hombre por este motivo es reducido a comprar una rosa para
una chica? —dijo apretando el cinturón del abrigo. Me gire hacia él.
Tenía la misma sonrisa en su rostro y arqueó sus cejas. —Ambos.
Mi estómago se desplomo y cayó.
—Vamos —dijo, agarrando mi mano y llevándome fuera de la habitación—.
Tenemos todo el fin de semana. Vamos a llegar a la comida de acción de
gracias, desayuno-almuerzo, sea lo que sea, antes de que la ropa comience a
volar.
Cerrando la puerta detrás de nosotros, dejé escapar un suspiro. —Si
tenemos que hacerlo.
Gaston se rió entre dientes mientras nos dirigimos por el pasillo.
—Desde que tus padres volaron a través del país, para poder tener una
cena con su preciosa hija y su novio hijo de puta en algún restaurante YUPPI, sí, yo
diría que tenemos que hacerlo.
—Tienes mucho sentido para ser un miembro de la especie masculina—dije
mientras bajábamos la escalera.
Gaston me dio una mirada que decía: Obviamente.
Mis tacones resonaron por la escalera, llenando el espacio con el eco.
—¿Cómo demonios caminan las chicas en esas cosas? —dijo Gaston,
estudiando los zapatos con una mueca de dolor.
—Tenemos poderes especiales que nos permiten hacerlo.
Gaston se detuvo en la escalera debajo de mí.
—Sí, bueno, poderes especiales o no —recogiéndome en sus brazos, él me
tiró contra su pecho—, no quiero que te rompas el cuello en las escaleras.
Envolví mis brazos alrededor de su cuello. —¿Vas a llevarme caminando por
cuatro escalones más?
—No —respondió, con los ojos brillantes hacia mí—. Voy a besarte por
cuatro escalones más. —Bajó su cuello, levanté el mío y cuando nuestras bocas
conectaron, no estaba segura de cómo él fue capaz de seguir rebotando por las
escaleras sin colapsar, pero yo no habría sido capaz de hacerlo. Tal vez esa es la
verdadera razón por la que había decidido llevarme.
Rígidamente la puerta de salida se abrió, una sorpresa nos
esperaba. Airosos copos de nieve se arremolinaban desde el cielo, aterrizando en
nuestras caras. Gaston levantó la mirada, llevando sus labios con él. El cielo estaba
nublado, un tono azul grisáceo le teñía.
—Parece que la tormenta se dirige a nuestro camino —dijo, llevándome el
resto del camino a su camioneta—. Menos mal que estoy preparado. —Pateando
sus nuevos neumáticos de nieve, abrió la puerta y me dejó caer en su interior.
Miré a mi Mazda, estacionado en su lugar, sus ventanas ya cubiertas por
una fina capa de nieve. Los neumáticos de nieve eran un concepto extraño para
mí, y estaba sin equipo para el invierno que ya se encontraba aquí, al parecer.
—No te preocupes, Rochi —dijo Gaston, saltando junto a mí—. Tendré
cuidado. Voy a conducir tu coche hasta la tienda en algún momento de este fin
de semana y conseguir un par de neumáticos de nieve.
No me gustó esa solución por un par de razones.
—No vas cualquier lugar este fin de semana a menos que cuentes moverte
de la cabecera de mi cama a los pies de la misma —empecé, mirando por
encima de él mientras salía del estacionamiento. Él sonreía—. Y soy más capaz de
cuidar de mis propios neumáticos de nieve. No necesito que hagas todo para mí.
Su rostro se torció. —¿Por qué no?
—Porque no —respondí.
—Pero, ¿por qué?
Debido a un montón de razones, pero no me sentía con ganas de
enumerarlas. Así que en lugar de eso me deslicé a su lado y apoyé mi cabeza en
su hombro. —Porque simplemente no.
El viaje duró veinte minutos, pero mi cabeza metida en el cuello de
Gaston con el brazo colgando sobre mí, hizo que el viaje fuera aún más rápido.
—¿Este es el lugar? —preguntó Gaston, inspeccionando el restaurante que
parecía estar construido con ventanas mientras lo rodeábamos.
—Este es —respondí, buscando a mis padres. Habían volado esta mañana y
dijeron que podrían estar ubicados en su hotel antes de reunirse con nosotros
para el almuerzo. Gaston lucía visiblemente incómodo, continuaba mirando el lugar
como si no encajara.
—Oye —dije, descansando mi mano sobre su pierna—, ¿Estás bien con
esto?
Por supuesto que quería que compartiera acción de gracias con mi familia,
pero no si eso significaba que él estaba incómodo todo el tiempo.
Maniobrando su camioneta en un apretado sitio en la calle, me miró. —Sí,
estoy bien. —Agarró mi mano y la besó antes de apagar el coche—. Eres mi
familia. Voy a donde vayas, Rochi.
Esa sensación de calor que parecía siempre presente cuando Gaston se
encontraba alrededor se fundió a través de mí. Sus palabras eran tan hábiles
como sus manos. Sabía entonces que el sufrimiento de montar la montaña rusa
valía la pena por ser capaz de llamar mío al hombre a mi lado.
Viniendo hacia a mi lado, abrió la puerta para mí y, en lugar de prestarme
una mano, me recogió nuevamente en sus brazos. Presionando un cálido beso en
mi frente, me llevó a través de la calle blanca como la nieve y no me dejó hasta
que nos hallábamos de pie en el vestíbulo del restaurante.
Los dos reíamos, consumidos por el otro, así que los clientes y el personal del
restaurante nos observaba como si el circo acabara de llegar a la ciudad y no se
registró con cualquiera de nosotros de inmediato. Una línea de personas
esperando sus mesas nos evaluaban con caras amargas, y las anfitrionas de pie
detrás de su podio saltaban de Gaston con los ojos muy abiertos hacia mí con los
ojos ceñidos.
—Lo siento —dije, aclarando mi garganta.
La mano de Gaston serpenteó entre mi brazo, presionando mi cintura y con
su otra mano se repitió en el otro lado.
—Yo no —dijo en voz alta, las palabras haciendo eco en el vestíbulo de
techo alto.
Y entonces él estaba sumergiéndome cerca del suelo, sus ojos sonriendo
sobre mí antes de que sus labios hicieran un lento trabajo descongelando los
míos. Tan pronto como se fundieron en sumisión, se inclinó hacia atrás.
Sonriendo hacia mí, me susurró—: Yo no. —Antes de levantarme y ponerme
nuevamente en posición vertical.
La habitación giraba y ahora los curiosos con los ojos entrecerrados habían
intercambiado por pequeñas sonrisas. Algunos de los hombres incluso inclinaron
sus copas de Martini hacia nosotros dos.
—Nombre bajo reserva —dijo la menuda y pelirroja anfitriona, todavía
mirándome con ojos ceñidos. Estaba bien. Yo estaría dándole una mala mirada si
un hombre como Gaston acababa de sumergirla en el piso, sin dar atención si el
mundo entero veía cómo de loco estaba por ella. Ser la novia de Gaston era digno
de malas miradas de cerca y lejos.
—Igarzabal —contesté, dándole una dulce sonrisa mientras envolvía ambas
manos alrededor del brazo de Judas.
Comprobando su libro, sus ojos se clavaron de vuelta a donde mis manos se
hallaban puestas en Gaston.
—Mesa veintidós —ladró a la camarera a su lado.
—Por aquí —dijo la otra, conduciéndonos al comedor.
—Gracias —le dije con otra sonrisa mientras caminamos pasando a la
pelirroja cuyos ojos podía sentir observando cada balanceo que hacía el culo de
Gaston. Mira todo lo que quieras cariño porque el hombre es mío.
Mis padres se levantaron de la mesa tan pronto como nos vieron cruzar el
amplio comedor. Los dos sonriendo, ambos cada vez más cerca a parecerse a
los padres de mi juventud. Los padres que habían sido antes de que la tragedia
nos cambiara a todos en personas que no reconocíamos.
Gaston sostuvo mi mano apretada en la suya, masajeándola como si fuera
una de preocupación. Entendí por qué. Incluso para mí, antes de la crisis
financiera de la familia, este lugar habría sido un poco fuera de liga de la familia
igarzabal, reservado por primera vez para una cena especial del año quizás. Pero
para Gaston, alguien que venía de no exactamente una familia indigente, pero
pobre, antes de pasar cinco años de su adolescencia en casas de chicos donde
perros calientes y conservas vegetales eran un acontecimiento de cada noche,
este lugar probablemente parecía un país extranjero.
Un país extranjero donde los ciudadanos lo observaban, su única camisa de
etiqueta de un tamaño demasiado pequeño metida dentro de un par de jeans
oscuros con el dobladillo deshilachado sobre unos viejos Converse, como si fuera
un turista no deseado.
Me puse rígida, agarrando su mano, apretándola y mirando a algunos de
los peores criminales a nuestro paso.
—Mi rochi—dijo papá, abriendo sus brazos mientras nos
acercábamos.
—Hola papá —respondí, soltando la mano de Gaston a darle un abrazo.
—Feliz día del pavo —dijo, apretándome firmemente.
—Hola, Cariño —dijo ella, su rostro luciendo más joven que la última vez que
la había visto. Algunas de las arrugas profundas se habían solventado, y en vez de
mirarse permanentemente cabreada, tendía más hacia el lado pacífico de las
expresiones faciales.
Moviéndome de papá a mamá, le di un abrazo.
—Hey, Gaston. —Escuché decir a papá, la sonrisa de puro placer en su
rostro—. Lo siento, eso simplemente nunca pasa de moda.
—Hola, señor—dijo Gaston formalmente, estrechando la mano con
él—. Feliz Acción de Gracias.
Mirando a mi mamá, Gaston aclaró su garganta.
—Gracias por invitarme —dijo, cambiando su peso, su cara lucía inquieta.
Caminé alrededor de la mesa hacia él, agarrando su mano de nuevo y
relajándose visiblemente. Esto iba a ser más difícil para Gaston superar de lo que yo
había previsto. Sostendría su mano toda la tarde si eso es lo que necesitaba.
Mi mamá llegó alrededor de la mesa, deteniéndose delante de Gaston y
apoyó las manos en sus hombros. —Nos alegramos de que hayas podido venir —
dijo con voz suave y una sonrisa bastante triste como para adivinar lo que pasaba
por su mente. Envolviendo sus brazos alrededor de él, empujó a Gaston a un abrazo.
Él se veía tan torpe como ella.
Una vez que los saludos estaban fuera del camino, tomamos nuestros
asientos. Me deslicé en mi silla cerca de Gaston y encontré su mano debajo del
mantel.
—Este es un lugar elegante —dijo Gaston, mirando a los techos pintados y las
lámparas de araña que colgaban encima de nosotros.
La mirada de papá siguió la de Gaston y, aunque era sólo un poco después
del mediodía y se encontraba sentado en una silla de respaldo alto que no era
nada parecida a su viejo sillón reclinable, papá parecía alerta presenciando el
momento. Era un cambio agradable.
—Es un poco exagerado, pero la comida se supone que es increíble —
respondió papá.
Gaston asintió, bajando la mirada al menú del día de Acción de Gracias.
—Muy elegante —añadió, abriendo mucho los ojos mientras revisaba los
precios—. Tendrá que dejarme pagar por Rochi y yo, señor.
Ambas caras de mis padres parecían ofendidas.
Gaston se las arregló para trabajar tiempo parcial en un taller cerca del
campus para traer un poco de dinero extra. Yo no sabía cómo se las arregló para
trabajar veinte horas a la semana sobre sus clases y su horario de fútbol y hacer
tiempo para nosotros, pero lo hizo. Dijo que sólo él podía hacerlo porque no tenía
que dormir. No creo que fuera una exageración.
—No podemos dejar que hagas eso —dijo mi mamá—. Los invitamos a
ustedes dos aquí e insistimos.
Gaston abrió su boca, lo cual era prácticamente un esfuerzo inútil a la hora
de discutir con mi madre, cuando papá agitó su mano.
—Lo tenemos, Gaston —dijo—. Es lo mínimo que podemos hacer.
La cara de Gaston lucía pálida, antes de que su mano se apretara alrededor
de la mía.
—¿Lo menos que podías hacer porque arruinaste mi familia?
Mi cabeza giró hacia un lado, mi boca abierta. Sabía que Gaston estaba
incómodo, pero nunca habría imaginado que se sentía ofendido. Me equivoqué.
Lo había empujado en esto a él. Demasiado, demasiado rápido.
Los hombros de mi padre se hundieron mientras se reclinaba en su silla.
—Quise decir lo mínimo que podríamos hacer desde que has cuidado tan
bien de nuestra hija.
Ni Gaston ni nadie más tuvo la oportunidad de responder porque nuestra
camarera llegó, sus ojos automáticamente focalizados en Gaston.
—¿Qué puedo traerles para beber esta tarde? —preguntó. Bueno, le
preguntó a Gaston.
Nadie respondió; todos seguíamos todavía en un silencio sorprendido ante
la mini explosión de Gaston. Así que rompí el hielo.
—Voy a tomar un té de Granada. —Supongo que pude haber agregado
un “por favor” por si acaso, pero la tipa no quitó sus ojos como lunas de Gaston.
—Voy a tomar agua —dijo Gaston, mirando fijamente su menú.
—Oh, haz algo divertido —dijo mamá, tratando de aligerar el ambiente—.
Tienen una sidra caliente especial para hoy o…
Gaston levantó la mirada, poniendo sus ojos sobre mamá. —Voy a querer
agua —repitió, apretando su mandíbula.
Disparándole a mamá una mirada de déjalo, volví a mirar a la camarera.
Ella todavía seguía obsesionada con Gaston.
—¿Saben qué? Voy a tomar agua también.
Gaston se volvió hacia mí, los músculos de su cuello tensionados, y le sonreí.
Parecía afligido y listo para volverse loco como un gorila enjaulado. Nunca habría
imaginado que un almuerzo de acción de gracias con mis padres sería tan
potencialmente peligroso como se estaba convirtiendo.
Debería de haber sabido mejor.
—Que sean cuatro aguas —dijo papá, dejando caer su menú.
—¿Todos saben lo que van a ordenar? —preguntó la camarera.
—Tendremos cuatro de los cinco platos por la comida del día de acción de
gracias —dijo papá, recogiendo nuestros menús.
—Estoy bien —dijo Gaston, sacudiendo su cabeza—. Gracias, sin embargo.
—Gaston —empecé, antes de que me apuntara con una mirada que cortó
mi oración.
—No tengo hambre Rochi —dijo—. Estoy bien.
Habíamos ido de mal en peor en diez segundos. Las cosas no pintaban bien
para el resto de la tarde si continuamos a este ritmo.
—Hijo… —comenzó papá, nada más que preocupación en su voz, antes
que la cabeza de Gaston se girara para mirarlo.
—No soy su hijo —dijo Gaston, apretando su mandíbula—. El hombre del que
soy hijo está en la cárcel por matar a su hijo. Así que no pretenda que tenemos
algún tipo de relación que le da derecho a referirse a mí como “hijo”. —
Estallando en su asiento, Gaston empujó el respaldo de su silla y se marchó de la
mesa.
Saltando de mi asiento, lo seguí. Incluso a paso rápido, él atronaba a través
de la salida antes de que yo estuviera fuera del comedor. Estoy segura de que las
personas nos observaban, pero todo a lo que presté atención fue a la amplia
espalda dirigiéndose hacia la calle.
Tan pronto como salí por la puerta, corrí escaleras abajo hacia la calle.
—¡Gaston! —le grité, pero no me escuchó. Caminaba de un lado al otro junto
a su camión, sus manos en las caderas y sus ojos ausentes. Apretándose la
cabeza pateó la rueda del camión justo antes de estampar un puñetazo en la
arrugada cama. Su otro puño siguió, hasta que ambos se movían con tal rapidez
que no podía saber cuál de los dos provocaba más daño.
—¡Gaston! —Crucé la calle hacia él, casi resbalando con la nieve fresca—.
¡Gaston para! —dije, deteniéndome a su lado y sujetando uno de sus brazos. Estaba
tan concentrado en hacer mierda su camión, que tuve que envolver los brazos
alrededor del suyo antes de conseguir su atención—. Gaston —tomé aliento—, ¿qué
estás haciendo?
Su mirada se mudó de las abolladuras que había causado en su camión a
mis ojos. No se eclipsaron de negro a claro como hacían normalmente cuando yo
interrumpía uno de sus ataques de rabia, y tenerlo mirándome con esos oscuros y
torturados ojos hizo que un escalofrío me recorriera la espalda.
—Ahora mismo necesito que me dejes solo Rochi —dijo, mordiendo cada
palabra.
—Ni de broma te voy a dejar solo —dije sin soltar su brazo.
—¡Maldición! —gritó, dirigiendo el otro puño hacia la cama del
camión—. No es seguro estar a mi lado ahora.
—No me harías daño —dije
—Nunca lo haría intencionalmente, pero daño cosas Rochi. Lastimo gente —
me dijo y apartó la mirada—. Seguro que no lo hago a propósito, está en mi
maldito ADN. El único modo en que puedo protegerte de mí es reconociendo los
momentos en que no es seguro estar cerca de mí, decírtelo y que me escuches.
Su tono había variado del enojo a la plegaria. Me rogaba que diera media
vuelta y que lo dejara solo en este preciso momento, cuando más nos
necesitábamos el uno al otro.
—Necesito lidiar con mi mierda ahora mismo. Necesito hacer esto solo —
dijo, amoldando su mano a mi mejilla, pero fue tan cuidadoso que parecía que
temiera que el contacto pudiera quebrarme—. Dile a tus padres que lo siento.
Levanté mi mano y la doblé sobre la suya en mi mejilla, intentando
presionarla más fuerte contra mí. Sentí una cálida humedad. Sujetando mi mano
frente a mi rostro agarré la suya.
—Estás sangrando.
—Apenas —dijo, retirando la mano
—“Apenas” es cuando te cortas con un papel —dije, mirando fijamente su
otra mano, que también goteaba sangre—. Estás haciendo piscinas de sangre en
la nieve. Necesitas puntos.
Abriendo el lado del conductor tomé las llaves que dejaba bajo el asiento.
No sabía dónde quedaba el Servicio de Urgencias más cercano
—Entra —le instruí—. Te estoy llevando a que te cosan esos tajazos.
—No, no lo harás —dijo Gaston, atrapando mi cintura y sacándome del
camión—. Vas a regresar ahí dentro y disfrutar el día con tus padres.
—Necesitas que te miren eso —dije, agitando mis manos hacia las suyas
—Déjalo Rochi —me advirtió, soltándome y saltando dentro de la cabina.
—¡Deja de actuar como un idiota y piensa! —le dije, pateando la puerta
mientras la cerraba.
Bajó la ventanilla y suspiró. No me miraba.
—Estoy trabajando en ello —dijo—. ¿Tus padres te pueden dar un aventón
hasta tu casa?
—Si dijera que no ¿te quedarías?
No hizo una pausa.
—No —dijo, encendiendo el camión—. Pero me aseguraría de que un taxi
te llevara a casa a salvo.
Desquiciante.
—Entonces sí, me llevarán a casa.
—Bien. —Asintió una vez—. Te llamaré más tarde, después de que organice
mi cabeza.
Manifesté mi frustración con una risa.
—Si tuviera que esperar a que organices tu cabeza, estaría esperando para
siempre.
Su rostro se arrugó mientras cerraba los ojos.
—Creo que comienzo a ver eso también Rochi.
Entonces, sin siquiera mirarme, sacó el auto, hizo una pausa y esperó a que
me moviera. Cediendo, retrocedí unos pasos.
—Adiós —susurró, las llantas del camión dibujaron líneas en la nieve.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no las dejé caer porque hacerlo era
como admitir que había algo por lo que valía la pena llorar. Ese era un sitio al que
no quería ir cuando se trataba de Gaston y de mí. Así que no lloré, obligué a las
lágrimas a desaparecer. Me concentré en la nieve salpicada de sangre,
apartando los pensamientos que se colaban en mi cabeza, susurrando que esto
era una metáfora de lo que estaba por venir.
Sí regresé al restaurante ignorando las miradas curiosas, el desdén y la
desaprobación. Me las arreglé para mantener una conversación casual con mis
padres y comer un poco de todo lo que habían servido. Gesticulaba y ponía el
rostro de “está todo bien”, pero no lo estaba. Cada segundo que pasaba
taladraba otro agujero en mi corazón. Quería estar con él, reconfortar lo que
hubiera que reconfortar, asegurarme de que íbamos a estar bien, saber que
campearíamos el temporal.
Después del almuerzo , Vimos las vistas,
intercambiamos más charla casual y el dolor en mi corazón creció.
—Cariño, ¿estás segura de que no quieres quedarte con nosotros en el
hotel esta noche? —me preguntó mamá, girando en su asiento mientras papá
conducía—. Volamos temprano mañana, pero
puedes dormir un poco más, ordenar servicio de habitación y podemos hacer
que un taxi te lleve de vuelta.
—Gracias, pero tengo un montón de tarea que necesito hacer y necesito
ensayar para el recital de invierno —dije mirando por la ventana, intentando
tararear “Blackbird” al ritmo de los altavoces. Aún en auto alquilado papá tenía
que poner The Beatles a todo lo que daba.
—¿Tienes deberes en el descanso de Acción de Gracias? —Papá metió
baza, mirándome a través del retrovisor.
—Ni que lo digas —dije, sonando tan entumecida como me sentía—. Aquí
son unos esclavistas.
Papá chasqueó la lengua, moviendo la cabeza.
—¿Esta es rochi? —preguntó papá mientras aminoraba frente al
oscuro dormitorio
—Hogar dulce hogar —dije, mientras alcanzaba la manija del auto en el
que habían derrochado dinero. De hecho, habían derrochado en el viaje
completo, y un robot hubiera sido igual de buena compañía.
Saliendo del auto miré hacia el Mazda, la nieve había cesado, pero unas
cuantas pulgadas lo cubrían.
—¿Estarás bien? —preguntó mamá, bajándose y mirando hacia el
coche conmigo.
—Estará bien —respondió papá en mi lugar, saliendo del coche y
sonriéndome con complicidad.
Asentí, era la única mentira de la que era capaz ahora.
—Gracias por venir —dije, abrazando a papá—. Siento que las cosas se
hayan estropeado.
—La vida es así, mi rochi—me dijo, acariciando mi mejilla—. Es lo
que se espera.
Para alguien que había sido declarado inestable mentalmente cinco años
atrás, mi padre era un hombre muy sabio.
Mamá dio la vuelta y me envolvió en sus brazos.
—Todo estará bien cariño —me dijo al oído—. Los hombres necesitan
tiempo para aclarar las cosas, no necesitan hacer papilla cada asunto como
nosotras.
Y para alguien que había sido una reina de hielo por los últimos cinco años,
podía ser sorprendentemente cálida.
—Gracias, mamá —repliqué—. Eso suena como un buen consejo.
—Soy la experta —dijo, sonriendo frente a mí—. Lo he vivido por los últimos
cinco años —articuló las palabras echando un vistazo a papá.
—Que tengan un buen viaje —dije, dándoles pequeños besos en las mejillas
a cada uno antes de dirigirme a la pasarela—. Los veo en Navidad.
—Te quiero cariño —dijo mamá mientras me observaban alejarme hacia mi
dormitorio.
Obviamente no iban a dejar de mirarme hasta que estuviera encerrada
dentro, a salvo.
Estaba convencida de que mi mamá tenía un bote de
gas lacrimógeno entre sus manos cuando se bajó del auto.
Deslicé mi tarjeta magnética en la ranura y empujé la puerta. Antes de
entrar les hice un gesto con la mano y ellos respondieron igual. Sonriendo, mamá
se refugió bajo el brazo de papá, luciendo como los padres que habían sido
cuando estaba en la escuela primaria. Al menos una cosa en mi vida mejoraba.
El pasillo del dormitorio se hallaba traquilo, en silencio. La mayoría había
regresado a sus casas, celebrando con sus familias; mientras que los que
quedaban era probable que estuvieran celebrando con sus amigos.
Empujando la puerta de la escalera, caminé por el pasillo vacío,
considerando mi próximo movimiento. Luché contra todos mis instintos de subirme
al Mazda y no detenerme hasta encontrar a Gaston. Sabía que debía resistirme y
mantenerme quieta, como me había pedido. Sentarme tranquila, darle espacio,
y él me llamaría cuando el arranque de furia se hubiera calmado.
¿Pero cuánto tiempo hasta que llamara? ¿Quería decir esta noche?
¿Mañana? ¿La próxima semana?
Topando mi cabeza contra la puerta mientras la abría, jugueteaba con la
idea de lanzar una moneda. Por fortuna llegué a la conclusión de que eso era un
desastre esperando a ocurrir. No iba a dejar que el destino tomara decisiones por
mí. Ese era mi trabajo.
Prefería ser la culpable de tomar una mala decisión que dejar que el
destino se llevara el crédito cuando tomara la correcta.
Encendiendo la luz, me detuve en el umbral, mirando a la cama donde
descansaba la maleta de Gaston y la rosa rosada que me había dado horas antes.
La rosa había comenzado a marchitarse.
Observando la flor, los pétalos rosados curvándose en los extremos mientras
la vida se le escapaba, me ayudó a tomar una decisión. Apagué la luz, cerré la
puerta nuevamente y corrí por el pasillo. No iba a dejar que lo que teníamos
muriese por negligencia.
Me encontraba escaleras abajo y fuera del dormitorio minutos después de
que mis padres se fueran. Todavía tenía que comprar una de esas cosas
quitanieves que los neoyorquinos nativos parecían tener por pares en las cajuelas
de sus autos cualquier día del año. Usé mi brazo para barrer la nieve de las
ventanillas antes de lanzarme dentro.
Encendí los calentadores tan pronto como puse el coche en marcha y
apreté el acelerador un poco más duro de lo que las condiciones invernales
permitían. El coche patinó, dejando un patrón marcado en la nieve, antes de
poder controlarlo. No había dejado el estacionamiento y ya perdía el control.
Inspirando suavemente, apreté el acelerador con cuidado y el coche se
comportó. Para cuando había abandonado Long Island, ya me sentía
confortable manejando por la nieve, pero los caminos estaban tranquilos, y lo
estarían aún más para cuando llegara a Syracuse. Serían pasadas las dos de la
mañana, tal vez tarde, antes de que llegara a la entrada de grava de Gaston.
No sabía si sería ahí al sitio que había ido, podía estar donde quiera pero
sería el punto de inicio. Miraría en cada rincón y exploraría cada grieta
hasta encontrarlo. No me importaba que me dijera que lo dejara solo, que le
diera tiempo para arreglar su mierda. También sabía que había verdad en lo que
mamá me había dicho acerca de los hombres y su falta de necesidad de hablar
de los asuntos hasta la muerte.
Yo no necesitaba hablar, sólo que supiera que estaba ahí para él.
Necesitaba que me sostuviera mientras averiguaba lo que necesitaba averiguar.
Necesitaba que supiera que no iba a marcharme a ningún sitio y que no podía
enviarme a otro lugar que no fuera donde estuviera él.
Necesitaba que me mirara a los ojos y que supiera que todo estaría bien.
Eran más de las tres cuando apagué el auto fuera de la casa de Gaston. La
nieve había hecho el viaje complicado, además de agregarle una hora más. Ya
no me sentía cansada: atravesando el patio delantero se encontraba el camión
de Gaston, la evidencia del incidente de la tarde donde su camión se había
convertido en su saco de boxeo estaba frente a mí.
El montón usual de autos adornaban la calle y las entradas de garajes, pero
cada noche en este sitio parecía un tipo de fiesta.
Atravesé el césped, asegurándome de ir despacio porque la caída de las
temperaturas había convertido a la mayor parte del estado en
una delgada sábana de hielo. Todavía tenía puestos mis Mary Jane y no eran los
zapatos ideales para caminatas por terrenos de hielo.
Llegué al camino y las escaleras, descansé la mano en el pomo de la
puerta, exhalé; dándome cuenta del apuro en el que había estado para llegar,
me percaté de que no había planeado nada de lo que iba a decirle.
No necesitaba decirle nada, me recordé. Sólo necesitaba enroscar mis
brazos a su alrededor y hacerle saber que estaba ahí para él, como me
necesitara que estuviera. Mientras no se tratara de ser abandonada en alguna
calle.
No toqué la puerta porque nadie hubiera respondido, y tocar a la puerta
no era una formalidad a la que se adhiriera este sitio. De hecho, no había
formalidades habitando los muros de esta casa más allá de llamar un taxi para la
última chica con la que se hubiera acostado alguno de los chicos.
Algunos chicos perdían el tiempo en el salón, comiendo pizza y jugando
video juegos, pero ninguno se dio cuenta cuando entré. Gaston no se hallaba entre
ellos, así que troté escaleras arriba, esperando que mi búsqueda terminara en su
habitación. No necesitaba una audiencia para la reacción de Gaston cuando me
viera aparecer en medio de la noche.
Su puerta estaba cerrada, ningún sonido venía del otro lado excepto la
ducha. Abriendo poco a poco, entré. Ya me dirigía hacia el baño, cuando me di
cuenta de que no era Gaston quien estaba en la ducha, causando las nubes de
vapor en la habitación.
Se encontraba en su cama, en un coma alcohólico, completamente
desnudo.
Sus dedos aún rodeaban una botella de tequila casi vacía. Mi mente no
podía mantener el paso de lo que venía. Gaston. Desnudo. Cama. Borracho.
Tequila. Ducha.
Justo cuando mi corazón caía en la cuenta de lo que no quería, la ducha
se cerró. Quería dar media vuelta y huir de su habitación y de la casa y pretender
que no había visto nada. Quería despertar mañana con la memoria borrada de
todo lo que había pasado desde las doce del mediodía de ayer hasta las tres de
la mañana de hoy.
Escuché abrirse la cortina de la ducha y justo cuando retrocedía hacia la
puerta alguien salió sin prisa del baño. Tan desnuda como Gaston y mojada por la
ducha, la mirada de Mery se dirigió a mí, su rostro cayendo por un segundo y
luego alzándose en una sonrisa.
—Ups —dijo, volteando hacia mí para que pudiera ver cada pulgada de su
cuerpo desnudo que Gaston había disfrutado—. No te esperábamos exactamente.
Continué retrocediendo sin poder salir lo más rápido posible de la
habitación. En mi prisa, mi cadera se estampó en uno de los costados del tocador
de Gaston. Algo cayó al piso, rompiéndose. No necesitaba mirar para confirmar lo
que acababa de hacerse añicos.
El sonido sacudió a Gaston. Meneando la cabeza, lo primero que notó fue la
botella que sostenía. Arrugó el ceño. Examinando sus brazos desnudos, sus ojos
siguieron toda su extensión. Otra arruga se sumó a su expresión. Entonces notó a
Mery, desnuda, en su mojado esplendor, tomándose un descanso de su sonrisa
de satisfacción hacia mí y dirigiéndole un guiño a él.
La expresión de Gaston se endureció, empalideciendo, entonces, sus ojos
barrieron el camino hasta mí, todo su rostro se rompió, justo como había hecho el
mío.
No iba a perderlo frente a ella. No la iba a dejar ver que había ganado.
Alcanzando la puerta finalmente, me lancé fuera, corriendo por el pasillo cuando
el gritó de Gaston resonó tras de mí.
—¡Rochi!
No me detuve, ni siquiera aminoré. No me detendría o aminoraría el paso o
suspiraría cuando dijera Rochi nuevamente. Dando tumbos por la escalera me
tropecé con un pecho duro.
—Guau —dijo Peter, sosteniéndome—.¿Qué haces aquí? —
preguntó, mirándome—. ¿Por qué estás enojada?
Mirando por encima de mi hombro, evité el agarre de Peter. No lo vi, pero su
voz se acercaba.
—¡Rochi! —gritó Gaston desde el pasillo—. ¡Espera!
No lo hice. No podía.
Apresurándome, salí, salté hacia las escaleras, deslizándome casi todo el
camino hacia el Mazda. Mis manos temblaban, pero me las arreglé para sacar las
llaves del bolsillo de mi abrigo y encender el auto. Una sombra eclipsó la luz que
se filtraba por la puerta principal abierta.
Gaston.
Pisé el acelerador, olvidándome que está sobre un plano de hielo. Las
llantas giraron, llegando a ningún sitio.
—¡No Rochi! —gritó tan alto que pude escucharlo a través del césped y de
las ventanillas del coche.
Tomando aliento, desaceleré, esta vez gané. Animando al Mazda hacia
adelante, retomé velocidad.
Antes de llegar unos cuantos coches más allá, vislumbré a Gaston, saltando
las escaleras y corriendo a través del césped tras de mí. Aún estaba desnudo,
nada más que un par de calzones apretados frente a la región inferior.
Apretando el volante, presioné despacio, rezando para no terminar en una
cuneta al final del camino.
—¡Rochi! —gritó, golpeando el costado del coche.
Grité sorprendida, pisando más despacio el acelerador. Golpeando mi
ventana, él corría a la par del coche.
—¡Detente! —gritó—. ¡No hagas esto!
No podía mirarlo, no podía mirar lo que había perdido tan pronto después
de perderlo por primera vez. Manteniendo los ojos en el camino, me mordí el labio
para evitar llorar, y sacudí la cabeza antes de presionar el acelerador.
Él paró de intentar mantener el paso cuando llegué al final del bloque, y
aunque hubiera jurado que no lo haría, miré por el retrovisor. Estaba en cuclillas
en medio del camino, exhalando su aliento en nubes hacia el aire de la noche, y
su cabeza colgando como si rezara y al mismo tiempo estuviera aceptando su
castigo.

nnooo! que no se separen!! seguii
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