miércoles, 7 de mayo de 2014

UN AMOR PELIGROSO 2, capitulo quince

15
Danny me observaba. Sin decir nada, pero había algo que
inquietaba a este chico.
—¿Qué pasa, Danny? —le dije, mordiéndome las uñas. Yo
nunca, hasta este momento, había sido una mordedora de uñas.
—¿Por qué se pelearon Gaston y tú? —preguntó, viéndose aliviado
como había estado antes.
—Porque eso es lo que hacemos y somos buenos en eso —le
contesté.
—¿Pero lo amas?
Miré a su madre, deseando que ella elija este momento para
anunciarle a los chicos que se iba al baño o algo así. —Sí.
Más alivio inundó su rostro. —Entonces, ¿Todavía se van a casar?
—No lo sé —le dije, con mis dientes trabajando en la siguiente
uña. Las manicuras eran tan de la temporada pasada—. No lo creo.
—¿Por qué no?
—Porque —dije, entendiendo por qué los padres son un gran fan
de esta respuesta—: Porque a veces el amor no es suficiente.
Su nariz pecosa se curvó. —Bueno, duh —dijo, agitando las manos
en el respaldo del asiento—. Acabo de cumplir seis años y sé eso.
Con seis años de edad, tenía más sabiduría de la vida, al parecer,
que yo. El concepto era más deprimente de lo que debería ser.
—¿Ya lo sabes, eh, listillo? —le dije.
—Yo sé muchas cosas.
—Y como estudiante de jardín de infantes probablemente has
tenido citas con un total de cero niñas —le dije, arqueando una ceja—,
¿Qué es exactamente lo que sabes sobre el amor?
Él hizo esa carita no divertida en la que mi mamá se había
convertido una maestra hace mucho tiempo. —Mamá me ha dicho
que el amor es como una semilla. Hay que plantarlo para que crezca.
Pero eso no es todo. Es necesario regarlo. El sol tiene que brillar lo
suficiente, pero no demasiado. Las raíces tienen que tomar fuerza —
continuó, entrecerrando los ojos en concentración—. Y a partir de ahí, si
aparece su cabeza por encima de la superficie, hay cerca de un millón
de cosas que podrían matarlo, por lo que toma un montón de suerte
también.
Sentí mi boca abierta a punto de caer. Estaba a punto de
murmurar una maldición cuando me contuve a mí misma. Este chico
era sabio más allá de sus años.
—No se puede plantar una semilla y esperar que crezca por sí
sola. Se necesita de mucho trabajo para hacer que cualquier cosa
crezca. —Me sonrió, claramente complacido consigo mismo.
—Guau —le respondí, aturdida—. Eso realmente es una cosa
inteligente, Danny.
—Lo sé —dijo—. ¿Tienes alguna pregunta?
Sonreí con satisfacción a un niño de seis años. No es uno de mis
mejores momentos. —Creo que estoy bien, pero te lo haré saber.
Se dio la vuelta en su asiento y estaba a mitad de camino a través
de un suspiro de alivio cuando miró por encima del hombro.
—No deberías haber tenido una pelea con Gaston —dijo,
frunciendo el ceño—. Realmente podrías estropear su juego. Él podría
regresar a la segunda parte y ser un desastre. Puedes ser la única
responsable de perder el juego si lo hacemos.
—Gaston va a estar bien —le dije, bajando la mirada al tranquilo
campo—. Está acostumbrado a las peleas entre nosotros. Nunca lo
detuvo antes.
Su boca hizo una mueca de pato mientras consideraba esto. —Es
triste —respondió, con todo un mundo de respuestas a su disposición.
Esa es la que él escogió.
—Es triste —repetí cuando las gradas comenzaron a explotar con
el aumento de los cuerpos y voces.
Cuando Syracuse salió al campo después del entretiempo, Gaston
no era quien guiaba. Casi me entró el pánico, que por nuestra pelea se
haya ido, para que nunca oiga de él, pero luego alcancé a ver el
número diecisiete en medio del equipo.
No fue lo único que noté tampoco. Con los ojos entrecerrados de
confusión se volvió hacia mí, mirándome con acusación. Podrían
simplemente marcar la palabra paria sobre mi frente, porque no podría
haber estado más incómoda que como me sentía ahora.
El juego estaba poniéndose en marcha cuando alguien se detuvo
al final de mi fila, se volvió, y fue tan obvio al mirarme que ni siquiera
podía fingir que no lo había notado.
—¿Sí? —le dije con irritación, mirando al chico de fraternidad
sonriendo hacia mí. Su fraternidad, delta-delta-douche algo, se
desplazaba sobre su gorra de béisbol. No pude evitar rodar mis ojos.
—¿Este asiento está ocupado? —preguntó, mirando la silla vacía
que Gaston había ocupado antes. Se había sentado en ella durante sólo
cinco minutos, pero tuve un efecto protector de la misma.
—Sí —le dije, dejando caer mi bolso sobre él—, lo está.
La multitud rugió, animando cualquier excelente jugada que
nuestro equipo lanzaba. Él no sólo me estaba irritando, sonriéndome de
una manera que era demasiado cursi, pidiendo ocupar el asiento de
Gaston, sino que me había hecho perder el comienzo del juego.
Strike cuatro. Quítate de mi camino.
—Es mejor que encuentres otra chica junto a la que sentarte —
Danny se volvió en su asiento, mirando con desprecio a este hombre
que era tres veces más grande que él—, esta es la futura esposa de
Gaston.
—Espera —dijo el hombre, riendo a Danny—. ¿Eres la chica del
mariscal de campo?
Gaston acababa de tomar el campo con su línea cuando lo vi
mirarme. Se encontraba tan lejos que no debería haber sido posible,
pero juro que sus ojos destellaron negro cuando vio al chico
merodeando sobre mí.
—¿Por qué no regresas con el resto de tu clan de aspirantes de
gerencia intermedia? —le dije, despidiéndolo con la mano.
Chasqueando los dedos, el hombre sacó su teléfono y comenzó a
hojear las páginas. Yo no estaba segura exactamente qué es lo que
buscaba, pero tenía una idea bastante buena.
Miré a Gaston cuando se alineó, su cabeza se inclinó hacia atrás a
mi camino otra vez. Maldita sea—tenía que centrarse en el juego y no
en mí. Yo podía manejarme.
La sonrisa del chico de fraternidad se convirtió en chistosa. —Tú
eres la chica de Dalmau —dijo, mostrando su teléfono hacia mí. En la
pantalla, me encontraba a horcajadas sobre una Mery luciendo
enloquecida, mi brazo en alto y mi cabello un tornado de color blanco
rubio.
—No me importa si este asiento está ocupado —dijo, agarrando
mi bolso y tirándolo en mi regazo—. Tengo que conseguir una foto con
la chica que se hallaba en el bando ganador de la más comentada
pelea de gatos en toda la historia de la universidad. —Envolviendo su
brazo alrededor de mí, colgó el teléfono en frente de nosotros, a punto
de tomar una fotografía.
¿Cuando un imbécil como este va a descubrir que no pueden
hacer lo que quisieran con una mujer? No éramos bestias que ellos
podían controlar. Éramos mujeres que podrían gobernar el mundo con
los ojos cerrados, pero éramos lo suficientemente inteligentes como
para saber mantenernos al margen de ese lío. Éramos mujeres—y nos
hacíamos oír.
Y fue lo que hice cuando le arrebaté el teléfono de las manos,
salté de mi asiento, y lo arrojé a la cancha.
Gaston acababa de empezar la caminata cuando mi propio
proyectil salió disparado hacia un lado. Tomando otra mirada atrás
cuando sus ojos no deberían haber estado en ningún otro lugar que no
sea en el campo, lo vi congelarse cuando vio lo que pasaba entre el
chico de fraternidad y yo.
El tiempo se detuvo entonces mientras Gaston me miraba y yo lo
miraba. Nuestras caras llenas de preocupación por el otro. Sin embargo,
la preocupación de Gaston estaba fuera de lugar. El chico de fraternidad
había seleccionado una palabra de maldición perfectamente no
creativa para gritarme antes de marcharse lejos—de nuevo a sus
aspirantes de gerencia intermedia. Pero yo, tenía todo el derecho a
preocuparme porque, rompiendo la línea defensiva de Gaston, uno de los
liniero10 del equipo visitante salió disparando directamente hacia el
mariscal de campo congelado en su lugar.
Yo ya estaba gritando su nombre cuando el liniero golpeó contra
Gaston. Incluso después del impacto inicial, los ojos de Gaston no dejaron los
míos, pero cuando su cuerpo se estrelló contra el suelo, saltando y
derrapando a unos diez metros, sus ojos estaban mucho más allá del
punto de reconocimiento, ya que se cerraron.
***
—¡Gaston! —El grito fue primitivo, saliendo de alguna parte de mí
que no sabía que existía. Saltando de mi asiento, corrí por las escaleras
antes de saber que estaba en marcha. Mis ojos se hallaban fijos en él,
No pensé en nada en ese momento—yo, era todo instinto. No me
cabe duda de que si alguien se interponía en mi camino, habría hecho
cualquier cosa para sacarlos. Pero nadie lo hizo, y cuando llegué a la
barrera de concreto que separa el campo de las gradas, levanté las
piernas sobre él.
Torciendo mi estómago en la pared curvada, me dejé caer sobre
el terreno. El aliento salió de mis pulmones por el impacto. Había
subestimado la caída, pero no reduje la velocidad.
Todo el mundo estaba tan concentrado en Gaston y al entrenador
corriendo hacia él, que nadie le prestó atención a la chica loca
corriendo por el campo. Empujando a los jugadores que formaban un
círculo alrededor de él, me deslicé de rodillas a su lado.
—¿Gaston? —le dije, tratando de recuperar el aliento.
El trío de entrenadores me miró con los ojos abiertos antes de
estrecharlos. —Tiene que salir volando de aquí, señorita —dijo uno de
ellos mientras otro le quitaba el casco a Gaston.
Lloré terriblemente cuando le agarré la mano y, por primera vez,
se cayó inerte en la mía.
—No me voy —le contesté, mordiéndome el lado de mi mejilla.
—Si no te vas por tu cuenta, tendremos que traer a alguien que te
acompañe —dijo el tercero, con una luz encima de los ojos de Gaston
cuando los abrió.
Otro sollozo escapó antes de que lo evitara. Aquello ojos grises
estaban planos, muertos.
—No me voy —le dije, doblando la mano de Gaston en las mías,
tratando de infundir un poco de calor y vida en ella—. Y me
compadezco de la persona que trate de alejarme de él. —Mis ojos
brillaron en cada uno de los entrenadores.
—Bien —respondió uno de ellos poniendo un aparato ortopédico
en el cuello de Gaston—. Pero te metes en nuestro camino y con mucho
gusto vamos a usar el tranquilizante que guardo para casos de
emergencia en ti. ¿Entiendes?
—Está bien —le dije, con ganas de pasar mis manos sobre cada
parte de Gaston hasta averiguar que pasaba con él. Hasta que
identifiquen lo que necesitaba ser arreglado. Era una sensación de
impotencia, sin saber lo que tenía que ser atendido. Cómo había que
arreglarlo en la peor de las situaciones.
Uno de los entrenadores sacó su teléfono del bolsillo. —Tenemos
que darlo por terminado, chicos —dijo. Los otros asintieron con la
cabeza.
Mordiendo el otro lado de mi mejilla, miré fijamente en el punto
sobre el cuello de Gaston donde el movimiento más débil podría ser
descubierto. Empecé a contener la respiración, esperando en una
tortura que el pulso levante ese trozo de piel de nuevo.
Mientras él tenía pulso, estaba vivo.
Un par de entrenadores más corrieron hacia el campo, llevando
una camilla. Los jugadores se alejaron, inclinando sus cabezas mientras
vagaban de nuevo a un segundo plano. Situados al lado de la camilla
de Gaston, los cinco entrenadores se posicionaron alrededor de él,
deslizando sus manos en su lugar.
No le solté la mano cuando lo subieron a la camilla y tampoco
cuando se abrían camino fuera del campo.
No estaba segura de si el estadio se había quedado en silencio, o
yo era incapaz de escuchar nada en mi shock, pero no oí ningún sonido
mientras Gaston y yo nos movíamos fuera del campo.
Sólo cuando ya nos encontrábamos en los túneles del equipo, oí
el estruendo de la sirena de una ambulancia. Los paramédicos
balanceaban las puertas traseras abiertas cuando salimos fuera. Uno de
los entrenadores les contó lo que había sucedido y lo que pensaban
que podrían ser las lesiones que había sufrido. Cuando la conmoción
cerebral es decir, coma y parálisis se expresaron, tuve que
desconectarme. Tuve que fingir que la realidad no era tan real en estos
momentos.
Transfiriéndolo en la ambulancia, seguí detrás del paramédico,
tomando un asiento antes de que yo pudiera ser echada.
—¿Quién eres tú? —me gritó cuando uno de los entrenadores se
apartó cerrando las puertas de golpe.
—Soy la única familia que tiene —le susurré, tratando de no dejar
que la gente nos mire yéndonos, como si fuéramos un coche fúnebre en
su camino a un funeral, me lastimaba.
Correr a través de una sala de emergencia, mientras que una
persona que amaba era transportado a la parte delantera de la línea
debido a sus heridas, era un episodio que no quería volver a repetir en
mi vida. Metiéndolo de prisa en una habitación, se me ordenó
permanecer fuera de la sala de espera.
Dos guardias de seguridad tuvieron que ser llamados cuando le
dije a una enfermera amarga que iba a ir, eh-hmm. Me echaron una
mirada, enloquecidos y preocupados de mi mente, y me dejaron ir con
una advertencia.
Paseándome a través de la sala de espera, tuve que luchar
contra el impulso de al menos un centenar de veces a empujar más allá
al guardia de seguridad que claramente, había sido instruido para
mantener un ojo en mí. Mi teléfono sonó cada minuto ya que todos los
conocidos y amigos de Gaston querían saber cómo estaba.
Lo apagué después de diez minutos. ¿Qué podía decirles? ¿Lo
habían secuestrado a una sala de emergencia, mientras que más
médicos se precipitaron en su habitación que en un campo de golf en
una mañana soleada de sábado? Para darles a alguno de ellos una
respuesta a cómo Gaston estaba, yo o tendría que mentir o admitir cosas
que no estaba segura de poder admitir.
Así que me paseaba. Me mordí las uñas hasta reducirlas a nada.
Me dolía en cada lugar que no me di cuenta que podría doler. Pero yo
no me dejaría pensar, o reflexionar, o considerar cualquiera de las
muchas cosas que me romperían si las dejara entrar ahora mismo.
Apenas me mantenía en la espera, comportándome como nada mejor
que un animal enjaulado, si dejara entrar cualquiera de las emociones
acumuladas, ningún frasco de tranquilizante podría someterme.
Podría haber pasado quince minutos, podría haber sido quince
horas, pero cuando el rostro serio del doctor se encaminó hacia la sala
de espera, con sus ojos cambiando en mi camino, parecía haberle
tomado toda una vida cruzar la habitación hacia mí.
—Entiendo que usted de alguna manera está relacionada con el
señor Dalmau —dijo, cruzando los brazos. Él no estaba cubierto de sangre,
así que me aseguré que era una buena señal.
—Sí —dije, mi voz ronca. Yo estaba relacionada con él en todos
los sentidos que una persona puede estar sin el vínculo de parentesco
por consanguinidad.
—Sufrió una conmoción cerebral por el impacto —empezó a
decir mientras mis entrañas se retorcieron—. Lo he puesto en un coma
médicamente inducido para darle a su cerebro y su cuerpo la
oportunidad de sanar, pero no vamos a saber el alcance total de los
daños hasta que se despierte.
Me tragué la bilis en la garganta. —¿Está bien? —mi voz apenas
un susurro.
—Está vivo —corrigió el doctor—. No sé si está bien hasta que
despierte. Hasta entonces, tiene que tomarlo con calma y descanso.
Una enfermera asomó la cabeza por la esquina. —Doctor —
interrumpió ella—, tenemos una herida de bala en el estómago
entrando.
Dándole un movimiento de cabeza por encima del hombro,
empezó a retroceder. —Le hemos trasladado hasta el quinto piso.
Puede ir a verlo ahora, si quiere.
—Gracias —le dije mientras él se fue corriendo, ¿Por qué, que más
se le puede ofrecer a la persona que había ayudado a quien amabas?
Siguiendo las señales que llevaban hasta el ascensor, apreté el botón
del quinto piso, seguido por un trío de golpes sobre el botón de "cerrar
puerta". Mis piernas rebotaban, mi respiración estaba contenida, mis
dedos toqueteaban la barandilla del ascensor. Mi ansiedad se
manifestaba de una manera híper activa, el instante en que las puertas
se abrieron, salí volando, corriendo hacia la estación de las enfermeras.
—¿Disculpe? —pregunté, mi voz sonaba tan exaltada como el
resto de mi cuerpo se sentía—. ¿Podría decirme a qué habitación fue
llevado Gaston Dalmau? —No esperé a que la mujer de mediana edad,
levantara la vista de su carta antes de preguntar.
Cuando lo hizo, la sonrisa que le había ganado aquellas arrugas
regresó a su posición. Tal vez la razón por la que era una enfermera de
quinto piso era porque era cinco veces más calida que las enfermeras
amargas en la sala de emergencias. —Él fue llevado a la 512 —dijo,
señalando al final del pasillo a la derecha—. Puedes ir a verlo ahora
mismo. Sólo asegúrate de que tenga mucha tranquilidad y descanso,
¿Está bien, hun?
—De acuerdo. Lo haré —le dije, envolviendo mis brazos alrededor
de mi estómago—. El doctor dijo que lo puso en estado de coma para
que su cerebro pudiera sanar. ¿Alguna idea de cuándo va a despertar?
Había cerca de un millón de preguntas que tenía ahora que no
pensé en preguntarle al médico cuando se encontraba en frente de mí.
—Podría ser la próxima semana —dijo, encogiéndose de
hombros—. Podría ser en una hora. El cerebro es una cosa difícil que
tiene una mente propia. —Sonrió por su pequeño juego de palabras—.
A los doctores les gusta pensar que pueden mandarle a cumplir sus
órdenes, pero en mi experiencia, el cerebro gana cada vez.
¿Por qué no todo el personal médico era realista y honesto como
ésta lo era? —Suena muy... no concluyente.
—Hun, cada vez que se habla del cuerpo humano o el cerebro,
siempre es no concluyente.
No es exactamente lo que necesitaba oír en este momento, pero
prefería tomar la dura verdad sobre una mentira que me haga sentir
mejor en cualquier momento.
—Gracias —le dije, saludando mientras me dirigía por el pasillo.
—Avísame si necesitas cualquier cosa —gritó detrás de mí.
La habitación 512 estaba en el otro extremo del pasillo y cuanto
más me acercaba, más lejos parecía estar la habitación. Esta noche,
todo parecía una loca versión de Alicia en el País de las Maravillas.
Deslizándome en el interior de la habitación, cerré la puerta
silenciosamente detrás de mí. En cuanto a él estaba en la cama, justo
como me lo imaginaba, podía fingir que dormía en su propia cama.
Pero entonces, el pitido del monitor de ritmo cardíaco y el olor a
antiséptico del hospital me trajeron de nuevo a la realidad.
No tenía aversión a los hospitales como la mayoría de la gente.
Para mí, eran lugares en donde los seres queridos tenían al menos la
esperanza de ser sanados. Cuando mi hermano  había recibido un disparo, el
único lugar para llevarlo fue al médico examinador.
Gaston se encontraba allí, su corazón latiendo a cada segundo. Eso
significaba que estaba vivo y tenía una oportunidad de luchar. Había
esperanza.
Me acerqué a los pies de la cama, le miré fijamente. Si no fuera
por la bata de hospital y los cables y tubos que serpentean a través de
su cuerpo, parecía que no pertenecía aquí. No había heridas cosidas,
sin marcas manchadas de negro y azul, sin soportes para huesos rotos.
Todo en la superficie era perfecto, pero lo que estaba pasando dentro
de su cerebro era la verdadera amenaza.
Sabía más sobre las conmociones cerebrales que cualquiera que
no fuera médico debería saber. Observando cientos de juegos en mi
vida, había visto una parte justa de chicos golpeados sin sentido. Mi hermano
había tenido la suerte de escapar del aparente rito de conmoción
cerebral, pero muchos de sus compañeros de equipo no lo habían
hecho. La mayoría se recuperó con poco o ningún efecto a largo plazo.
Pero algunos, los nombres y rostros que estaban a la vanguardia de mi
mente ahora, habían cambiado para siempre. Esas almas menos
afortunadas nunca volverían a caminar sobre un campo de fútbol de
nuevo, y un par no podía siquiera levantar una cuchara a la boca, y
mucho menos golpear una pelota de fútbol.
La comprensión de que esto era lo que potencialmente Gaston se
enfrentaría en su cerebro hizo que mi cuerpo se debilitara. Arrastrando
los pies por un lado de la cama, me dejé caer sobre el borde de ella,
agarrando su mano en la mía.
Esto es lo que ocurre cuando no se hace caso de la advertencia
que la vida te lanza escuchando esa voz en tu cabeza que te dice que
alguien iba a salir herido si no dejas de luchar contra la naturaleza.
Gaston y yo habíamos estado viajando como un tren fuera de
control y Gaston se llevó la peor parte del impacto cuando el tren se
estrelló contra la pared. Sabía cuándo y si Gaston salía de esto, podríamos
intentar reconstruir todo, pero no pasaría mucho tiempo antes de
golpear otra pared. Y después de caer a pedazos de nuevo, nos
gustaría romper con la próxima crisis hasta que finalmente, no quede
nada de lo que una vez había sido. No habría Gaston. Ni Rochi. Ni nosotros.
Nada del amor que habíamos compartido. Sólo líos dispersos que nunca
podrían ser fijos.
Mi mano retorcía con fuerza la de él, así que aflojé mis manos
sobre él. Lo último que necesitaba era una amputación de la mano
después de que haberle cortado la circulación mientras me
preocupaba en la noche.
Yo sabía que no podía ir, pero también sabía que no podía
quedarme. Y esto, la ironía cruel, era la suma de Gaston y de nuestro
tiempo juntos. Yo lo amaba, pero no debería. Confiaba en él, pero no
era natural. Lo quería, pero no podía tenerlo.
Con nosotros, no era como si estuviéramos sufriendo de un mal
caso de querer tener el pastel y comérselo también—tratábamos de
hacer lo mejor de un plato de la torta vacía. No se puede crear algo de
la nada y, si bien no era como si Gaston y yo que no tuviéramos nada—
éramos de la clase de gente que se pasaba la vida buscando algo—la
vida nos ha dado un gran nada en el departamento de futuro. No
había ningún lugar para ir, pero aquí mismo, uno de nosotros tiene que
conocer y saludar a la muerte, si uno de nosotros no se separó del otro.
Yo sabía que no podía ser él, me había advertido en
innumerables ocasiones que era incapaz de caminar lejos de mí. Así
que tenía que ser yo. Tenía que ser la que se levantara, dar la espalda a
este hombre, y nunca dejar de caminar.
Nunca me había enfrentado a algo con más miedo.
Maldita sea. Le apretaba la mano con fuerza de nuevo.
Aclarando mi garganta, traté de llevar las palabras a la superficie.
Ellas no quisieron venir. Algo sobre el reconocimiento de la permanencia
las mantenía embotelladas dentro.
Adiós. Sería la cosa más difícil que alguna vez tendría que decir, y
lo más duro que me ha tocado vivir. Gaston no era sólo mi primer amor. Él
era mi amor para siempre. Pero demonios si las fuerzas de la naturaleza
no se hubieran alineado en mi contra realmente sería capaz de pasar
mi vida con esta persona.
Aún estaba atragantándome con la palabra, cuando los dedos
de Gaston se movieron en mi mano.
Salté de mi asiento. Mirando fijamente su mano, vi que volvía a la
vida, sintiendo a través y alrededor mío. Ahora algo más se quedó
atrapado en mi garganta: alivio.
Sus ojos parpadearon y al instante se abrieron, cayendo en
nuestras manos entrelazadas. Siguiendo su mirada, no pude determinar
qué dedos eran suyos y cuales eran míos. Otra pequeña evidencia para
la teoría de Alicia en el país de las Maravillas ya que desde sus dedos
eran ásperos, largos dedos de hombre y los míos eran delgados y
suaves, todos dedos de chica. Nuestras manos se habían fundido en
una sola, creando su propio Gaston y Rochi.. La idea me
hizo sonreír.
Sentí que sus ojos se movieron hacia arriba, esperando a que ellos
me encontraran. Cuando lo hicieron, yo quería poner el mundo en
llamas y verlo arder por negarse a dejarme tener a este hombre.
Sus ojos hicieron una mueca de confusión, mientras escaneaban
la habitación.
—Fuiste golpeado, Gaston. Duro —le expliqué, agarrando su mano
cuando fuerzas centrífugas trataban de separarnos. No aflojé, porque
esta vez, su mano estaba agarrando la mía—. Te desmayaste, sufriste
una conmoción cerebral, por lo que los médicos tuvieron que ponerte
en un estado de coma para que tu cerebro pudiera ocupar su tiempo
en recuperarse. —Hasta aquí el coma administrado. Pero no me debería
haber sorprendido, Gaston no se ajustaba a las normas sociales, un coma
forzado sin ninguna expectativa.
—Recuerdo el golpe —dijo, echando mano a su cabeza—. El
resto no tanto.
—Dios, Gaston. Lo siento —dije, con la necesidad de decir mucho
más.
—Lo sientes ¿por qué? —dijo, inspeccionando la IV que tenía en el
brazo—. ¿Porque yo fuera tan tonto como para mirar en la dirección
opuesta de las 300 libras mamma-jamma, las cual quería molerme en el
césped artificial? Eso fue lo único malo de mí, Rochi.
—Sí, pero nuestra pelea —le dije, arrastrándome más cerca de él
cuando debería estar moviéndome en la dirección opuesta—. No
habrías estado tan distraído si no hubiéramos peleado.
—Rochi. Nosotros peleamos. Estoy acostumbrado a eso. Claro, esta
pelea fue la más espantosa que hemos tenido, pero ahora estás aquí.
Eso es todo lo que importa. No importa cuántas peleas tengamos, o lo
mucho que movamos la escala de Richter, nada de eso importa,
siempre y cuando al final del día, todavía estés conmigo.
Se removió en la cama, apuntalando sobre sus codos. —Y no
estaba tan distraído por la pelea. Me distraje por esa bolsa D, estaba
pensando en la tortura tan pronto como el juego terminara.
Sonriéndome, el color comenzó a llenar de nuevo su rostro. —Fue
un infierno, tu lanzada de teléfono puso en marcha una espiral en el
campo. Voy a empezar a llamarte brazo Láser Rocket. Si el entrenador
vio eso, va a patear mi culo y te dejará en el lugar de mariscal titular.
Sonreí, en su antebrazo trazando el patrón sobre las líneas de su
músculo y vena. —Si sigues recibiendo golpes como ese, estarás en la
banca con seguridad, Dalmau.
Resopló, como si no sólo creyera que era invencible, pero él lo
sabía. Levantando la mano al cuello, buscó algo debajo de su ropa. Su
expresión se cayó. —¿Dónde diablos está mi collar? —dijo, sentándose
en la cama y buscando por la habitación.
—No creo que lo encuentres pegado en el techo —le dije cuando
investigó los azulejos del techo blanco.
—¿Dónde está? —preguntó, con voz tensa.
—Gaston —le dije, preocupada de que haya sido golpeado tan
duro que todavía me tenía preocupada—, cálmate. Estoy segura de
que está por aquí. Probablemente te la quitaron cuando entraste en la
sala de emergencias y lo han metido en un cajón o algo así. Lo
encontraremos.
—Está bien —dijo, exhalando—, tienes razón. Lo encontraremos. —
Colapsó de nuevo en la cama, parecía agotado.
—¿Desde cuándo comenzaste a usar un collar? —pregunté,
esperando que no fuera una enorme cadena de oro con algún águila
del tamaño que cuelga de un tapacubos.
—Desde que empecé a tratar de ponerme las pilas —dijo.
—¿Y eso sucedió cuando? —bromeé, estrechando los ojos hacia
él.
Se rió entre dientes, profundo y de esa forma suya que va directo
a través de mí, vibrando en todo su recorrido. Como si fuera poco
afilado, con la cara torcida.
—¿Qué? —le pregunté, dispuesta a presionar ese botón rojo que
descansa sobre la mesa junto a la cama.
—Estaba soñando —dijo, sus ojos yendo a ese lugar lejano—. Lo
recuerdo. Eso es lo que me despertó. —Uno de los lados de su rostro
torcido hacia arriba—. Era el mismo sueño una y otra vez. Debo haberlo
tenido mil veces y lo único que recuerdo es querer romper ese pesado
sueño y despertar. Pero no podía. Algo me sujetaba. Algo me impedía
despertar.
Eso probablemente tiene algo que ver con el equipo de médicos
que le indujo el coma. El estado de coma que duró toda una hora.
—¿Qué era? —le pregunté, queriendo llegar a su interior y extraer
todo el veneno que podía ver comiéndolo.
Sus ojos parpadearon hacia mí. —Tú.
Tragué saliva. —¿Yo? —Traté de parecer valiente, pero nunca
había estado tan asustada—. ¿Qué estaba haciendo?
Yo ya sabía antes de que él se estremeciera por su respuesta.
—Te ibas —susurró, su brazo cubriendo su pecho—. Me dejaste. Y
nunca volviste, no importa lo duro que corrí detrás de ti o lo fuerte que
te rogué que te detuvieras. —Y podría haber sido las drogas, o la
iluminación horrible en la habitación de hospital, pero por primera vez,
los ojos de Gaston parecían tener lágrimas—. Me dejaste.
Y ahora era mi cara y mi todo lo que hacía sonar como si mis
palabras me fallaron. No era mi conciencia, lo que reaccionó, era mi
corazón. El corazón que había estado privando por tanto tiempo y se
había liberado.
En un movimiento sin fisuras, me encontraba a horcajadas sobre
su regazo, cubriéndole la boca con la mía. Lo besé, Dios, como nunca
lo había besado antes. No podía darle un beso, no era suficiente. Yo
quería su boca para hacerme olvidar todo. Necesitaba olvidar la
realidad por un tiempo y fingir que la vida iba a funcionar de la manera
que quería.
Sus labios estaban quietos durante un segundo por debajo de los
míos mientras procesaba qué demonios había sucedido, pero cuando
volvió en sí, se movían contra los míos como si estuvieran tratando de
consumir tanto como los míos a los suyos.
El monitor de frecuencia cardiaca arranco con latidos, nuestras
bocas frenéticas en retirada y avanzando sobre la otra. Echándose
hacia atrás, me arranqué la camiseta por encima de mi cabeza y mi
top estaba saliendo y volando antes de que la sudadera cayera al
suelo.
Las manos de Gaston tomaron mi cara, tirando de mí hacia él, su
lengua se abría paso en mi boca. Yo temblaba, sintiendo sus manos y su
boca y el resto de su cuerpo, deseando, tomando, y recibiendo.
Una mano se arrastró por mi espalda, sin escatimar tiempo en
liberar mi sujetador. Su respiración por primera vez, era casi tan desigual
como la mía y la realidad tratando de poner una grieta en este sueño
que participábamos activamente. No deberíamos estar haciendo esto
ahora, por una docena de razones diferentes. Y no quería preocuparme
por una sola de ellas ahora mismo.
Su boca moviéndome dentro y sobre mí no era suficiente para
mantener a raya a la realidad.
Yo tenía que tener todo de él.
Alejándome por lo que esperaba que fuera la última vez, quité
todo lo que aún me cubría mis piernas, los tobillos, y caían al suelo.
La respiración de Gaston se aceleró otra vez mientras sus ojos me
inspeccionaban. Desnuda, torturada y muerta por mi necesidad de él.
—Soy un bastardo afortunado —susurró, dándome una sonrisa
mientras se apoyaba en los codos—. Y no hay manera de que vaya a
dejar que nada se interponga en este camino. —Sus manos se
deslizaron por mis caderas, doblando en la carne de mi espalda—. Pero
ayúdame a quitarme este maldito vestido de hospital.
Sonreí, inclinándome hacia abajo y dejando que mis dedos
trabajen en los nudos en la parte trasera de su vestido mientras mi boca
se movía sobre los tendones y los músculos de su cuello. Su aliento
pesado chocaba con mi cuerpo hacia arriba y hacia abajo en vez de
su corazón. Me levanté con él, me quedé con él, siempre juntos.
Tirando del último lazo, deslicé el vestido hacia arriba y sobre sus
brazos, tirando de él hacia arriba a través de las piernas y el cuerpo
hasta que se había unido a mis ropas desechadas en el suelo.
Estaba funcionando. No sentía nada, sólo el aquí y ahora. No sentí
nada, sólo Gaston, su cuerpo, su amor y su necesidad.
Sus manos volvieron a mi espalda, levantándome y deslizándome
hacia atrás. Podía sentirlo contra mí, a la espera de mi aceptación final.
A juzgar para ver si esto era realmente el momento perfecto. El lugar y
en el momento en que Gaston y yo marcaríamos este último pasaje de la
intimidad.
Yo estaba tan preparada para este momento que pude sentir
que palpitaba cada uno de mis nervios con vida. —Tú sabes, el médico
dijo que tenías que estar relajado y descansar —le dije, sonriéndole,
donde su rostro lucía tan emocionado como torturado—. Yo no diría
que esto cuenta como descanso y relajación.
Sus manos se deslizaron por mi cuerpo, rozando mis pechos y
moldeando por debajo de mi mandíbula. Sosteniendo mi cara entre sus
manos suaves, las líneas y los músculos de su cara alisada. —Rochi. Te
amo. Esto es exactamente lo que necesito ahora. Al diablo con las
órdenes del doctor.
El corazón me latía con tanta fuerza en mi pecho, mi esternón
empezaba a doler. Esto fue todo. La luz verde. Sin embargo, también
sabía en ese momento que había una luz roja en el horizonte y era por
ese vistazo de cruel realidad que me levanté por encima de él.
—¿Esto? —Di a entender, apoyando las manos en su pecho. Su
corazón empujaba contra mis manos.
Asintió con la cabeza, pasando sus dedos pulgares hacia abajo
por mi mandíbula. —Esto.
Y luego me bajé sobre él, dejando que entrará todo lo que pudo.
Gimió debajo de mí, mientras sus manos cayeron a mis caderas.
—¿Esto? —susurré, incapaz de apartarme mientras me movía
encima de él otra vez.
Los dos dimos un respingo por la separación.
Sus dedos se cerraron en mis caderas, deslizándolas hacia abajo
sobre él. El monitor de ritmo cardíaco realmente estaba gritando ahora,
apenas capaz de mantenerse al día con Gaston.
—Maldita sea esta cosa —susurró, cubriendo su frente mientras me
movía encima de él otra vez. Buscando en su pecho, se arrancó los
cables, tirándolos al piso. Hizo lo mismo con su IV.
—No —dijo, retorciéndose debajo de mí, moviéndose sobre mí
hasta que tuve en mi espalda a su lado—. Que nada se interponga
entre nosotros —dijo, acariciando mi cuello mientras se mecía sobre mí.
Yo era vagamente consciente de que el monitor de frecuencia
cardiaca gritaba algún tipo de advertencia, pero cuando las caderas
de Gaston sacudieron las mías, su gemido al perderse dentro de mí
mientras me besaba al golpe que nuestras caderas creaban, no había
nada más que él.
Su lengua se estremeció dentro de mí, seguida de sus caderas,
mientras que armó todo su cuerpo contra el mío. No sólo me hacía el
amor—me estaba poseyendo.
No había nada que quisiera más que él, nada de lo que no
estaría dispuesta a sacrificar. De nada en mi vida me sentí más
dependiente que de este hombre que se movía dentro de mí en todos
los sentidos que una persona puede entrar en otra.
Separando su boca de la mía, su aliento pesado llegó hasta mi
oreja. Podía sentir el brillo del sudor que cubría su rostro, mezclándose
con el mío.
Moviéndose dentro de mí de nuevo, esta vez más profundo, casi
grité. Estaba tan cerca que dudaba que iba a durar uno más. —No voy
a dejarte ir, Rochi —susurró, con voz tensa—. No voy a dejar que te
vayas. Eres mía —susurró, hundiendo sus dientes en mi oreja mientras sus
caderas se estremecieron contra las mías una vez más.
Y eso fue todo. Mi cuerpo temblaba contra el suyo, mi mano
alcanzando las barandas de metal para prepararme. Continuó
moviéndose dentro de mí, su ritmo acelerado cuando mi cuerpo se
tensó alrededor de él. Su mano se unió a la mía preparándose sobre la
baranda y, mientras me siguió olvidando el camino de la realidad, sus
dedos unidos a los míos, apretando su cuerpo antes de caer contra el
mío.
—Maldita sea, Rochi —dijo, su cabeza subía y bajaba contra mi
pecho.
Exactamente mis pensamientos. —¿Cómo te sientes? —pregunté,
tratando de calmar mi ritmo cardíaco. No tenía nada de esto—. ¿Cómo
está tu cabeza?
—Mi cabeza está bien —dijo, enrollando sus brazos alrededor de
mi espalda—. Es mi maldito corazón que está a punto de reventar algo.
Me eché a reír, sintiéndome tan cerca de la euforia como un
pesimista natural podría estar. Se incorporó, su risa vibrante en contra mí.
Y entonces la puerta explotó abriéndose, el rostro de la enfermera
que entró corriendo con una expresión llena de preocupación.
Sus ojos se posaron en la máquina en primer lugar, a
continuación, en donde el culo desnudo de Gaston descansaba sobre mí.
Las arrugas de preocupación desaparecieron de su rostro cuando nos
bendijo con una expresión muy paternal. Caminando hacia el monitor,
apagó la cosa antes de que fuera a gritar para luego girarse y salir de la
habitación.
—Por lo menos murió y fue al cielo —dijo en tono divertido antes
de cerrar de nuevo, con nosotros en la habitación.
—Sí —dijo Gaston en mi pecho, su risa regulándose—. ¡Por supuesto
que lo hice!
—Lástima que nuestras vacaciones celestiales no duró un poco
más de tiempo —le dije, pasando mis dedos por encima de su cabeza
rapada.
Su cuerpo se tensó esperando mientras sentía la curva de su
sonrisa en mi pecho. —¿Quién dice que no podemos hacer un viaje de
regreso? —dijo, levantándose por encima de mí otra vez.
No tuve la oportunidad de responder—realmente—antes de que
su boca y su cuerpo se movieran dentro de mí de nuevo.

2 comentarios:

  1. casi lloro al principio y depues ajajajaj se puso caliente la cosa haciendo el amor en el hospital jaajaj ya me venia venir a la enfermera yo jajajaja segui me encanta

    ResponderEliminar
  2. Pero que capítulo más bipolar jjajajajaja.
    Espero que Rochi pare de decir que no deben estar juntos :(

    ResponderEliminar