Capitulo 67
Gastón me telefoneó
aquella misma mañana y nos invitó a Aleli y a mí a montar a
caballo el domingo. A mí me encantó su propuesta, pues hacía
varios años que no montaba a caballo, pero le dije que Aleli sólo
había montado en ponis de ferias y que no sabía montar.
—No importa
—replicó Gastón con calma—. Enseguida lo cogerá.
Gastón nos recogió en
casa de los Ordoñez en un todoterreno enorme y blanco. Aleli y yo lo
recibimos en la puerta vestidas con tejanos, botas y chaquetas
gruesas. Yo le había contado a Aleli que Gastón era un viejo amigo
de la familia, que la conocía de cuando era un bebé y que, de
hecho, había acompañado a mamá al hospital el día de su
nacimiento.
Julia, quien sentía una
curiosidad enorme hacia el hombre misterioso de mi pasado, esperaba
en el vestíbulo con nosotras cuando el timbre sonó. Yo abrí la
puerta y me divirtió oír murmurar a Julia cuando vio a Gastón a la
luz del sol «¡Oh, Dios mío!»
Con el cuerpo alto y
fornido de un trabajador de pozo petrolífero, sus increíbles ojos verdes y su sonrisa irresistible, Gastón irradiaba un magnetismo que
atraía a cualquier mujer. Gastón recorrió mi cuerpo con una rápida
mirada, murmuró un saludo, me besó en la mejilla y se volvió hacia
Julia.
Yo los presenté y Gastón
le cogió la mano con delicadeza, como si temiera rompérsela. Julia
sonrió, se conmovió y representó con toda su alma el papel de
refinada anfitriona sureña. En cuanto Gastón desvió la atención
hacia otro lado, Julia me lanzó una mirada significativa, como si
quisiera decirme: «¿Dónde lo has estado escondiendo?»
Mientras tanto, Gastón se
había acuclillado delante de mi hermana.
—Aleli, eres
incluso más guapa que tu madre. Probablemente no te acuerdes de mí.
—Tú nos llevaste
al hospital cuando nací —declaró Aleli con timidez.
—Exacto, en una
vieja camioneta azul y a través de una tormenta que inundó la mitad
de Welcome.
—¡Ahí es donde
vive Tina! —exclamó Aleli—. ¿La conoces?
—¿Que si conozco
a Tina? —Gastón sonrió abiertamente—. Sí, claro que la
conozco. Me he comido más de un par de trozos de pastel de
terciopelo rojo en la encimera de su cocina.
Gastón se puso de pie y
Aleli, encantada, lo cogió de la mano.
—¡Valeria, no me
habías dicho que conocía a Tina!
Verlos cogidos de la mano
me produjo una intensa emoción.
—No he hablado
mucho de ti —le dije a Gastón y mi voz me sonó extraña incluso a
mí.
Gastón me miró a los
ojos y asintió con la cabeza. Sin duda, comprendía que algunas
cosas significan demasiado para hablar de ellas.
—Bueno —declaró
Julia animosa—, marchaos y pasadlo bien. Y ten cuidado con los
caballos, Aleli, recuerda lo que te he dicho y no te acerques a las
patas traseras.
—¡De acuerdo!
Fuimos al centro ecuestre
de Silver Bridle, donde los caballos viven mejor que la mayoría de
los seres humanos. Gastón lo había
organizado todo para que pudiéramos montar los caballos de un amigo
suyo, el subió a Aleli en un poni robusto y lo llevó de las riendas
mientras daba unas cuantas vueltas al corral. Gastón la elogió y
bromeó con ella haciéndola reír y, como yo esperaba, la cautivó
por completo.
Hacía un día estupendo
para salir a montar, pues era frío y soleado. Gastón y yo pudimos
hablar mientras cabalgábamos uno al lado del otro y Aleli lo hacía
un poco más adelante con el poni.
—La has educado
muy bien, cariño —me dijo Gastón—. Tu madre se habría sentido
orgullosa.
—Eso espero. —Yo
contemplé a mi hermana, quien llevaba el pelo recogido en una trenza
y atado con una cinta blanca—. Es maravillosa, ¿no crees?
—Maravillosa.
—Pero Gastón me miraba a mí—. Tina me ha contado las
circunstancias por las que has tenido que pasar. Has cargado con un
gran peso, ¿no?
Yo me encogí de hombros.
En ocasiones, la vida me había resultado difícil, pero mirando
hacia atrás, la lucha y las cargas no me parecían tan
extraordinarias. ¡Tantas mujeres tenían que enfrentarse a
situaciones mucho más duras que las mías!
—Lo más duro fue
cuando mi madre murió. Creo que no dormí una noche entera durante
dos años. Trabajaba, estudiaba y tenía que ocuparme de Aleli. Me
parecía que siempre lo hacía todo a medias. Nunca llegábamos a
tiempo a nada ni conseguía hacer las cosas bien, pero, con el
tiempo, todo me resultó más fácil.
—Cuéntame cómo
conociste a los Ordoñez.
—¿A cuál de
ellos? —le pregunté sin pensar, y enseguida me ruboricé.
Gastón sonrió.
—Empecemos con el
padre.
Conforme hablábamos, tuve
la sensación de que dejaba al descubierto algo precioso que había
permanecido enterrado durante largo tiempo pero que estaba maduro.
Nuestra conversación constituyó un proceso de eliminar capas.
Algunas nos resultó fácil desempolvarlas y otras, para las que se
requería de un cincel o un hacha, de momento las dejamos como
estaban. Ambos revelamos tanto como nos atrevimos a revelar acerca de
lo que nos había ocurrido durante los años que habíamos estado
separados. Sin embargo, volver a estar con Gastón no fue como yo
esperaba. Algo en mí permanecía encerrado bajo llave con terquedad,
como si tuviera miedo de liberar las emociones que había albergado
durante tanto tiempo.
A media tarde, Aleli
empezó a sentirse cansada y con hambre. Regresamos a los establos y
desmontamos de los caballos. Le di a Aleli un puñado de centavos
para que comprara una bebida en una máquina expendedora que había
en el edificio principal. Ella salió corriendo y nos dejó solos.
Él me contempló durante
unos instantes.
—Ven —murmuró
mientras me conducía al cuarto de los aperos.
Gastón me besó con
suavidad y percibí un sabor a polvo, sol y piel salada, y los años
se disolvieron en una oleada lenta y firme de calidez. Yo había
estado esperando aquello, esperándolo a él, y era tan dulce como lo
recordaba. Pero cuando Gastón profundizó el beso y quiso más, yo
me separé y solté una risa nerviosa.
—Lo siento
—declaré sin aliento—. Lo siento.
—Está bien. —Sus
ojos estaban encendidos de pasión, pero su voz era tranquilizadora.
Gastón sonrió brevemente—. Me he dejado llevar.
Continuara...
*Mafe*
@gastochi_a_mil

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