sábado, 14 de enero de 2012

Inesperado Capítulo 3



Capitulo 3

Cande, cambio de planes. Dejemos la caminata para mañana, no tengo una buena noche. Un beso, te quiero mucho.

Ese mismo mensaje le enviaste a Candela, para evitar que saliera a esperarte sin sentido.
Mientras tanto, caminabas por las calles Marplatenses con tu bolso, en busca de algún taxi que te llevara a la casa de tu hermana. Hasta el momento no tenías suerte. Solo pasaban autos particulares, y algunos colectivos, que no tenías ganas de tomar.

Tu celular volvió a sonar, pero esta vez era Gastón.

-    ¿Cómo andas amor? – Su voz tan pacífica, te llenaba de paz. Esa que tanto estabas necesitando en tu vida.
-    Mal, Gas. No doy más. – Y en verdad te sentías así, quién menos esperabas te había decepcionado.
-    ¿Querés que te pase a buscar y hablamos?
-    Ahora estoy caminado para lo de Euge, me fui de casa.
-    ¡¿Rocío estás loca?!, ¿Cómo vas a andar sola? Me hubieses llamado. ¿Por donde estás? – Lo ponías histérico, cuando reaccionabas sin darle explicaciones. Ahora aún más.
-    Mi amor, yo sé cuidarme. No te preocupes.
-    Rocío, no te hagas la fuerte ahora, por favor. Y sé que estás mal, con escucharte ya me doy cuenta. Te quiero acompañar, Rochi. - Y sí, eras incomprensible. Necesitabas el apoyo de quienes te querían, pero a la vez, los alejabas.
-    Está bien, estoy a unas cuadras de la plaza. – Ya no querías provocarte más soledad.
-    Llegas, y me esperás ahí. Pero no te movés, eh.
-    Si, Gas. Te espero.
-    Te amo. – Y una cuota de dulzura, te curaba un poquito el dolor.

Un poco más tranquila caminabas hacia el punto de encuentro. En el camino, pasaste por un kiosco, y te compraste una botella de agua. Tenías mucha sed. Luego sí, continuaste.
Llegaste, y colocaste tu bolso en una de las esquinas del banco, y te recostaste en el, mientras esperabas a tu novio.

Observabas las estrellas. Sentías la maravillosa noche de verano que hacía. Levantaste, a penas, tu remera y acariciaste tu panza. A pesar de los problemas, que habías tenido, ya estabas queriendo a ese, pequeño o pequeña, con todo tu ser.

Mamá, perdón por la situación de hoy. Yo voy a estar bien, estoy en la casa de Valentino. No me busquen, por favor. Te amo.

Gastón, te había llevado a su casa, por lo que decidiste avisarle a tu mamá, en ese mensaje, para que no se preocupara.

Rochi cuídate mucho, por favor. Avísame cuando necesites algo, sabés que voy a estar siempre con vos. Te amo hija, y me duele que esto sea así.

-    A mi también, mamá. – Respondiste al leer la última oración. Y se te hizo imposible no llorar.
-    Un té de vainilla, para que te tranquilices. – Te lo alcanzó, y se sentó a tu lado en el sillón. – No llorés más, Rochi. Me parte el alma verte así. – Te hacía mimos. Vos no parabas, a la vez que, bebías sorbos del té.
-    Es que me duele Gas. La persona que menos imaginé, me dejó prácticamente sin un hogar, y me trató como me trató. Y mi mamá, a pesar de todo, está ahí. ¿Entendés?. ¡No le importó nada!, ella iba a acompañarme igual. – La palabras se te entrecortaban, la respiración no te permitía hablar tan seguido - ¡Me da bronca tener que estar así!
-    Bueno, Rochi pero ya está. Vamos a salir adelante como sea, vas a ver. Todo va a estar bien. – Tenía una visión muy optimista.
-    Ya lo sé, voy a ser lo que sea para que nuestro hijo esté bien. Pero siento una angustia, que no me la puedo sacar. Te juro. – No podías parar de llorar – Abrázame, y no me dejés, por favor. – Susurraste como una nena.
-    No te voy a dejar, No te voy a dejar. – Acariciaba tu espalda suavemente. – Te amo demasiado, y lo sabés.

Al día siguiente, despertaste a su lado. Él aún dormía, porque era muy temprano. Vos, tenías muchas ganas de comer algo dulce, por lo que, la cama no pudo retenerte ni un segundo más.
Arrastraste los pies hasta la cocina, en busca de algo que te satisficiera. Buscaste en la alacena, en la heladera, y en las latas pero no encontraste absolutamente nada que te gustara. Claro, olvidabas que estabas en el departamento de tu novio.
Lo único que hallaste en cantidad, fueron los saquitos de té. Tenía de todas las variedades. Optaste por uno de frutilla, y fin de tu antojo.
Volviste a la cama soplando el contenido de la taza. Reíste, al ingresar nuevamente, y verlo cada vez más desparramado, y encima en una cama de una plaza.

-    Lo siento, pero te vas a tener que mover. – Lo empujaste con una sonrisa traviesa. – Yo quiero mi lugar – Y ahora te sentabas con victoria, mientras tomabas tu delicioso té.

-    Nena, ¿Qué te pasa? – Y estuvo a punto de caerse. Vos sonreíste - ¿Un té a esta hora?, ¡Qué loca sos! – Se acomodó, y cerró sus ojos.

-    Somos dos ahora, y sí estoy tomando un té es porque no encontré otra cosa.

-    Bueno, no sabía que ibas a venir a mi casa, eh. – Te miró - Si no te preparaba algo mejor que esto.

-    Quédate tranquilo, hoy me voy.

-    No quiero que te vallas. – Y de repente, era el hombre más lúcido de la tierra.

-    Gas, no quiero ser una carga para vos. Además, no sé…no me siento lista para convivir.

-    No sos una carga para mí, y lo sabés. – Y sus ojos verdosos te observaron fijamente. – Pero, ¿ A dónde vas a ir?

-    A lo de mi hermana.

-    Está bien – Volvió a acomodarse, e intentó recuperar el sueño.

-    Hey, igual algunos días voy a venir con vos. ¡No te enojes, Ti! – (Gastón, Gas, Gasti, Ti una metamorfosis de nombre) Y estabas casi encima de él, jugando con sus cachetes. Los apretujaste, y le diste un beso.

-    ¡No me acordaba de ese apodo! – Río, y te besó.

-    Y viste, yo siempre tengo algo nuevo para vos. – Y tu sonrisa estaba llena de amor.

Más tarde, ya estaban levantados. Te estabas despidiendo, ya que ibas a ir para lo de Eugenia. Gastón, quiso acompañarte, pero no aceptaste. Le hiciste entender que podías sola. Que estabas embarazada, pero no inhabilitada para hacer las cosas por tu propia cuenta. Costó, pero lo lograste.
Poco minutos después, subiste a aquel auto negro y amarillo, y recorriste las calles Marplatenses hasta llegar a lo de tu hermana. Le pagaste, y otra vez tocabas el timbre, al mediodía.

-    ¡Rocío, otra vez a esta hora!, ¡Vos lo hacés para molestarme definitivamente! – Ella no sabía que te habían echado. - ¿Y ese bolso?

-    Me fui de casa. – Susurraste tranquila.

-    ¡Perdón!, nunca me controlo con mis palabras. – Te hizo pasar - ¡Vos también podrías haberme mostrado el bolso, che! – Y siempre te iba a devolver la sonrisa.

Por alguna razón que desconocías te conducía con rapidez hacia la cocina. Vos le seguías los pasos, pero la sentías rara. Tensa, para ser más explicita.

-    Amor, ¿Quién era? – Y sí, esa era la razón.

Nicolás Adolfo Guggiana Riera, o Nicolas Riera, Su algo. Iban y venían, que sí, que no. Siempre la misma historia. Un día Euge lo halagaba de arriba abajo, otros, solo quería que desapareciera de su vida.

-    ¡No, a mi no me pasa nada con él, Rochi! – Susurraste, imitando a tu hermana que salía a aclararle el panorama a Nicolás. Eugenia, te fulminó con la mirada.

Por unos minutos, no oíste nada. Ni siquiera escuchando con un vaso detrás de la puerta. Hasta que la misma, se abrió y los tenías a ambos ahí.

-    ¡Hay pero vos podés creer que no encuentro el agua! – Y que mal disimulabas.
-    ¡Chichón!, ¿Qué te trae por acá? – Se acercó y te abrazó. Vos solo querías sacártelo de encima. Él no te caía para nada bien.
-    Rocío, gracias. – Respondiste lo más amable posible – Me trae por acá algo que no te importa, ¿Si? – Eras mala. Te gustaba serlo con Nicolás. – Euge, ¿Me mostrás mi cuarto? – Sonrisa compradora.

Quince minutos después, estabas acomodándote en el cuarto que Eugenia te había indicado. Por lo que pudiste escuchar por el hueco de la puerta, mientras sacabas tus cosas, fue que Nicolás ya se había ido y que tu hermana iba directo hasta tu habitación, por lo que debiste cerrar la puerta.

-    ¿Algún día vas a cambiar?, ¡Nunca te hizo nada Rocío!, podrías tratarlo mejor. – Se sentó ofuscada, en tu futura cama.
-    ¡Es un idiota, Eugenia!, vos misma lo dijiste. – Intentabas ganar esa pelea.
-    ¡Pero ahora no es así!
-    No claro, si en la cama seguro te encantó. – Te habías dado el gusto de espiar un poco el estado de su cuarto, mientras ella no estaba. ¡Eras, sos y serás terrible Rocío!
-    ¡No hablés mejor! – Veinticuatro años, y todavía la intimidabas con esas cosas.
-    Como te saco la ficha hermanita. – Sonreíste victoriosa.

Luego de almorzar, y poner al tanto a Eugenia sobre todo lo que había ocurrido tras su charla, te fuiste a dar una ducha. Ella, se había tomado el trabajo de pedir un turno en el médico.

-    ¿En serio tengo que ir? – No te agradaba la idea. Tenías miedo.
-    ¡Parecés una nena, Rocío!, y sí vas a venir. – Por poco, y te arrastra hasta el auto.

Euge manejaba, y vos seguías protestando a su lado. La cabeza de tu hermana algún día iba a estallar.
Estacionó el auto lo más cerca que pudo, y bajaron del mismo. Cruzaron aquella puerta de vidrio, y recorrieron un pasillo hasta llegar a la mesa de entrada. Allí, tu hermana ratificó el turno, y fueron a sentarse en uno de los asientos frente a los consultorios.

Unos diez minutos después, te llamaron por tu nombre, y tu corazón se te aceleró. Eugenia, tomó tu mano y ambas ingresaron.
Una vez adentro, le contaste a Silvia, tu doctora, lo que te ocurría. Te examinó como lo hacía normalmente, y luego, te dio un turno para que fueras a la ginecóloga.
Justamente, era en la misma clínica, y en tan solo una hora, por lo que decidieron ir a caminar un poco, y después volver

-    ¿Un poco más tranquila Rochi? – Se habían sentado en una plaza.
-    Si, ya estoy mejor. ¿No te molesto en tu casa no?. Digo, yo me instalé, y te hice todas esas bromas, pero…
-    Rocío, sos mi hermana. No digas más estupideces - Pasó un brazo por encima de tu hombro – Me corrijo, solo las que me hagan reír.
-    Como las de vos, y Nicolás. – Intentó pronunciar algo, pero la interrumpiste -Bien, conste que tengo tu aprobación. – Y no valió la pena continuar.
-    ¡Sos terrible nena, eh! – Le ponías los pelos de punta.

Luego de tu incansable insistencia, Eugenia te acompañó a un quiosco por ahí cerca. Tenías hambre, y querías algo para comer.

-    ¿Contenta ahora? – Bufó.
-    Si Eugenia. Sos la mejor, eh. – La abrazaste.
-    Soltáme, soltáme. ¡No sé como me podés seguir convenciendo! – Caminaban en dirección a la clínica.
-    Y con esta carita, como no vas a caer.
-    Dios, dame paciencia con semejante ser. – Ibas a volverla loca.

Entre sus peleas sin sentido, llegaron más rápido de lo esperado. Ingresaron por la misma entrada, y subieron un piso para ir al sector de ginecología. Allí, volvieron a sentarse, y con suerte te callaste definitivamente. Habías encontrado tu programa favorito en el televisor de la sala.

Diez minutos después, volviste a oír tu nombre. Esta vez, una señora de cabello castaño y ojos marrones, te esperaba en la puerta.
Tomaron asiento, y le entregaste el papel, que anteriormente Silvia te había dado. Luego, comenzó a hacerte varias preguntas, a las cual vos respondías con total seguridad, y ella completaba una planilla. Posteriormente, te hizo recostar sobre una camilla, y llevó a cabo un reconocimiento físico. El cual te incomodaba un poco. Por lo visto, ella notó tu incomodidad, y te tranquilizó un poco. Sabía que todo eso era nuevo para vos.
Finalmente, te informó para que servía aquellos estudios, y te pidió algunos más también. Los cuales se los entregarías la semana entrante, en tu próxima visita.
Se despidieron, y salieron de allí.

-    ¿Querés que te lleve a algún lado? – Iban en busca del auto.
-    No, está bien. Voy caminado a lo de Candela.
-    Vení, te llevo. – Y pulsó el botón de la llave para sacarle la alarma.
-    ¿No te molesta? – Arrugaste tu frente.
-    No, tengo nada que hacer. – Sonrió y subiste.

Euge salía del estacionamiento, y vos ya estabas buscando alguna canción que te gustara en la radio. Bajaste la ventanilla, y te dedicaste a mirar para fuera.

-    ¿Te sentís bien? – Sí, tu silencio asustaba a cualquiera.
-    Si, estoy cansada nada más.
-    Tendrías que dormir un ratito. – Frenó por el semáforo.
-    Parecés mamá.
-    Hablando de ella, ¿No vas a ir a verla?
-    No, les dije que a esa casa no volvía más.
-    Pero Rochi, mamá no tiene la culpa.
-    No importa, con ella hablaré en otro lugar, en otro momento. Hoy quiero ver a Cande. – Caprichosa, como ninguna.
-    Está bien, como quieras. – Era un caso perdido intentar cambiarte el pensamiento.

Tres cuadras más, y estaban frente a la casa de Candela. Saludaste a Eugenia, y descendiste del vehículo.

-    Cuídate – Te gritó desde adentro.
-    Vos también, y… Gracias – Y viste como levantó su ceja – Por todo. – Simplificaste.
-    Te quiero mucho, Rochita. – Te mordiste el labio, detestabas ese apodo.

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