jueves, 8 de marzo de 2012

Amor Escondido Cap 1





Capitulo 1
UN BEBÉ!
¡En la puerta de su casa!
Aquello no podía estar sucediendo. Debía de haber algún error.
Rocio continuó mirando sin comprender a la mujer que llevaba un capazo con un bebé y que ase­guraba que estaba allí para dejárselo.
Rochi sacudió la cabeza con seguridad, agi­tando la sedosa melena rubia que le llegaba a hasta el final de la espalda.
-Nunca he creído esa historia sobre las cigüeñas -dijo Rochi irónicamente-.Y siento decepcionarte, pero creo que ha habido algún error...
-Ningún error -le aseguró la otra mujer alegre­menteen-. Eugenia me dio instrucciones detalladas de cómo llegar hasta aquí, y exactamente con quién te­nía que dejar al bebé. Después de verla, no tengo ninguna duda -la joven se rio-. ¡Las dos son idénti­cas!
Rochi dejó de escuchar en el momento que mencionó el nombre de su hermana gemela, aunque la invadió el resentimiento al oír el último comenta­rio. ¡Eugenia y ella podían ser parecidas físicamente, pero ahí acababa la similitud!
Rochi retrocedió, sujetando la puerta abierta.
-Tal vez sea mejor que pases -suspiró-. Con el bebé -añadió a regañadientes.
-Me llamo Janey Reynolds, y soy la niñera de Alai -dijo la otra mujer mientras avanzaban por el pasillo alfombrado.
Janey llevaba el enorme capazo delante de ella, y lo depositó en el sofá una vez que estuvieron en el confortable salón de Rochi
-Rocio Igarzabal -se presentó distraídamente, mi­rando el capazo como si en él hubiese un extraterrestre.
-Bonita, ¿verdad? -dijo Janey cuando Rochi se inclinó con cuidado por un lado del capazo.
Para Rochi era como cualquier otro bebé: rosa, muy arrugada, con muy poco pelo... ¡y, afortunada­mente, en ese momento tenía los ojos cerrados!
Rocio se apartó del capazo como si la hubieran aguijoneado. Definitivamente allí había un bebé.
-Deduzco que trabajas para mi hermana Eugenia -miró a la joven con los ojos entrecerrados.
Janey Reynolds debía de tener unos veinte años, tenía un rostro franco y amistoso, con algunas pecas y un pelo rubio rojizo peinado hacia atrás. Su del­gada figura estaba enfundada en una camiseta y unos pantalones vaqueros entallados. Un atuendo ideal para cuidar a un bebé.
Mientras que la ropa de Rochi... una blusa de seda del mismo color azul cobalto que sus ojos y unos pantalones de seda negros que moldeaban su estilizada figura y que habían sido diseñados por ella misma para que fuesen estilosos y cómodos a la vez. Pero desde luego no eran a prueba de bebés.
-Como niñera de Alai -afirmó Janey, sin dejar de sonreír-. Creía que Eugenia se lo había mencio­nado... -frunció el ceño ligeramente.
Dado que Rocio y Eugenia no se habían visto desde hacía un año, Eugenia probablemente ni si­quiera estaba embarazada en aquella ocasión. Lo que obligaba a la pregunta... ¿quién era el padre del niño?
-Por favor, siéntate -la invitó Rochi, sentán­dose en una butaca frente a la joven-. ¿Y llevas mu­cho tiempo trabajando para mi hermana? -preguntó en tono conversador, totalmente confusa.
Janey sacudió la cabeza.
-Desde el día que salió de la clínica. Hace unas seis semanas.
-Entiendo -dijo Rochi lentamente... sin com­prender nada.
Eugenia había dado a luz hacía seis semanas... pa­recía increíble que su hermana gemela hubiese pa­sado un embarazo y un parto sin que Rochi lo su­piese.
Janey parecía un poco menos segura de sí misma.
-Eugenia está en Estados Unidos. Tiene que que­darse allí el fin de semana por lo menos -dijo lenta­mente-. Pensaba que la había llamado.
-¿Llamarme? -Rochi estaba completamente perdida.
-Para decirle que cuidase a Alai durante unos días hasta que vuelva -explicó Janey con el ceño fruncido-. Verá...
-¡Qué!
Rocio se levantó bruscamente, completamente horrorizada de lo que acababa de decir la joven. Se quedó de pie, tan alta y esbelta como cualquier modélo. Excepto que no era modelo; diseñaba ropa. RocIgarzabal se estaba convirtiendo en una de las prin­cipales marcas de diseño del mundo, y la propia Rocio era uno de los mejores escaparates de su propia ropa... alta, elegante, con una serena belleza que la prensa encontraba tan fotogénica como cada una de sus nuevas colecciones.
Pero esa serena belleza se había alterado definiti­vamente en ese momento.
-Estoy segura de que has entendido mal a Eu-genia -le dijo a la joven, decidida a no dejarse lle­var por el pánico.
-No lo creo -Janey sacudió la cabeza, todavía frunciendo el ceño-. Como le he dicho, Eugenia está en Estados Unidos...
-Eso lo he entendido -le aseguró Rochi con calma-. Simplemente no veo lo que tiene que ver eso conmigo. Me has dicho que eres la niñera de Alai…
-Y lo soy -Janey Reynolds empezaba a parecer molesta-. Pero mañana me caso -sonrió tímida­mente-, así que obviamente no puedo cuidar a Alai hasta que Eugenia vuelva. Su hermana me ase­guró que no tendría problemas para cuidar a Alai  unos días -se mordió con preocupación el labio in­ferior tras su última revelación.
Por supuesto que Rochi tenía problemas. ¡No sabía absolutamente nada de bebés, y estaba dema­siado ocupada con su vida como para ocuparse de las responsabilidades de Eugenia!
   -¿Tienes un número de teléfono donde pueda lo­calizarla? -le preguntó con impaciencia. Janey se mostró consternada.
   -Siempre está de noticia en noticia, y normal­mente es ella la que me llama...
Rocio se preguntó qué sería «normalmente» para su hermana periodista; Eugenia no se detenía ante nada para conseguir una exclusiva. O cualquier cosa que quisiese. ¡Rochi lo sabía por experien­cia...!
-¿Exactamente cuánto tiempo lleva mi hermana en  Norte América? -preguntó con sagacidad.
-Casi una semana -le reveló Janey de mala gana. Increíble, siendo su hija tan pequeña. Aunque cualquier cosa era posible con Eugenia.
-Entonces no tienes ninguna manera de contactar con ella -Rochi habló casi para sí misma-. Y te ca­sas mañana, así que naturalmente no vas a poder cuidar al bebé durante un tiempo... -miró interroga­tivamente a la niñera.
-Me voy dos semanas de luna de miel a Barba­dos -contestó Janey, consciente de que aquello era una completa sorpresa para Rochi.
A sus veintinueve años, Rocio ni siquiera se ha­bía planteado tener hijos. Era una profesional, y sus diseños eran los únicos «niños» en los que estaba in­teresada.
Euge tenía una cara increíble. La ruptura entre ellas había sido definitiva hacía un año aproximada­mente. ¿Cómo tenía el valor de dejarle a su hija des­pués de cómo se había portado entonces...?
Y por supuesto, no ayudaba nada el hecho de que sabía que Gas iba a ponerse completamente furioso con esa situación.
Oh, a paseo Gaston y lo que pensase sobre la situa­ción. Si iba a estar tanto tiempo en casa el fin de semana como había estado los últimos meses ni si­quiera se enteraría de que había un bebé en la casa.
     -Supongo que es demasiado tarde para contratar a una niñera temporal hasta que Eugenia vuelva... Janey hizo una mueca
-¿Un viernes a las seis de la tarde? Un poco difí­cil, me parece.
Entonces por qué no había llevado al bebé antes. Maldita Eugenia. Aquello era cosa suya.
-Siento muchísimo todo esto, señorita Igarzabal. Rochi sacudió la cabeza.
-Puedes estar segura de que soy muy consciente de que nada de esto es cosa tuya -suspiró-. Creo que será mejor que vayas a recoger las cosas de Alai al coche. Debes de estar deseando irte -añadió sin más dilación, preguntándose cómo se las iba a arreglar.
Pero Eugenia no le había dejado otra opción.
Teniendo en cuenta lo volcada que estaba hacia su carrera, Rochi no podía imaginarse lo que había hecho que su hermana tuviese esa niña. Era cierto que Eugenia siempre había sido la que, cuando eran niñas, se quedaba en casa jugando con las muñecas, mientras que ella se subía a los árboles con los hijos de los vecinos, pero parecía como si el nacimiento de Alai hubiese sido un pequeño contratiempo en la vida de su hermana, un pequeño bache antes de continuar haciendo su vida.
Janey vaciló de camino al coche.
-Alai tiene que comer dentro de unos minutos. ¿Quiere que me quede y le enseñe cómo preparar el biberón...?
Rochi agradeció su ofrecimiento. Y se aprove­chó de ello sin reparos.
Parecía bastante sencillo mientras observaba cómo lo hacía Janey... incluso cambiarle el pañal no parecía tan horrible. Inmediatamente después de darle de comer y cambiarla, Alai se volvió a dor­mir. ¡Qué fácil!
-Esto... le dejaré mi número de teléfono, si quiere.
Janey parecía reacia a irse cuando llegó el mo­mento... dándose cuenta obviamente de que Rocio era una completa novata en cuanto a bebés, y proba­blemente temiendo por la seguridad de Alai.
Lo que era más de lo que se podía decir de Eugenia. Rochi se daría el gusto de pedirle una ade­cuada retribución a su hermana por el fin de se­mana. ¡Aquello era lo peor que Eugenia le había hecho!
Bueno... casi.
-Es muy amable por tu parte -dijo Rochi, de­jando la tarjeta de Janey junto al teléfono-. Pero es­toy segura de que no lo necesitaré -añadió con segu­ridad.
Cuatro horas después no estaba tan segura de ello. Todo había parecido muy fácil cuando Janey había dado de comer y había cambiado a la niña, pero poner esa teoría en práctica demostró ser mu­cho más difícil de lo que parecía.
Para empezar Rochi no podía sujetar al bebé y darle de comer al mismo tiempo. Y el pañal no se quedaba en su sitio. Al final lo sujetó con unos im­perdibles.
Aproximadamente una hora después, la niña ha­bía comido, estaba cambiada y se había vuelto a dormir en su capazo, dándole a Rochi la oportunidad de ponerse al día con sus tareas antes de irse a la cama.
Parecía que acababa de quedarse dormida cuando se despertó con el llanto de Alai en la habitación de invitados. El inicial lloriqueo aumentó en enor­mes proporciones antes de que Rochi se hubiese despertado lo suficiente para ocuparse de ello.
Rochi se preguntó cómo demonios aguantaban eso las madres durante semanas, a veces meses, mientras entraba dando tumbos en la cocina, inten­tando sujetar a Alai envuelta en una toquilla en un brazo y calentar el biberón con la otra mano.
No por tenerla en brazos la niña había dejado de llorar. El escándalo que estaba armando Alai re­tumbaba en su cabeza y en toda la cocina.
Al fin el biberón estuvo preparado y se sentó en una de las sillas de la cocina para darle a la niña su leche. Solo para encontrarse con que no la quería, rechazando el biberón repetidamente con su lengüita rosa, ¡y empezando a berrear de nuevo!
Rochi tenía los nervios destrozados del llanto. Su primer instinto fue telefonear a Janey Reynolds, pero una mirada al reloj le hizo ver que la una de la madrugada no eran horas de llamar a nadie.
¿La una de la madrugada...?
Janey había dicho que la niña comía aproximada­mente cada cuatro horas, y solo hacía tres horas desde que había comido por última vez.
¿Estaría enferma? ¿Tendría fiebre? ¿Qué...?
-¿Qué demonios pasa aquí?
Rochi levantó la vista sobresaltada, mirando ha­cia la puerta, y haciendo una mueca al ver a su ma­rido. Lo que le faltaba.
    ¿Cuándo había llegado a casa? Hacía tiempo, por su aspecto... estaba obviamente desnudo bajo el batín de seda negro anudado a la cintura, y tenía el pelo rubio revuelto de dormir.
Ella sin embargo no había podido ponerse la bata cuando había salido corriendo de la cama para ver qué le pasaba a Alai ; solo llevaba un pijama de seda gris perla, ¡y la niña le había escupido la mayor parte de la leche encima!
Rochi se levantó bruscamente, meciendo a la niña en sus brazos, cuyos berridos se habían conver­tido en hipos y sollozos.
-¿A ti qué te parece? -replicó ella con impacien­cia.
Gaston parpadeó, entrecerrando sus ojos verdes en las duras facciones de su atractivo rostro.
-Me parece un bebé... pero estoy seguro de que debe ser una pesadilla. ¡Nosotros no tenemos nin­gún bebé!
Teniendo en cuenta que Gas y ella se habían ca­sado hacía más de un año, y habían dormido en ha­bitaciones separadas desde el principio de su matri­monio, eso era de lo más improbable.
Gaston y ella tenían lo que podía considerarse un matrimonio de conveniencia, matrimonio que les convenía a los dos. Al menos, hacía un año. Rochi no estaba segura de que siguiese siendo así.
Para ninguno de ellos. Pero por diferentes razo­nes...
-Qué astuto, Gas -dijo ella burlonamente-. Aunque eso no ayuda a resolver el problema de cómo hacer que Alai deje de llorar -añadió, can­sada, mientras el bebé continuaba llorando-. No esperaba que estuvieses ya en casa -observó acusado­ramente
-He terminado pronto de trabajar -dijo él distraí­damente, entrando en la cocina con paso decidido, quitándole a la niña de los brazos, y mirando con el ceño fruncido la carita en forma de corazón-. ¿Qué pasa, Alai? -murmuró en tono tranquilizador-. No podemos ayudarte si tú... -se detuvo, mirando a Rochi con el ceño fruncido-. ¿Has probado a cam­biarle el pañal?
Rochi miró fascinada a su alto y arrogante ma­rido atravesando la cocina con Alai. Gaston era uno de los hombres más guapos que Rochi había visto en su vida, y poseía un magnetismo físico del que ella no se había percatado cuando se casaron.
¿Cuándo había cambiado aquello?
No estaba realmente segura. Solo sabía que sen­tía una profunda sensación de insatisfacción en su matrimonio, un anhelo de algo más.
-¡Rocio! -gritó Gaston, impaciente al no recibir respuesta a su pregunta.
Ella se irritó con resentimiento.
-Janey dijo que no había que cambiarla hasta que no comiese...
-Y estoy seguro de que tiene razón... ¡si no fuese porque Alai está completamente empapada!
Gaston puso cara de asco mientras abría la toquilla en la que estaba envuelta la niña para mostrarle el pijama mojado.
Rochi sintió que el calor invadía sus mejillas, sintiéndose una incompetente. No controlar una si­tuación era algo que le resultaba muy incómodo. ¡Y más en presencia de Gaston!
La razón por la que la niña no dejaba de llorar re­sultó obvia cuando Rochi le quitó el pijama y en­contró que el pañal se había movido hacia un lado mientras Alai dormía. El pañal estaba casi seco. La situación era peor todavía porque Gaston no dejaba de observar sus acciones con sus burlones ojos ver­des entornados, haciendo que se sintiese más incom­petente que nunca.
¡Nunca perdonaría a Eugenia  por eso!
-A ver, déjame -murmuró Gaston impaciente­mente.
Cansado de los esfuerzos de Rochi para cam­biar el pañal, se hizo cargo él mismo, consiguiendo un resultado perfecto en cuestión de segundos. Para disgusto de Rochi.
-¿Desde cuándo eres un experto en bebés?
-murmuró ella con resentimiento mientras Gas po­nía a Alai ropa limpia aparentemente sin es­fuerzo.
Minutos después la niña estaba limpia y seca, el llanto había cesado y empezaba a quedarse dormida en los fuertes y confortables brazos de Gaston.
-No soy ningún experto, Rochi -dijo él con desdén-. Es cuestión de sentido común. Además...-se encogió de hombros-. Soy diez años mayor que Peter; me divertía cuidándolo cuando era niño.
Rochi se puso tensa ante la mención de su her­mano pequeño. Por acuerdo tácito ni Gaston ni ella hablaban de Peter o Eugenia desde el primer día de su matrimonio. El motivo era bastante simple; no había nada que decir de ninguno de ellos.
Y Rochi no pudo evitar sorprenderse de que Gas hubiese mencionado a Peter.
Aunque le dio la perfecta oportunidad para su si­guiente comentario.
-Gas, Alai es hija de Eugenia -le dijo sin ro­deos, observando con los ojos entrecerrados su reac­ción.
No hubo ninguna. Al menos ninguna visible para Rochi. Pero eso también era típico de Gaston. Su marido era un hombre que no mostraba sus senti­mientos, excepto la burla que parecía ser parte de su naturaleza. Aunque Rochi estaba segura de que por dentro se le había removido algo.
Porque si sus vidas no hubiesen sido alteradas hacía quince meses por el egoísmo de Eugenia, ¡«él» podía haber sido el padre de Alai...!


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