jueves, 7 de junio de 2012

Antes y despues de odiarte capitulo 8


De pronto, un fuerte empujón le arrojó contra la pared. Sintió el impacto en la espalda y en la cabeza. Una presión en el cuello le cortó la respiración. Todo duró un instante. Un instante en el que su cerebro procesó la información como si la acción hubiera transcurrido a cámara lenta. Mientras identificaba el rostro furioso de su agresor advirtió que, a su derecha, peter salía del automóvil y se abalanzaba en su ayuda. Dirigió hacia él su mano abierta. Aunque asfixiado por el aplastamiento de su garganta, consiguió gemir un «no» para asegurarse de que su amigo se detuviera. Tenía ante él al maldito pablo, que con un brazo le aprisionaba las costillas y con el otro le pulverizaba la tráquea dejándole sin aire. No necesitaba añadir a sus problemas la agresión a un agente de la ley.

—¿Me recuerdas? preguntó entre dientes el comisario. ¿Tienes alguna idea de quién soy?

Sí... respondió con voz rota. Eres... el cabrón que me metió en la cárcel.

—¡Exacto! exclamó apretando un poco más, pues le pareció escucharle hablar con demasiada facilidad. Soy el cabrón que te envió a la cárcel y también soy el cabrón que volverá a hacerlo si te pasas de listo.

No he... hecho nada. Intentó apartar el brazo con sus manos. Pablo hundió el codo con más saña.

—¿Nada? Ten cuidado conmigo, porque puedo ponerte las cosas difíciles. Muy difíciles.

Estoy seguro de eso aceptó justo antes de que el ahogo le provocara un ataque de tos.

Bien. Me alegra que comencemos a entendernos. Se frotó con chulería su permanente rastro de barba. Y ahora escucha con atención. Aproximó el rostro para amenazarle en voz baja: No vuelvas a acercarte a ella. Te juro que no tendré ningún problema en acabar contigo si lo haces.

Gaston, que ya había recuperado el aliento, no fue capaz de callarse al ver su preocupación.

—¿A qué temes? Sonrió con impertinencia. ¿A que me la vuelva a follar y de nuevo prefiera mis polvos a los tuyos?

—¡Maldito cabrón! exclamó al tiempo que le encajaba el puño en la boca del estómago. Gaston se dobló de dolor. Debes de ser un puto suicida para provocarme de esa forma. ¿Acaso crees que bromeo? ¡Responde! exigió entre dientes. ¿Crees que estoy bromeando?

Demasiado dolorido para hablar, gaston negó con un gesto de cabeza. El comisario le sujetó las solapas de la cazadora y las alzó hasta levantarle con ellas la barbilla.

Estás avisado murmuró con amenazante voz baja. Ni siquiera te atrevas a mirarla a distancia. Le soltó y se arregló los cuellos de su propio abrigo, después los puños que cubrían su impecable camisa blanca. No voy a permitir que ningún cabrón como tú le haga daño. Te estaré vigilando muy estrechamente, así que no cometas ninguna estupidez aconsejó en tono conciliador. Acto seguido se volvió con tranquilidad, como si nada hubiera ocurrido, y cruzó la calle para dirigirse a su coche.

—¿Qué ha sido eso? ¿Quién era ese tipo y de qué cojones estaba hablando?

Era un poli se respondió—. Era un poli, y si le he entendido bien tú has hecho una visita a la tipa esa, ¿no es cierto? volvió a preguntar al tiempo que movía los pies de un lado a otro, incapaz de quedarse quieto.

Algo parecido murmuró con una lastimosa voz ronca. Y ese «poli» es el comisario.

—¿El comisario? Pero... ¿te has vuelto loco? ¡Dios! exclamó llevándose las manos a la cabeza. Se acabó el puto plan y se acabó todo.

De eso ni hablar opinó Gaston con los brazos sobre el estómago. Todo sigue igual, sin cambios.

Definitivamente, estás loco. En cuanto ese típo se entere irá a por ti. Además de que se ocupará de que a la tipa no le pase nada.

Todo está calculado. Intentó erguirse y aulló de dolor. Continuó doblado sobre sí mismo. No podrá inculparme por mucho que sospeche, y tampoco podrá encubrirla a ella.

El que una vez le hubieran pillado con droga no le hacía responsable de toda la que encontraran a su alrededor. No tenía que pasarse la vida demostrando su inocencia. En todo caso eran los demás los que deberían probar su culpabilidad. Y él no iba a dejar ningún rastro que les permitiera hacerlo.

Seguramente eso empeorará las cosas opinó peter. Se vengará a su manera, y seguro que tiene mucho donde escoger.

Pero a ella nadie la librará de la cárcel. El dolor no le dejó sonreír. Lo que ese madero quiera hacer conmigo será un pequeño daño colateral sin demasiada importancia bromeó con acidez.

Sí, sin ninguna importancia repitió con enfado. Al fin y al cabo, estás acostumbrado a que te jodan. ¿No es verdad?

Vale. No hables si no puedes concedió todavía nervioso. Pero escucha lo que tengo que decirte. Esto no es lo que habíamos preparado. Si quieres destrozar tu vida hazlo, pero no cuentes conmigo para conseguirlo.

Ya me has enseñado lo que necesitaba saber resopló suavemente para soportar el dolor. El resto es cosa mía.

Era noche cerrada. En los jardines los árboles continuaban desnudando sus ramas. rocio, desde la ventana de su habitación, contemplaba el vuelo silencioso con el que a la luz de las farolas las hojas alcanzaban el suelo. Ella miraba sin disfrutar del hermoso espectáculo. Ni siquiera veía las luces que, desde el otro lado. Tenía el pensamiento muy lejos de aquella hermosa postal nocturna.

Desde que había visto a gaston, el pasado, que nunca dejó de repetirse en su memoria, había cobrado más intensidad, más crudeza. Tenía la sensación de que en unos meses de su vida llegaron a concentrarse sus mayores dudas y sus más arriesgadas decisiones, su mayor felicidad y su más cruel amargura. Había tenido un miedo atroz a enamorarse de él. Pero ni aun soportando todo el temor y las dudas del mundo había sido capaz de apartarse de su lado. Debió haber sabido que su corazón no podría resistirse a su delicadeza, a su ternura, a su felicidad, a su risa contagiosa. Desde el primer momento luchó contra la tentación de cruzar los límites para mirarlo de cerca, para escuchar su voz y su risa, para comprobar si su piel olía como imaginaba. Después ya no fue capaz de alejarse. Él se convirtió en la droga sin la que no podía pasar ni un solo día. La droga que siempre supo que sería su perdición.

«¿Cómo podía luchar contra ti?», susurró, inmóvil junto a la ventana. «¡Si eras tan romántico, tan tierno, tan sorprendente!» Las lágrimas convertían las luces en manchas borrosas y brillantes. Con la mirada perdida se adentró en el pasado, en un turbador e inolvidable encuentro en el bar.

Ella ha tomado su café. gaston ha cogido la taza para girarla boca abajo sobre el plato. Ya lo ha hecho en otra ocasión dejándola desconcertada. Esta vez se jura que no se quedará con la duda.

—¿Qué es esto? ¿Brujería? —se interesa riendo.

—Algo parecido —bromea él—. Mi abuela me enseñó un poco de magia.

La mira con gesto divertido y misterioso. Ella no deja de pensar que tanta seducción en un delincuente puede ser un problema o al menos lo está siendo para ella. Se siente atrapada en el fondo de esos ojos verdes, pero le gusta estarlo. Le gusta sentir el hormigueo en su pecho cuando él le sonríe o el temblor en su corazón cada vez que intenta besarla. Solo se arrepiente de haberse dejado llevar por la inconsciencia cuando ya está lejos de él. Cuando redacta sus informes y omite que ha tomado contacto con el sospechoso. Cuando está sola y se recalca que enamorarse sería un tremendo error.

—¿Cuánta magia te enseñó? —pregunta como si le estuviera acusando de haberla hechizado—. ¿Haces vudú, conjuros, lees las líneas de la vida?

Algo chispea en sus ojos verdes. «Tal vez la magia», piensa en ese momento.

—¿Me permites? —ruega él mientras le señala la mano sin atreverse a rozarla.

Ella la extiende con la palma abierta y la posa sobre la izquierda de Gaston. Él toma aire cuando siente su roce. Desliza la yema de los dedos por las líneas que debe leer. Lo hace despacio, sin ocultar que disfruta de la finura del tacto.

—Es hermosa. Tiene unas preciosas líneas curvas. ¿Ves ese punto en el centro? —La mira un instante y vuelve a poner la atención en la delicada piel mientras él mismo se responde—: ese soy yo; tu eje, tu principio y tu fin, tu amor, tu vida.

Los ojos de rocio centellean de felicidad mientras una sonrisa cándida se le instala en los labios.

—Deja de hacer el tonto y léeme el futuro —dice entre risas.

—No puedo —confiesa sin dejar de acariciarla—. No sé hacerlo. Mi abuela no leía las líneas de la mano ni echaba el Tarot ni consultaba una bola de cristal. Tenía una pequeña herboristería en la que, además de vender remedios para casi todos los males existentes, interpretaba los posos de café. —Con una mirada tierna ruega que le perdone el atrevimiento, pero no la suelta.

Rocio emite una risa temblorosa. En realidad toda ella tiembla. También la mano de la que Gaston se ha apoderado con la inesperada artimaña. No intenta recuperarla. El roce de sus dedos le provoca un grato estado de embriaguez, una plácida felicidad que se resiste a perder.

—¿Cómo se hace? ¿Qué ves en la taza?

—Dibujos —explica él—. Están en el fondo, pero también en las paredes, y dependiendo de la distancia que tengan con el borde el significado cambia. Es como mirar las nubes y descubrir formas, pero sabiendo qué quiere decir cada cosa.

—¿Crees que todo está escrito en nuestros posos de café?

—¡Ojalá lo estuviera! —susurra—. Ojalá pudiera ver mi destino unido al tuyo en los dibujos de una taza o en las líneas de tu mano o en el fondo de tus ojos de titanio.

—¿Titanio? —pregunta sorprendida. Los dedos de Gaston siguen rozando la sensible piel de su mano y a ella le cuesta respirar.

—Sí, titanio. ¿Te has fijado en ese tono cambiante del Gugen cuando le da la luz del sol o el reflejo de la luna, o cuando lo humedece la lluvia? —Sonríe al verlos brillar—. Así son tus ojos. Así de hermosos, así de inalcanzables.

El rostro de Rocio enrojece. Le tirita la risa y le tiemblan los labios, y Gaston baja la mirada hacia ellos. Se le ve torpe, desconcertado, y ella sabe que no es el modo en el que suele actuar ante una mujer.

—¿A cuántas chicas has dejado asombradas con esa magia que te enseñó tu abuela? —pregunta con más curiosidad de la que quiere aparentar.

—Tan solo a ti. —Esta vez es a él a quien le flaquea la risa—. Quiero decir que eres tú la única mujer a la que he intentado asombrar con esto. No sé si lo he conseguido.

Rocio asiente con una leve inclinación de su rostro. Después vuelve los ojos hacia su mano.

—¿Me la devuelves, por favor? —musita enrojeciendo de nuevo.

—Cualquier deseo tuyo, hasta el que consideres más insignificante, es un mandato para mí. —Pero no la suelta inmediatamente. Le va acariciando los dedos con suavidad, deslizándolos entre los suyos como si le costara perderlos.

—No sé si debo creerte —dice posando en él sus ojos claros y brillantes.

Su duda no es tan simple como parece. Él es un delincuente y ella, a pesar de toda su experiencia con personajes de todas las calañas, solamente es capaz de ver su lado amable y tierno. Eso le hace desconfiar de su capacidad para la misión que le han encomendado.

—¿De verdad no lo sabes? —susurra a la vez que acerca el rostro—. ¿No es evidente que solo vivo para verte, que me tienes en tus manos desde que entraste en mi corazón?

Él continúa acortando el espacio que queda entre sus labios. Va a besarla. Rocio interpone sus dedos y él los roza con suavidad. Una risa clara surge de su boca. Es el modo en el que le pide disculpas por haberlo intentado de nuevo, y la previene de que volverá a hacerlo en cuanto tenga ocasión.

«¿Cómo podía luchar contra ti?», volvió a preguntarse rocio, con la frente apoyada en el cristal frío de la ventana. «¿Cómo podía no enamorarme de ti?», repitió controlando un estremecimiento, con la mirada perdida en las manchas brillantes que se reflejaban en las frías aguas de la ría.





Es lo que pediste que te consiguiera indicó Peter con los brazos cruzados sobre el pecho. El coche más barato que pudiera encontrar. Este anda y además le funciona la radio añadió con orgullo.

Es perfecto. Se puso en pie y frotó sus manos sobre las perneras de sus vaqueros. No se puede pedir más por lo que he pagado por él.

No estoy seguro de saber hacerlo.

—¡Claro que sabes! Esto es como andar en bici o como follar. Alzó una ceja en un gesto de complicidad. No me has contado detalles pero... comprobaste que no se te había olvidado, ¿no?

Su sonrisa respondió por él. Cogió aire con los ojos cerrados y lo dejó salir despacio. Este era ahora su coche, igual que esto que dolía sin ninguna pausa era ahora su vida.

.

Rocio rasgó el grueso papel marrón que cubría una pieza. Un color fucsia brillante con dibujos dorados provocó la admiración de Mery . Comentó que aquel tejido quedaría perfecto tapizando los sofás de su salón. Rocio asintió sin ninguna emoción mientras empujaba la pesada bobina hacia el estante.

Llevas unos días que no eres tú comentó mery ayudándola a trasladar la pieza. Estás triste, ausente. ¿Qué te preocupa?

rocio suspiró suave y hondo. Tenía el corazón comprimido y encajado en la boca del estómago. Era una sensación angustiosa que le carcomía lentamente y sin descanso.

He visto a alguien a quien amé mucho reveló al tiempo que comenzaba con otro envoltorio.

—¡Menuda sorpresa! Empezaba a creer que no tenías corazón para enamorarte. Le posó la mano sobre el pecho para hacerla reír. Parece ser que sí. ¡Y late!

Ojalá no lo tuviera y nunca me hubiera enamorado de él.

La sonrisa de Mery  se apagó al entender que la actitud abatida de su amiga no invitaba a bromas.

Nunca me has hablado de tus relaciones, y creo que este es un buen momento para comenzar indicó con suavidad mientras se sentaba en la escalera de tres peldaños, junto a las baldas. Somos amigas también para lo malo. ¡Anda, cuéntame qué es eso que todavía te hace sufrir!

Me enamoré sabiendo que era una locura que cambiaría mi vida. No tuve voluntad para alejarme de él cuando estuve a tiempo. En realidad opinó entrecerrando los párpados, creo que nunca estuve a tiempo, que me enamoré en cuanto lo vi por primera vez.

—¿Cuánto hace de todo eso?

Fue antes de que pusiéramos la tienda.

—¿Estaría acertada al suponer que fue por eso por lo que dejaste el cuerpo de policía? ¿Fue por él? ¿Fue por ese hombre?

Sí. Fue por ese hombre. Suspiró de nuevo y terminó de retirar el papel. Apareció un llamativo ramaje verde sobre un fondo blanco. Cuando le perdí sentí la necesidad de cambiar de vida, de comenzar de nuevo con cualquier cosa que no me lo recordara.

—¿Sigues amándole? se interesó con cautela, temerosa de dañarla.

Rocio se entretuvo en rozar los dibujos de hojas con las yemas de los dedos, con expresión ausente.

Le llamaban Trazos dijo evitando la pregunta. Trabajaba en una empresa de diseño gráfico. Era un artista con mucha sensibilidad. Miró a su amiga y curvó ligeramente los labios al no oírle hacer la eterna pregunta de cada vez que hablaban de hombres. Y sí, era muy guapo, con unos fascinantes ojos verdes y una sonrisa capaz de derretir la voluntad más firme aseguró recordando cómo había fundido la suya.

La Mery  que se teñía el pelo de rojo chillón y se bebía la vida como si fueran sorbos del mejor champán, hubiera bromeado con la posibilidad de conocer a un hombre como aquel, pero entendió que no era el momento.

—¿Qué pasó? preguntó con los codos apoyados en sus rodillas.

No quiero hablar de eso. De verdad. Me aflige recordar todo el daño que le hice. Se pasó la mano por los ojos como si espantara alguna visión. Jamás podré perdonármelo.

Mery  abrió la boca para preguntar qué clase de daño era ese que le había dejado tan extremado sentimiento de culpa, pero no pudo hacerlo. rocio la interrumpió mientras comenzaba con un nuevo paquete y tomaba una actitud defensiva.

Deberíamos darnos más prisa. Sus dedos temblaron al rasgar un nuevo papel marrón. Aún nos queda trabajo para un buen rato y, por si no te has dado cuenta, ahí fuera continúa cayendo aguanieve. Me congelaré antes de llegar a casa.



El día siguiente amaneció sin rastro de lluvia, pero con un cielo gris sólido y una temperatura casi glacial. Gaston, manejó la pesada motosierra para derribar árboles y limpiar y dividir los troncos. De vez en cuando miraba hacia el tortuoso mar de nubes grisáceas y pensaba en unos ojos del color del titanio. Se resistía a reconocer que echaba de menos la labor de acecharla, de verla. No era un enfermo masoquista al que le gustara padecer. Porque eso fue lo que hizo durante todo el tiempo que la vigiló: sufrir física y mentalmente. Entonces, ¿qué era lo que añoraba? Se preguntó mientras se acercaba a otro viejo pino. ¿Qué era lo que le gustaba de esas agónicas persecuciones o de su único y exaltado enfrentamiento, cuando tensionaba los músculos para contener su rabia?... Ella. Ella se había convertido en su única razón de ser y de existir. Era ella quien le había mantenido vivo en la cárcel; ella, quien le sostenía en pie ahora. Ella y su férreo deseo de verla hundida en el mismo infierno al que le arrojó a él.

Gaston volvió a mirar al cielo, hacia los ojos de titanio. Recordó el miedo que había brillado en ellos mientras todo el cuerpo de Rocio temblaba. También él había sufrido con aquel encuentro. Se había flagelado a sí mismo con recuerdos únicamente para herirla a ella. Pero había merecido la pena. Se había sentido vivo contemplando el temor que la dejó sin habla. Ahora sabía que odiar le hacía bien.

Al fin y al cabo el odio era un sentimiento más poderoso que el amor, más intenso y apasionado. Cerró los ojos con fuerza y deseó odiarla con la misma estúpida ceguera con la que la había amado. Tal vez así podría sentirse tan vivo como se sintió entonces.



Había anochecido cuando Gaston se sentó ante el volante de su viejo coche.No arrancó el motor de inmediato. No estaba seguro de lo que iba a hacer. Era difícil encontrar una justificación para acecharla de nuevo, incluso para sí mismo.

Se quitó el gorro de lana y los guantes, y se quedó inmóvil, con la mirada perdida en el cristal del parabrisas donde comenzaban a estrellarse unos finos copos de nieve. Pensó en lali. También ella le hacía sentir vivo. Especialmente cuando le acariciaba excitándole hasta que sus recuerdos desaparecían y su único propósito era dar y conseguir placer. Era agradable no tener en la mente otra cosa que no fuera sexo. Sexo y ternura. Lo malo era que el resto del tiempo dominaban sus pensamientos oscuros. Tal vez por eso pensaba en Rocio. Porque ella conseguía que todas esas negras cavilaciones, toda esa ira, todo ese odio inflexible se convirtieran en una dolorosa sensación de estar vivo, de tener una finalidad. Después de todo, ella seguía siendo su única razón para desear que su corazón no se detuviera aún; no había nada extraño en su obsesión por volver a verla.

Con la conciencia más tranquila por las razones que él mismo inventaba, giró la llave de contacto. El sonido sordo no encontró respuesta en el motor. Suplicó en voz baja que aquel trasto se pusiera en marcha al segundo intento. Volvió a girar la llave y nada ocurrió. Apretó la mandíbula mientras lo intentaba dos veces más. Finalmente golpeó el volante con los puños cerrados y gritó como un animal en cruda agonía.

Unos minutos después salió jurando entre dientes y volcó en el vehículo toda su impotencia. Golpeó el neumático delantero con el pie, una y otra vez, hasta que se sintió ridículo.

Volvió a abrir la portezuela para tomar el gorro y los guantes. Se pasó las manos por la cabeza para sacudir las partículas de nieve antes de calarse la lana hasta las cejas. Pensó que aquello era un aviso del cielo, del infierno o de quien fuera para que no se acercara a rocio. Si necesitaba ayuda podía acudir a lali y dejarse querer por ella. Lo había hecho muchas veces y siempre le había dado resultado. Era una sensación menos duradera pero más sosegada, con la que se sentía un hombre como cualquier otro. Iría en tren, pensó al tiempo que se ponía los guantes y caminaba directo a la estación y a la mujer que esa noche le iluminaría las sombras.

1 comentario:

  1. ayy cada vez me gusta mas la novela pero no m gusta para nada pablo y no kiero k lali este en el medio me da muxa pena ro kiero otro encuentro de los rubioss y deja gasli no m gusta para nada solo kiero ksean amigos nada mas no seas malaa besos

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