De pronto, un
fuerte empujón le
arrojó contra
la pared. Sintió el
impacto en la espalda y en la cabeza. Una presión en el cuello le cortó la respiración. Todo duró un instante. Un instante en el que su
cerebro procesó la
información como
si la acción
hubiera transcurrido a cámara lenta. Mientras identificaba el rostro furioso de
su agresor advirtió que, a
su derecha, peter salía del automóvil y se abalanzaba en su ayuda. Dirigió hacia él su mano abierta. Aunque asfixiado por
el aplastamiento de su garganta, consiguió gemir un «no» para asegurarse de que su amigo se
detuviera. Tenía ante él al maldito pablo, que con un brazo le
aprisionaba las costillas y con el otro le pulverizaba la tráquea dejándole sin aire. No necesitaba añadir a sus problemas la agresión a un agente de la ley.
—¿Me
recuerdas? —preguntó entre dientes el comisario—. ¿Tienes alguna idea de quién soy?
—Sí... —respondió con voz rota—. Eres... el cabrón que me metió en la cárcel.
—¡Exacto!
—exclamó apretando un poco más, pues le pareció escucharle hablar con demasiada facilidad—. Soy el cabrón que te envió a la cárcel y también soy el cabrón que volverá a hacerlo si te pasas de listo.
—No he...
hecho nada. —Intentó apartar el brazo con sus manos. Pablo
hundió el codo
con más saña.
—¿Nada?
Ten cuidado conmigo, porque puedo ponerte las cosas difíciles. Muy difíciles.
—Estoy
seguro de eso —aceptó justo antes de que el ahogo le provocara
un ataque de tos.
—Bien. Me
alegra que comencemos a entendernos. —Se frotó con chulería su permanente rastro de barba—. Y ahora escucha con atención. —Aproximó el rostro para amenazarle en voz baja—: No vuelvas a acercarte a ella. Te juro
que no tendré ningún problema en acabar contigo si lo haces.
Gaston, que ya
había recuperado el aliento, no fue capaz de
callarse al ver su preocupación.
—¿A qué temes? —Sonrió con impertinencia—. ¿A que me la vuelva a follar y de nuevo
prefiera mis polvos a los tuyos?
—¡Maldito
cabrón! —exclamó al tiempo que le encajaba el puño en la boca del estómago. Gaston se dobló de dolor—. Debes de ser un puto suicida para
provocarme de esa forma. ¿Acaso crees que bromeo? ¡Responde! —exigió entre dientes—. ¿Crees que estoy bromeando?
Demasiado
dolorido para hablar, gaston negó con un gesto de cabeza. El comisario le sujetó las solapas de la cazadora y las alzó hasta levantarle con ellas la barbilla.
—Estás avisado —murmuró con amenazante voz baja—. Ni siquiera te atrevas a mirarla a
distancia. —Le soltó y se arregló los cuellos de su propio abrigo, después los puños que cubrían su impecable camisa blanca—. No voy a permitir que ningún cabrón como tú le haga daño. Te estaré vigilando muy estrechamente, así que no cometas ninguna estupidez —aconsejó en tono conciliador. Acto seguido se
volvió con
tranquilidad, como si nada hubiera ocurrido, y cruzó la calle para dirigirse a su coche.
—¿Qué ha sido eso? ¿Quién era ese tipo y de qué cojones estaba hablando?
—Era un
poli —se
respondió—. Era
un poli, y si le he entendido bien tú has hecho una visita a la tipa esa, ¿no es cierto? —volvió a preguntar al tiempo que movía los pies de un lado a otro, incapaz de
quedarse quieto.
—Algo
parecido —murmuró con una lastimosa voz ronca—. Y ese «poli» es el comisario.
—¿El
comisario? Pero... ¿te has vuelto loco? ¡Dios! —exclamó llevándose las manos a la cabeza—. Se acabó el puto plan y se acabó todo.
—De eso
ni hablar —opinó Gaston con los brazos sobre el estómago—. Todo sigue igual, sin cambios.
—Definitivamente,
estás loco. En cuanto ese típo se entere irá a por ti. Además de que se ocupará de que a la tipa no le pase nada.
—Todo está calculado. —Intentó erguirse y aulló de dolor. Continuó doblado sobre sí mismo—. No podrá inculparme por mucho que sospeche, y
tampoco podrá
encubrirla a ella.
El que una vez
le hubieran pillado con droga no le hacía responsable de toda la que encontraran
a su alrededor. No tenía que pasarse la vida demostrando su inocencia. En
todo caso eran los demás los que deberían probar su culpabilidad. Y él no iba a dejar ningún rastro que les permitiera hacerlo.
—Seguramente
eso empeorará las
cosas —opinó peter—. Se vengará a su manera, y seguro que tiene mucho
donde escoger.
—Pero a
ella nadie la librará de la cárcel. —El dolor no le dejó sonreír—. Lo que ese madero quiera hacer conmigo
será un pequeño daño colateral sin demasiada importancia —bromeó con acidez.
—Sí, sin ninguna importancia —repitió con enfado—. Al fin y al cabo, estás acostumbrado a que te jodan. ¿No es verdad?
—Vale. No
hables si no puedes —concedió todavía nervioso—. Pero escucha lo que tengo que decirte. Esto no es lo
que habíamos
preparado. Si quieres destrozar tu vida hazlo, pero no cuentes conmigo para
conseguirlo.
—Ya me
has enseñado lo
que necesitaba saber —resopló suavemente para soportar el dolor—. El resto es cosa mía.
Era noche
cerrada. En los jardines los árboles continuaban desnudando sus ramas. rocio, desde
la ventana de su habitación, contemplaba el vuelo silencioso con el que a la luz
de las farolas las hojas alcanzaban el suelo. Ella miraba sin disfrutar del
hermoso espectáculo. Ni
siquiera veía las
luces que, desde el otro lado. Tenía el pensamiento muy lejos de aquella hermosa postal
nocturna.
Desde que había visto a gaston, el pasado, que nunca
dejó de repetirse en su memoria, había cobrado más intensidad, más crudeza. Tenía la sensación de que en unos meses de su vida
llegaron a concentrarse sus mayores dudas y sus más arriesgadas decisiones, su mayor
felicidad y su más cruel
amargura. Había tenido
un miedo atroz a enamorarse de él. Pero ni aun soportando todo el temor y las dudas
del mundo había sido
capaz de apartarse de su lado. Debió haber sabido que su corazón no podría resistirse a su delicadeza, a su
ternura, a su felicidad, a su risa contagiosa. Desde el primer momento luchó contra la tentación de cruzar los límites para mirarlo de cerca, para
escuchar su voz y su risa, para comprobar si su piel olía como imaginaba. Después ya no fue capaz de alejarse. Él se convirtió en la droga sin la que no podía pasar ni un solo día. La droga que siempre supo que sería su perdición.
«¿Cómo podía luchar contra ti?», susurró, inmóvil junto a la ventana. «¡Si eras tan romántico, tan tierno, tan sorprendente!» Las lágrimas convertían las luces en manchas borrosas y
brillantes. Con la mirada perdida se adentró en el pasado, en un turbador e
inolvidable encuentro en el bar.
Ella ha tomado su
café. gaston ha cogido la taza para girarla boca abajo sobre el plato. Ya lo ha
hecho en otra ocasión dejándola desconcertada. Esta vez se jura que no se
quedará con la duda.
—¿Qué es esto?
¿Brujería? —se interesa riendo.
—Algo parecido
—bromea él—. Mi abuela me enseñó un poco de magia.
La mira con gesto
divertido y misterioso. Ella no deja de pensar que tanta seducción en un
delincuente puede ser un problema o al menos lo está siendo para ella. Se
siente atrapada en el fondo de esos ojos verdes, pero le gusta estarlo. Le
gusta sentir el hormigueo en su pecho cuando él le sonríe o el temblor en su
corazón cada vez que intenta besarla. Solo se arrepiente de haberse dejado
llevar por la inconsciencia cuando ya está lejos de él. Cuando redacta sus
informes y omite que ha tomado contacto con el sospechoso. Cuando está sola y
se recalca que enamorarse sería un tremendo error.
—¿Cuánta magia te
enseñó? —pregunta como si le estuviera acusando de haberla hechizado—. ¿Haces
vudú, conjuros, lees las líneas de la vida?
Algo chispea en
sus ojos verdes. «Tal vez la magia», piensa en ese momento.
—¿Me permites?
—ruega él mientras le señala la mano sin atreverse a rozarla.
Ella la extiende
con la palma abierta y la posa sobre la izquierda de Gaston. Él toma aire
cuando siente su roce. Desliza la yema de los dedos por las líneas que debe
leer. Lo hace despacio, sin ocultar que disfruta de la finura del tacto.
—Es hermosa.
Tiene unas preciosas líneas curvas. ¿Ves ese punto en el centro? —La mira un
instante y vuelve a poner la atención en la delicada piel mientras él mismo se
responde—: ese soy yo; tu eje, tu principio y tu fin, tu amor, tu vida.
Los ojos de rocio
centellean de felicidad mientras una sonrisa cándida se le instala en los
labios.
—Deja de hacer el
tonto y léeme el futuro —dice entre risas.
—No puedo
—confiesa sin dejar de acariciarla—. No sé hacerlo. Mi abuela no leía las
líneas de la mano ni echaba el Tarot ni consultaba una bola de cristal. Tenía
una pequeña herboristería en la que, además de vender remedios para casi todos
los males existentes, interpretaba los posos de café. —Con una mirada tierna
ruega que le perdone el atrevimiento, pero no la suelta.
Rocio emite una
risa temblorosa. En realidad toda ella tiembla. También la mano de la que Gaston
se ha apoderado con la inesperada artimaña. No intenta recuperarla. El roce de
sus dedos le provoca un grato estado de embriaguez, una plácida felicidad que
se resiste a perder.
—¿Cómo se hace?
¿Qué ves en la taza?
—Dibujos —explica
él—. Están en el fondo, pero también en las paredes, y dependiendo de la
distancia que tengan con el borde el significado cambia. Es como mirar las
nubes y descubrir formas, pero sabiendo qué quiere decir cada cosa.
—¿Crees que todo
está escrito en nuestros posos de café?
—¡Ojalá lo
estuviera! —susurra—. Ojalá pudiera ver mi destino unido al tuyo en los dibujos
de una taza o en las líneas de tu mano o en el fondo de tus ojos de titanio.
—¿Titanio?
—pregunta sorprendida. Los dedos de Gaston siguen rozando la sensible piel de
su mano y a ella le cuesta respirar.
—Sí, titanio. ¿Te
has fijado en ese tono cambiante del Gugen cuando le da la luz del sol o el
reflejo de la luna, o cuando lo humedece la lluvia? —Sonríe al verlos brillar—.
Así son tus ojos. Así de hermosos, así de inalcanzables.
El rostro de Rocio
enrojece. Le tirita la risa y le tiemblan los labios, y Gaston baja la mirada
hacia ellos. Se le ve torpe, desconcertado, y ella sabe que no es el modo en el
que suele actuar ante una mujer.
—¿A cuántas
chicas has dejado asombradas con esa magia que te enseñó tu abuela? —pregunta
con más curiosidad de la que quiere aparentar.
—Tan solo a ti.
—Esta vez es a él a quien le flaquea la risa—. Quiero decir que eres tú la
única mujer a la que he intentado asombrar con esto. No sé si lo he conseguido.
Rocio asiente con
una leve inclinación de su rostro. Después vuelve los ojos hacia su mano.
—¿Me la
devuelves, por favor? —musita enrojeciendo de nuevo.
—Cualquier deseo
tuyo, hasta el que consideres más insignificante, es un mandato para mí. —Pero
no la suelta inmediatamente. Le va acariciando los dedos con suavidad,
deslizándolos entre los suyos como si le costara perderlos.
—No sé si debo
creerte —dice posando en él sus ojos claros y brillantes.
Su duda no es tan
simple como parece. Él es un delincuente y ella, a pesar de toda su experiencia
con personajes de todas las calañas, solamente es capaz de ver su lado amable y
tierno. Eso le hace desconfiar de su capacidad para la misión que le han
encomendado.
—¿De verdad no lo
sabes? —susurra a la vez que acerca el rostro—. ¿No es evidente que solo vivo
para verte, que me tienes en tus manos desde que entraste en mi corazón?
Él continúa
acortando el espacio que queda entre sus labios. Va a besarla. Rocio interpone
sus dedos y él los roza con suavidad. Una risa clara surge de su boca. Es el
modo en el que le pide disculpas por haberlo intentado de nuevo, y la previene
de que volverá a hacerlo en cuanto tenga ocasión.
«¿Cómo podía luchar contra ti?», volvió a preguntarse rocio, con la frente
apoyada en el cristal frío de la ventana. «¿Cómo podía no enamorarme de ti?», repitió controlando un estremecimiento, con la
mirada perdida en las manchas brillantes que se reflejaban en las frías aguas de la ría.
—Es lo
que pediste que te consiguiera —indicó Peter con los brazos cruzados sobre el pecho—. El coche más barato que pudiera encontrar. Este anda
y además le
funciona la radio —añadió con orgullo.
—Es
perfecto. —Se puso
en pie y frotó sus
manos sobre las perneras de sus vaqueros—. No se puede pedir más por lo que he pagado por él.
—No estoy
seguro de saber hacerlo.
—¡Claro
que sabes! Esto es como andar en bici o como follar. —Alzó una ceja en un gesto de complicidad—. No me has contado detalles pero...
comprobaste que no se te había olvidado, ¿no?
Su sonrisa
respondió por él. Cogió aire con los ojos cerrados y lo dejó salir despacio. Este era ahora su coche,
igual que esto que dolía sin ninguna pausa era ahora su vida.
.
Rocio rasgó el grueso papel marrón que cubría una pieza. Un color fucsia brillante
con dibujos dorados provocó la admiración de Mery . Comentó que aquel tejido quedaría perfecto tapizando los sofás de su salón. Rocio asintió sin ninguna emoción mientras empujaba la pesada bobina
hacia el estante.
—Llevas
unos días que
no eres tú —comentó mery ayudándola a trasladar la pieza—. Estás triste, ausente. ¿Qué te preocupa?
rocio suspiró suave y hondo. Tenía el corazón comprimido y encajado en la boca del
estómago. Era una sensación angustiosa que le carcomía lentamente y sin descanso.
—He visto
a alguien a quien amé mucho —reveló al tiempo que comenzaba con otro envoltorio.
—¡Menuda
sorpresa! Empezaba a creer que no tenías corazón para enamorarte. —Le posó la mano sobre el pecho para hacerla reír—. Parece ser que sí. ¡Y late!
—Ojalá no lo tuviera y nunca me hubiera
enamorado de él.
La sonrisa de Mery
se apagó al entender que la actitud abatida de su
amiga no invitaba a bromas.
—Nunca me
has hablado de tus relaciones, y creo que este es un buen momento para comenzar
—indicó con suavidad mientras se sentaba en la
escalera de tres peldaños, junto a las baldas—. Somos amigas también para lo malo. ¡Anda, cuéntame qué es eso que todavía te hace sufrir!
—Me
enamoré
sabiendo que era una locura que cambiaría mi vida. No tuve voluntad para alejarme
de él cuando estuve a tiempo. En realidad —opinó entrecerrando los párpados—, creo que nunca estuve a tiempo, que me
enamoré en
cuanto lo vi por primera vez.
—¿Cuánto hace de todo eso?
—Fue
antes de que pusiéramos la
tienda.
—¿Estaría acertada al suponer que fue por eso por
lo que dejaste el cuerpo de policía? ¿Fue por él? ¿Fue por ese hombre?
—Sí. Fue por ese hombre. —Suspiró de nuevo y terminó de retirar el papel. Apareció un llamativo ramaje verde sobre un fondo
blanco—. Cuando
le perdí sentí la necesidad de cambiar de vida, de
comenzar de nuevo con cualquier cosa que no me lo recordara.
—¿Sigues
amándole? —se interesó con cautela, temerosa de dañarla.
Rocio se
entretuvo en rozar los dibujos de hojas con las yemas de los dedos, con expresión ausente.
—Le
llamaban Trazos —dijo
evitando la pregunta—. Trabajaba en una empresa de diseño gráfico. Era un artista con mucha
sensibilidad. —Miró a su amiga y curvó ligeramente los labios al no oírle hacer la eterna pregunta de cada vez
que hablaban de hombres—. Y sí, era muy guapo, con unos fascinantes ojos verdes y
una sonrisa capaz de derretir la voluntad más firme —aseguró recordando cómo había fundido la suya.
La Mery que se teñía el pelo de rojo chillón y se bebía la vida como si fueran sorbos del mejor
champán,
hubiera bromeado con la posibilidad de conocer a un hombre como aquel, pero
entendió que no
era el momento.
—¿Qué pasó? —preguntó con los codos apoyados en sus rodillas.
—No
quiero hablar de eso. De verdad. Me aflige recordar todo el daño que le hice. —Se pasó la mano por los ojos como si espantara
alguna visión—. Jamás podré perdonármelo.
Mery abrió la boca para preguntar qué clase de daño era ese que le había dejado tan extremado sentimiento de
culpa, pero no pudo hacerlo. rocio la interrumpió mientras comenzaba con un nuevo paquete
y tomaba una actitud defensiva.
—Deberíamos darnos más prisa. —Sus dedos temblaron al rasgar un nuevo
papel marrón—. Aún nos queda trabajo para un buen rato y,
por si no te has dado cuenta, ahí fuera continúa cayendo aguanieve. Me congelaré antes de llegar a casa.
El día
siguiente amaneció sin
rastro de lluvia, pero con un cielo gris sólido y una temperatura casi glacial. Gaston,
manejó la
pesada motosierra para derribar árboles y limpiar y dividir los troncos. De vez en
cuando miraba hacia el tortuoso mar de nubes grisáceas y pensaba en unos ojos del color del
titanio. Se resistía a
reconocer que echaba de menos la labor de acecharla, de verla. No era un
enfermo masoquista al que le gustara padecer. Porque eso fue lo que hizo
durante todo el tiempo que la vigiló: sufrir física y mentalmente. Entonces, ¿qué era lo que añoraba? Se preguntó mientras se acercaba a otro viejo pino. ¿Qué era lo que le gustaba de esas agónicas persecuciones o de su único y exaltado enfrentamiento, cuando
tensionaba los músculos
para contener su rabia?... Ella. Ella se había convertido en su única razón de ser y de existir. Era ella quien le
había mantenido vivo en la cárcel; ella, quien le sostenía en pie ahora. Ella y su férreo deseo de verla hundida en el mismo
infierno al que le arrojó a él.
Gaston volvió a mirar al cielo, hacia los ojos de
titanio. Recordó el
miedo que había
brillado en ellos mientras todo el cuerpo de Rocio temblaba. También él había sufrido con aquel encuentro. Se había flagelado a sí mismo con recuerdos únicamente para herirla a ella. Pero había merecido la pena. Se había sentido vivo contemplando el temor que
la dejó sin
habla. Ahora sabía que
odiar le hacía bien.
Al fin y al cabo
el odio era un sentimiento más poderoso que el amor, más intenso y apasionado. Cerró los ojos con fuerza y deseó odiarla con la misma estúpida ceguera con la que la había amado. Tal vez así podría sentirse tan vivo como se sintió entonces.
Había
anochecido cuando Gaston se sentó ante el volante de su viejo coche.No arrancó el motor de inmediato. No estaba seguro
de lo que iba a hacer. Era difícil encontrar una justificación para acecharla de nuevo, incluso para sí mismo.
Se quitó el gorro de lana y los guantes, y se
quedó inmóvil, con la mirada perdida en el cristal
del parabrisas donde comenzaban a estrellarse unos finos copos de nieve. Pensó en lali. También ella le hacía sentir vivo. Especialmente cuando le
acariciaba excitándole
hasta que sus recuerdos desaparecían y su único propósito era dar y conseguir placer. Era agradable no
tener en la mente otra cosa que no fuera sexo. Sexo y ternura. Lo malo era que
el resto del tiempo dominaban sus pensamientos oscuros. Tal vez por eso pensaba
en Rocio. Porque ella conseguía que todas esas negras cavilaciones, toda esa ira,
todo ese odio inflexible se convirtieran en una dolorosa sensación de estar vivo, de tener una finalidad.
Después de
todo, ella seguía siendo
su única razón para desear que su corazón no se detuviera aún; no había nada extraño en su obsesión por volver a verla.
Con la
conciencia más
tranquila por las razones que él mismo inventaba, giró la llave de contacto. El sonido sordo no
encontró respuesta
en el motor. Suplicó en voz baja que aquel trasto se pusiera en marcha al
segundo intento. Volvió a girar la llave y nada ocurrió. Apretó la mandíbula mientras lo intentaba dos veces más. Finalmente golpeó el volante con los puños cerrados y gritó como un animal en cruda agonía.
Unos minutos
después salió jurando entre dientes y volcó en el vehículo toda su impotencia. Golpeó el neumático delantero con el pie, una y otra
vez, hasta que se sintió ridículo.
Volvió a abrir la portezuela para tomar el
gorro y los guantes. Se pasó las manos por la cabeza para sacudir las partículas de nieve antes de calarse la lana hasta las cejas.
Pensó que
aquello era un aviso del cielo, del infierno o de quien fuera para que no se
acercara a rocio. Si necesitaba ayuda podía acudir a lali y dejarse querer por
ella. Lo había hecho
muchas veces y siempre le había dado resultado. Era una sensación menos duradera pero más sosegada, con la que se sentía un hombre como cualquier otro. Iría en tren, pensó al tiempo que se ponía los guantes y caminaba directo a la
estación y a la
mujer que esa noche le iluminaría las sombras.
ayy cada vez me gusta mas la novela pero no m gusta para nada pablo y no kiero k lali este en el medio me da muxa pena ro kiero otro encuentro de los rubioss y deja gasli no m gusta para nada solo kiero ksean amigos nada mas no seas malaa besos
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