domingo, 1 de julio de 2012

El hijo del Magnate Capítulo 1


Como dije antes todo final es anuncio de un nuevo comienzo y esta vez vuelvo con esta adaptación, la novela se llama "El hijo del Magnate". Hace un tiempo ya, publique un post en el que anuncuaba la llegada de esta nove y en él estaba también el Argumento de esta historia. Por si no lo leyeron o ya se olvidaron de que se trata, acá se los dejo:

Argumento
Gastón Dalmau, multimillonario ruso, era famoso por estar rodeado permanentemente de supermodelos y aspirantes a actrices; pero ninguna de ellas era adecuada para convertirla en su esposa. ¿Podría cumplir el mayor deseo de su abuela y ofrecerle un nieto?
¿Por qué no tratar todo el asunto como si fuera un negocio? Sin emoción alguna; sólo con un contrato de conveniencia que le asegurara lo que quería: una esposa con la que acostarse, de la que disfrutar y a quien dejar embarazada para después... abandonarla.
El problema es que su esposa por contrato lo era en efecto por una trampa que le tendió su hermana. Como se resolvera la situación ya que Rocío Igarzabal no esta deacuerdo con el contrato que firmo su hermana Eugenia pero si no lo cumple ambas iran a la carcel.

Es una nove muy linda, espero que las atrape como lo hizo conmigo.
Para leer el primer capítulo hacé click en leer más...

Capítulo 1

Gastón Dalmau, magnate del petróleo, viajaba en un todoterreno negro de ventanillas ahumadas, entre dos coches llenos de guardaespaldas que abrían y cerraban respectivamente el convoy. Era un espectáculo poco habitual en la carretera que llevaba la remota localidad rusa de Tsokhrai, pero todos los testigos supieron a quien se debía; la abuela de Gastón era muy conocida y su nieto siempre iba a visitarla el Domingo de Resurrección.

Gastón iba mirando la carretera que había transformado en una autovía para facilitar las necesidades de transporte de su fábrica de automóviles, que daba empleo a trabajadores de la zona. En los viejos tiempos, cuando él vivía allí, había sido un simple camino de tierra que en invierno se embarraba y por donde apenas podían circular los carros; de hecho, bastaba una nevada importante para que Tsokhrai quedara incomunicada durante semanas.
Cuando pensaba en ello, a Gastón le costaba creer que hubiera pasado varios años de su adolescencia en aquel lugar. Mudarse de la ciudad al campo había sido toda una pesadilla para él.
Entonces era un ladronzuelo de trece años y un metro ochenta de altura que se había acostumbrado a romper la ley para sobrevivir. De la noche a la mañana, se encontró viviendo con su abuela Ines, una mujer analfabeta, pobre y pequeña, de sólo metro cincuenta; pero todo lo que había conseguido en su vida se lo debía a sus esfuerzos por convertirlo en un hombre de bien.
El convoy se detuvo frente a una casucha destartalada que se encontraba semioculta tras un seto.
Los guardaespaldas, diez hombres fornidos que no sonreían nunca y que llevaban gafas de sol hasta en los días grises, salieron de los dos coches y comprobaron la zona. Gastón bajó del todoterreno poco después, perfectamente elegante en su traje de seda hecho a la medida.
Su ex esposa,  Fransisca, siempre se había negado a acompañarlo; siempre decía que los viajes de Gastón a Tsokhrai venían a ser una especie de peregrinación por sentimiento de culpa. Sin embargo, su visita anual era recompensa más que suficiente para la anciana, que ni siquiera le había permitido que le comprara una casa nueva.
De todas las mujeres que había conocido a lo largo de su vida, Ines era la única que no estaba ansiosa por vaciarle los bolsillos. Gastón era tan consciente de ello, que había llegado a la conclusión de que la avaricia extrema y el deseo obsesivo de aparentar eran defectos esencialmente femeninos.
Caminó hacia la entrada de la casucha; los vecinos que se habían congregado junto a la puerta, se apartaron de su camino y se hizo un silencio reverencial. Ines era una mujer regordeta, de setenta y tantos años, ojos brillantes y carácter serio que no se andaba nunca con tonterías. Lo saludó sin más aspavientos sentimentales que su voz ronca y el uso del diminutivo de Gastón, Gastoncito, para demostrarle cuánto quería a su único nieto.
Lo invitó a entrar y lo llevó a la mesa del salón, llena de comida para satisfacer el apetito de los que habían ayunado durante las fiestas.
—Siempre vienes solo—protestó la mujer—. Anda, siéntate y come algo.
Gastón frunció el ceño.

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