jueves, 5 de julio de 2012

El hijo del Magnate Capítulo 3


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Capítulo 3

Cuando vio que su hermana gemela, Eugenia, bajaba de un deportivo rojo completamente desconocido, se sintió dominada por una mezcla de impaciencia, desesperación y asombro. Sin embargo, la esbelta mujer de ojos azul turquesa y cabello rubio plateado consiguió controlarse y bajar por la escalera. En cuanto salió de la casa, bombardeó a Eugenia con preguntas.
— ¿Dónde has estado todas estas semanas? ¡Me prometiste que llamarías por teléfono y no lo has hecho! ¡Estaba preocupadísima! ¿De dónde ha salido ese deportivo rojo?
Eugenia la miró con humor y caminó hacia su hermana.
—Hola, hermanita, yo también me alegro de verte. – la abrazó.
—Has estado a punto de matarme de un disgusto. ¿Por qué no me has llamado? ¿Qué le ha pasado a tu teléfono móvil?
—Se estropeó. Ahora tengo un número nuevo —respondió, arrugando la nariz—. Mira, las cosas se complicaron un poco y decidí esperar hasta tener algo concreto que ofrecerte... y cuando por fin lo he encontrado, me ha parecido que sería mejor que viniera a casa y te lo dijera en persona. – miró a Eugenia sin entender nada ni pretender entenderlo. Aunque las dos eran físicamente idénticas, no podían tener personalidades más distintas. Eugenia siempre había sido fuerte y ambiciosa; tomaba lo que quería y se hacía enemigos con más facilidad que amigos. En cambio, Rocío era más tranquila, más estable y más reflexiva, aunque a veces se dejaba llevar por su temperamento excesivamente cauteloso.
A sus veintitrés años de edad, su estilo tampoco podía ser más diferente: Eugenia llevaba el pelo por los hombros, con un corte desenfadado, y Rocío lo llevaba más largo y solía recogérselo en una coleta. Eugenia llevaba ropa provocadora y moderna, que llamaba la atención de los hombres, y Rocío llevaba prendas conservadoras y se asustaba como un conejo ante los faros de un coche cuando algún hombre se fijaba en Rocío.
— ¿Dónde está mamá?
Eugenia colgó su abrigo en el vestíbulo y se dirigió a la cocina.
—Está en la tienda —contestó Rocío—. Yo he venido esta tarde para poner la contabilidad al día... Por cierto, ¿has conseguido un trabajo en Londres? – Su hermana la miró con una sonrisa de satisfacción y se apoyó en la encimera.
—Por supuesto que sí. Ahora trabajo en un concesionario de coches de lujo y me llevo una comisión francamente interesante. ¿Qué tal está mamá? – Rocío apretó los labios.
—Tan bien como puede estar. Por lo menos, ya no la oigo llorar por las noches... —respondió.
— ¿Lo ha superado por fin? Ya era hora —afirmó Eugenia. Rocío suspiró.
—No creo que lo vaya a superar nunca; sobre todo mientras papá se dedique a pasear con su mujercita nueva por todo el pueblo —declaró—. Además, recuerda que todavía está ahogada en deudas y que va a tener que vender su casa. – Eugenia le dedicó una amplia sonrisa.
—Ahora que mencionas lo de la casa, me estaba preguntando si querrías saber primero las buenas noticias o las malas... He pasado por el despacho del abogado para ofrecer un acuerdo sobre la casa —le informó.
—Pero...
—Prepárate para una sorpresa… ¡Tengo el dinero para pagar al canalla de nuestro padre!

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