martes, 7 de agosto de 2012

Antes y despues de odiarte capitulo 19


Gaston no había buscado, de modo consciente, el rincón del café. Habían sido sus pensamientos los que guiaron los pasos que él creyó dar sin ningún rumbo. Fue su necesidad de recordar, de zarandear a su alma la que le había llevado a sentarse de nuevo ante la pequeña mesa de mármol.
Llevaba toda una semana pensando en cómo devolver a Rocio una parte de su traición y aún no había dado con nada que tuviera sentido. Pero no quería resignarse a olvidar la venganza. Ni siquiera quería preguntarse si podía hacerlo. Sabía que no podía, porque esa locura se había convertido en la obsesión que, irracionalmente, le mantenía cuerdo. Toda vida necesita una finalidad y él había encontrado la suya.
Pero seguía sin saber cómo podía llevarla a cabo.
Sus dedos temblaron al coger por el asa su taza vacía. Había pasado mucho tiempo desde que volteó, por última vez, la de Rocio para leerle el poso y todavía recordaba aquel momento con claridad. Especialmente el gesto, atento y fascinado, con el que ella atendió sus explicaciones. Se le había dado condenadamente bien aparentar, durante meses, ser una mujer dulce y enamorada.
Invirtió la taza con rapidez, sin darse tiempo a pensarlo. Apoyó los codos sobre la mesa y cogió el pitillo entre los dedos para aspirar con ansia. Se dijo que era infantil que quisiera leer su poso y, si a pesar de eso iba a hacerlo, era ridículo que ese simple acto le llenara el cuerpo de recuerdos.
Apartó la taza y expulsó el humo mientras miraba hacia la oscuridad de la calle, más allá de la luz de las farolas, entre los árboles, hacia las ramas medio desnudas que se alargaban hasta perderse en un cielo negro. Se preguntó qué estaba haciendo con su vida, qué estaba haciendo con la vida de Lali; por qué no podía disfrutar del amor que ella le daba y olvidar la amargura que le provocaba pensar en Rocio. Tal vez la verdadera condena era esa y había tenido que salir de la cárcel para descubrirlo.
Trató de desviar la constante dirección de sus pensamientos hacia otra que le trajera recuerdos agradables. En ese rincón había pasado tardes realmente especiales con la única compañía de sus cuadernos y sus lápices. Solo había necesitado levantar la cabeza del papel y mirar a su alrededor en busca de una cara, unos ojos, un gesto que le emocionara. Volvió a hacerlo. Giró el rostro a su derecha... pero lo que vio, lejos de emocionarle, le enfureció con tal intensidad que los músculos se le agarrotaron hasta dolerle.
Ese era su rincón, esa era su tarde de sábado y ese era el recuerdo de su casi perfecta vida que ella había destruido. Pero volvía a entrar allí para martirizarle, para contemplar al hombre sin pasado ni futuro en el que le había convertido.
—¿Puedo sentarme? dijo, y Gaston rugió para sus entrañas y retuvo el aliento.
No respondió con sequedad.
Aún no sabía que Rocio llegaba dispuesta a soportarlo todo a cambio de que le permitiera hablarle del trabajo.
Ella arrastró la silla y se sentó, con el abrigo puesto y atado hasta el cuello y el bolso en bandolera. Observó con preocupación los rasponazos que le cruzaban la mejilla.
—¿Qué parte del no, no has entendido? dijo él con sorna, y volvió a inspirar el pitillo para tranquilizarse. ¿Puedo saber qué cojones haces aquí si ya te advertí que no volvieras?
Este es el único sitio en el que tenía la esperanza de encontrarte confesó bajando las manos hasta su regazo. Necesito hablar contigo.
Pues tienes un problema indicó con desdén, porque yo no tengo el menor interés en escucharte.
Y yo no tengo intención de marcharme hasta que lo hayas hecho aseguró, y continuó como si él le hubiera pedido que lo hiciera. Te estoy ofreciendo la posibilidad de volver a crear. Te ruego que vuelvas a pensarlo, porque...
—¿Volver a pensarlo? Frunció el ceño con incredulidad. ¿Es que acaso crees que lo he pensado durante un solo puto segundo?
No malgastes tu vida cortando árboles cuando puedes hacer lo que te gusta musitó haciendo caso omiso a sus malos modos.
—¡No me conoces! interrumpió al tiempo que aplastaba el pitillo contra el cenicero. El Gaston que fui murió aquella tarde, junto a mi hermano. Este que ves se ha forjado en un infierno en el que nunca has estado, por suerte para ti indicó con ironía.
No, no he estado encerrada allí, pero eso no significa que no sepa lo que cuesta volver a integrarse en el mundo que te olvidó durante años. Hay estudios de psicólogos que...
—¡¿Me estás haciendo un jodido psicoanálisis?! preguntó furioso.
Escucha, por favor dijo de modo acelerado al verle tomar el tabaco y el encendedor. Esto no tiene nada que ver con analistas ni con nada extraño. Es algo que tú puedes hacer y que te ayudará a comenzar de nuevo de la forma en la que te gustaría hacerlo.
—¿Me jodiste la vida y ahora te preocupa si mi trabajo me conviene o no? preguntó furioso. ¡Olvídame! exigió poniéndose en pie. No me interesa tu maldita ayuda. No me interesa nada que venga de ti.
Fue poniéndose la cazadora mientras se dirigía a la salida.
Rocio se frotó los párpados con las manos, decepcionada. Temblaba de pies a cabeza. Cuando volvió a abrir los ojos se fijó en la taza volcada sobre el plato. Se le encogió el corazón al recordar la ternura con la que Gaston solía leerle los posos, su dulzura, su risa, sus ganas de vivir. Pensó que todo eso seguía estando allí, en algún lugar escondido dentro del hombre amargado que la acababa de dejar plantada.
Se levantó y echó a correr hacia la calle. No podía abandonarle por el hecho de que él se lo hubiera pedido, se dijo al tiempo que alcanzaba la acera y miraba hacia los lados. No encontró rastro de él. Desesperada, se lanzó hacia su derecha; el tramo más corto de calle y por el que pensó que existían más posibilidades de que hubiera desaparecido en tan breve espacio de tiempo.
Lo descubrió nada más doblar la esquina. Caminaba con paso rápido y resuelto, con las manos en los bolsillos y la cabeza erguida.
Otra carrera y, cuando todavía le faltaban unos metros para darle alcance, se dirigió a él en voz muy alta.
Si el problema es que no quieres tener nada que ver conmigo, te prometo que ni siquiera me verás. Varios transeúntes se volvieron a mirarla, pero él continuó su camino. Ella voceó más fuerte, sin dejar de avanzar. Tengo una socia. Puedes tratarlo todo con ella. Puedes ir a la tienda cada vez que necesites cualquier cosa. Yo no te molestaré.
Gaston se detuvo. Ella se paralizó a pesar del largo trecho que aún les separaba. Estaba sin aliento por la carrera, por la tensión, por la duda, porque tenía ante ella al hombre que amaba con todo su corazón.
También a Gaston le faltó el aire al oírle nombrar la tienda. Ella había dicho que podía entrar cuando quisiera. Entrar cuando quisiera, sin necesidad de forzar ninguna cerradura. Simplemente, entrar. Esa era la solución que había estado buscando. Si podía entrar y salir con libertad, no le resultaría difícil encontrar el modo de colocar la droga en algún lugar que la inculpara.
Se volvió a mirarla. Estaba parada junto a la boca del metro. Temblaba, y en su rostro se advertía la ansiedad con la que aguardaba su respuesta. Ansiedad parecida a la que mostró otras veces, mientras fingió ser quien no era. Comenzó a sentir pena por ella, pero le duró un instante. Si ella no tuvo ninguna piedad cuando le engatusó para tenderle una trampa, él no se la tendría ahora que estaban cambiando las tornas.
—¿Qué tendría que hacer? gritó sin molestarse en acortar la distancia.
Lo que siempre hiciste; dibujar respondió ella conteniendo la emoción.
Ninguno reparó en la expectación que causaban a su alrededor, en las miradas de curiosidad, en los cuchicheos, en las sonrisas. Los dos tenían la atención puesta en algo más importante.
Gaston se acercó despacio, sin apartar sus ojos de ella, sorprendido de lo sencillo que le iba a resultar engañarla.
—¿Dibujar, qué? preguntó cuando estuvo a su altura.
Diseños que después se imprimirían en papeles pintados y telas. Sí, ya sé que nunca lo has hecho, pero te resultaría sencillo. Hablaba de modo precipitado, como si creyera que aún le iba a faltar tiempo para convencerlo. En la tienda podrías ver lo que hacen otros diseñadores y te darías cuenta de que tú también puedes hacerlo.
—¿Me dirían qué debo dibujar?
No respondió con rapidez. No, no. Si aceptaras tendrías que ir hasta la playa, ver la casa y la naturaleza que la rodea, y hablar con el dueño. Él te diría qué quiere que se sienta al entrar en cada habitación, y tú tendrías que conseguir eso con tus dibujos. Es un reto al que pocos se atreverían a enfrentarse.
La tentación era grande. Y era grande por algo más que tener acceso a la tienda. Era grande porque podría trabajar en lo que seguía siendo su pasión, y era grande porque podría verla a ella sin necesidad de perseguirla ni mentir a nadie.
—¿Qué ganarías tú con esto? preguntó con desconfianza.
Un cliente satisfecho.
Gaston soltó una suave e irónica risa mientras en sus ojos danzaba la incredulidad. No cambió el gesto cuando se acercó a su rostro y le susurró:
—¿Ahora qué es lo que quieres tú de mí?
Puede que lo mismo que tú le desafió inmóvil y expectante.
Entonces sí se le deshizo la sonrisa. No por la preocupación, sino por la intriga. Lo que ella estuviera planeando no le inquietaba porque esta vez ya la conocía, ya estaba alerta, ya estaba listo para ser él quien asestara el golpe definitivo.
Probaré. No mostró ninguna emoción. Veré la casa, hablaré con el tipo, y si me convence aceptaré el trabajo.
No te arrepentirás aseguró ella temblando de modo ya ostensible. Pero no hay mucho tiempo para decidirse. Hablaré con el cliente esta noche. Tal vez quiera verte mañana mismo, aprovechando que es domingo.
—¿Cómo lo sabré?
Puedo llamarte por teléfono.
Él volvió a reír negando lentamente con la cabeza.
Yo te llamaré a ti.
«Yo te llamaré a ti» fue la frase que durante mucho tiempo Rocio recitó para no darle datos de sí misma. Ahora, al escucharla de sus labios, sintió que merecía esa respuesta. Abrió el bolso con celeridad y sacó una tarjeta de visita. Se la tendió con cuidado de no rozarle los dedos.
Ahí tienes el teléfono de la tienda, el de mi casa y también mi móvil. Puedes llamarme esta noche o... o mañana por la mañana. Cuando prefieras.
Gaston inclinó la pequeña cartulina hacia la luz que emergía de la boca del metro, y leyó «Rocio Igarzabal», y, debajo, con letra más pequeña y cursiva, «arte e imaginación». Le resultó curioso, pero no preguntó. La guardó en el bolsillo interior de su cazadora y volvió a mirar a Rocio con gesto cínico, en silencio, disfrutando de su incomodidad hasta que la escuchó decir:
Mi socia y el cliente te esperarán en...
Quiero que estés tú interrumpió con rudeza.
Y se alejó, sin más. desapareció al doblar la esquina en dirección a la plaza.
Ella no pudo moverse. Permaneció encogida, como si el intenso frío le hubiera penetrado por la gruesa tela del abrigo. Se preguntaba qué, de todo cuanto le había dicho, había obrado el milagro. No recordaba ni la mitad de las palabras que habían salido de su boca, pero sí las que había pronunciado Gaston. Sobre todo las últimas. Esa petición rotunda, más bien orden indiscutible, que la había dejado aturdida.                 adap Iribika

2 comentarios:

  1. Wow, que interesante que se esta poniendo, pero espero que al final Gaston no haga nada, ojala se de cuenta, ahora me parece que se vienen los acercamientos, me gusta mucho esta adaptacion, estoy muy atrapada y espero el proximo con ansia.

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  2. ahhh por fin capitulo de esta novela me encanto el capitulo ahora van a estar mas tiempo juntos estoy deseando k se besen falto muxo y k gas drje de lado la venganza k noes bueno subi rapido besosss

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