domingo, 19 de agosto de 2012

Antes y despues de odiarte capitulo 21


Gaston se detuvo ante la cafetera y observó cómo el oscuro brebaje comenzaba a filtrarse hasta el interior del recipiente de cristal. Un instante después volvía a caminar de un lado a otro de la cocina. Hacía rato que no oía el sonido del agua de la ducha. En unos segundos aparecería Peter y él le esperaba ansioso por contarle lo acontecido durante los últimos días. Había recorrido la distancia desde la cárcel imaginando su reacción, y ahora quería contemplarla.
--Tengo algo importante que contarte tomó aliento antes de continuar. ¿Qué pensarías si te dijera que he dado con la forma de entrar en la tienda?
Peter agarró con fuerza la jarra con café recién hecho y se volvió. Una señal de alarma brillaba en sus ojos marrones.
Me acojonaría.
Pues la tengo respondió Gaston con gesto complacido.
—¡No jodas,! Creí que había quedado claro que eso no se puede hacer.
Gaston tomó dos tazas del armario y las dejó sobre la mesa.
Tranquilo. No necesito forzar ninguna cerradura.
Entonces, ¿por qué me sigue preocupando tu sonrisa de satisfacción? consultó con los dedos crispados en el asa de vidrio.
Siéntate y escucha dijo Gaston por toda respuesta mientras ocupaba una de las sillas.
Peter se sentó frente a su amigo.
Desembucha pidió con aprensión.
Rocio ha estado unos días detrás de mí, ofreciéndome un trabajo. Se trata de hacer unos diseños.
—¡No me embrolles,! estalló Peter. Quedamos en que te ibas a mantener lejos de esa tipa. ¿Ahora vuelves a verla y quieres hacerme creer que ha sido ella quien te ha buscado?
Sabía que te costaría creerlo, aunque no esperaba que dudaras de mí dijo con reticencia, sirviendo el café en las dos tazas.
Peter, impaciente por conocer más detalles,
—¡Júrame que no has sido tú quien la ha buscado, y en todo caso explícame qué quiere de ti y qué es eso del puto trabajo!
La mirada de Gaston se endureció durante unos segundos.
Prometí que no volvería a acercarme a ella y así lo he hecho aseguró con forzada calma. Ella sólita ha caído en la trampa al buscarme para proponerme algo perfecto. Y aún no entiendo por qué lo ha hecho continuó seguro de que habían terminado los malos entendidos. Le dije que me dejara en paz. Te juro que no tenía ninguna intención de aceptar ese trabajo, hasta que le escuché hablar de la tienda.
—¡No me jodas! Apartó su taza sacudiendo el café y derramándolo por el borde. ¿No me digas que aceptaste para tener acceso a su negocio?
Gaston trató de tranquilizarse. No quería discutir por algo que debería ser un motivo para alegrarse.
Sí, acepté. Cogió la cucharilla y comenzó a remover con insistencia su café, en el que no había vertido azúcar. Comprendí que eso solucionaba todos mis problemas y por supuesto acepté.
—¡Maldita sea! exclamó Peter poniéndose en pie y empujando la silla hasta hacerla chocar contra la pared. ¿Se puede saber dónde te has dejado el cerebro? preguntó al tiempo que le daba la espalda y se alejaba hacia la ventana.
—¡Tranquilo, ¿vale?! gritó Gaston golpeando la mesa con el puño cerrado.
Sacó el tabaco del bolsillo de su cazadora y prendió un cigarro. Nada le sosegaba tanto como inspirar y espirar el humo con lentitud.
Es que las cosas no son tan sencillas como tú las pintas contestó Peter volviéndose hacia él de nuevo. Desde el comienzo te has saltado tus propias normas y esto ya no se parece en nada a tu plan original.
—¡Pero es mi problema y es mi jodido plan! gritó—. No te preocupes si no te gusta, porque no necesito tu ayuda aseguró alejando su taza, que fue a colisionar con la de Peter.
—¡Pues tu plan es una puta mierda, y lo sabes! masculló entre dientes. Te la estás jugando, y me pregunto si merece la pena.
Gaston se levantó y se lanzó hacia su amigo. Se detuvo ante él como si un ser invisible le hubiera sujetado por la espalda. Le miró a los ojos y aspiró el pitillo con más apremio del que sabía que necesitaba.
—¿Y tú me preguntas si merece la pena? Asió el cigarro con las yemas de dos dedos. Creí que lo sabías mejor que nadie.
Y lo sé. Pero también sé que si fueras más racional te dedicarías únicamente a vivir tu vida opinó clavándole su dedo índice en el pecho.
Gaston soltó una risa inquieta. El esfuerzo por contenerse le recordó los años en los que callar y aguantar fue lo único que le permitieron hacer. Expelió el humo despacio, diciéndose que quien ahora le desafiaba era su amigo.
El odio nunca es racional aseguró mirándole sin pestañear. Sobre todo cuando emerge de un daño tan atroz como el que ella me hizo. ¿Has intentado ponerte alguna vez en mi lugar? preguntó apretando la mandíbula. ¿Lo has hecho? ¿Has imaginado que una maldita mujer se mete en tu vida, en tu cama, consigue que te enamores de ella como un perro y después te deja y se lleva todo, absolutamente todo lo que tienes? ¿Has pensado en cómo de eternas han sido mis noches bajo esas mantas ásperas sabiendo que pagaba el precio de haberla poseído entre suaves y delicadas sábanas? No. ¡Claro que no lo has hecho! Si lo hubieras vislumbrado siquiera, me entenderías, y no me entiendes.
—¡Te entiendo! chilló volviendo a empujar el índice contra su pecho. Te entiendo, pero no puedo comprender que estés dispuesto a perderlo todo de nuevo por ella. Sé lo que va a ocurrir, y me jode. Me jode asumir que vas a dejar que te hunda por segunda vez.
Es muy posible, pero no me preocupa. Me basta con saber que la arrastraré hasta mi infierno. Su boca formó una sonrisa rígida antes de volver a apoderarse del pitillo. Estoy seguro de que ese trayecto es menos terrible cuando se hace en una compañía como la suya.
Peter agitó con suavidad la cabeza sin dejar de mirarle.
—¿Por qué insistes en cavar tu tumba? Tienes cosas en tu vida que no entiendo que no te mueras por conservar. Especialmente a Lali. Ella te quiere.
Sí, me quiere y lo entenderá cuando se lo cuente. Ella sí sabe lo importante que es todo esto para mí continuó ironizando.
—¿No le estás pidiendo demasiado? preguntó Peter empujado por un destello de celos y rabia.
Para lo poco que le doy, ¿quieres decir? Alzó las cejas en un gesto de cinismo. ¿Ahora, aparte de loco, también soy un puto egoísta?
Eres tú quien lo ha dicho aclaró con la misma impertinencia.
Gaston regresó junto a la mesa y aplastó el cigarro en el cenicero, en silencio y durante largo rato, hasta hacerlo trizas.
Nada ni nadie me hará cambiar de idea dijo cogiendo las tazas aún llenas del desayuno. Lo haré, y no importa el precio que me toque pagar. Despacio y pensativo las llevó hasta el fregadero. Me lo debo, pero sobre todo se lo debo a Manu, que fue quien más perdió.
—¿Y qué le debes a Lali?
Se quedó inmóvil. Se había preguntado muchas veces cómo podría pagarle tanta fidelidad. Ella era quien atenuaba la amargura de su alma y quien satisfacía sus deseos de hombre a pesar de que jamás le había hecho ninguna promesa.
Todo. Atrapó aire con los ojos cerrados. Todo y nada, supongo. Le dio la espalda y repitió—: Todo y nada.
Salió de la cocina. Comenzaba a sentirse culpable y no necesitaba más remordimientos. Ya tenía bastantes. Además, como cada mañana, le acuciaba la necesidad de meterse bajo la ducha para quitarse de encima el rancio olor a cárcel.
Peter juró en voz baja mientras vertía el café por el desagüe. Después fregó los cacharros, ausente y cabizbajo. Miró varias veces el reloj, la hora para salir hacia el trabajo estaba al caer. Pensó que esta vez los dos llevarían en su cabeza una nueva e idéntica preocupación.


De nuevo era una mañana fría, una mañana de viento; una mañana perfecta para caminar sin prisa hasta el centro, pensó Rocio cuando, apenas salió del portal, inspiró el delicioso olor a invierno.
Buenos días emitió una voz masculina, a su izquierda.
Rocio cruzó las solapas de su abrigo sobre la bufanda de lana y se volvió.
Pablo estaba en la acera, con el hombro apoyado en la pared del edificio, un gran ramo de rosas blancas en las manos y una media sonrisa en la boca.
Espero ser bien recibido. Le mostró las flores. Un pequeño soborno para que perdones mi comportamiento del otro día. Fui un completo imbécil, lo sé. No quiero perder tu amistad, Rocio. Sus ojos, fijos en ella, expresaron lo mismo que sus palabras. Por nada del mundo querría perder tu amistad.
Yo tampoco quiero perder la tuya confesó con llaneza.
Pero no voy a permitir que interfieras en mi vida. Siempre has cuidado de mí, y te lo agradezco. Pero no puedes pretender tomar decisiones que no te atañen.
Lo siento. Tienes razón y lo sé. Un amigo no puede ser un guardaespaldas ni un padre, menos aún el marido celoso que parezco a veces. Se frotó la nuca con gesto azorado. Prometo que no volverá a ocurrir.
Me alegra escuchar eso sonrió al decirlo.
Pablo advirtió en sus ojos aquel antiguo brillo plateado que durante un tiempo hizo que él se consumiera de intranquilidad y de celos.
Lo conseguiste. Hablaste con él, ¿verdad? afirmó más que preguntó.
Así es ratificó atenta a sus disimulados signos de contrariedad.
—¿Y aceptó el trabajo? insistió ante la sospecha de que el punto de desánimo, que creía verle, se debiera a que no había logrado su objetivo. Una débil sonrisa le sacó del error. ¿Puedo opinar sobre esto? tanteó mientras sus nudillos blanqueaban sobre los tallos de las rosas. No entendía que Gaston hubiera aceptado la ayuda de Rocio cuando debería odiarla. Le inquietaba lo que pudiera estar buscando.
Claro que puedes dijo ella con suavidad. Y no es necesario que me digas que no te gusta lo que estoy haciendo. Lo sé muy bien, pero voy a ayudarle a pesar de todo.
No desapruebo esto por capricho. Es una locura que estés cerca de él. Ya fue una locura la primera vez, y entonces lo sabías igual que lo sabes ahora. Se frotó el mentón buscando sosegarse antes de continuar. Pero ya que no vas a hacerme ningún caso, quiero que sepas que pase lo que pase estaré contigo. Y prometo que no te diré que ya te lo advertí.
Su último comentario la hizo sonreír. El resto la inquietó porque en el fondo de su alma sabía que él tenía razón.
Te lo agradezco. Pablo negó con la cabeza mientras la adoraba con los ojos. No es necesario que te diga que si te necesito, te llamaré.
Eso no me tranquiliza demasiado. Trató de no mostrar la verdadera dimensión de su disgusto.
Rocio se enterneció al ver que no cejaba en su preocupación.
Contempló el ramo de rosas que él continuaba sujetando con su mano izquierda.
—¿No es este mi soborno? Se lo arrancó dando un pequeño tirón y lo acercó a la nariz para inspirar su aroma. Acepto si me prometes que esto queda entre nosotros y que no me detendrás por cohecho.
El comisario rio, más relajado. En su mirada se advertían la admiración y el amor que sentía por ella.
De acuerdo aceptó sobre todo el cambio de conversación. Me gusta eso de que quede entre nosotros. Se ajustó los puños de la camisa, que asomaban bajo las mangas del abrigo. Sus ojos volvían a brillar seductores y misteriosos. También me gustaría que me permitieras acompañarte a la tienda y que me dijeras que esta noche puedo pasar a buscarte para llevarte a cenar.
Está bien dijo risueña. Creo que es lo menos que me debes como desagravio. Pablo asintió satisfecho. Pero antes subamos a casa un momento. Quiero poner el soborno en un jarrón con agua para que no se estropee. Arrugó la nariz. Él se la acarició con las yemas de los dedos. Y también invitarte a un café con el que sellemos la paz. ¿Tienes tiempo para eso?
Siempre tengo tiempo para ti aseguró Pablo pasándole el brazo por la cintura para conducirla hacia la puerta. Y si no lo tengo lo saco de donde sea. Además, los dos sabemos que eres tú quien manda en esta «relación» añadió riendo.                                                                                          adaptacion A.Iribika

2 comentarios:

  1. en serio te lo digo no me gusta pablo en ninguna de tus novelas jajaja kiero k pase algo entre los rubios eres mala ehh me pones terceros en las novelas y no m gusta fata poco para el beso de los rubios o algo k pase dime porfa jajaja besos

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  2. Chomaso lo que quiere hacer Gaston, pobre Rochi, igual en aprte se lo merece, pero no demasiado, oig, quiero más:))))))

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