En la actitud de su
madrastra Rocío percibía una extraña determinación, parecía furiosa y
desesperada; pero estaba demasiado debilitada por el dolor como para plantearse
el motivo de tal comportamiento.
—Bueno —dijo con repentina
dignidad—, el caso es que Gastón va a casarse conmigo.
—No —respondió Lisa
iracunda—. Se va a casar con tu herencia. ¿Acaso no tienes orgullo? Cualquier
mujer que se preciara de serlo pararía todo esto antes de que fuera demasiado
tarde; se buscaría un hombre que la amara de verdad en lugar de arrastrarse
ante uno que no la quiere, ¡un hombre que además ya tiene a la mujer a la que
quiere!
Aquello era una pesadilla.
¿Qué mayor crueldad le tenía reservada? Fuera lo que fuera no quería oírlo. Ya
era hora de marcharse de allí. Rocío echó a andar pero, al pasar junto a ella,
Lisa la agarró del brazo y le dijo mientras clavaba la mirada en sus ojos:
—Sé qué es lo que esperas,
pero pierdes el tiempo; Gastón jamás te amará porque ama a otra. Si no me crees
pregúntale a él si hay alguna mujer a la que quiera. Y pregúntaselo hoy, antes de
que se case contigo. Si te atreves pregúntale quién es esa mujer.
Mientras se acercaba hacia
el altar donde la esperaba Gastón, Rocío no podía dejar de pensar en la
conversación con su madrastra, sus palabras le martilleaban en la cabeza
provocándole un dolor infinito. El aroma de las lilas que adornaban la iglesia
era tan intenso que se sentía mareada, como si fuera a desmayarse. ¿Cómo era
posible que fuera verdad lo que había dicho Lisa? ¿Cómo iba siquiera a
plantearse casarse con ella estando enamorado de otra?
No, su madrastra mentía,
del mismo modo que lo había hecho tantas otras veces en el pasado; solo quería
hacerle daño. Y desde luego su último comentario era totalmente descabellado,
había insinuado que ella era esa mujer que ocupaba el corazón de Gastón… Eso
era imposible.
—Queridos hermanos…
El cuerpo de Rocío se
tambaleó ligeramente, quizás no tan ligeramente porque Gastón le puso la mano
en el hombro intentarlo transmitirle la fuerza que le faltaba.
A cada instante le
resultaba más difícil soportar el dolor que la invadía; dolor y rabia porque
aquel debería haber sido el día más feliz de su vida, al fin y al cabo estaba
casándose con el hombre al que amaba, al que había amado desde el mismo momento
en el que supo lo que era el amor.
—¿Estás bien, Rocío? Hace
un rato me ha parecido que ibas a desmayarte.
Intentó sonreír a su
marido, que la miraba con la preocupación dibujada en el rostro. Se sentía
rara, le temblaban las piernas y tenía miedo…
—Gastón, hay algo que
quiero preguntarte.
Se encontraban a la puerta
de la iglesia, rodeados por los invitados que los jaleaban con alegría. Gastón
apenas la miraba y darse cuenta fue como una puñalada en el corazón. No tenían
el menor aspecto de una pareja que acababa de casarse, no parecían un
matrimonio enamorado. Antes de que el valor se desvaneciera, consiguió
preguntárselo:
—¿Tienes… hay… hay alguna
mujer a la que ames?
Ahora sí la miró, pero no
del modo que ella habría esperado; tenía el ceño fruncido y los ojos clavados
en los de ella. Rocío sin embargo era incapaz de sostener aquella intensa
mirada.
—¿Quién te ha dicho eso?
—le preguntó furioso. El corazón se le hizo pedazos. Todo era verdad. Gastón la
miró con tristeza infinita y contestó susurrando.
—Sí… es cierto. Pero…
Quería a otra. Estaba
enamorado de otra mujer, pero se había casado con ella. Rocío tuvo la certeza
de que todo su mundo se estaba derrumbando en ese preciso instante. ¿Dónde
estaba el hombre al que adoraba, en el que confiaba, al que amaba? Parecía que
ese hombre no existía realmente…
Con un grito de dolor se
dio media vuelta y echó a correr tan rápido como le daban las piernas; quería
huir del dolor y del triunfo de Lisa pero, sobre todo, necesitaba huir de
Gastón, que la había traicionado. A su espalda pudo oírlo gritar su nombre, pero
solo consiguió que corriera aún más aprisa. En la calle de detrás de la iglesia
vio un taxi del que estaba bajando una persona y, sin pensarlo dos veces, se
subió a él. En cualquier otro momento se habría echado a reír al ver la cara
con la que la miró el taxista al entrar en el coche, pero reír era lo último
que se le pasaba entonces por la cabeza…
—Rápido —le pidió con voz
temblorosa—. Dése prisa por favor.
Cuando el coche se puso en
movimiento miró atrás, hacia el lugar donde se encontraba la iglesia, con la
esperanza de ver a Gastón corriendo tras ella, pero la calle estaba vacía.
—No me lo diga —comenzó a
decir el conductor, en tono jovial—, tiene que llegar a una boda a toda prisa,
¿verdad?
—No —corrigió con ímpetu—.
En realidad lo que quiero es huir de una.
Se volvió a mirarla
perplejo olvidándose del tráfico por un instante.
—¿En serio? ¿Es usted una
novia a la fuga? Nunca lo habría imaginado.
Rocío prefirió no
contestar, simplemente le dio su dirección y volvió a pedirle que se diera
prisa.
Entre tanto no había ni
rastro de que alguien hubiera ido en su busca; ni su marido, ni su madrastra.
Aquel fue el trayecto más
largo de su vida, hasta que al fin llegaron a la puerta de su casa Rocío tuvo
las uñas clavadas en la tapicería del asiento y no pudo dejar de mirar a ver si
alguien los seguía.
Después de entrar a casa a
buscar dinero para pagar al taxista, se apresuró escaleras arriba mientras se
iba quitando el vestido de novia con tal fuerza que acabó por desgarrar algunas
costuras. De la misma manera que su madrastra y Gastón le habían desgarrado el
corazón a ella.
Se puso unos vaqueros y una
camiseta y cambió algunas de las cosas que había en la maleta que debía haberse
llevado a la luna de miel. Todavía no había asimilado del todo lo que acababa de
hacer; lo único de lo que era consciente era que tenía que alejarse de su
marido tanto como le fuera necesario. Si, como le había dicho Lisa, solo quería
casarse con ella para hacerse con el control de la empresa, no pararía hasta
tenerlo; por lo que lo mejor era irse de allí enseguida. Rocío sabía
perfectamente lo impetuoso que podía ser cuando se trataba de negocios, a veces
incluso despiadado… ¡Gastón! ¿Cómo podía haberle hecho algo así? Un
desagradable escalofrío le recorrió el cuerpo al pensar aquello; se sentía tan
humillada.
Se enjuagó las lágrimas,
respiró hondo y salió del dormitorio con la maleta que había comprado
especialmente para la luna de miel. Dentro de esa maleta estaba su pasaporte y
los cheques de viaje que Gastón le había dado el día anterior.
—Dinero para gastos —le
había dicho con aquella sonrisa que siempre hacía que se le acelerara el
corazón y todo su cuerpo deseara… Bueno, todo ese dinero le iba a venir muy
bien ahora, pensó amargamente sin querer detenerse en lo irónico de la situación.
El dinero de la luna de miel le iba a servir para comprar un billete al lugar
más lejano que pudiera encontrar.
—A ver… Hay asientos libres
en el vuelo que sale hacia Río de Janeiro dentro de media hora —le dijo la
azafata de tierra sin apartar la mirada del ordenador.
Mientras la escuchaba Rocío
no podía dejar de mirar por encima del hombro, seguía esperando ver la imagen
de Gastón aparecer por algún lugar.
Ya era demasiado tarde,
había reservado plaza en el avión a Río.
Adiós al hogar, adiós al amor
que tanto había esperado disfrutar el resto de su vida…
¡Adiós, Gastón!

ya quiero el capitulo entero me encanto!
ResponderEliminarBoluda, si el prolgo es asi no me quiero imaginar los capitulos JAJAJA, ah. Repito, la historia no me puede matar tan asi. Es genial. Pero porque Rochi reacciono asi? media fuera de si, no me gusto eso, ah. Y Gaston, no entiendo, espero que no sea como lo plantea la madrastra.
ResponderEliminarMe encana!!.. espero el proximo cap!!...Gaston no termino de decir la frase... quedo en pero... tendra desenlace eso?ajajaajaj...
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