sábado, 22 de septiembre de 2012

Amor por chantaje Prólogo parte 2

segunda parte del prologo, lo tuve que cortar porque es exesivamente largo...
En la actitud de su madrastra Rocío percibía una extraña determinación, parecía furiosa y desesperada; pero estaba demasiado debilitada por el dolor como para plantearse el motivo de tal comportamiento.
—Bueno —dijo con repentina dignidad—, el caso es que Gastón va a casarse conmigo.
—No —respondió Lisa iracunda—. Se va a casar con tu herencia. ¿Acaso no tienes orgullo? Cualquier mujer que se preciara de serlo pararía todo esto antes de que fuera demasiado tarde; se buscaría un hombre que la amara de verdad en lugar de arrastrarse ante uno que no la quiere, ¡un hombre que además ya tiene a la mujer a la que quiere!
Aquello era una pesadilla. ¿Qué mayor crueldad le tenía reservada? Fuera lo que fuera no quería oírlo. Ya era hora de marcharse de allí. Rocío echó a andar pero, al pasar junto a ella, Lisa la agarró del brazo y le dijo mientras clavaba la mirada en sus ojos:
—Sé qué es lo que esperas, pero pierdes el tiempo; Gastón jamás te amará porque ama a otra. Si no me crees pregúntale a él si hay alguna mujer a la que quiera. Y pregúntaselo hoy, antes de que se case contigo. Si te atreves pregúntale quién es esa mujer.
Mientras se acercaba hacia el altar donde la esperaba Gastón, Rocío no podía dejar de pensar en la conversación con su madrastra, sus palabras le martilleaban en la cabeza provocándole un dolor infinito. El aroma de las lilas que adornaban la iglesia era tan intenso que se sentía mareada, como si fuera a desmayarse. ¿Cómo era posible que fuera verdad lo que había dicho Lisa? ¿Cómo iba siquiera a plantearse casarse con ella estando enamorado de otra?
No, su madrastra mentía, del mismo modo que lo había hecho tantas otras veces en el pasado; solo quería hacerle daño. Y desde luego su último comentario era totalmente descabellado, había insinuado que ella era esa mujer que ocupaba el corazón de Gastón… Eso era imposible.
—Queridos hermanos…
El cuerpo de Rocío se tambaleó ligeramente, quizás no tan ligeramente porque Gastón le puso la mano en el hombro intentarlo transmitirle la fuerza que le faltaba.
A cada instante le resultaba más difícil soportar el dolor que la invadía; dolor y rabia porque aquel debería haber sido el día más feliz de su vida, al fin y al cabo estaba casándose con el hombre al que amaba, al que había amado desde el mismo momento en el que supo lo que era el amor.
—¿Estás bien, Rocío? Hace un rato me ha parecido que ibas a desmayarte.
Intentó sonreír a su marido, que la miraba con la preocupación dibujada en el rostro. Se sentía rara, le temblaban las piernas y tenía miedo…
—Gastón, hay algo que quiero preguntarte.
Se encontraban a la puerta de la iglesia, rodeados por los invitados que los jaleaban con alegría. Gastón apenas la miraba y darse cuenta fue como una puñalada en el corazón. No tenían el menor aspecto de una pareja que acababa de casarse, no parecían un matrimonio enamorado. Antes de que el valor se desvaneciera, consiguió preguntárselo:
—¿Tienes… hay… hay alguna mujer a la que ames?
Ahora sí la miró, pero no del modo que ella habría esperado; tenía el ceño fruncido y los ojos clavados en los de ella. Rocío sin embargo era incapaz de sostener aquella intensa mirada.
—¿Quién te ha dicho eso? —le preguntó furioso. El corazón se le hizo pedazos. Todo era verdad. Gastón la miró con tristeza infinita y contestó susurrando.
—Sí… es cierto. Pero…
Quería a otra. Estaba enamorado de otra mujer, pero se había casado con ella. Rocío tuvo la certeza de que todo su mundo se estaba derrumbando en ese preciso instante. ¿Dónde estaba el hombre al que adoraba, en el que confiaba, al que amaba? Parecía que ese hombre no existía realmente…
Con un grito de dolor se dio media vuelta y echó a correr tan rápido como le daban las piernas; quería huir del dolor y del triunfo de Lisa pero, sobre todo, necesitaba huir de Gastón, que la había traicionado. A su espalda pudo oírlo gritar su nombre, pero solo consiguió que corriera aún más aprisa. En la calle de detrás de la iglesia vio un taxi del que estaba bajando una persona y, sin pensarlo dos veces, se subió a él. En cualquier otro momento se habría echado a reír al ver la cara con la que la miró el taxista al entrar en el coche, pero reír era lo último que se le pasaba entonces por la cabeza…
—Rápido —le pidió con voz temblorosa—. Dése prisa por favor.
Cuando el coche se puso en movimiento miró atrás, hacia el lugar donde se encontraba la iglesia, con la esperanza de ver a Gastón corriendo tras ella, pero la calle estaba vacía.
—No me lo diga —comenzó a decir el conductor, en tono jovial—, tiene que llegar a una boda a toda prisa, ¿verdad?
—No —corrigió con ímpetu—. En realidad lo que quiero es huir de una.
Se volvió a mirarla perplejo olvidándose del tráfico por un instante.
—¿En serio? ¿Es usted una novia a la fuga? Nunca lo habría imaginado.
Rocío prefirió no contestar, simplemente le dio su dirección y volvió a pedirle que se diera prisa.
Entre tanto no había ni rastro de que alguien hubiera ido en su busca; ni su marido, ni su madrastra.
Aquel fue el trayecto más largo de su vida, hasta que al fin llegaron a la puerta de su casa Rocío tuvo las uñas clavadas en la tapicería del asiento y no pudo dejar de mirar a ver si alguien los seguía.
Después de entrar a casa a buscar dinero para pagar al taxista, se apresuró escaleras arriba mientras se iba quitando el vestido de novia con tal fuerza que acabó por desgarrar algunas costuras. De la misma manera que su madrastra y Gastón le habían desgarrado el corazón a ella.
Se puso unos vaqueros y una camiseta y cambió algunas de las cosas que había en la maleta que debía haberse llevado a la luna de miel. Todavía no había asimilado del todo lo que acababa de hacer; lo único de lo que era consciente era que tenía que alejarse de su marido tanto como le fuera necesario. Si, como le había dicho Lisa, solo quería casarse con ella para hacerse con el control de la empresa, no pararía hasta tenerlo; por lo que lo mejor era irse de allí enseguida. Rocío sabía perfectamente lo impetuoso que podía ser cuando se trataba de negocios, a veces incluso despiadado… ¡Gastón! ¿Cómo podía haberle hecho algo así? Un desagradable escalofrío le recorrió el cuerpo al pensar aquello; se sentía tan humillada.
Se enjuagó las lágrimas, respiró hondo y salió del dormitorio con la maleta que había comprado especialmente para la luna de miel. Dentro de esa maleta estaba su pasaporte y los cheques de viaje que Gastón le había dado el día anterior.
—Dinero para gastos —le había dicho con aquella sonrisa que siempre hacía que se le acelerara el corazón y todo su cuerpo deseara… Bueno, todo ese dinero le iba a venir muy bien ahora, pensó amargamente sin querer detenerse en lo irónico de la situación. El dinero de la luna de miel le iba a servir para comprar un billete al lugar más lejano que pudiera encontrar.
—A ver… Hay asientos libres en el vuelo que sale hacia Río de Janeiro dentro de media hora —le dijo la azafata de tierra sin apartar la mirada del ordenador.
Mientras la escuchaba Rocío no podía dejar de mirar por encima del hombro, seguía esperando ver la imagen de Gastón aparecer por algún lugar.
Ya era demasiado tarde, había reservado plaza en el avión a Río.
Adiós al hogar, adiós al amor que tanto había esperado disfrutar el resto de su vida…
¡Adiós, Gastón!

3 comentarios:

  1. Boluda, si el prolgo es asi no me quiero imaginar los capitulos JAJAJA, ah. Repito, la historia no me puede matar tan asi. Es genial. Pero porque Rochi reacciono asi? media fuera de si, no me gusto eso, ah. Y Gaston, no entiendo, espero que no sea como lo plantea la madrastra.

    ResponderEliminar
  2. Me encana!!.. espero el proximo cap!!...Gaston no termino de decir la frase... quedo en pero... tendra desenlace eso?ajajaajaj...

    ResponderEliminar