El mismo recuerdo que por la mañana había estado a punto de costarle la vida a Gaston,
por la tarde acompañó a Rocio en el recorrido a casa. Esta vez caminó directa hasta el Museo y cruzó la ría por la pasarela de madera, frente a la
Universidad.
Se paró en el centro, sobre las frías aguas, y miró a lo lejos, hacia las luces verduzcas
que iluminaban el puente levadizo. Lo había contemplado muchas veces desde allí, acurrucada en los brazos protectores de
Gaston. A él le
gustaba acompañarla por
ese trayecto y recrear en cada esquina su poca prisa por llegar a Botica Vieja
y despedirse de ella.
Bajó los párpados al recibir un remolino de viento
frío y los mantuvo así durante largo rato. Hacía mucho que no se detenía a rememorar aquella primera noche.
Había
sido hermosa, apasionada, incomparable. Al fin había encontrado valor para
dejarse llevar por sus sentimientos; para cumplir su anhelo prohibido de
enloquecer entre sus brazos, dormir entre sus brazos, despertar entre sus
brazos. Despertar y ver sus ojos, verdes y emocionados, contemplándola en silencio, fue uno
de los momentos más
maravillosos que había
vivido hasta entonces.
—Dime
que esto no es un sueño
—le
pide emocionada.
—No
es un sueño
—le
responde con aire somnoliento—.
El amor hace que la realidad sea mejor que cualquier sueño.
Y en ese instante quiere creer que eso es cierto. Piensa
que el amor hará
desaparecer todas sus mentiras para no tener que con fiarlas nunca, para no
correr el riesgo de perder al que ya es, para siempre, dueño de su corazón.
Pero las mentiras nunca desaparecen. Se agrandan, se
agigantan y destruyen todo lo hermoso que encuentran a su paso.
Esa primera mañana
vuelve a ver a Manu. Lo encuentra en la cocina tomando leche con cacao en la
que remoja galletas. Le parece apenas un niño.
Un niño
tan semejante a Gaston que es como retroceder en el tiempo para conocerlo con
sus preciosos y puros dieciocho años.
Al verla, Manu se levanta, raudo y servicial, a prepararle el desayuno.
—¡Así que eres la novia de mi
hermano! —le
dice con una expresión
radiante—.
Me gusta esto de tener una chica en casa; una hermana —aclara colocando ante ella
el café
negro que le ha pedido—.
Nunca ha vivido una mujer con nosotros.
—Descartando
a vuestra madre, ¡por
supuesto! —Sonríe al pronunciar la
obviedad.
—Gaston
conoció
a mama. Yo no —cuenta él sin ninguna emoción.
Rocio detiene el movimiento de la cucharilla en el
interior de la taza. Gaston no le ha relatado penas. Ninguna pena. Nada que
denote que en su vida haya habido sombra alguna.
—Él
no me ha contado...
—Y
no lo hará
—interrumpe
Manu—.
No le gusta hablar de lo que pasó.
No le preguntes —aconseja
en tono amigable y confidencial—.
Aunque yo sí
que lo hago, y si le insisto mucho me cuenta cosas. —Sus ojos brillan
misteriosos mientras muerde una nueva galleta—.
¿Tú tienes una familia grande?
—La
verdad es que no —dice,
confusa aún
por lo que acaba de descubrir—.
Vivo sola. Tengo unos tíos
y algunos primos a los que veo en Navidad y poco más.
—¡Perfecto!
—exclama
como el niño
que todavía
es—.
Bueno... —Cabecea
incómodo—. No me alegra que estés sola, es que... podrías venirte a vivir con
nosotros. Estaría
bien tener una hermana.
—Es...
es un poco precipitado. Yo...
—No
me la asustes.
Los dos se vuelven al escuchar la voz de Gaston. Llega
recién
duchado, con el cabello húmedo,
unos gastados vaqueros y los pies descalzos.
—No
me la asustes —repite—, porque no imaginas lo que
me ha costado convencerla para que me acompañara
hasta aquí.
Se inclina hacia ella, desliza el brazo por su cintura
y la besa en la boca. Es un beso largo, fresco, húmedo y con olor a jabón que la deja sin aire.
Mientras se aparta le recuerda con los ojos la pasión con la que la ha amado
durante una gran parte de la noche y también
por la mañana.
—Buenos
días
de nuevo —musita
Rocio cuando recupera el aliento.
Manu se levanta sonriendo con mofa.
—Yo
me voy. Sé
cuándo
estoy sobrando. —Toma
un último
y apurado sorbo de su taza y se dirige a la puerta llevándose una galleta—. ¡Gaston! —Llama en el último momento y aguarda a
que su hermano le mire—.
Proponle que se venga a vivir con nosotros. Doy mi palabra de que no molestaré mucho.
—¡Lárgate de una vez! —le responde riendo.
Al quedarse a solas se inclina para besarla de nuevo.
Esta vez la toma por la cintura y la levanta con facilidad de la silla.
—Empiezo
a estar preocupado —le
confiesa con los labios pegados a los suyos.
—¿Por
qué?
—pregunta
alarmada.
Él, confiado, no alcanza a apreciar el grado de su
inquietud. La sujeta por las nalgas y la aprieta contra su cuerpo.
—Porque
toda la noche no me ha bastado para saciarme de ti —susurra, de nuevo encendido—. Porque sé que a partir de hoy la
necesidad de tenerte se va a convertir en una tortura. Porque he comprobado que
ni puedo ni quiero tenerte lejos.
El sonido de
voces y risas la hicieron abrir los ojos. Un pequeño grupo de turistas acababa de detenerse
a su lado, en el centro de la pasarela. Esa noche, los focos vestían la piel de titanio con espectaculares
tonos cobrizos que ellos pretendían capturar con sus cámaras fotográficas.
Suspiró bajito, se apartó y continuó su camino. Lo recorrió despacio, sin ningún apremio por llegar a casa, ya que él no estaría allí para despedirla con un beso, para
decirle cuánto la
amaba, para susurrarle que le costaba la propia vida alejarse de ella. adap A.Iribika

Hace días que vengo sufriendo con esta Noveee...
ResponderEliminarHace un montón que no comento... sorry...
Y nada.. Los recuerdos no pueden ser mas lindos...Ellos no pueden ser mas perfectos..
Pero todo se va al traste... Joder con Gastón que esta tan equivocado.. y rochi que no enfrenta lo que pasa...
Amo esta nove...
Me pone mal que ella este asi, que Gaston este tan malo, que todo alla cambiado, ah salio re rima, nada, espero el proximo.
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