Unos minutos
después, Gaston,
solitario y cabizbajo, se dirigía hacia el parking..
Un sonido metálico le sobresaltó. Se volvió para identificar eso tan similar al
quejido con el que las rejas se cerraban en prisión. El origen estaba en la pesada persiana
metálica de un comercio, que descendía dando por finalizada la jornada.
Llegaba la
noche. También Rocio
estaría
emprendiendo su vuelta a casa.
Rocio. Siempre Rocio.
Siempre ella ocupando y atormentándole el pensamiento.
Bruscamente
abandonó la
Alameda que le llevaba directamente al parking, que ya divisaba al fondo. Caminó deprisa, dejando a su izquierda otras
calles que conducían al
mismo lugar. Se detuvo al darse de bruces con la plaza. Una vez allí, el trayecto más lógico y corto pasaba a ser la calle. Había tomado un insólito desvío que contenía una mera intención: cruzar ante la tienda que seguramente Rocio
estaba cerrando.
Apenas se internó en la zona peatonal, avistó el llamativo pelo de mery al lado del
escaparate. Junto a él, a sus ojos, destacaba la discreta cabellera rubia.
Caminó todo lo despacio que le fue posible sin
llegar a detenerse, bien pegado a los edificios de enfrente, con la esperanza
de que los transeúntes y
la oscuridad le permitieran pasar desapercibido. Y la fue mirando a la vez que
acortaba la distancia, a la vez que el temor a ser descubierto le agolpaba en
la garganta los latidos de su corazón.
Cuando la
persiana quedó
encajada en el suelo, Mery se agachó para afianzarla con la cerradura. Mientras, Rocio se
enrollaba la bufanda al cuello y pasaba por la cabeza la correa del bolso.
¿Por qué la encontraba cada vez más hermosa?, se preguntó sin dejar de avanzar. ¿Por qué, últimamente, al verla su odio se
emborronaba y su dolor se redefinía? ¿Por qué contemplarla le provocaba cada día mayor sufrimiento?
No le vio llegar.
Aguijoneado por
preguntas sin respuesta y sentimientos turbadores, no le vio llegar. Reparó en él cuando lo distinguió pegado a la espalda de Rocio, cubriéndole los ojos con las manos y acercándosele al oído. Imaginó que para susurrarle que la había echado de menos.
La risa de Rocio
le llegó, débil pero clara. Y el rencor le resurgió violento y enconado clamando una
compensación por
todo el dolor que ellos, especialmente ella, le habían causado.
Apretó el paso y miró al frente, al majestuoso y ya sombrío árbol navideño de la plaza, al tiempo que comprimía los dientes y crispaba los puños en el interior de los bolsillos.
Las luces de las
farolas que iluminaban los parterres de pensamientos se reflejaron en sus ojos,
que, repentinamente, brillaron tan fríos e inclementes como la noche más larga del más crudo invierno.
No se había
extinguido la risa de Rocio en sus oídos ni el rencor había dejado de lacerar su corazón cuando regresó a la tienda. Le urgía dar un paso más hacia ese momento que creía iba a ser su liberación. Y, esta vez, inventarse una disculpa
para verla no le provocó ningún remordimiento, sino una fría satisfacción por la que llevaba años esperando.
Había preparado la bolsa con cuidado, con las
manos enfundadas en los gruesos guantes de cuero. Los mismos que después inmovilizó sobre la manilla de la puerta del
comercio mientras oteaba el interior y comprobaba que Rocio estaba sola. Porque
tenía que ser ella quien la tomara, ella
quien abriera la bolsa, ella quien sacara los folios. Ella y nadie más que ella.
Apenas entró le recibió el familiar tintineo. Avanzó con los ojos fijos en su objetivo, en su
presa. Iba a estrecharle el cerco, iba a asegurarse de que no pudiera escapar
de la trampa que le estaba tendiendo. Ser consciente de la importancia de ese
primer movimiento le aceleró el ritmo de su sangre. Podía sentirla brotar de su corazón, recorrerle las venas, golpearle en el
cuello y en las sienes.
Sin embargo, el
corazón de Rocio,
ingenuo y confiado, vibró al verlo. Respiró con lentitud, tratando de apaciguarlo
mientras le miraba. Hacía frío en la calle y a Gaston se le notaba en el rostro, en
el modo en el que llevaba alzado el cuello de su cazadora, en los guantes de
cuero. Verlo acercarse le emocionaba, le enternecía, le inflamaba ese amor que llevaba años ocultando hasta que, sin espacio para
retenerlo, se le escapaba por los ojos.
—¡Hace frío! —exclamó con timidez, incapaz de vocalizar una
frase más
inteligente cuando él se detuvo junto al mostrador.
—No
quiero molestar —dijo Gaston
observándola
con atención—. Traigo copias de algunos bocetos. Las
he reducido para que entraran en un folio. —Dejó la bolsa sobre la lustrosa madera—. Me gustaría que les echaras un vistazo.
Rocio volvió a respirar despacio, pero sus latidos
continuaron sin recuperar el ritmo. Le parecía increíble que él quisiera mostrarle sus primeros
dibujos, como había hecho
muchas veces en el pasado.
Sus dedos
manosearon con torpeza el plástico hasta que consiguió sacar las hojas. Gaston, con gesto
insondable, observó todos
sus movimientos. No mostró ninguna emoción cuando ella manifestó su admiración al contemplar las formas y los colores.
Su misión de esa
tarde absorbía toda
su atención y
oscurecía todos
sus sentimientos. Todos, excepto el que le gritaba que una traición solo podía ser reparada con otra traición.
Cuando Mery se
acercó para
admirar los diseños, él se movió con rapidez. Antes de que ella hubiera
llegado al mostrador él ya había recogido la bolsa de plástico. La dobló con cuidado y la introdujo en el
bolsillo interno de su cazadora.
Le caía bien mery. Lo poco que la había visto le hacía pensar que ella sí era una buena persona.
Y lo iba a
seguir creyendo aun después de descubrir la facilidad con la que ella estaba a
punto de manipularle la voluntad.
—Es
fascinante —dijo Rocio
mostrando uno de los dibujos a su amiga—. Me encantaría verlos todos, pero no así, sino los originales.
—Puedes
hacerlo —comentó ella comprometiendo con la mirada a Gaston—. No sería ningún problema que pasara por tu casa para
que se los enseñaras, ¿verdad?
Gaston meditó con rapidez, pero no encontró nada que justificara una negativa.
—Claro
que puede —concedió en un tono complaciente que solo Rocio
pudo apreciar fingido—. Aunque, tal vez no inmediatamente. Creo que será mejor que espere hasta que tenga
terminado algún otro
diseño. —Esbozó media sonrisa—. Yo la avisaré cuando sea el momento, si a las dos os
parece bien.
Mery
asintió
satisfecha sin que Rocio hubiera dicho media palabra. Él
se llevó
consigo la inquietud por lo que iba a sentir si llegaba a tenerla en casa, en
su habitación,
rodeada de sus cosas. adap A.Iribika

Ay Gaston, la ama con todo lo que da, y no hace nada, esta medio cegado, yo creo que detras de todo esto hay algo más, me da pena por Rochi, porque esta muy enamorada de él, se extrañan entre si y espero que pronto Gaston se de cuenta. Quiero elk proximo!!!
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