Esa
noche, después de cenar, Gimena se reunió con Gastón en el porche para disfrutar un
rato de la puesta de sol. Era un porche largo y amplio, y es que la casa que se
levantaba tras él era de buenas dimensiones. El marido de Gimena no había
escatimado al construir su hogar. Como ambos eran del Este, estaban
acostumbrados a las comodidades.
Unos
años después de su llegada a Tejas habían añadido un segundo piso a la casa
para albergar a los hijos que esperaban tener. Gimena no sabía por qué no habían
sido bendecidos en ese sentido. No era por no haberlo intentado. Suponía que no
tenía que ser.
Desde
el barracón les llegaron las notas suaves de una guitarra. Rufus era muy hábil
con ese instrumento, y casi se había convertido en un ritual que tocara unas
canciones por la tarde mientras los hombres se relajaban tras una jornada de
trabajo. Gimena siempre lo oía de lejos. El barracón era el único sitio del rancho
al que se prohibía a sí misma el acceso.
Gastón dormía con el resto de los hombres, pero como era el hijo del ranchero más rico
de la zona, nadie consideraba extraño que Gimena insistiera en que cenara con ella
en la casa. También acostumbraban a ser sólo ellos dos quienes ocupaban el
porche al anochecer. No siempre charlaban. El rancho funcionaba tan bien que,
la mayoría de los días, lo que había que comentar se decía en la cena y el rato
del porche quedaba destinado a una introspección silenciosa.
Gimena iba a hacerlo así esa noche, pero la mirada ausente de Gastón y la dirección que
tomaba, la llevó a sospechar que pensaba en su padre. Ella también pensaba a
menudo en Nicolas, si bien de otro modo.
Le
sorprendía que Nicolas no hubiese averiguado aún que Gastón estaba en el Twisting
Barb. Habían advertido a los peones que no mencionaran nunca al joven cuando
fueran al pueblo, pero con la cantidad de alcohol que fluía en esas visitas,
era imposible estar seguro de que no se le escapara a alguno. Y sabían que Nicolas había contratado a algunos de los mejores rastreadores para encontrar a Gastón.
Aunque
no había nada que rastrear porque la tormenta que lo había conducido hasta ella
había borrado su rastro. Y nadie, ni siquiera Nicolas, sospechaba que hubiese
recalado tan cerca de casa, a sólo unos kilómetros de distancia. De todos
modos, si Gastón extrañaba su hogar, Gimena no intentaría impedir que solucionara
los problemas con su padre. Los dos hombres habían estado siempre unidos, a
pesar de discrepar en muchas cosas.
—¿Le
echas de menos? —preguntó Gimena en voz baja.
—Ni
hablar —soltó Gastón en un tono quejoso que la hizo sonreír.
—¿Todavía
no estás preparado para volver a casa?
—¿Qué
casa? ——contestó él con sarcasmo—. Se había convertido en un circo con la
presencia de Daniela y su madre. Papá había concertado ese matrimonio sin
siquiera comentármelo, y las instaló en casa hasta el día de la boda. Todavía
no me puedo creer que hiciera algo así.
—Es
simpática —comentó Gimena, en defensa de Nicolas—. La conocí hace unos años, en una
de las barbacoas de tu padre. Y también es hermosa, si no recuerdo mal.
—Aunque
fuera la cosa más linda a este lado de Río Grande, saldría corriendo en sentido
contrarío.
—¿Porque Nicolas la eligió para ti?
—Sobre
todo por eso —admitió Gastón—. Pero si hay un ápice de inteligencia en el cerebro
de esa chica, está ahí por casualidad.
Gimena intentó contener una carcajada pero no lo consiguió.
—Supongo
que no hablé con ella lo suficiente para percatarme de ello —contestó.
—Considérate
afortunada.
Gimena no insistió. Estaba contenta de que no quisiera volver a casa pero a la vez
triste porque tanto él como su padre debían estar pasándolo muy mal con aquel
distanciamiento. Lo cierto era que extrañaría a Gastón. Puede que no hubiese
amado a su marido, pero por lo menos había sido una buena compañía y, desde su
muerte, se había sentido sola.
El
cielo se veía aún rojo cuando el jinete llegó a la casa, galopando a toda
velocidad.
—Será
mejor que entres, Gastón. Creo que es el repartidor de correo, y si te ve bien,
te reconocerá.
Gastón asintió y se metió en la casa. Gimena se levantó para recibir al jinete
—Buenas
noches, Will. Un poco tarde para hacer una entrega, ¿no?
—Sí,
señora. El caballo perdió una herradura y me ha retrasado unas horas. Pero
pensé que podía ser importante y no quise esperar a mañana. —Le entregó la
carta que tanto se había esforzado en llevarle y se tocó la punta del sombrero
a modo de saludo— Llegaré tarde a cenar. Buenas noches.
Gimena le dijo adiós con la mano y entró cojeando en la casa para detenerse en la
lámpara más cercana a fin de leer la carta. Gastón había recogido el sombrero y
estaba a punto de irse a dormir.
La
exclamación «¡El muy cabrón!» que soltó Gimena, lo detuvo en la puerta principal.
—¿Qué?
—Mi
hermano, que se ha muerto.
—Lo
siento. No sabía que tuvieras un hermano.
—Desearía
no haberlo tenido, así que no lo sientas. Jamás nos llevamos bien. De hecho,
sería bastante exacto decir que no podíamos vernos. Por eso esta carta no tiene
ningún sentido.
—¿Por
qué te lo comunican?
—Porque
ha dejado a sus hijas a mi cargo. ¿Qué rayos esperaba que hiciera con sus hijas
a mi edad?
—¿Tenía
alguna otra opción?
—Supongo
que no —contestó Gimena con el ceño fruncido—. Me imagino que ahora que Mortimer
ha muerto soy su única familia. Teníamos otra hermana, que era gemela mía, pero
murió hace mucho.
—¿Ningún
familiar por parte de madre?
—No,
ella era la última de su linaje, aparte de sus hijas. Gimena siguió leyendo, y
añadió—: Vaya por Dios. Parece que voy a tener que pedirte otro favor, Gastón.
—Ni
se te ocurra —exclamó, horrorizado por un instante—. Ni siquiera estoy casado,
No voy a criar…
—Tranquilo,
hombre —le interrumpió Gimena, divertida por su error—. Sólo necesito que alguien
vaya a buscarlas a Galveston y las acompañe hasta aquí, no que las adopte. Al
parecer, salieron a la vez que esta carta, por caminos distintos, pero el
correo no es siempre más rápido. Ya podrían haber llegado. Yo iría, pero me
temo que esta torcedura me retrasaría demasiado.
—Es
una distancia muy larga, ir y volver podría llevar una semana.
—Sí,
pero una buena parte del trayecto puede hacerse en tren, y la mayoría del
resto, en diligencia. Sólo es incómodo el último tramo. Pero ya se lo pediré a
otro. Siempre se me olvida que estás escondiéndote.
—No,
ya iré yo —aseguró Gastón mientras se sacudía el sombrero contra la pierna—. No
importará demasiado que a estas alturas, papá me encuentre. Saldré mañana a
primera hora.

Presiento que se viene el primer encuentro de Gas y Rochi
ResponderEliminarEspero el proximo
me encanta la novela me presiente k va aver muxo de gaston y euge y no m va agustar para nada pero bueno
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