Gastón estaba de pie, cerca de la chimenea recubierta de mármol. Era un
hombre alto, que irradiaba una presencia extremadamente masculina. Alguna vez
había sentido que su corazón se estremecía al mirarlo, que se le aflojaban las
piernas, y que le costaba pronunciar cualquier palabra frente a él. Ahora en
cambio, Rocío lo veía como si entre ellos hubiera una mampara de cristal. Había
aprendido a distanciarse de él, como primera medida.
Gastón Dalmau, el legendario
magnate griego, poseedor de un gran poder y una gran fortuna. Tenía una
elegancia natural que aumentaba con el exquisito gusto en la elección de la
ropa: zapatos de piel acabados a mano, o un fabuloso traje en tela de mohair y
seda. Era un hombre por el que cualquier mujer se moriría, había pensado Rocío
con la ingenuidad y excitación de los diecisiete años.
Y Gastón en efecto, era un
atractivo hombre, seductor por donde se lo mirase. Un pelo grueso y rubio, la
piel dorada, los ojos verdes. Y lo sabía, le gustaba que así fuera, y se valía
de ello cuando le venía bien. Una vez, aunque ella casi no lo recordaba, ella
había sido el blanco de esa energía sexual que irradiaba.
Pero luego todo había
cambiado.
Rocío entró en la sala. La
tensión flotaba en el ambiente. Los profundos ojos verdes de Gastón la miraron
detenidamente.
- Tienes corrido el carmín – y los dedos de él volaron hacia su boca.
Luego frunció el ceño y le dijo - No tenemos mucho tiempo, así que voy a ser
muy breve y directo. Nos vamos a París.
- ¿A París? – preguntó Rocío como un eco, más que sorprendida.
Pero Gastón ya había abierto la puerta, y le decía impaciente:
- Vamos.
- ¿Quieres que vaya contigo a París? ¿Yo? ¿Ahora mismo?
- Sí.
- ¿Pero por qué?
- Un asunto relacionado con la herencia de tu padre.
Rocío estaba más que sorprendida, ya que no se imaginaba que pudiera
haber algo pendiente con relación a la herencia de su padre.
A pesar de que Gastón no se
había molestado en ir al funeral de su padre, había asumido con arrogancia la
responsabilidad de dar instrucciones a sus abogados para liquidar sus
propiedades. Mientras Rocío lloraba la muerte de su padre, sumida en la gran
pérdida que significaba para ella, e incapaz de ocuparse en ese momento de
cuestiones materiales, Gastón había vendido todos los bienes que tenía su
padre, absolutamente todos.
Su hermosa casa, sus
inversiones, sus exquisitos muebles y efectos personales habían sido
convertidos en dinero en efectivo siguiendo las instrucciones de Gastón. No le
había dejado a Rocío ni un solo recuerdo. Su padre, Max Harrington, podría no haber existido, si sus bienes hubieran
tenido que testificar sus sesenta y tantos años de vida en la tierra.
Rocío había quedado
impresionada por la falta de sensibilidad de Gastón, pero cuando se había dado
cuenta de ello ya era tarde para intervenir. Como siempre, sus obedientes
empleados habían cumplido sus órdenes eficientemente.
- ¿Algo que has pasado por alto?
- No. Algo que andaba buscando, finalmente lo he localizado – dijo con
gravedad en el gesto -. Por lo menos es lo que creo. Y por tu propio bien,
ruega que no me haya equivocado.
- ¿Por mi propio bien? No entiendo de qué me estabas hablando – dijo
ella aterrada.
- Espero que no – dijo él dándose la vuelta.

no me dejes con la intriga y que Rochi no sea terca y se valla con el a paris! :)
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