domingo, 30 de septiembre de 2012

Un Hombre para Mi... Capitulo 5









Rocío y Eugenia tenían que haber esperado el Galveston. Era el destino final de la amable pareja que Albert Bridges había encontrado para que las acompañara, y estaban más que dispuestos a alojar a las chicas con ellos hasta que Gimena Accardi llegara a buscarlas. Pero Eugenia se negó en redondo.
            No había dejado de quejarse hasta aquel momento. Incluso antes de dejar la casa, se había quejado ya de lo apresurado de su marcha. Pero el día después del entierro zarpaba un barco, y Albert les había sugerido encarecidamente que lo tomaran, ya que no habría ningún otro en varias semanas. De nuevo en tierra firme, Eugenia debería haberse apaciguado un poco, pero no, el concurrido puerto donde estaba su barco fue el siguiente blanco de sus insultos.
De todos modos, Rocío había logrado disfrutar del viaje por mar. Era la primera vez que subía a un barco y todo le parecía interesante. El aire salado, la ropa de cama húmeda, las cubiertas ventosas y a veces resbaladizas, intentar caminar sin tropezar con nada o acostumbrase al movimiento del barco eran novedades para ella, y eran esas mismas cosas las que más quejas provocaban en Eugenia.
Era sorprendente que el capitán no hubiera lanzado a Eugenia por la borda. Una vez, Rocío le había oído farfullar para sí mismo la posibilidad de hacerlo. Y Eugenia vivió un momento angustioso a los cuatro días de viaje, cuando acabó colgada de la barandilla mientras el mar daba lengüetazos al costado del barco. Había jurado que alguien la había empujado, lo que era ridículo, aunque, con probabilidad, casi todos a bordo lo hubieran pensado más de una vez.
El comportamiento de Eugenia había sido como Rocío había esperado. Cuando su hermana había dicho que no soportaba viajar, no había exagerado. Y cuando Eugenia se sentía abatida, quería que todos los demás también lo estuvieran. Rocío logró evitar ese estado de ánimo, pero es que hacia mucho que había aprendido a «no escuchar» a su hermana cuando se ponía especialmente pesada. Sus compañeros habían adoptado la misma actitud, y antes del final del viaje, asentían y mascullaban frases adecuadas, aunque había dejado de «escuchar» a Eugenia.
Puede que ésa fuera la razón de que no trataran de impedir que las chicas partieran solas. Aunque era más probable que estuvieran contentos de librarse de Eugenia. Y las dos ya eran bastante mayores para viajar solas. Además, estaba con ellas su doncella, Esperanza. Era unos años mayor que ellas, y en la mayoría de círculos sería considerada una acompañante apropiada.
Rocío procuró persuadir a su hermana de que esperaran a que llegara su tía. Señaló que podrían cruzarse con ella por el camino sin ni siquiera saberlo. Pero Eugenia había insistido que a lo mejor la tía Gimena no había recibido aún la carta de Albert, de modo que esperar en Galveston sólo era una pérdida de tiempo. Rocío sabía, por supuesto, que era inútil intentar convencer a su hermana. A Eugenia sólo le importaba su opinión, y jamás se equivocaba. Que muchas veces no tuviera razón no hacia al caso.
Unos días después se hallaban tiradas en un pueblecito bastante alejado de su destino. Varios contratiempos e incidentes inesperados habían contribuido a tan lamentable situación, pero en el fondo, la culpa seguía siendo totalmente de Eugenia. ¿Lo aceptó ella? Claro que no. Desde su punto de vista, la culpa era siempre de los demás, nunca suya.
Si bien en el Este se daba por sentado que el modo más veloz de viajar era el tren, ese cómodo medio de transporte no se había extendido aún por Tejas, motivo que las llevó a viajar hasta allí en barco. Había una línea ferroviaria en el sur de Tejas que iba de la costa noroccidental hacia el centro del estado, con unos pocos ramales de corto recorrido, pero la línea terminaba muy lejos de su destino final. Aunque habían intentado llegar en tren hasta el final de la línea  un grupo de ladrones había alterado ese plan.
Rocío consideraba el asalto al tren como algo que podría contar a sus nietos, si tenía alguno. Era algo apasionante una vez terminado, aunque aterrador mientras había ocurrido. El tren había parado en seco, y antes de que pudieran recuperarse, cuatro hombres armado habían irrumpido gritando en el vagón de pasajeros. Parecían nerviosos, claro que tal vez aquello fuera normal dadas las circunstancias.
Dos de los hombres habían recorrido el pasillo exigiendo que les entregaran los objetos de valor mientras los otros dos vigilaban las salidas. Rocío tenía guardada la mayoría del dinero para el viaje en los baúles, y sólo llevaba una pequeña cantidad en el bolso, así que no dudo en entregarlo. Eugenia, sin embargo, lo llevaba todo en el bolso, así que cuando se lo arrebataron, gritó enojada e intentó recuperarlo.
Sonó un disparo. Rocío no podía afirmar con seguridad si el hombre había fallado aposta o debido al nerviosismo, pero la bala pasó por encima de la cabeza de Eugenia, por muy poco. Es probable que sintiera el calor del disparo porque se había producido tan cerca de ella que le quedó la cara manchada de pólvora. Aunque dado que había dejado conmocionada a Eugenia, que se sentó y calló, que el hombre no volvió a disparar y siguió pasillo abajo para terminar de robar.
El resultado del atraco, al margen de la reducción de sus fondos, fue que Eugenia se negó en redondo a viajar más en tren. El tren tampoco las habría llevado mucho más lejos pero, aún así, se bajaron en el siguiente pueblo y siguieron adelante en diligencia. Está no seguía la misma ruta del tren claro. Iba rumbo al este, aunque volvía a dirigirse hacia el noroeste tras la siguiente parada.
Pero nunca llegó a la siguiente parada. Tras recibir cada pocos minutos las invectivas de Eugenia sobre los baches del camino, el conductor empezó a beber de una petaca que guardaba bajo el asiento, se emborrachó y se perdió por completo junto con sus pasajeros. Se pasó dos días intentando, sin suerte, encontrar el camino que lo devolviera a la ruta prevista.
Era increíble que la diligencia no se averiara sin una pista decente por donde circular. También lo era que el conductor no se hubiera ido sin ellas, pues estaba furioso consigo mismo y con Eugenia, por haberle empujado a beber. Al final, un olor a pollo frito los había conducido hasta una casa donde les habían indicado el camino hasta el pueblo más cercano.
Y era allí donde se hallaban tiradas entonces, porque el conductor sí las había abandonado en aquel punto, y también el coche, porque se imaginaba que de todos modos iba a quedarse sin trabajo. Desenganchó uno de los seis caballos y se marchó sin decir una sola palabra. En realidad, dijo dos, o más bien las murmuró mientras Eugenia le gritaba para pedirle explicaciones cuando se preparaba para partir. Ella no le oyó decir «hasta nunca», pero Rocío sí.
Por desgracia, no las dejó en un pueblo simplemente pequeño, sino en uno que apenas estaba poblado. De los catorce edificios iniciales, sólo tres seguían ocupados y en funcionamiento. Era un caso de mala especulación. El fundador del pueblo creía que el ferrocarril pasaría por allí y esperaba ganar una pequeña fortuna cuando eso sucediera. Pero el ferrocarril rodeó el pueblo, el fundador se marchó a especular a otra parte, y las personas que habían montado negocios los fueron vendiendo o abandonando.
Los tres edificios que todavía estaban abiertos eran la cantina, que también hacia las veces de tienda ya que el propietario tenía una buena amistad con un proveedor y seguía recibiendo remesas de productos de vez en cuando, una panadería que conseguía algo de cereales de un agricultor de la zona, y una casa de huéspedes que se autodenominaba hotel y que dirigía el panadero.
No era extraño que, de los pocos ocupantes, ninguno supiera cómo conducir una diligencia o estuviera dispuesto a tratar de averiguarlo. El carruaje se quedó aparcado donde lo habían abandonado, delante del hotel. Alguien había tenido la amabilidad de desenganchar el resto de los caballos, pero como no había comida para ellos en la cuadra abandonada, los soltaron para que se alimentaran en un campo de hierba alta situado detrás del pueblo, y se marcharan si querían.
Eso fue después de que Eugenia insistiera en que podía conducir la diligencia y sacarlos de allí. Al ver la habitación del hotel donde iban a tener que hospedarse y descubrir que era el peor alojamiento con que se habían encontrado hasta el momento, Eugenia estaba decidida por completo a marcharse del pueblo de inmediato o, por lo menos, antes de tener que dormir en una habitación tan horrorosa.
A Rocío tampoco le gustaba el alojamiento. Las sábanas de la cama individual estaban raídas y puede que alguna vez hubieran sido blancas, pero ahora eran de un gris mohoso. En una pared había un agujero redondo, como si alguien la hubiera atravesado con el puño. La alfombra era un nido de pulgas desde que un perro viejo ocupaba la habitación. Podía verse cómo las pulgas saltaban por ella a la espera de que llegara su huésped a echar su cabezada diaria. Y era una incógnita de dónde procedían las manchas del suelo. 
En cualquier caso, por mucho que detestaran la idea de quedarse en ese hotel, el plan alternativo de Eugenia no merecía ser tenido en cuenta aunque hubiera podido mover la diligencia. No pudo. Pero se frustró intentándolo.
Rocío y Esperanza se quedaron en el porche del hotel, observando. No iban a subir al coche mientras la señorita sabelotodo lo condujera. Los pocos vecinos del pueblo se divirtieron de lo lindo viéndola, antes de regresar a sus respectivos edificios. Y Rocío y Esperanza se pasaron el resto de la tarde limpiando su habitación para que dormir en ella fuera, por lo menos, un poco tolerable.
Estaban tiradas allí, y no tenían idea de por cuánto tiempo. No había telégrafo, ni línea de diligencia, ni sillas de montar disponibles si se hubieran planteado utilizar los caballos para el viaje, ni un coche de alquiler que hubieran podido manejar, ni tampoco un guía que las orientara para volver hasta el ferrocarril.
Eugenia, por supuesto, se quejó de su situación todo el día. Mencionar que eran precisamente sus quejas las que la habían provocado era inútil. Y aunque Eugenia daba a entender que no volverían a ver la civilización, Rocío era más optimista, en especial después de que el panadero comentara que las diligencias eran demasiado valiosas para dejarlas abandonadas y que alguien iría a buscar el vehículo a fin de ponerlo de nuevo en servicio.
Rocío no dudaba que su tía también las estaría buscando, o que habría mandado a alguien a buscarlas. Era probable que se enfadara con ellas por haber seguido el viaje por su cuenta y causado problemas adicionales para encontrarlas. No era una buena forma de empezar su relación con aquella pariente a la que ninguna de las dos conocía y que ahora era su tutora.


2 comentarios:

  1. pobre Rochi y Esperanza bancar a Eugenia parece insoportable!
    Me encanta ala nove

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  2. El comportamiento de Euge es hartante, no me gusta jajaja. Quiero saber que pasa!!!

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