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Capítulo 49
Rocío se levantó de la cama a toda prisa y alcanzó el vestido, que estaba tirado en el suelo.
— ¿Qué haces? —preguntó Gastón.
Rocío sintió un sudor frío. Sabía que Gastón no estaba mintiendo con lo de tener un niño; se notaba en su tono, en su actitud y hasta en su forma de hablar, porque lo había dicho con total tranquilidad, dando por sentado que Rocío estaba al tanto. Pero si había creído que iba a tener un hijo con él, se había vuelto loco. Ningún contrato la podía obligar a eso. Se puso el vestido con manos temblorosas y se sintió más culpable y más sucia que nunca. Su propia hermana la había engañado. No cabía otra explicación. Y aunque estaba tan cansada como desesperada, sabía que no podía huir a ninguna parte. La única forma de salir de aquel lío era sincerarse con él.
—Tenemos que hablar, Gastón.
Gastón, que se había sentado en la cama, la miró con ojos entrecerrados y se preguntó qué estaría tramando.
—Es tarde para hablar, Rocío.
—Pues no tenemos más remedio. Te soy completamente sincera al afirmar que, cuando has mencionado lo de tener un hijo, no tenía ni idea de lo que estabas diciendo —declaró.
—Eso es imposible. Me consta que leíste el contrato que firmaste y que recibiste asesoría legal al respecto —dijo él, mirándola con desconfianza e incredulidad—. ¿Qué intentas hacerme?
Gastón se levantó y entró en lo que parecía ser un vestidor como el de la otra suite y desapareció brevemente, Rocío oyó cajones y puertas que se abrían y se cerraban. Estaba tan tensa, que se le había hecho un nudo en el estómago. Le parecía increíble que su hermana la hubiera engañado de ese modo; y también le parecía increíble que se hubiera dejado engañar con tanta facilidad.

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