El hijo del Magnate Capítulo 50

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 Cap 50
Gastón reapareció descalzo y con unos vaqueros desgastados y una camiseta de color negro.
La miró con dureza y dijo:
—Explícate.
Rocío   respiró a fondo. No sabía por dónde empezar, de manera que decidió ir directamente al grano.
—Yo no fui quien firmó ese contrato, Gastón; fue mi hermana. Presentó la instancia con mis datos personales y hasta imitó mi firma.
Gastón se quedó pálido.
— ¿Tu hermana? —preguntó—. ¿Pretendes convencerme de que tú no eres la mujer que debía convertirse en mi esposa?
Rocío estaba tan tensa, que la espalda se le quedó rígida.
—Sí, exactamente. Sé que te parecerá terrible, pero no tenía mala intención cuando acepté ocupar su lugar.
Gastón apretó los puños, fuera de sí. No podía creer que hubiera pagado una pequeña fortuna para casarse con una mujer y que le diera un hijo y que lo hubieran estafado un par de aprovechadas. La simple idea bastó para que la ira le embargara. Esas cosas no le pasaban a él. De hecho, contaba con toda una legión de profesionales que se dedicaban única y exclusivamente a impedir que alguien lo estafara.
Rocío  se sintió dividida entre el alivio por su silencio y el pánico a lo que pudiera decir a continuación.
Por fin, dio un paso adelante y dijo:
—Eugenia y yo somos gemelas. Mi hermana y yo somos gemelas idénticas.
Gastón comprendió inmediatamente lo sucedido. Ahora lo entendía todo, desde las diferencias físicas entre Rocío   y la mujer de las fotografías hasta sus diferencias evidentes de carácter.
Maldijo para sus adentros y pensó que él era el único culpable del engaño. Debería haber pedido que la investigaran más a fondo, pero la deseaba tanto, que había olvidado hasta su instinto de supervivencia.
— ¿Eres consciente de que tu hermana y tú habéis cometido un fraude? —preguntó Gastón.
Rocío  se quedó blanca como la nieve y lo miró con horror. No se le había ocurrido que podía ser culpable de un delito.
— ¿Fraude?
— ¿Quién pasó por el proceso de selección de candidatas?
—Eugenia.
— ¿Por todo el proceso?
Rocío  asintió.
—Sí.
— ¿Y quién firmó el contrato?
—Eugenia... con mi nombre —respondió—. Como te he dicho hace un momento, hasta falsificó mi firma.
Gastón contuvo un grito de ira y se preguntó si, a la luz de lo que Rocío  le acababa de contar, seguía siendo legalmente su esposa.
Sin embargo, había una cosa de la que estaba completamente seguro: tanto si sus intenciones habían sido buenas como si no, no permitiría que se alejara de él ni cinco minutos. No correría el riesgo de que huyera y se llevara todo el dinero que le había pagado.