Will
entró andando despacio en la habitación un momento después con el sombreo de
ala ancha torcido y sacudiéndose la ropa.
—¿Era quién creo
que era, cabronazo?
Gastón, sentado al borde de
la cama que iba a compartir con el conductor de la diligencia, tenía el ceño
fruncido y un aspecto pensativo.
—¿Y quién crees
que era?
—¿Quién iba a ser?
Un joven atractivo como tú no se molestaría con la discretita...
—Espera un
momento, no es lo que estás pensando. Se confundió de habitación. Por eso salió
desesperada con tantas prisas cuando llegué yo. ¿Pudiste verla bien? —preguntó Gastón.
—Sí. Bueno,
supongo que no. Pero la figura que tapaban esa brevísima camisola y ese culote
con volantes era espléndida —aseguró Will—. Y sólo una de las dos
tiene las formas bonitas.
Gastón se levantó, recogió
las gafas de la mesa y las puso delante de Will.
—Se las dejó.
—Vaya, bueno. —Will
se sonrojó un poco—. Supongo que todas las mujeres se parecen bajo la
ropa. No habría dicho nunca que unos cabellos tan largos cupieran en un moño
tan pequeño. No me lo imaginaba, ¿sabes? La mujer que se cruzó conmigo tenía
una larguísima melena dorada.
Gastón no sabía que pensar,
aparte de que quizá sus ojos le habían jugado una mala pasada. Le había visto
el perfil cuando había saltado de la cama, por lo menos en parte, ya que los
cabellos largos se lo tapaban bastante. Y por un segundo, habría podido jurar
que le engañaban los oídos al hacerle creer que oía la voz de Rocío, cuando en
realidad quién salía corriendo de la habitación era Eugenia.
También se había vuelto
para ver cómo se iba, y su confusión había aumentado. Desde detrás, con esos
largos rizos rubios ondeando alrededor de las caderas al correr, y vestida tan
sólo con el culote con volantes que se le ajustaba a la perfección hasta las
rodillas y la fina camisola blanca que se le adhería como una segunda piel
desde los senos hasta la cintura, ese cuerpo de mujer tenía unas formas
demasiado bonitas para pertenecer a las solterona. Tenía que pertenecer a Eugenia.
Cuando desapareció, acabó
de encender la lámpara y vio las gafas en la mesa, además de un vestido marrón
en el suelo, el mismo que Rocío llevaba puesto ese día. La confusión había
vuelto a apoderarse de él.
Había sido la solterona,
si bien en aquel momento no tenía, en absoluto, el aspecto de tal. El perfil se
parecía tanto al de su hermana que, por un momento, había estado seguro de que
era Eugenia. Aún así, al verlas a las dos a la luz del día, no había el menor
parecido entre ellas. Bueno, tal vez lo hubiera. Quizá no lo había notado antes
porque costaba ver algo de Rocío que no fueran esas gafas que le deformaban
los ojos.
Se puso las gafas frente
a la cara, se las acercó a los ojos, hizo una mueca y volvió a dejarlas en la
mesa. A su través no vio nada salvo una mancha borrosa. Por un instante, sintió
lástima de la chica. Tenía que ser casi ciega para necesitar unos cristales tan
gruesos. Pero la lástima fue increíblemente breve. Seguía siendo una mujer
insoportable, de mal genio e insultante, de la que cualquier hombre en su sano
juicio se mantendría alejado.
Él lo había conseguido en
buena medida, y seguiría guardando las distancias, después de devolverle las
gafas por la mañana. Tenía ganas de hacerlo para poder despojar las ultimas
dudas al poder verla bien son las gafas que desmerecían el resto de sus rasgos.
A la mañana siguiente
encontró a Rocío saliendo de su habitación y, ¡diablos! Llevaba ya otro par de
gafas. Por mucho que lo intentó, no consiguió ver nada más que los ojos
aumentados y unos labios muy apretados. La nariz era la misma, aunque apuntara
hacia arriba, las mejillas estaban igual de bien definidas, la frente podría
ser igual, las cejas no coincidían, y del mentón no estaba seguro.
Y ella no le dio
demasiada ocasión de observarla mejor. Colorada por lo que había ocurrido la
noche anterior, le había arrebatado de las manos el vestido doblado y las
gafas, había murmurado las gracias, y se había ido corriendo a tomar un
desayuno rápido antes de partir.
Gastón había estado
tentado, y tentado de verdad, de arrancarle las gafas de lo alto de la nariz.
Pero le faltó temeridad. Bueno, no le faltó, pero no quería tener que soportar
la bronca que sin duda le echaría de inmediato, ni la invectiva y los insultos
que de seguro no cesarían hasta que pudiera dejarla en el regazo de Red y
librarse de ella.
Y, además, Eugenia le
había prestado por fin algo de atención durante la cena de la noche anterior.
Había empezado a preguntarse si no le interesaba en absoluto. No daba ninguna
de las típicas pistas que indicaban que sí, y la mayor parte del tiempo lo
ignoraba. Era una experiencia única para él. Pero tras la noche anterior, valía
la pena plantearse intentar conocerla mejor una vez hubiera llegado a casa.
Dos días más y llegarían
a Trenton, y entonces faltaría otro largo día hasta el rancho. Podía esperar
ese tiempo para ver por dónde iban los tiros en lo referente a Eugenia. Y en
cuanto a su hermana, deseaba que desapareciera del mapa.

No hay comentarios:
Publicar un comentario