- ¿Tímido Gastón?
Él no le había dicho nada sobre su cita con su padre. Parecía haberlo
olvidado más bien, hasta que la empleada había ido a decirle que su padre le
llamaba y entonces se había quedado desconcertada al encontrarla con Gastón.
Le diré que lo está esperando – le había dicho Rocío a Gastón, y había
subido rápidamente hasta la biblioteca de su padre.
- ¿Quién es él? – le había preguntado a su padre con interés y
ensoñación.
- Gastón Dalmau – su padre la había mirado achicando los ojos.
- Lleva aquí un montón de tiempo. ¿No crees que debiéramos invitarlo a
cenar?
- Parece que ha tenido éxito...
- ¿Está casado?
Y lo habían invitado a cenar. Había sido culpa suya, enteramente culpa
suya. Su padre había pedido disculpas a Gastón y luego los había dejado solos,
y en ese rato Gastón le había hecho un montón de preguntas personales a Rocío.
No se había molestado en averiguar si tenía la edad apropiada. Sabía
perfectamente la edad que ella tenía.
Al día siguiente la había llevado a dar una vuelta en coche, pero su
padre dudó en darle su consentimiento. Este hecho la había puesto en evidencia
delante de Gastón, quien no habría tenido la menor duda acerca de la
sobreprotección de su padre.
-
“Tengo la sospecha de que tu padre te va a mirar de
arriba abajo a ver si tienes huellas dactilares en algún sitio cuando vuelvas,
así que no te besaré. No sé qué estoy haciendo aquí contigo. Eres demasiado
joven para mí.”
Y ella había sufrido mucho en la semana siguiente a su encuentro con él,
porque él no la llamaba ni daba señales de vida. A Max la historia le hacía
poca gracia, y le había aconsejado que era mejor que no entregara su corazón.
-
Dalmau puede tener a la mujer que quiera. Pero no
quiero que te ronde, a menos que tenga en la cabeza la idea de casarse contigo.
- ¿Y se lo has dicho? – le preguntó alarmada.
- Puede que tú no te valores. Pero yo sí. Te he enviado a los mejores
colegios para asegurarme que tuvieses un lugar digno con quien estuvieras.
Quiero que te cases bien. Un escarceo amoroso con Dalmau es algo que no está en
tu agenda. Y puedes estar segura de que no ofrecerá ninguna otra cosa, a no ser
que le resulte rentable.
Gastón había aparecido la segunda semana inesperadamente, con una actitud
agresiva con ella. Se volvió a quedar a cenar. Max se encontraba de un buen
humor increíble. Pero estaba muy tranquilo, y los observaba todo el tiempo,
agregando poco a la conversación.
Dos días más tarde, su padre la había hecho ir a su biblioteca y le
había informado de que él era el dueño de innumerables acciones en una compañía
naviera llamada Petrakis International, acciones en las que Gastón tenía un
interés extremo.
- Así que se las he ofrecido a él gratis como regalo de bodas – concluyó
Max.
Rocío se había quedado consternada. Sí, ella estaba loca por Gastón.
Pero que su padre le hubiese ofrecido un capital por casarse con ella le
parecía humillante.
- Gastón es griego. Comprende este tipo de trato – le había asegurado -. Y
espero que tú también comprendas que un hombre tan duro como Gastón jamás
hubiese pensado en el matrimonio a no ser que fuese una ventaja económica para
él. Esas acciones serán tu dote. La elección es tuya. ¿Lo quieres o no?
Rocío había salido corriendo de la habitación, llorando de rabia y
desesperación.
Al día siguiente, Max le había informado acerca de su deficiencia
cardiaca. Le había dicho que no sabía cuánto iba a vivir, y que estaba
sinceramente preocupada por su futuro. Era otro golpe para Rocío. Max había
puesto a Gastón por los cielos. Según Max, Gastón era como un diamante en bruto
por el medio social en el que se había criado, pero la iba a tratar con respeto
y honor como a su esposa. Ese tipo de arreglo era algo común en Grecia. Si se
casaba con Gastón estaría a salvo, segura por el resto de su vida.
- ¡Pero no me ama! – había protestado.
Max la miró fríamente y le dijo:
- Te desea...
- No tanto como a esas acciones – protestó en voz baja.
-
Depende de ti lo que este matrimonio resulte. Te estoy dando la oportunidad de
casarte con el hombre que amas.

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