martes, 30 de octubre de 2012

Un Matrimonio Diferente... Capitulo 16







Desde que habían estado en el banco se había comportado de manera extraña. Primero con furia. Luego con una actitud más sarcástica que furiosa al creerse que ella había intentado atraer su atención.
Rocío no comprendía por qué Gastón quería seguir unido a su esposa con la que se había casado por chantaje. ¿Por qué aceptaba esa farsa? ¿Y por qué la seducía sexualmente, así, de pronto, después de cinco años de ignorarla?
Y lo pero, ¿Por qué ella se había quedado ahí, sin hacer nada, y le había permitido incluso besarla? Era cierto que Gastón era un hombre muy experimentado. Tal vez cualquier hombre con esa maestría pudiera arrancarle a una mujer inexperta como ella las sensaciones que acababa de experimentar con Gastón. Pero le asombraba que Santiago no lo hubiese logrado.
Se avergonzaba de sí misma. El sexo, se decía, no era tan importante en una relación. Ella amaba a . Lo amaba realmente.
Pero lo que realmente le preocupaba y la sorprendía, era que Gastón todavía pudiera ejercer esa atracción sexual sobre ella, cuando creía que ya era un asunto más que pasado. Y Gastón le había demostrado que no era así, y se había reído de ello. ¡Qué golpe para su orgullo!
A la mañana siguiente se encontró con la ropa limpia en la habitación. “Muy considerado de su parte”, pensó con ironía. Se puso el traje azul de Versace, y trató de reparar los daños sufridos a su aspecto después de una noche sin dormir.
En la sala se encontró con Gastón detrás del Financial Times. Al verla lo dejó a un lado y alzó la taza de café.
- Deberías volver a la cama. Pareces la víctima de un vampiro que espera que le den el tercer bocado.
- Muy gracioso.
- Eres afortunada de encontrarte entera, después de lo que he descubierto anoche. Creo que he sido extremadamente tolerante y comprensivo, pero no abuses.
Rocío tomó un croissant consciente de la mirada de él en todos sus movimientos. Gastón vestía un traje azul, camisa blanca, corbata roja de seda. Estaba impecable, sin apenas signos de una mala noche. Y parecía haber recuperado totalmente el control.
Rocío sintió odio hacia él. Sus manos temblaron al cortar el bollo.
- Quiero ver a un abogado esta mañana. Quiero el divorcio.
- Estás soñando, me parece.
- Yo...
- ¡Calla! – le ordenó él.
- No puedes impedírmelo.
- Simplemente hago como que no te he oído.
- ¡No pienso seguir sentada aquí para que me insultes!
- ¡Siéntate! – la voz de él sonó como un latigazo sobre la mesa. Rocío se sintió tan intimidada que se volvió a sentar -. Quiero que me escuches.
Rocío se puso azúcar en el café sin mirarlo. Pensó que lo dejaría hablar. Pero no le impediría el divorcio.
- Hace cinco años yo tenía veinticinco años y tú diecisiete. Eras una niña con un cuerpo de mujer. ¡Y no me excita la idea de acostarme con una adolescente, aunque sea mi mujer! Eso me parecía algo perverso. A algunos hombres les gustan las mujeres muy jóvenes, a mí no.
Rocío seguía con el café en la mano. Jamás había pensado que Gastón pudiera sentirse de ese modo frente a su joven esposa. Y se sintió culpable y molesta por no haberlo pensado.
- De todos modos, me odiabas – dijo ella pálida.
- Estaba resentido contigo. No creo que haya llegado a odiarte. Simplemente te descarté de mi vida. Estábamos obligados a estar juntos, y yo resolví esa situación a mi manera.
- Disculpa, si te repugno – dijo Rocío nerviosa, e inmediatamente se dio cuenta de lo infantil que había sido su comentario. No quería revolver el pasado doloroso.
- Comencé a trabajar a los catorce años en uno de los barcos de mi padre. Él era un hombre anticuado. Quería que yo empezara desde abajo y fuera ascendiendo, porque él lo había hecho así. Yo sabía que necesitaba una educación. Los siguientes ochos años fueron años de dieciocho horas de trabajo. Mi vida consistía en matarme trabajando y estudiar para mantenerme al día; y a la vez hacía negocios y transacciones en la bolsa. No tuve una verdadera juventud. No tenía tiempo para nada – se quejó Gastón con amargura.
Nunca le había hablado así. La turbaban sus palabras. Alzó la taza de café, buscando su calor para sentirse menos indefensa. Había tenido una vaga idea de lo que habían sido sus primeros años de trabajo, pero no hasta qué punto su juventud había carecido de alegría y placer.
- No entiendo para qué me cuentas todo eso.
- Quiero que comprendas lo terrible que era para mí verme obligado a casarme cuando no estaba preparado para ello.
- Lo comprendo - dijo Rocío.
- Finalmente alcancé la cima. Por fin era libre como para disfrutar de lo que había podido disfrutar cuando era más joven.
- Eras libre para acostarte por ahí con quien quisieras. Y entonces te pusieron las bridas y te ataron a mí, ¿no?
- Dios... Sí, si quieres ponerlo en esos términos. Pero no anduve acostándome por ahí. Tú eres una mujer. No puedes comprenderlo. Es una etapa que debemos pasar los hombres. Y yo la viví más tarde que la mayoría.
“Sexista”, pensó ella. Y además dudaba que hubiese dejado una sola mujer sin explorar, a excepción de su esposa, claro. En cambio ella no tenía derecho a lo mismo. La había dejado en un estante, olvidada. La invadió una amargura infinita.
- Me hago a la idea. Una excusa perfecta y original para el adulterio. ¡Es brillante realmente!
- No me estoy disculpando. Me casé contigo bajo amenazas. No lo hubiera hecho de otro modo. No estaba preparado para comprometerme de ese modo con ninguna mujer a los veinticinco años. Era mejor dejarte sola que compartir la cama contigo y andar por ahí con otras, como probablemente hubiese hecho.
- No lo dudo – dijo Rocío con una mezcla de emociones, que iban desde el odio, la rabia, la humillación, y el resentimiento hasta la pena por los años pasados.
- Yo también tenía la idea de que era cumplir las órdenes de Max.
Leah se puso colorada, sintió vergüenza. Sus palabras eran peor que una bofetada.
- En los últimos años me he visto tentado por la idea de llevarte a mi cama. Pero sentía que era venderme al enemigo. Y dudo que hubieras podido disfrutar de una relación conmigo en ese plan.
- Realmente no quiero oír más – admitió ella.
Pero Gastón la ignoró.
- Pero ahora Max ha muerto. Quizás no consiga el certificado ése, pero no creo que tú lo tengas tampoco, ni siquiera que sepas de qué se trata.
- No sabes lo aliviada que me siento. Dime, ¿hay necesidad de que sigamos con esta conversación sobre el pasado? – dijo Rocío tensa.
Gastón se rió débilmente.
- Ahora estoy preparado para el matrimonio.
Rocío respiró hondo. Pestañeó. Se le hizo un nudo en la garganta, mientras sus ojos incrédulos no podían dejar de mirar a Gastón.

5 comentarios:

  1. Jodeme que Gas ahora si la va tratar bien y la va a enamorar a Rochi.
    Amo esta nove!

    ResponderEliminar
  2. me encantaaaa me mueroooo re linda la nove que se porte bien con ella o que la deje libre peroooo asen tan linda pareja espero el proximo besos

    ResponderEliminar
  3. Es re boludo Gaston!!!!!!! que tonto el loco. Igual admito que me gusto eso quiero ver que onda.

    ResponderEliminar