Desde que habían estado en el banco se había comportado de manera
extraña. Primero con furia. Luego con una actitud más sarcástica que furiosa al
creerse que ella había intentado atraer su atención.
Rocío no comprendía por qué Gastón quería seguir unido a su esposa con
la que se había casado por chantaje. ¿Por qué aceptaba esa farsa? ¿Y por qué la
seducía sexualmente, así, de pronto, después de cinco años de ignorarla?
Y lo pero, ¿Por qué ella se había quedado ahí, sin hacer nada, y le
había permitido incluso besarla? Era cierto que Gastón era un hombre muy
experimentado. Tal vez cualquier hombre con esa maestría pudiera arrancarle a
una mujer inexperta como ella las sensaciones que acababa de experimentar con Gastón.
Pero le asombraba que Santiago no lo hubiese logrado.
Se avergonzaba de sí misma. El sexo, se decía, no era tan importante en
una relación. Ella amaba a . Lo amaba realmente.
Pero lo que realmente le preocupaba y la sorprendía, era que Gastón
todavía pudiera ejercer esa atracción sexual sobre ella, cuando creía que ya
era un asunto más que pasado. Y Gastón le había demostrado que no era así, y se
había reído de ello. ¡Qué golpe para su orgullo!
A la mañana siguiente se encontró con la ropa limpia en la habitación.
“Muy considerado de su parte”, pensó con ironía. Se puso el traje azul de
Versace, y trató de reparar los daños sufridos a su aspecto después de una
noche sin dormir.
En la sala se encontró con Gastón detrás del Financial Times. Al verla lo dejó a un lado y alzó la taza de café.
- Deberías volver a la cama. Pareces la víctima de un vampiro que espera
que le den el tercer bocado.
- Muy gracioso.
- Eres afortunada de encontrarte entera, después de lo que he
descubierto anoche. Creo que he sido extremadamente tolerante y comprensivo,
pero no abuses.
Rocío tomó un croissant
consciente de la mirada de él en todos sus movimientos. Gastón vestía un traje
azul, camisa blanca, corbata roja de seda. Estaba impecable, sin apenas signos
de una mala noche. Y parecía haber recuperado totalmente el control.
Rocío sintió odio hacia él. Sus manos temblaron al cortar el bollo.
- Quiero ver a un abogado esta mañana. Quiero el divorcio.
- Estás soñando, me parece.
- Yo...
- ¡Calla! – le ordenó él.
- No puedes impedírmelo.
- Simplemente hago como que no te he oído.
- ¡No pienso seguir sentada aquí para que me insultes!
- ¡Siéntate! – la voz de él sonó como un latigazo sobre la mesa. Rocío
se sintió tan intimidada que se volvió a sentar -. Quiero que me escuches.
Rocío se puso azúcar en el café sin mirarlo. Pensó que lo dejaría
hablar. Pero no le impediría el divorcio.
- Hace cinco años yo tenía veinticinco años y tú diecisiete. Eras una
niña con un cuerpo de mujer. ¡Y no me excita la idea de acostarme con una
adolescente, aunque sea mi mujer! Eso me parecía algo perverso. A algunos
hombres les gustan las mujeres muy jóvenes, a mí no.
Rocío seguía con el café en la mano. Jamás había pensado que Gastón
pudiera sentirse de ese modo frente a su joven esposa. Y se sintió culpable y
molesta por no haberlo pensado.
- De todos modos, me odiabas – dijo ella pálida.
- Estaba resentido contigo. No creo que haya llegado a odiarte.
Simplemente te descarté de mi vida. Estábamos obligados a estar juntos, y yo
resolví esa situación a mi manera.
- Disculpa, si te repugno – dijo Rocío nerviosa, e inmediatamente se dio
cuenta de lo infantil que había sido su comentario. No quería revolver el
pasado doloroso.
- Comencé a trabajar a los catorce años en uno de los barcos de mi
padre. Él era un hombre anticuado. Quería que yo empezara desde abajo y fuera
ascendiendo, porque él lo había hecho así. Yo sabía que necesitaba una
educación. Los siguientes ochos años fueron años de dieciocho horas de trabajo.
Mi vida consistía en matarme trabajando y estudiar para mantenerme al día; y a
la vez hacía negocios y transacciones en la bolsa. No tuve una verdadera
juventud. No tenía tiempo para nada – se quejó Gastón con amargura.
Nunca le había hablado así. La turbaban sus palabras. Alzó la taza de
café, buscando su calor para sentirse menos indefensa. Había tenido una vaga
idea de lo que habían sido sus primeros años de trabajo, pero no hasta qué
punto su juventud había carecido de alegría y placer.
- No entiendo para qué me cuentas todo eso.
- Quiero que comprendas lo terrible que era para mí verme obligado a
casarme cuando no estaba preparado para ello.
- Lo comprendo - dijo Rocío.
- Finalmente alcancé la cima. Por fin era libre como para disfrutar de
lo que había podido disfrutar cuando era más joven.
- Eras libre para acostarte por ahí con quien quisieras. Y entonces te
pusieron las bridas y te ataron a mí, ¿no?
- Dios... Sí, si quieres ponerlo en esos términos. Pero no anduve
acostándome por ahí. Tú eres una mujer. No puedes comprenderlo. Es una etapa
que debemos pasar los hombres. Y yo la viví más tarde que la mayoría.
“Sexista”, pensó ella. Y además dudaba que hubiese dejado una sola mujer
sin explorar, a excepción de su esposa, claro. En cambio ella no tenía derecho
a lo mismo. La había dejado en un estante, olvidada. La invadió una amargura
infinita.
- Me hago a la idea. Una excusa perfecta y original para el adulterio.
¡Es brillante realmente!
- No me estoy disculpando. Me casé contigo bajo amenazas. No lo hubiera
hecho de otro modo. No estaba preparado para comprometerme de ese modo con
ninguna mujer a los veinticinco años. Era mejor dejarte sola que compartir la
cama contigo y andar por ahí con otras, como probablemente hubiese hecho.
- No lo dudo – dijo Rocío con una mezcla de emociones, que iban desde el
odio, la rabia, la humillación, y el resentimiento hasta la pena por los años
pasados.
- Yo también tenía la idea de que era cumplir las órdenes de Max.
Leah se puso colorada, sintió vergüenza. Sus palabras eran peor que una
bofetada.
- En los últimos años me he visto tentado por la idea de llevarte a mi
cama. Pero sentía que era venderme al enemigo. Y dudo que hubieras podido
disfrutar de una relación conmigo en ese plan.
- Realmente no quiero oír más – admitió ella.
Pero Gastón la ignoró.
- Pero ahora Max ha muerto. Quizás no consiga el certificado ése, pero
no creo que tú lo tengas tampoco, ni siquiera que sepas de qué se trata.
- No sabes lo aliviada que me siento. Dime, ¿hay necesidad de que
sigamos con esta conversación sobre el pasado? – dijo Rocío tensa.
Gastón se rió débilmente.
- Ahora estoy preparado para el matrimonio.
Rocío
respiró hondo. Pestañeó. Se le hizo un nudo en la garganta, mientras sus ojos
incrédulos no podían dejar de mirar a Gastón.

Jodeme que Gas ahora si la va tratar bien y la va a enamorar a Rochi.
ResponderEliminarAmo esta nove!
cada vez esta mejor esta nove!!
ResponderEliminarme encantaaaa me mueroooo re linda la nove que se porte bien con ella o que la deje libre peroooo asen tan linda pareja espero el proximo besos
ResponderEliminarme encanta!!
ResponderEliminarEs re boludo Gaston!!!!!!! que tonto el loco. Igual admito que me gusto eso quiero ver que onda.
ResponderEliminar