lunes, 8 de octubre de 2012

Un Matrimonio Diferente... Capitulo 8







- Tú lo sabes... Max sabía perfectamente que no viviría muchos años. Y no se fue a la tumba con el secreto – dijo Gastón.
- Él no me reveló nada.
- Y si tú no lo tienes, debes saber quién lo tiene.
El chofer abrió la puerta y ella casi se cae del asiento. Miró la calle del barrio residencial casi con pánico. Hubiese querido correr. Ella sabía dónde estaba. Era el apartamento de Gastón en París donde ella había pasado una noche de bodas inolvidable, sola.
- Inténtalo – dijo Gastón con tranquilidad -. Corre y verás qué pasa. No llegarías ni a la esquina.
Aterrada, Rocío entró en el edificio frente a ellos, y se metió en el ascensor.
- Recuerdos... – dijo Gastón, como si pudiera ver lo que ella estaba pensando.
Rocío sabía que aún no había salido del estado de shock. No decía nada, sabía que no estaba en condiciones de desafiarlo. Gastón estaba preparado. Había estado esperando el momento de la venganza. Del mismo modo que habría esperado la muerte de su padre para liberarse de ella.
- Hay muchas cosas que puedo hacer por orden de otra persona, pero compartir la cama contigo no es una de ellas. Tu padre podía obligarme a casarme contigo pero no podía seguirme al dormitorio y forzarme a...
- ¡Cállate! – le gritó ella histérica.
- ¿Por qué no le contaste nunca la verdad de nuestro matrimonio?
Rocío se tapó la cara en un intento de no oír más.
- Por favor, más no... – murmuró, y no le importó rogarlo.
Pero él le sujetó por los hombros con firmeza y le dijo:
- ¿Por qué aceptaste la triste realidad de tu cama matrimonial vacía durante todos estos años y no dijiste nada? ¿Por qué?
En un acto de arrojo, Rocío salió corriendo y atravesó el hall del inmenso apartamento y alcanzó el dormitorio al otro extremo del corredor. Se metió en él y echó el cerrojo. Tenía el estómago revuelto, y tuvo que quedarse quieta un momento hasta que por fin pudo quitarse la ropa, y meterse en la ducha.
“Mi padre, lo extorsionaba”, repetía sus palabras. Se sentía tan sucia. Era la primera vez en su vida que se sentía verdaderamente sucia. Y no sabía que podía hacer para sentirse limpia nuevamente.
Su madre. Que había muerto cuando Rocío tenía cuatro años, era un recuerdo difuso. Era la hija de un pequeño aristócrata, que se había apartado de su familia por casarse con Max. Pero Max no le había dicho a su hija por qué. Nunca se lo había explicado.
La infancia de Rocío había sido una sucesión de niñeras e internados desde una edad muy temprana. Max viajaba incesantemente, y siempre que le había pedido ir a vivir con él. Había llorado mucho antes de que se diera cuenta de que para su padre ella era exceso de equipaje, y que un hombre frío y distante. De todos modos reconocía que su padre se había preocupado por ella más que por ninguna otra persona.
Había estado siempre orgulloso de su belleza, de su educación, y su don para la música. Ahora se daba cuenta de que ésas habían sido unas ventajas de gran valor social para su padre. Max había sido ambicioso con relación a su hija. Había querido que se casara con un hombre rico y poderoso. Él mismo había vivido en contacto con la alta sociedad, y quería que su hija fuera miembro de todo derecho de esa misma clase social. Pero Rocío había carecido de un verdadero calor de hogar. Y esa carencia afectiva la había llevado a hacer todo lo posible por ganarse la aprobación y el amor de su padre.
¿Cómo iba a imaginarse que Max no era un hombre de negocios legal? ¿Cómo podía imaginarse que su privilegiada vida había sido financiada con algo tan ruin como el contenido de la caja fuerte? Y menos aún, ¿Cómo podría haber sospechado que había extorsionado a Gastón para que se casara con ella?. Finalmente comprendía la farsa de su matrimonio, demasiado tarde.

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