Gastón no tenía que recorrer el
trayecto tan deprisa. Quedaban seis horas de luz del día y podían alcanzar el
siguiente pueblo con estación para diligencias antes del anochecer a un ritmo
normal. Pero los caballos estaban frescos, y él seguía enfadado, de modo que
llegaron una hora antes del ocaso. Descargó el resto del enfado en el empleado
de la estación, que intentó negarles un coche regular sin coste adicional, e
incluso quería quedarse el coche que ya tenían. Ni hablar. Tal como Gastón lo veía,
las dos hermanas tenían derecho a un viaje gratis hasta Trenton como
compensación de la experiencia que les habían hecho pasar.
Esa
noche, las mujeres se alojaron en un hotel, uno decente. Al menos no mereció
las quejas de ellas. Lo que no podía decirse de la mayor parte del día. El
viaje había provocado un montón de gritos, que Gastón había ignorado, en el
interior del coche. Puede que todos provinieran de aquella solterona con una
imaginación hiperactiva.
Después
de tres whiskies en la cantina más cercana, por fin dejó de apretar los
dientes. Seguía sin estar contento. Tenía que soportar a unas mujeres, no a
unas niñas, y eran tres. Tendría que haber pedido a Gimena que se lo aclarara
antes de partir. No debería haber supuesto que las sobrinas que el hermano de
ella había dejado «a su cargo» fueran niñas pequeñas. Debería haberse negado a
hacerle ese favor pero, por desgracia, ya era demasiado tarde para lamentarse.
Ya había
sido bastante terrible pensar que viajaría con un par de niñas hasta el rancho,
pero la mayoría de los niños que conocía se portaba bien, y no había esperado
tener problemas. Las mujeres, en cambio, sólo podían crear dificultades y, por
lo que había visto hasta entonces de esas hermanas, iban a creárselas.
En
cualquier caso, debería haber imaginado antes que las hermanas Laton eran
mujeres, en especial después de tener que localizarlas. Pero estar convencido
de que eran demasiado pequeñas para causarle molestias le impidió considerar
los comentarios que había oído sobre ellas a lo largo del camino, en que ni una
sola vez las calificaron de adultas, que él recordara. Frases como «esas
jovencitas tenían una prisa terrible», «Esas muchachitas no atendían a razones»
o «Esas damitas dejaron el tren más deprisa que una prostituta saldría de una
iglesia» no indicaban exactamente que eran mujeres que podían despertar su
interés lascivo.
¿Podían?
¡Caray, la tal Eugenia era preciosa! Unos cabellos rubios de tono dorado y
peinados para enmarcar su rostro oval con rizos y tirabuzones que le quedaban
perfectos. Una naricita respingona, las mejillas sonrosadas, una barbilla suave
y los labios más seductores que había visto en mucho tiempo. Y unos ojos azul
oscuro que brillaban como gemas pulidas, rodeados de unas gruesas pestañas
negras un poco emborronadas por el calor, lo que indicaba que seguramente no
era ése su color natural, pero aún así, la clase de ojos en los que un hombre
podía perderse encantado.
Por si
eso no fuera suficiente, tenía además una figura llamativa que hacia caer la
baba a cualquier hombre. Unos senos generosos, cintura de avispa y las caderas
redondeadas, y no era demasiado alta, veinte y pocos centímetros más baja que
él, lo que era bastante ideal en su opinión.
Su irritabilidad al conocerlo era comprensible. La habían
abandonado en un pueblo casi fantasma, antes que eso había sufrido el asalto a
un tren y Dios sabía cuántas cosas más. Para una joven educada con delicadeza,
el Oeste podía ser un lugar duro, y ya había sufrido muchos malos percances. Lo
menos que podía hacer era llevarla a Twisting Barb sin más incidentes.
En
cuanto a su hermana, era una solterona; con esas gafas horrorosas que llevaba,
no podía definirla de manera distinta. Y, aunque no estaba siendo nada
benévolo, después de cómo lo había insultado, no podía pensar en ella de otro
modo.
Eran tan
distintas como el día y la noche, tanto que, de no saberlo, uno no sospecharía
jamás que eran hermanas. Las dos rubias, sí, las dos con los ojos azules y una
bella figura, pero el parecido terminaba ahí.
Era
evidente que Rocío era la mayor, y quizás estaba amargada por su soltería.
Seguramente estaba celosa de Eugenia porque había acaparado todo el atractivo de
la familia. Llevaba el cabello recogido en un moño sin gracia y peinado hacia
atrás, caminaba con paso firme, como un hombre, e iba vestida en un tono gris
pardo.
Puede que lograra mejorar un
poco si lo intentaba, pero con esas gafas que daban a sus ojos un aspecto tan saltón, seguramente
pensaba que no valía la pena intentarlo. Era la clase de chica que llevaría a
un hombre a salir corriendo despavorido si se fijaba en él. Cuanto menos
pensara en ella, mejor.
A la mañana siguiente,
partieron justo después del amanecer. A las mujeres no les gustó demasiado
salir tan temprano, pero era necesario para llegar a la estación siguiente
antes del anochecer. Al menos, volvían a estar en la ruta de la diligencia, de
modo que habría más estaciones a lo largo del camino entre los pueblos para
cambiar los caballos y alimentar a los pasajeros y, si no, por lo menos habría
zonas designadas para pararse a descansar.
Al conductor no parecía
preocuparle, aunque admitió que jamás había conducido en la ruta que llevaba a
Trenton. Will Candles era un individuo malhumorado de casi cincuenta años, con
los cabellos ya grises y un largo mostacho que se proyectaba hacia arriba en
sus extremos del que estaba muy orgulloso. Hacia unos diez años que conducía
diligencias, y antes, trenes de mulas, de modo que conocía bien su trabajo.
Dos días
después, Gastón tuvo otro roce desagradable con la solterona. Hacia mediodía se
detuvieron en una de las mejores estaciones. Tenía cuadra, restaurante, ofrecía
una gran variedad de productos e incluso disponía de alojamiento por si el
tiempo era inclemente.
Seguía
haciendo buen tiempo, e iba refrescando un poco a medida que avanzaban hacia el
noroeste. Habían cambiado el tiro mientras almorzaban. Sin embargo, hubo una
ligera demora al salir porque uno de los caballos de refresco perdió una
herradura y hubo que sacarlo para solucionarlo. Como la estación atendía una
única ruta, sólo tenía disponibles seis caballos, de modo que era necesario
volver a poner la herradura su querían el caballo fresco.
Gastón había procurado guardar
todo lo posible las distancias con las mujeres, aunque sólo fuera porque le
atraía Eugenia Laton, y un viaje, con las incomodidades que conllevaba, no era
un buen momento para tener ideas románticas. Cuando estuviera instalada en su
nuevo hogar, decidiría si obrar o no de
acuerdo a esa atracción. Así que comía con Will, en lugar de con las mujeres, y
viajaba la mitad del día con él en el pescante del conductor y la otra mitad
iba a caballo, pero jamás dentro del coche.
Eugenia y la doncella, Esperanza, ya habían subido al vehículo cuando el caballo perdió la herradura, y
decidieron esperar dentro. Rocío estaba comprando algo en la tienda y, sin
saber nada de la demora, pensando quizá que retrasaba la salida, llegó
corriendo al coche y chocó con la espalda de Gastón.
Él no le dio importancia. Era una mujer muy torpe que siempre tropezaba con las cosas, y con las personas. Se limitó a apartarse. Sin embargo, ella pareció ponerse muy nerviosa por el accidente e incluso dio la impresión de ir a disculparse, pero debió de cambiar de parecer. No se imaginaba cómo pudo terminar culpándolo a él, aunque lo hizo.
—Quería hacerme caer, ¿verdad? Y no es la primera vez. ¿Es algo que le viene de pequeño? ¿Meterse con los más débiles? Hacer eso es perverso. ¡Déjelo ya!
A Gastón no sólo le sorprendió la acusación, sino que, además, le resultó tan increíble que lo culpara de algo que sabía que era culpa de ella que se quedó sin habla. Y tras haberlo insultado por segunda vez, Rocío alejó la falda de él de un tirón, como si corriera el riesgo de contaminarse, y se marchó indignada.
Casi la hizo volverse. Incluso empezó a alargar la mano para sujetarla. Tal vez lo que necesitara era que la sacudieran un poco. Pero se detuvo. No valía la pena perder el tiempo en las ridiculeces que se le ocurrían a esa mujer. El problema era que había perdido el tiempo igualmente meditando lo irritante que era.

hhaayyy noo!! no quiero que piense asi de rochi!! jajaaj espero mas!!
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