Los cinco años habían pasado, no podían recuperarlos ni ella ni Gastón.
No le extrañaba que la despreciara. Y que estuviera seguro de que ella conocía
el secreto que no debía conocerse, “para proteger a mi familia”, había dicho.
Lo gracioso del caso era que ella no tenía la más mínima curiosidad por
conocerlo. Gastón podía seguir guardándolo toda la vida. En todo caso la
familia de Gastón eran extraños para ella. No conocía a su madre, ni a sus tres
hermanas. Muchas veces se había preguntado qué les diría a ellas acerca de su
matrimonio. ¿Pero se habría molestado en explicarles algo? Como Max, Gastón no
era amigo de dar explicaciones.
¿Cómo podía pensar que ella lo amaba? Era humillante. No sólo se trataba
de un marido al que habían obligado a casar a punta de pistola, sino que además
creía que su mujer, después de cinco años de desprecios e infidelidades, aún lo
amaba.
El agua de la ducha seguía cayendo, y de pronto Rocío sintió que una
extraña fuerza se apoderaba de ella. Incluso empezó a sentir pena por Gastón.
Creía que ella podía usar el chantaje más allá de la muerte de su padre. La
noticia de que ella estaba enamorada de otro hombre seguramente sería un alivio
para Gastón.
Rocío había perdido cinco años de su vida, pero ni un día más. Su padre
había ejercido plena autoridad sobre ella. Luego Gastón había tomado el relevo,
y ella lo había aceptado sin más.
Y había sentido miedo durante tanto tiempo... Miedo por el mundo que
había fuera de su irreal mundo de privilegios. Temor por el desprecio de su
padre. Temor de que la verdad sobre el matrimonio terminara con la débil salud
de su padre si se enteraba. Pero no más miedos, se dijo.
Si Gastón había sido una víctima, ella también lo había sido. Y sin
embargo no armaba tanto escándalo como él. La vanidad de Gastón la indignaba.
Un golpe fuerte sonó en la puerta.
- ¡Abre! – exigió Gastón.
Rocío hizo un esfuerzo por no oír. Ya tenía bastante con lo que había
ocurrido anteriormente. No quería saber nada de él. Gastón no tenía una sola
virtud que pudiera conmoverla. Cinco años atrás sin embargo había sentido una
gran atracción por él. Había elegido entonces con el corazón, no con la cabeza.
- ¡Rocío! – volvió a golpear Gastón con impaciencia.
No era un hombre que respetase a las mujeres. Iba detrás de todas ellas,
rubias morenas, daba igual. Eso sí, todas tenían piernas largas, pechos
imponentes y pelo largo. Rocío no tenía ninguno de esos atributos, y alguna vez
había sido un tormento para ella, ya que la imagen que tenía de sí misma, débil
e insegura, no se había visto beneficiada con esta carencia.
Pero tenía muchas otras virtudes. Y debía agradecerle a Santiago el
haberlo descubierto. Santiago le había enseñado a valorarse, poniéndola en
primerísimo lugar. Él la había ayudado a aceptarse a sí misma. En cambio Gastón
siempre la había humillado y despreciado. ¿Y ahora por qué tenía que sentirse
culpable? ¿Acaso no había pagado ya los pecados de su padre?
Cuando estaba cerrando la ducha y alargando la mano para alcanzar la
toalla, un golpe enérgico tiró la puerta abajo. Ésta quedó pendiendo de la bisagra,
y dejó la figura de Gastón al descubierto. Su cuerpo vigoroso ocupando la
puerta de la habitación.
- ¿Para qué te has encerrado aquí? – preguntó furioso.
- ¿Te has vuelto loco? – Rocío se sentía intimidada por la presencia de
él, pero también estaba furiosa.
- ¡Me hicieron responsable de tu bienestar!
¿Se refería a su bienestar o a su propia seguridad?. ¿Era por ello que
había tirado la puerta como un hombre de las cavernas? ¿Tenía miedo de que se
hubiese tirado por la ventana o de que fuera a hacerlo? Evidentemente esto
último lo hubiese puesto en un aprieto.
Rocío, echándole una mirada de incredulidad, comenzó a recoger su ropa.
- Tu piel tiene el color de las camelias – dijo él.
Gastón estaba mirando descaradamente, algo que la turbaba terriblemente.
- Tira la toalla – le exigió.
Rocío no podía creer lo que oía. Pero Gastón esperaba que su orden fuese
cumplida. Lo demostraba en su gesto expectante.
Rocío sintió que se le secaban los labios, que sus pulmones se quedaban
sin aire, que un calor asfixiante se apoderaba de su cuerpo entero. Sus pechos
de pronto se volvieron pesados, sus pezones se irguieron volviéndose más
sensibles.
- Eres tan pequeña, pero guardas unas proporciones tan perfectas... –
musitó él en el denso silencio.
Rocío no podía creer lo que oía de la boca de Gastón. Éste era un Gastón
que ella jamás había conocido, pero que de algún modo siempre había sospechado
que podía existir. Era un hombre que despedía una vigorosa sexualidad. Había algo
peligrosamente fascinante en la corriente sexual que emanaba de él, algo
atávico y elemental. Daba la sensación de ser depredador como él mismo se había
nombrado alguna vez con candor. Y lo era, ahora ella lo podía comprobar.

Hermosooooooooo... espero el proximooo!!!
ResponderEliminarTe quiero Lale.. Lucia