Capítulo 7
-Aleli, ¿qué quieres que te ponga en el sándwich del almuerzo? -Rochi cerró el refrigerador.
Llevaba un montón de envases de embutido en las manos y al volverse tropezó directamente con Gastón.
Él había previsto lo que iba a ocurrir, pero no se había apartado suficientemente rápido.
-Oh, lo siento.
-No, soy yo el que lo siente -contestó Gastón. Al tiempo que sujetaba los envases del queso y el jamón, presionaba involuntariamente el seno derecho de Rochi-. Lo siento -volvió a decir.
Rocio se acercó al mostrador y dejó allí los embutidos. Afortunadamente, aunque se había ruborizado, se estaba riendo.
Aquella mañana no parecía tener más de dieciocho años, con el pelo recogido en una cola de caballo, una total ausencia de maquillaje en el rostro y vestida con unos vaqueros y una camiseta.
-Bueno -dijo-, desde luego ahora sí que me he despertado.
-Lo siento -maldita fuera, Gastón también se había ruborizado. Y la verdad era que no podía recordar siquiera la última vez que le había ocurrido algo parecido. ¿Habría sido en sexto grado, quizá?
Se negaba a pensar en la suavidad del cuerpo de Rocio, ni en el hecho de que aquel accidental tropiezo había sido lo más cerca que había estado con una mujer desde hacía años. Se negaba a reconocer las emociones y sensaciones que en él habían despertado. No quería analizar si el tumulto que sentía en su pecho era consecuencia del deseo o la atracción, puesto que desde un primer momento había decidido ya que sus sentimientos hacia Rochi eran únicamente fraternales. De modo que lo mejor que podía hacer era cambiar rápidamente de tema.
-Y ya que estoy disculpándome, aprovecho también para pedirte perdón por haber cancelado nuestra reunión de anoche.
-No te preocupes. Gracias por haberme dejado una nota.
-Tuve que ir a la oficina y regresé bastante tarde. Creo que eran cerca de las dos y media -le explicó. No quería que pensara que había tenido que ausentarse por otro motivo.Tenemos que terminar un proyecto de software para un importante cliente, ayer surgió un problema y el director del proyecto estaba en casa, celebrando el décimo aniversario de su boda, así que tuve que ir yo en su lugar, a hacerme cargo de su equipo de trabajo.
-Un gesto muy dulce de tu parte -comentó Rocio, mientras preparaba un sándwich para Monito.
Dulce. Dios santo. No creía que le hubieran dicho algo así en toda su vida.
-Cualquiera que haya conseguido permanecer casado durante diez años, se merece tener una noche libre.
-Yo nunca me casaré -anunció Aleli, rodando hasta la mesa en su monopatín.
-¿Sería posible que dejaras esa cosa en la puerta? -le preguntó su padre. Aleli no contestó. Y Gastón tampoco parecía esperar que lo hiciera
.
Las mañanas eran uno de los momentos más tempestuosos del día. Al igual que Gas, ni Aleli ni Monito se levantaban de muy buen humor.
-Entonces, Aleli -dijo Rochi efusivamente-. ¿De qué quieres el sandwich? ¿De carne o de jamón? -era posible que su acento británico le hiciera parecer más contenta de lo que estaba, se dijo Gastón al oírla. O quizá simplemente fuera uno de esos extraños seres que se levantaban contentos por la mañana.
-No quiero llevar almuerzo -contestó Aleli, sin levantar la mirada de la mesa del desayuno.
-Pues lo vas a llevar quieras o no -replicó su padre. No había terminado de hablar cuando se dio cuenta de que aquella no era la mejor forma de decirlo-. Házslo de jamón y queso -le pidió a Rocio sombrío.
Rochi continuaba radiante, ignorando la tensión que había en el ambiente.
-¿Qué te parece, Aleli? ¿Te lo hago de jamón y queso?
-Soy vegetariana.
-Pero anoche cenaste el guiso de carne que Tina...
-Hoy -contestó Aleli rudamente-, hoy soy vegetariana.
«Dios mío, dame paciencia», pensó Gastón. Y al ver el gesto beligerante de su hija y los ojos abiertos como platos de Rocio, comprendió que había expresado sus pensamientos en voz alta.
-Lo siento -dijo. Maldita fuera. Aquella mañana no hacía más que disculparse-. Bueno, Aleli, llévate entonces un sandwich de queso.
-Soy vegeta -al ver que su padre no parecía haberla entendido, explicó-: Tampoco como queso -«idiota», no lo había dicho pero por su tono era evidente que lo estaba pensando.
-Magnífico. En ese caso llévate una ensalada. ¿Hay lechuga, Rochi?
-Desde luego, ahora mismo preparo una ensalada.
Monito entró en la cocina a cuatro patas y Gas sintió que se tensaban todos los músculos de su cuello. Estaba a punto de gritarle a su hijo para que se levantara, cuando Rochi le dio un pisotón para que no dijera nada.
-Ay -exclamó. Vio entonces que Monito se detenía al ver en el suelo su plato favorito lleno de un nada apetecible comida para perros.
Bueno, aquello sí que era interesante. Él nunca había llevado hasta ese extremo el juego de Monito. La cara que puso el niño fue verdaderamente cómica. O lo habría sido al menos si Gaston hubiera conseguido encontrarle alguna gracia al hecho de que su hijo se sintiera más cómodo como animal que como humano.
-Buenos días, Monito -lo saludó Rochi alegremente-.¿Esta mañana eres un niño o un perro? Al niño le he comprado un desayuno especial, pero para comerlo, tendrás que levantarte y sentarte a la mesa -mientras lo decía, colocaba un bol de leche con cereales azucarados en la mesa.
Monito abrió los ojos de par en par y, por primera vez desde hacía semanas, dijo algo en voz alta.
-¡Cereales de la Suerte! -se levantó de un salto y se sentó a la mesa.
Y entonces ocurrió algo todavía más milagroso. Aleli alzó la cabeza de su desayuno y sonrió. Por su puesto, su sonrisa iba dirigida a Rochi, que le sonrió a la niña y alzó el pulgar en señal de victoria. Era obvio que ambas habían planificado juntas la estrategia de los cereales.
Rochi llevaba las uñas pintadas de negro. Señal inequívoca de que había pasado parte de la noche en compañía de su hija.
Gas se inclinó hacia ella y le susurró al oído:
-¿No saldrías anoche de casa para ir a comprar esos cereales, verdad?
-Por supuesto que no. Pedí que me los enviaran -susurró, y se acercó para decirle al oído-. Y perdón por el pisotón.
Aquella mujer olía maravillosamente bien, advirtió Gastón. Emanaba de ella una deliciosa fragancia, mezcla del olor a jabón y al delicado aroma de un perfume. Al estar tan cerca de ella, pudo ver las pecas que cubrían su nariz y sus mejillas. Eran adorables.
-¿Y cómo conseguiste que te los enviaran a esas horas? -preguntó, apartándose ligeramente al darse cuenta de que estaban acercándose demasiado.
-Con un poco de imaginación. Llame para pedir una pizza y cuando vinieron a entregármela, le ofrecía al chico veinte dólares a cambio de que me trajera una caja de cereales antes de las diez.
-Te devolveré lo que te has gastado. De hecho, pretendía pedirte que me hicieras una lista de tus gastos.
-Por supuesto -le dirigió una sonrisa-. Estás muy elegante esta mañana. Supongo que eso significa que tienes que ir a la oficina.
-Gracias. Y sí -se pasó la mano por el pelo, sintiéndose absurdamente complacido ante su cumplido-. Hoy tengo un día plagado de reuniones.
-¿Y a qué hora llegarás a casa? -preguntó Rocio, mientras abría la caja de cereales con gesto eficiente.
-Cerca de las nueve, a tiempo para nuestra reunión.
-Oh, ¿no vas a venir a cenar? -la sonrisa de Rochi se desvaneció.
-Tengo una reunión que probablemente termine bastante tarde.
La había desilusionado. Estaba intentando no mostrarlo, pero la había decepcionado. Era evidente que tenía otras expectativas, basadas probablemente en el hecho de que la mayor parte de las familias compartían al menos una comida durante el día. Pero la familia Dalmau se parecía muy poco a otras familias.
-Tenemos que irnos -advirtió Aleli-. Monito, lávate los dientes rápidamente. El aliento te huele a perros -le dirigió a Rochi otra de sus escasas sonrisas-. Para él es un cumplido -se dirigió rodando hacia la puerta-. Nos veremos en el coche.
-Llévate el almuerzo -le pidió Rochi-. Y no olvides despedirte de tu padre.
-Adiós, Gastón. Asegúrate de ganar mucho dinero hoy, porque Dios sabe que con cuatro billones de dólares no tenemos dinero suficiente.
-En mi país -explicó Rochi-, normalmente utilizamos los insultos en medio de una conversación. En los saludos y en las despedidas procuramos evitarlos. Un simple «que pases un buen día», habría bastado. Y quizá te parezca un poco anticuado, pero creo que todo el mundo necesita un abrazo por la mañana.
Aleli dirigió entonces toda la hostilidad que normalmente reservaba para su padre hacia Rochi.
-Yo no -la convicción de sus palabras era desmentida por la mirada vacilante que le dirigió a su padre.
-Eso es absurdo -replicó Rochi con una sonrisa-. Jamás he conocido a nadie al que no le guste que lo abracen.
Aleli entrecerró los ojos y Gastón se tensó. Aquello nunca era una buena señal. El carácter de su hija era muy similar al suyo. Pero, para su sorpresa, Aleli miró a Rochi y a Gastón y volvió a sonreír. Pero aquella no era una sonrisa amable, sino profundamente calculadora.
-De acuerdo -dijo con obvia satisfacción-, si a nadie le viene mal un abrazo por las mañanas, entonces podéis empezar vosotros..
Gastón miró a Rochi, que lo miró a su vez con una expresión de sorpresa que debía de ser idéntica a la suya. La joven se sonrojó y soltó una carcajada.
-Pero yo no soy de la familia.
-Ah, ya entiendo. Así que en realidad no crees que todo el mundo necesite un abrazo. Lo que querías decir es que solo algunas personas necesitan un abrazo. Y lo que yo digo es que no soy una de esas personas...
-No -la interrumpió Rochi-. Eso no es lo que estoy diciendo. En realidad, estoy empezando a necesitar desesperadamente uno. Este es mi primer día de trabajo, por no mencionar que estoy a miles de kilómetros de mi casa y de mi familia. Simplemente, esperaba compartir mi ración de abrazos contigo y con Monito, eso es todo.
-Así que quieres que nos abracemos -respondió Aleli-. ¿Sabes? Los Dalmau somos expertos en dar besos al aire, y nos abrazamos procurando que nuestros cuerpos se rocen lo menos posible. Y cuando queremos despedirnos, normalmente nos estrechamos las manos, porque así tenemos la sensación de que estamos cerrando un negocio.
Aleli se acercó a su padre y dio un beso exagerado a cerca de un palmo de su mejilla.
-Que tengas un buen día -dijo muy tensa-. Intenta limitar a tres tus órdenes hostiles en el trabajo, ¿de acuerdo? -y se alejó patinando.
-Oh, Dios mío -musitó Rochi-. Lo siento, yo...
-Aleli tiene razón -contestó Gastón-. No somos una familia muy cariñosa.
-Bueno -replicó Rochi-, no me parece un rasgo muy apropiado para una familia. Creo que merecería la pena que intentarais cambiarlo -abrió la puerta de la cocina y se asomó al pasillo-. ¡Monito! Date prisa o llegaremos tarde.
Gastón se terminó el café mientras veía a Rochi salir precipitadamente de la cocina.
Quizá ella pudiera enseñarlos a abrazarse, pensó. La idea le resultaba tan atractiva como absurda. Era más un deseo imposible que una esperanza.
Pero entonces recordó que esa misma mañana Rochi había conseguido que Aleli sonriera y que Monito hablara. Aquella mujer obraba milagros. Si alguien podía conseguir un imposible, esa era Rochi.
Continuara ...
*Mafe*

A cada capítulo que leo quedo más enamorada de la historia. Ahh todos necesitamos abrazos.
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