El sonido de platos y cubiertos les llegaba desde la cocina. Peter,
empeñado en
que conversaran sobre su situación, había insistido en preparar la cena mientras ellos se
quedaban en el salón. Pero
los minutos avanzaban y, sentados uno junto al otro, no articulaban palabra.
Gaston fumaba
con aire ausente. Le preocupaba que la velada se alargara demasiado. Esa noche
pensaba ir a casa de Rocio pasara lo que pasase.
Los pensamientos
de Lali estaban más
embrollados y oscuros. Necesitaba que él le explicara por qué cada vez se veían menos, por qué mantenía apagado su teléfono, dónde había estado la tarde y la noche del día anterior. Pero Gaston actuaba como si
no hubiera nada que contar, mucho menos aclarar. Y tanta calma fue alterándole a ella los nervios.
Cuando se decidió a hablar le costó mantener su furia tras el cristal de sus
grandes ojos oscuros.
—He visto
que tienes terminados los diseños —lanzó con irritada satisfacción—. Los vi ayer, mientras esperaba inútilmente a que vinieras.
Él inhaló el cigarro, aparentemente tranquilo,
pero su voz sonó tensa.
—Son
delicados. —La miró de soslayo comprimiendo los labios—. Nadie puede tocarlos.
—No lo
hice. Los vi a través del papel de seda —aclaró, ofendida—. Me sorprendió. Decías que no los tenías listos.
Gaston expulsó el humo con calma. Estaba claro que iba
a ser una
conversación difícil. Sobre todo porque esta vez no tenía ninguna intención de apaciguarle el mal humor.
—Ya ves
que sí —respondió apoyando los codos en las rodillas y
llevándose el
pitillo a los labios.
—¿Cuánto tiempo hace que están terminados?
—Más de una semana —confesó con aplomo.
Lali resopló para contenerse.
—¿Por qué no los has entregado todavía?
Gaston descargó la ceniza del cigarro. Lo hizo con
lentitud, dejando que el extremo encendido rodara por el centro del cenicero.
Necesitaba mantener el control. Los ya habituales interrogatorios a los que le
sometía Lali
comenzaban a molestarle a pesar de reconocer que él, con su proceder, era el único culpable de esa actitud.
—¿Cuándo se los vas a dar? —insistió.
—En
cuanto la vea. —Volvió a inhalar el pitillo, despacio, dominándose.
También ella trataba de contener su enfado. Aún esperaba que él se confiara sin que tuviera que sacarle
cada palabra.
—¿Por qué no lo hiciste ayer? Estuviste con ella, ¿no? —preguntó, dudosa, albergando la esperanza de
estar equivocada.
Él
carraspeó mirando
al frente sin ningún deseo
de responder. Ni deseaba ni podía hablarle de Rocio.
—No me
gusta que traten de controlarme —dijo con frialdad.
—No es
control —declaró tan asombrada como herida—. Quiero saber por qué no apareciste ni me llamaste ni...
Calló cuando le vio levantarse y dirigirse a
la ventana.
—He
pasado una buena parte de mi vida en la que controlaban con quién hablaba, cuántos minutos hablaba, cuánto tiempo tardaba en comer o en
ducharme. —Observó la calle, pensativo—. Creo que llegaron a controlar hasta cuántas veces respiraba al día. —Se volvió hacia ella—. Así que no lo intentes, Lali. Nadie volverá a someterme jamás.
—Tan solo
era una pregunta —puntualizó apretando los dedos contra sus muslos
hasta clavarse las uñas—. ¿Ahora tampoco puedo preguntar?
—La
primera ha sido una pregunta. La segunda ha sido una pregunta. Las demás son mucho más que simples preguntas.
—¡No
tendría que
hacértelas si fueras más sincero! —reprochó, herida.
Gaston se pasó la mano por la cabeza. Quería evitar causarle más daño, pero no encontraba el modo de hacerlo.
Se quedó quieto,
frotándose la
nuca mientras el tabaco se consumía entre sus dedos.
—Sí —respondió rehuyéndole la mirada.
—¿Y eso
qué quiere decir? —Se puso en pie temblando por lo que
continuaba presintiendo—. ¡Maldita sea, Gaston! ¿Qué me has querido decir?
Él se le acercó, apagó el cigarro en el cenicero y encontró valor para mirarla de frente.
—Estuve
con ella anoche.
Lali sintió sus palabras como dagas retorciéndose en su corazón. Las lágrimas la asaltaron de pronto y no fue
capaz de contenerlas. Se dejó arrastrar por la rabia y comenzó a golpearle el pecho con los puños cerrados.
Él la dejó desahogar su furia. Se sentía merecedor de mucho más que ese comprensible arrebato.
—¿Cómo has... podido? —preguntó mientras seguía aporreándole—. ¡Maldito seas, Gaston! ¿Cómo has podido hacerme esto? — Él continuó sin responder. Esperó pacientemente hasta que los golpes y los
gritos se debilitaron. Entonces le cogió con suavidad las manos, con intención de consolarla—. ¡No me toques! —exclamó ella, apartándolas con brusquedad—. No quiero que me toques con esas manos
con las que la has... —Apretó los párpados y ahogó las palabras que le costaba pronunciar.
—Lo
siento, Lali. No imaginas cuánto lo siento —dijo, abatido—. Te ruego que me perdones, que
entiendas...
—¿Cómo quieres que te entienda? —preguntó a la vez que se dejaba caer en el sofá, derrumbada porque sus peores temores se
hubieran convertido en realidad. Se cubrió la cara con las manos y sollozó con fuerza.
Gaston se sentó sobre la pequeña mesa, frente a ella. Le partía el alma verla sufrir. Contuvo el deseo
de tocarla porque estaba seguro de que ella no se lo permitiría.
—Te juro
que luché con
todas mis fuerzas para que esto no ocurriera, pero...
—¡No te
atrevas a repetir eso! —exigió alzando el rostro—. ¡Nadie te obligó a acostarte con ella!
—Es algo
que no pude controlar y aún no sé por qué. —Bufó con impotencia—. No tuve intención de herirte. No te lo mereces, por eso
me duele...
—¡Claro
que no lo merezco! —volvió a interrumpirle, furiosa—. He estado contigo siempre que me has
necesitado. He puesto en tus manos mi vida, mis sueños, todas mis ilusiones. ¿Y ahora qué? ¿Ahora qué se supone que debo hacer después de saber que te acuestas con... con
ella? —Él bajó la cabeza, pensativo—. ¿Esa es toda la explicación que vas a darme? ¿Un lo siento y después silencio?
—No hay
nada que pueda decir para reparar el daño que te estoy haciendo.
Ella volvió a esconder la cara entre las manos y
lloró
desconsolada.
—No soy
capaz de entenderlo —musitó entre sollozos—. ¿Cómo has podido abrazarla y besarla después de que te destrozara la vida y acabara
con la de tu hermano? ¡Explícamelo porque no lo entiendo!
Recordar a Manu
le constriñó de
dolor y de culpa. Apretó los parpados y respiró hondo.
—No puedo
responderte, Lali. En realidad no puedo explicarte nada.
Ella trató de golpearle de nuevo, pero las fuerzas
la abandonaron antes de conseguirlo. Dejó los puños inertes sobre su pecho y apoyó en ellos la frente para llorar, esta vez
en silencio.
Gaston la rodeó con sus brazos, agotado y hundido.
—No puedo
explicarlo —repitió en voz baja—. Y tampoco quiero engañarte diciéndote que no volverá a ocurrir. Pero sí puedo prometerte que acabará pronto. Ella pagará por lo que nos hizo.
Lali se retiró, con las mejillas húmedas y los ojos enrojecidos.
—¿Por qué te mientes y por qué tratas de mentirme?
—No lo
hago. Mi vida y mi cabeza son una maraña que no consigo entender, pero hay una
cosa que sí tengo
clara: le haré pagar
por lo que hizo.
—¡¿Y por
qué no lo haces ya?! —suplicó con énfasis—. Solo tienes que realizar una llamada.
Yo puedo hacerla por ti.
Gaston se puso
en pie y retrocedió hasta
el otro extremo de la mesa.
—Eso es
algo que debo hacer yo, y lo sabes —resopló con fuerza—. Se lo debo a Manu.
—Entonces,
¿qué pretendes que haga yo mientras decides
si ya te la has follado lo suficiente? —gritó con rabia.
Ella tenía razón. No era justo ni honesto tenerla
esperando cuando era otra mujer la que ocupaba su mente y le suscitaba deseo.
No podía
aprovecharse de ella hasta ese extremo. Bajó la cabeza para no ver su reacción ante lo que iba a decirle.
—Deberíamos dejar de vernos. —Cogió aire al sentir que le temblaba la voz—. No quiero hacerte más daño.
—¿Me estás apartando de tu vida? —reprochó acercándose a él con los ojos colmados de nuevas lágrimas.
—No —dijo volviéndose a mirarla—. Te estoy pidiendo un tiempo. No quiero
estar contigo mientras me consume... —Se mordió los labios para interrumpirse--pero en estos momentos solo puedo hacerte
sufrir. Los dos sabemos que estarías mejor sin mí.
Lali le miró perpleja, consciente de que aún existía una esperanza, aunque esta fuera la más humillante que hubiera podido imaginar.
—No lo
puedo creer —murmuró de modo casi imperceptible al comprender
que acabaría olvidándose de su dignidad y aceptando
cualquier cosa que le mantuviera a su lado. Él le acarició las mejillas y esta vez ella dejó que lo hiciera.
—Esto
terminará y todo
volverá a ser
como antes —dijo
enjugándole
las lágrimas
con los pulgares—. Te lo
prometo. Aunque sigo creyendo que deberías alejarte de mí. Mereces ser feliz y no sé si conmigo lo lograrás algún día.
Ella cerró los ojos, abatida, y le dio la espalda.
No iba a aceptar la separación porque le amaba y porque estaba convencida de que Rocio
terminaría haciéndole daño. Sentía que su lugar seguía estando allí, esperando su regreso para recoger, de
nuevo, los pedazos en los que esa mujer iba a dejarle el corazón.
Gaston esperó largos minutos y, cuando comprendió que no volvería a hablarle, comenzó a alejarse. El tiempo pasaba deprisa y
quería
desfogarse de nuevo con Rocio. Ni los lloros de Lali ni sus propios
remordimientos impedirían que lo hiciera.
Cogió su parka del sofá, con gesto cansado. Cuando alcanzó la puerta se volvió un momento. Ella continuaba cabizbaja y
hundida, y él se
sintió un
desdichado miserable.
—Te lo
prometo —volvió a decir. Y al volverse tropezó con el rostro desconcertado de Peter.
Fue un instante
de indecisión, de
miradas tensas, de preguntas silenciosas. Hasta que su amigo juró entre dientes y se hizo a un lado dejándole espacio para que saliera.
A Peter se le
rompió el
corazón al
verla, pero se quedó quieto, sin saber si debía dejarla a solas o quedarse, si debía hablar o mantenerse callado. Contuvo el
aliento cuando la vio avanzar hacia él. Abrió los brazos para recibirla, la estrechó contra su pecho y la arropó mientras la sentía llorar.
La casa estaba
sumida en el más
completo silencio cuando regresó Gaston, bien entrada la madrugada. La mano le había dejado de doler y los rasponazos se habían convertido en una fea mancha de sangre
seca.
Entró con sigilo al cuarto de baño y se deshizo de la cazadora dejándola caer al suelo. Abrió el grifo del lavabo y puso la palma
abierta bajo el chorro de agua. Apretó los dientes al sentir el escozor.
—¿Qué cojones estás haciendo? —increpó Peter abriendo la puerta de golpe, con
el torso desnudo y un ajustado bóxer negro—. ¿Cómo puedes ser tan cabrón y descerebrado como para estar acostándote con esa dichosapolicia?
Gaston no le miró.
—En este
momento tengo un problema mayor que ese.
—¿Mayor
que ese? —se mofó, irritado—. No lo has debido medir bien, porque es
enorme. No puedes tratar así a Lali. No lo merece. —Golpeó con el puño la pared de azulejos—. Y tú tampoco, después de lo que esa mujer hizo con tu vida.
—No. Lali
no lo merece —aceptó cerrando el grifo—. En eso tienes razón.
Del pequeño armario que quedaba frente a su rostro
sacó un sobre de gasas y un botellín de cristal transparente. Apretó los dientes al verter alcohol sobre la
herida.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó Peter con preocupación al ver los feos raspones.
—¿Recuerdas
los tipos que parecían seguirnos por Bilbao? —Peter afirmó—. Pues iban a por mí. Me los he encontrado hace un rato, en Deusto.
—¿Los
hombres del comisario?
Gaston volvió a echar alcohol sobre su mano. Esta vez
su rostro no cambió. Miró a Peter con gesto serio.
—Estoy
jodido. Ahora sí que
estoy bien jodido.
—¡No
fastidies! No tienen nada contra ti. Aunque encontraran la droga no tendrían pruebas de que... —Se detuvo de pronto—. No la han encontrado, ¿verdad?
—No es
ese el problema —resopló mientras se secaba con unas gasas—. Es algo que... —Apretó los párpados—. ¡Maldita sea mi suerte!
—Dime de
una vez qué ha
pasado porque me tienes en ascuas.
Continuó con los ojos cerrados tratando de
entender qué era lo
que buscaban esos hombres.
Había salido tarde de casa de Rocio. El cielo
estaba cubierto y la noche era oscura. Había caminado, hacia el lugar en el que había estacionado el coche, con el
pensamiento en las horas que había pasado con ella, en que iba a echar de menos esos
turbios y excitantes encuentros.
Tan absorto
avanzaba que a punto estuvo de tropezar con unos borrachos que salían de un local de copas y striptease. Los
evitó como
pudo y continuó
adelante. No se había alejado demasiado cuando dos tipos, enormes como
gladiadores, se pusieron a su altura, uno a cada lado. No tuvo tiempo de
preocuparse. Los reconoció al primer vistazo. Eran los mismos que les habían perseguido. Seguía sin recordar de qué los conocía, pero no dudó que eran hombres del comisario.
—¡Por fin
volvemos a vernos! —exclamó el de la cicatriz, que le aprisionaba por su
izquierda—. ¡Llevamos meses esperando ansiosos que nos
den luz verde para cazarte, pero una vez levantada la veda te nos has resistido
un poco! ¿Has
pedido cambio de horario en la trena?
El otro tipo le
rio la gracia dando un codazo a Gaston para que la compartiera como si fuera un
compinche más.
—Vale —dijo Gaston con paciencia—. Me complace haberos alegrado la noche,
pero ahora largaos y dejadme en paz.
Esta vez los dos
rieron al unísono.
—¡Te hemos
dejado en paz durante más de cuatro años, cabrón! —dijo en el mismo tono jocoso.
Gaston aceleró el paso y ellos le siguieron el ritmo
sin inmutarse. Parecía divertirles que tratara de dejarlos atrás.
—No he
hecho nada que esté fuera
de la ley —afirmó, cada vez más molesto—. Estoy limpio, así que buscaos a otro a quien aburrir.
Regresaron las
carcajadas de los dos hombres. El que parecía llevar el mando volvió a tomar la palabra.
—Esa es
la retahíla que todos tenemos preparada para cuando nos pilla la pasma. Pero a
nosotros nos la trae floja que seas un buen tío o un cabrón. Tienes algo que es del jefe y se lo
vas a dar esta misma noche. Justo antes de que te metamos un tiro entre ceja y
ceja. —Empleó los dedos para simular el disparo en la
frente.
Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Esos tipos no hablaban
como polis, no actuaban como polis. Esos tipos no eran polis.
—¿Quién es vuestro jefe? —preguntó con todos los sentidos en estado de
alerta.
—¿Has oído al graciosillo este? Pretende no saber
quién es el jefe —dijo con guasa—. Escucha bien, mamón. —Cabreado de pronto, le clavó entre las costillas el cañón de la pistola—. Se acabó la charla. Vas a venir con nosotros, vas
a montar en nuestro coche como un chico obediente y te llevaremos delante de
ese al que finges no conocer.
—¿Para qué? —preguntó tratando de ganar tiempo a la vez que
miraba a los costados calculando hasta dónde podría llegar si trataba de escapar.
—Para
joderte vivo después de que
hayas devuelto lo que te llevaste.
En un instante
recordó dónde había visto al de la cicatriz y le llegaron a
la mente las palabras que escuchó aquella maldita tarde. Ahora sabía para quién le buscaban.
—Carmona...
—musitó sin dejar de prestar atención a la carretera desierta.
—¡Mira tú por dónde empiezas a recuperar la memoria!
Seguro que con un poco más de presión esta noche terminarás recordándolo todo.
Su tono de mofa
evidenció que
pensaba contemplar cómo le ayudaban a acelerar el proceso. Eso si no se
encargaba de hacerlo él mismo.
Las carcajadas
fueron esta vez más
fuertes. Sintió que el
cañón de la pistola aflojaba la presión sobre su costado. Vio los faros de tres
coches al inicio de la calle. En unos segundos estarían a su altura. Si saltaba a la calzada
en el instante justo en el que llegaba el primero, cruzaría por delante y ellos no podrían perseguirle hasta que hubiera pasado
el último. Se tensó mientras seguía escuchándoles reír. Si calculaba mal acabaría bajo las ruedas. Pero si tenía que morir esa noche prefería hacerlo así que en manos de aquellos trastornados
hijos de puta.
Estimó la velocidad a la que se acercaban los
faros. Contó
mentalmente y se arrojó a la carretera al tiempo que los dos tipos
reaccionaban y se lanzaban tras él.
Su cálculo resultó tan ajustado que una vez superado el
obstáculo le
golpeó el
espejo retrovisor, lanzándolo hacia el suelo. Le aterró el tiempo que estaba a punto de perder.
Mientras caía
adelantó las
manos y al chocar contra el asfalto rodó sobre su cuerpo para levantarse con
rapidez. No quiso mirar atrás para ver si sus perseguidores esperaban o se
arriesgaban a pasar sorteando los otros coches. Corrió sujetándose el corazón entre los dientes. Corrió sabiendo que era su vida lo que estaba
en juego y se refugió en el primer portal que encontró abierto. Se sentó en la escalera, alejado de las vistas
del exterior, y esperó hasta que estuvo seguro de que el peligro había pasado.
Peter, que había escuchado sin atreverse a respirar, tomó asiento en el borde de la bañera porque no le sostenían las piernas.
—¿Y qué tienes tú que pertenezca a ese tío?
—No lo sé. —Se volvió y se apoyó en el lavabo—. Pero, aquella maldita tarde, justo
antes de que todo se precipitara, Carmona miró el interior de mi bolsa de deporte. La
sujetaba uno de los tíos que me ha seguido. Dijo algo así como «aquí no está todo». —Alzó las manos con desaliento—. No entendí nada.
—¿No dijo
qué cosa faltaba?
—No hubo
tiempo. Ya lo sabes. —Cerró los ojos y bufó con agobio—. No volví a pensar en esa frase, hasta hoy. —Se frotó la nuca agarrotada—. No tengo nada que pertenezca a ese
tipo. Nada.
—¿Y por
qué no se lo explicas?
—Imposible.
Si él se ha empeñado en que tengo algo, lo tengo. Si me
pillan, cuanto más
insista en que no sé nada, más me torturarán para que cante lo que quieren saber.
—¡Pues sí que estamos jodidos! ¿Crees que sabrán dónde vives?
—Si lo
supieran ya habrían
venido a por mí. Han
dicho que llevan tiempo buscándome, y si lo hacen entre la gente con la que andaba
en el pasado ninguno les conducirá hasta aquí. Tan solo podría hacerlo Lali, pero no tienen por qué saber de ella.
Por primera vez
se alegró de
haber perdido amigos, de no frecuentar los mismos lugares, de no haber hablado
a nadie de dónde y
con quién estaba
viviendo.
—¿Estás seguro de eso?
—Sí, lo estoy. Además tú no tienes ninguna relación con mi pasado ni este pueblo tiene nada
que ver conmigo.
—Eso me
tranquiliza un poco, pero ¿qué vamos a hacer?
—Tú nada. Yo, andarme con ojo y no bajar la
guardia en ningún
momento; sobre todo cuando se me acabe el permiso y vuelva a la cárcel. No se arriesgarán a acercarse por allí, pero pueden esperar por los alrededores
y... —Cogió la cazadora del suelo y sacó el paquete de tabaco—. ¡Malditos cabrones! ¿Es que no van a dejarme nunca en paz?
—No
podemos cruzarnos de brazos y esperar a que se olviden de ti.
—Son peor
gente de lo que imaginas —dijo encendiendo un cigarro—. Y no, no se olvidarán de mí. Nunca se olvidarán de mí.
Mantenerse
alerta pasó a ser
una de sus preocupaciones. Cambió ligeramente de aspecto. Sustituyó su cazadora de cuero por una gruesa
parka verde militar y renunció a continuar rasurándose la cabeza. Dejó de caminar sumido en pensamientos para
hacerlo oteando continuamente hacia los lados y, cada poco tiempo, también a su espalda.
Su principal
obsesión; la
que le angustiaba, la que le calmaba, la que le daba y le quitaba vida, seguía siendo Rocio. Poco importaban las
broncas de Peter, que aseguraba que mantenerse cerca de ella acabaría siendo su perdición. Más le preocupaba el sufrimiento de Lali,
pero a pesar de ello estaba dispuesto a que nada le privara de sus encuentros.
Después de
tantos años de
inmenso vacío, y
antes de que llegara el final, necesitaba llenarse de esas intensas pasiones
que solo ella había sabido
provocarle.
Por eso acudía cada noche, sin faltar una, al piso de ella.
Para tomar todo cuanto quería, todo cuanto necesitaba, todo cuanto seguiría perteneciéndole si ella no le hubiera traicionado.

Quiero màs cpsas de ellos dos jaja Lindo capitulo! Espero el proximo :)
ResponderEliminarLali me tiene harta, como le va a decir eso a Gaston!!! ella se metio solita sabiendo que él no la amaba, sabia en lo que estaba, y habla de Rochi como si supiera lo que siente, no me cae bieeeennn. Y Gaston que sigue con querer hacerle mal a Rochi!!!!!! que ponga reversa a la situacion, no quiero que la meta a la carcel, pero a pesar de todo se nota que la ama y es muy akjgshgajgshjaghs, son muy lindos, quiero el proximo.
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