Su
sentimiento de culpa era increíble. Rocío se despertó con él, se revolcó en él
y no consiguió quitárselo de encima. El disfraz que llevaba era bastante
engañoso, pero lo usaba por un buen motivo: salvar a otras personas de las
manipulaciones maliciosas de Eugenia. Aun así, fingir ser Eugenia...
Su hermana la había suplantado a
menudo cuando eran pequeñas para que la gente se enfadara con Rocío. Le
parecía una broma espléndida, aunque ella era la única que se divertía. Rocío lo había hecho sólo una vez antes, con su padre, porque ansiaba muchísimo la
atención que dedicaba a Eugenia en exclusiva. Pero no lo había engañado. Había
sabido de inmediato que no era su preferida, y la reprimenda que recibió fue
tan embarazosa que nunca más volvió a intentarlo.
Compartir la misma cara con alguien
al que se detestaba no era agradable. Tampoco era divertido estar siempre
preocupada por los sentimientos de los demás, prescindiendo por completo de los
propios. Era un infierno tener una hermana como Eugenia.
Esa mañana Rocío evitó acercarse a
la hoguera, donde Gastón servía un desayuno rápido antes de iniciar el último tramo
del viaje. Prefería tener hambre a estar cerca de él entonces porque tenía
mucho miedo de que fuera a descubrir su disfraz.
Aceptó, eso sí, una taza de café del
conductor de la carreta, quien la noche anterior se había preparado su propia hoguera al otro lado del
vehículo. Al preguntarle por qué, mencionó algo sobre engañar a posibles
ladrones, y añadió que incluso cuando estaba solo en el camino, encendía
siempre dos fogatas y no dormía nunca junto a ninguna de ellas.
El hombre gigantesco había subido a
la carreta antes de que nadie se despertara. Tenía que haber vuelto en sí y
cooperado, porque era imposible que Gastón, aunque contara con la ayuda del
conductor, hubiera cargado a un hombre de aquel tamaño. Y se había hecho con
tan poco ruido que las mujeres que dormían bajo la carreta no se habían
enterado.
Rocío detectó los
pies atados del hombre cerca de la parte trasera de la carreta cuando la rodeó. Gastón no había querido dejar a Leroy atrás, pero tampoco quería que los demás
conocieran su presencia. Rocío supuso que era para ahorrarse preguntas.
No perdía a Gastón de vista, temerosa
del momento en que se encontrara con Eugenia. No confiaba en que no mencionara
el beso, aunque ella le había advertido que no lo hiciera. Y Eugenia no fingiría
ignorancia. Si algo despertaba su curiosidad, pediría explicaciones.
Eugenia fue la última en aparecer.
Era demasiado esperar que esa mañana no le apeteciera desayunar. Fue directa a
la hoguera, tomó el plato de comida que le ofrecía Gastón sin darle las gracias y
lo ignoró por completo, como de costumbre.
La noche anterior Rocío había
lamentado averiguar que el padre de Gastón poseía un rancho. Eso significaba que
tal vez no careciera totalmente de medios como habían pensado ella y su hermana
al principio, y el interés de Eugenia por él podía aumentar. Pero Eugenia no había
oído lo del rancho, ya que una vez más había estado dormida durante los
momentos de emoción y peligro. Con suerte, esta vez no se enteraría.
Esperanza seguía también junto a la
fogata. Eugenia empezó a hablar con ella. Rocío no necesitaba estar a su lado
para saber que su hermana se estaba quejando de la incomodidad de dormir al
aire libre, aprovechando que disponía de alguien que la escuchaba con interés.
Aunque Esperanza no estaba interesada en absoluto. Como Rocío, había aprendido
hacía mucho a desconectar de Eugenia.
Si embargo, Gastón la escuchaba y,
pasados unos minutos, fruncía el ceño. Rocío habría dado lo que fuera por
saber la razón.
Podía ser simplemente que Eugenia hubiese insultado sin consideración sus esfuerzos culinarios. O bien que era la
primera vez que presenciaba una de sus diatribas; por lo general sólo alcanzaba
a oír el final, cuando ya había perdido mucho ímpetu y no era tan despectiva.
Si bien lo más probable era que se debiera a que lo trataba como si no
estuviera presente, a pesar de que lo tenía sentado a menos de un metro.
Gastón había supuesto que ahora las
cosas serían distintas entre ellos. Una conclusión natural después de un beso
que no había sido rechazado. Ella había hecho lo mismo al aceptarlo. La
indiferencia con que lo trataba la mujer a la que creía haber besado debía de
sentarle como un bofetón en la cara, que es lo que Rocío debería haberle dado
la noche anterior en lugar de dejar que la tentación pudiera más que su sentido
común.
Una vez hubo desayunado, Eugenia lanzó sin miramientos el plato hacia el fuego y se encaminó de vuelta al
carruaje a fin de terminar de prepararse para salir. Gastón, con el ceño más
fruncido aún, empezó a seguirla. Rocío contuvo el aliento mientras los
observaba. Esperaba que agarrara a Eugenia y la obligara a volverse para pedirle
una explicación. Pero ¿por qué? ¿Por su falta de interés, cuando no lo había
tenido nunca? El sentimiento de culpa de Rocío creció. Debería detenerlo,
llevarlo aparte y confesar la verdad. Él la despreciaría, claro que ya se había
tomado muchas molestias para ganarse su desprecio, así que no debería
importarle.
Dio un paso hacia Gastón, pero él se
detuvo. Y ella también. Gastón observó cinco segundos cómo Eugenia se alejaba y,
acto seguido, se volvió y pareció encogerse de hombros. ¿Se había encogido de hombros? No podía ser. ¿O acaso un beso
robado en mitad de la noche no era importante para él? Tal vez besara a todas
las mujeres hermosas con las que se cruzaba si tenía ocasión.
Rocío podía respirar tranquila,
pero ahora era ella quien fruncía el ceño.

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