miércoles, 21 de noviembre de 2012

Un Hombre para Mi... Capitulo 19





Su sentimiento de culpa era increíble. Rocío se despertó con él, se revolcó en él y no consiguió quitárselo de encima. El disfraz que llevaba era bastante engañoso, pero lo usaba por un buen motivo: salvar a otras personas de las manipulaciones maliciosas de Eugenia. Aun así, fingir ser Eugenia...
            Su hermana la había suplantado a menudo cuando eran pequeñas para que la gente se enfadara con Rocío. Le parecía una broma espléndida, aunque ella era la única que se divertía. Rocío lo había hecho sólo una vez antes, con su padre, porque ansiaba muchísimo la atención que dedicaba a Eugenia en exclusiva. Pero no lo había engañado. Había sabido de inmediato que no era su preferida, y la reprimenda que recibió fue tan embarazosa que nunca más volvió a intentarlo.
            Compartir la misma cara con alguien al que se detestaba no era agradable. Tampoco era divertido estar siempre preocupada por los sentimientos de los demás, prescindiendo por completo de los propios. Era un infierno tener una hermana como Eugenia.
            Esa mañana Rocío evitó acercarse a la hoguera, donde Gastón servía un desayuno rápido antes de iniciar el último tramo del viaje. Prefería tener hambre a estar cerca de él entonces porque tenía mucho miedo de que fuera a descubrir su disfraz.
            Aceptó, eso sí, una taza de café del conductor de la carreta, quien la noche anterior se había  preparado su propia hoguera al otro lado del vehículo. Al preguntarle por qué, mencionó algo sobre engañar a posibles ladrones, y añadió que incluso cuando estaba solo en el camino, encendía siempre dos fogatas y no dormía nunca junto a ninguna de ellas.
            El hombre gigantesco había subido a la carreta antes de que nadie se despertara. Tenía que haber vuelto en sí y cooperado, porque era imposible que Gastón, aunque contara con la ayuda del conductor, hubiera cargado a un hombre de aquel tamaño. Y se había hecho con tan poco ruido que las mujeres que dormían bajo la carreta no se habían enterado.
Rocío detectó los pies atados del hombre cerca de la parte trasera de la carreta cuando la rodeó. Gastón no había querido dejar a Leroy atrás, pero tampoco quería que los demás conocieran su presencia. Rocío supuso que era para ahorrarse preguntas.
            No perdía a Gastón de vista, temerosa del momento en que se encontrara con Eugenia. No confiaba en que no mencionara el beso, aunque ella le había advertido que no lo hiciera. Y Eugenia no fingiría ignorancia. Si algo despertaba su curiosidad, pediría explicaciones.
            Eugenia fue la última en aparecer. Era demasiado esperar que esa mañana no le apeteciera desayunar. Fue directa a la hoguera, tomó el plato de comida que le ofrecía Gastón sin darle las gracias y lo ignoró por completo, como de costumbre.
            La noche anterior Rocío había lamentado averiguar que el padre de Gastón poseía un rancho. Eso significaba que tal vez no careciera totalmente de medios como habían pensado ella y su hermana al principio, y el interés de Eugenia por él podía aumentar. Pero Eugenia no había oído lo del rancho, ya que una vez más había estado dormida durante los momentos de emoción y peligro. Con suerte, esta vez no se enteraría.
            Esperanza seguía también junto a la fogata. Eugenia empezó a hablar con ella. Rocío no necesitaba estar a su lado para saber que su hermana se estaba quejando de la incomodidad de dormir al aire libre, aprovechando que disponía de alguien que la escuchaba con interés. Aunque Esperanza no estaba interesada en absoluto. Como Rocío, había aprendido hacía mucho a desconectar de Eugenia.
            Si embargo, Gastón la escuchaba y, pasados unos minutos, fruncía el ceño. Rocío habría dado lo que fuera por saber la razón.
            Podía ser simplemente que Eugenia hubiese insultado sin consideración sus esfuerzos culinarios. O bien que era la primera vez que presenciaba una de sus diatribas; por lo general sólo alcanzaba a oír el final, cuando ya había perdido mucho ímpetu y no era tan despectiva. Si bien lo más probable era que se debiera a que lo trataba como si no estuviera presente, a pesar de que lo tenía sentado a menos de un metro.
            Gastón había supuesto que ahora las cosas serían distintas entre ellos. Una conclusión natural después de un beso que no había sido rechazado. Ella había hecho lo mismo al aceptarlo. La indiferencia con que lo trataba la mujer a la que creía haber besado debía de sentarle como un bofetón en la cara, que es lo que Rocío debería haberle dado la noche anterior en lugar de dejar que la tentación pudiera más que su sentido común.
            Una vez hubo desayunado, Eugenia lanzó sin miramientos el plato hacia el fuego y se encaminó de vuelta al carruaje a fin de terminar de prepararse para salir. Gastón, con el ceño más fruncido aún, empezó a seguirla. Rocío contuvo el aliento mientras los observaba. Esperaba que agarrara a Eugenia y la obligara a volverse para pedirle una explicación. Pero ¿por qué? ¿Por su falta de interés, cuando no lo había tenido nunca? El sentimiento de culpa de Rocío creció. Debería detenerlo, llevarlo aparte y confesar la verdad. Él la despreciaría, claro que ya se había tomado muchas molestias para ganarse su desprecio, así que no debería importarle.
            Dio un paso hacia Gastón, pero él se detuvo. Y ella también. Gastón observó cinco segundos cómo Eugenia se alejaba y, acto seguido, se volvió y pareció encogerse de hombros. ¿Se había encogido  de hombros? No podía ser. ¿O acaso un beso robado en mitad de la noche no era importante para él? Tal vez besara a todas las mujeres hermosas con las que se cruzaba si tenía ocasión.
            Rocío podía respirar tranquila, pero ahora era ella quien fruncía el ceño.


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