—¿Despidió el coche? ¡Era nuestro coche particular!
Gastón se inclinó el sombrero hacia
atrás, alzó los ojos hacia el cielo matinal y contó hasta diez. Parecía que hoy
iba a necesitar toda su paciencia para tratar con Eugenia.
Dirigió una mirada a las mujeres,
que estaban en lo alto de los peldaños de entrada del hotel. Sólo Eugenia lo
observaba incrédula. Rocío se examinaba las uñas en una muestra algo
sospechosa de indiferencia. La doncella, como de costumbre, parecía aburrida.
Les había llevado tres monturas para
cabalgar. Había pasado más de treinta minutos discutiendo en la cuadra sobre
aquellos caballos para asegurarse de que fueran adecuados para unas damas.
Suponía que debería haberles advertido que viajarían el resto del trayecto a
caballo. Pero no lo había creído necesario. En esta parte del país, todo el
mundo se desplazaba a caballo.
—No era su nada particular—
indicó a Eugenia, con la paciencia de nuevo bajo control—. Si pudieron
usarlo tanto tiempo fue sólo porque intimidé al empleado de la estación para
que les permitiera hacerlo, ya que uno de sus conductores las abandonó junto al
vehículo. Tuve que amenazarle con partirle la cara si no accedía. Pero ese
coche es demasiado grande para el caminucho que conduce al rancho. Además, Will
se lo llevó al amanecer, así que ya no está aquí.
—No pienso montar a caballo—
replicó Eugenia, con una mirada obstinada—. Tendrá que alquilarnos un
carruaje.
Caramba, cuando sacaba el genio, lo
sacaba. Era una suerte que fuera tan hermosa que un hombre pudiera disculpar
algunos rasgos desagradables en ella.
—Es posible alquilar caballos—
suspiró Gastón—. También, alquilar carretas para transportar suministros.
Pero me sorprendería mucho que hubiera un carruaje en todo el pueblo. Trenton
no es lo bastante grande para necesitarlo. Aquí la gente va andando a los
sitios. Y, por último, el estrecho camino que conduce al rancho se aleja
serpenteando de la ruta para evitar desniveles, y se tarda media día más en
llegar, lo que significa tener que pasar a dormir al aire libre. Si vas a
caballo, puedes ir en línea recta y llegar antes de que anochezca.
—Entonces tendrá que
alquilarnos una carreta, ¿no le parece? — contestó Eugenia.
Su explicación había sido razonable.
¿De verdad quería dormir a la intemperie junto a la carretera? ¿O era sólo
terquedad? Algunas mujeres cuando adoptaban una actitud, se negaban a echarse
atrás por ningún motivo, incluso cuando se demostraba sin lugar a dudas que
estaban equivocadas.
—Ya lo he hecho para los baúles. De un momento
a otro, el conductor vendrá a recogerlos y los entregará mañana.
—¿Cuál es el problema
entonces? Iré en la carreta— insistió Eugenia.
—No lo entiende—
contestó Gastón—. Eso significa un día más...
—No, es usted quien no lo
entiende— le interrumpió—. No voy a ir a lomos de un caballo, ni
hoy, ni mañana, ni nunca. Así que si no se puede disponer de otro medio de transporte,
me quedaré donde estoy.
—No ganará esta batalla,
señor Dalmau— intervino Rocío. Su tono contenía una evidente nota de
humor, pero sólo ella sabía si era a costa de él o de su hermana—. Le
dan miedo los caballos.
—¡No es cierto! — Rocío se volvió hacia su hermana—. Me niego a que me duela todo por
haber ido montada a caballo cierto tiempo.
—Viajar en carreta no le
gustará— indicó Gastón—. Tampoco es nada cómodo. Ni dormir en el
suelo en realidad.
—¿En el suelo? No diga
tonterías. Dormiré en la carreta, por supuesto.
—la carreta iría cargada
de...
—Habrá que descargarla—
volvió a interrumpirlo Eugenia, y en un tono que no aceptaba discusión.
—No cabrán las tres—
supuso Gastón
—¿Y qué?
La miró incrédulo. No se le escapaba
la implicación. Ella se refería a una carreta para su uso individual, pero de
donde él venía lo que era bueno para un hermano, lo era para el resto. ¿Iba a
tener que repetir toda la discusión con la solterona si aceptaba semejante
disparate? ¿O conseguir, quizás, otra carreta para que todas pudieran dormir en
ella?
En aquel momento, Rocío se rió de
él. Era probable que su expresión al oír el comentario de Amanda hubiera
provocado carcajadas a un muerto. Con menos paciencia, podría haber explotado
en aquel momento. Pero por algún motivo extraño, no le importó su hilaridad.
Era la primera vez que la oía reír, y el sonido era de hecho agradable, incluso
algo contagioso. No rió a su vez, pero las ganas de hacerlo consiguieron calmar
un poco su irritación.
Debía de haberle leído el
pensamiento, además, porque Rocío dijo:
—Supongo que tiene suerte de
que a mí me dé lo mismo dormir en el suelo, o montar a caballo.
—Tú tampoco te has subido a
un caballo en tu vida— exclamó Eugenia, irritada.
—Sí, pero a diferencia de ti,
estoy dispuesta a probar cosas nuevas. Y no será muy difícil ir al paso junto a
la carreta.
Rocío le echaba en cara a Eugenia que iban a demorarse para complacer su obstinación. Pero no funcionó. La
preciosa rubia ni siquiera se sonrojó.
Y entonces la carreta en cuestión
asomó por la esquina de la calle siguiente. Rocío se echó a reír de nuevo.
—Oh, Dios mío, mulas—
soltó entre risas—. Seguramente llegaría a casa de la tía Gimena más
rápido si fuera caminando.
Esta vez, Eugenia sí se sonrojó.
También estaba furiosa al ver el medio de transporte que había insistido en
utilizar. Y descargó su furia en Gastón.
—¿Es una broma? ¿Espera que
viaje detrás de unas mulas?
—Viajar así fue idea suya, no
mía. Yo le traje un caballo muy bueno...
—Que puede cambiar por esas mulas.
Y no me importa lo que tarde. Si no puedo ir en carruaje, por lo menor iré en
una carreta tirada por caballos.
Gastón empezó a contar hasta diez otra
vez. Mientras estaba en ello, apareció Peter. Iba muy acicalado, con su traje
de los domingos aunque no iba nunca a la iglesia, lo que significaba que
esperaba pillar a las mujeres antes de que se marcharan del pueblo para
impresionarlas con las maneras corteses que había adquirido durante los años
que había vivido en el Este hasta terminar sus estudios.
—Buenos días, señoritas—
Saludó con el sombrero—. No he podido evitar escuchar que podían
necesitar mi ayuda, si lo que precisas es un carruaje.
Puede que hubiese dicho señoras,
pero no quitaba los ojos de Eugenia. Y la había impresionado, a juzgar por la
sonrisa que le dedicó. Las mujeres parecían volverse tontas cuando estaban
cerca de Peter Lanzani, y encontraban su aspecto juvenil excepcionalmente
atractivo, con sus cabellos castaño oscuro, los ojos verde esmeralda y la
seguridad en sí mismo que confería ser un próspero hombre de negocios.
—Sí. ¿Y usted es...? —
preguntó Eugenia.
—Peter Lanzani, a su entera
disposición.
—Nos dijeron que no había
ningún carruaje disponible en el pueblo.
—Hay gente que no sabe nada—
aseguró Peter.
—Entonces ¿puede alquilarnos
un carruaje? — confirmó Eugenia.
—Y totalmente nuevo. Me lo
entregaron el mes pasado. —se complació en decir—. Pero no pienso
alquilárselo; se lo presto encantado.
Gastón se volvió y empezó a contar
hasta cien en esta ocasión. No se le habían escapado las indirectas de ambos.
Lo último que quería era pelearse delante de Eugenia, pero si dirigía tan sólo
dos palabras a Peter, eso era a buen seguro lo que ocurriría. Podía ignorar
las pullas de Eugenia pero no las de Peter.
Aun así, no esperaban su reacción.
Seguían ultimando los detalles. Y era fácil ver dónde conducía el asunto, no se
trataba sólo de una oferta generosa de Peter para congraciarse con Eugenia,
sino una oportunidad para seguir viéndola.
—Iré a recogerlo mañana por
la tarde... — decía Peter.
—No te molestes— le
interrumpió Gastón, incapaz de seguir callado—. Alguien lo traerá de
vuelta.
—No es ninguna molestia. Me
encantará volver a disfrutar de una de las cenas caseras de Gimena.
Peter se había informado bien.
Sabía quiénes eran las hermanas Laton y dónde iban. Era probable que la noche
anterior se encontrara con Will Candles y lo sonsacara. Gastón había esperado, de
hecho, que se presentara en el comedor del hotel para conocerlas. Quizás
hubiera llegado demasiado tarde. Las mujeres no se habían entretenido en la
cena y se habían retirado pronto a su habitación, de modo que si Peter había
perdido el tiempo emperifollándose antes de ir, no las había encontrado.
Tardaron otra hora en partir por
fin. Gastón tuvo que comprar unas mantas para pasar la noche y comida para la
cena. Y se había producido un momento tenso cuando Peter había aparecido con
su carruaje nuevo y Eugenia admitió que no sabía conducirlo. Después de tanto
alboroto, ¿ni siquiera sabía conducirlo?.
Eso sorprendió incluso a Peter, lo
suficiente para impedir que se ofreciera también a prestar aquel servicio. La
doncella intervino y afirmó que ella sí sabía. Peter se habría ofrecido de no
haberse quedado momentáneamente sin habla. Y parecía probable que Gastón le hubiera
roto la nariz por ello. Se le había acabado la paciencia. Pero solía pasarle
después de un altercado con Peter Lanzani.

me encanta la novela pero no m agrada k gas se interese tanto x eugee veo k m vas azer sufrir un poco jajaja
ResponderEliminarAmo la novela! pero quiero Gastochi!! no me hagas sufrir!! jajaja
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