viernes, 9 de noviembre de 2012

Un Hombre para Mi... Capitulo 16








Acamparon junto a un abrevadero. No era el agua de mejor sabor de los alrededores, pero Gastón llevaba un poco, así que no tenían que beberla. Cocinó él mismo. Rocío se ofreció, pero si cocinaba como Gimena, y ambas procedían del mismo sitio, prefería comer raíces, así que rehusó su ayuda. Además, Rocío era tan torpe que temía que pudiera incendiar el campamento. Cuanto más lejos se mantuviera de la fogata, tanto mejor.
Consiguió calmarse a medida que el día se volvía más caluroso. Cabalgar junto a un carruaje era una pérdida de tiempo total, pero qué diablos, sólo suponía un día más. Eugenia incluso, con gran magnanimidad, había elegido dormir en el carruaje, puesto que era un biplaza y ella era lo bastante menuda para caber en el asiento acolchado si encogía un poco las piernas. El acolchado era lo que la había convencido pero así, por lo menos, no tenía que descargar la carreta cuando por fin los alcanzara.
Gastón medio esperaba que Peter apareciera esa noche con la pobre excusa de que quería asegurarse de que las mujeres estaban bien. Era algo que él mismo podría haber hecho si quisiera volver a ver a una muchacha que le hubiera interesado. Sin embargo, se le olvidaba que Peter se había educado en la ciudad. Y puede que ahora viviera en medio de Tejas, pero seguía habiendo una gran diferencia entre crecer entre las comodidades de la ciudad y dormir a la intemperie en las llanuras, algo a lo que estaba acostumbrado cualquiera que se hubiese criado en un rancho.
Y Peter ya había agotado la cuota de excusas pobres. “Me encantará volver a disfrutar de una de las comidas de Gimena”. Gastón soltó un resoplido para sí. El muy desgraciado ni siquiera sabía que si Gimena había entrado alguna vez en una cocina, era probable que hubiera quemado la comida y que por esa razón tenía cocineros para ella y para el barracón de los trabajadores sin que le avergonzara admitirlo.
Esperanza, la doncella, se ofreció con amabilidad a lavar los platos después de cenar. Era una mujer callada. Tenía los cabellos castaños recogidos en un moño, no tan adusto como el de Rocío, los ojos negros, era unos años mayor que las dos hermanas, y llevaba a cabo sus tareas sin llamar demasiado la atención. Era una mujer poco agraciada, salvo por la nota de humor que lucía siempre en los ojos. Rocío le hablaba como a una amiga. Eugenia, con más respeto del que le había oído usar con nadie. Ninguna de las dos la trataba como a una criada. No le ordenaban que hiciera las cosas, se lo pedían. Suponía que llevaba el tiempo suficiente con ellas para que la considerasen más bien de la familia.
Por supuesto que, en lo que a familias se refería, las dos hermanas no se comportaban exactamente como si fueran parientes. No se hablaban demasiado y, cuando lo hacían, apenas se decían una palabra agradable. Se imaginaba que habrían discutido en algún momento del viaje y todavía no habían hecho las paces. Eso explicaría también en parte la irritación de Eugenia y la grosería de la solterona.
Eugenia había dejado la fogata para prepararse para dormir. Gastón observó un rato a escondidas cómo revolvía las mantas que él había comprado para elegir la que usaría. Esperanza le había llevado un cubo de agua. Lo usó para lavarse el polvo del camino de la cara y el cuello, pero después se lo llevó con ella detrás de la carreta a fin de tener un poco más de intimidad.
Cada día que pasaba, la encontraba más encantadora. Esperaba no estar enamorándose, al menos no aún. Sin ningún estímulo suyo aparte de unas cuantas sonrisas algo que también había dedicado a otros, no sólo a él, Gastón seguía sin saber si tenía alguna posibilidad de ganare su cariño.
Por lo general había pistas, y muchas; formas sutiles en que una mujer indicaba a un hombre que estaba interesada por él. No había tenido nunca dudas sobre si gustaba o no a una mujer. Bueno, por lo menos no tanto tiempo. Claro que él tampoco había sido muy claro demostrando que estaba interesado por ella. Había decidido esperar antes de dar ningún paso al respecto, así que quizás ella mantuviera en secreto sus sentimientos hasta que él empezara a dar algunas pistas.
Como ya no veía a Eugenia, dirigió de nuevo la mirada a la hoguera y le sorprendió ver que estaba solo con la solterona. Las llamas se le reflejaban en los cristales de las gafas y mostraban dos fogatas en miniatura con todo detalle. Se veía muy extraña, claro que siempre se veía extraña con aquellas gafas ajustadas en el puente de la nariz.
Esa noche parecía cansada, a pesar de que finalmente había decidido no montar, ya que el carruaje tenía espacio más que suficiente para las dos hermanas. Aun así, admiraba a regañadientes sus agallas al estar dispuesta a viajar a caballo, cuando al parecer ninguna de las dos se había subido a uno en su vida. Por un momento había pensado enseñarle cuando estuvieran en el rancho, pero se dio un puntapié mental por planteárselo aunque fuera de manera vaga. Cuanto más lejos se mantuviera de ella, mejor para él.
Había preparado un poco de café, una costumbre adquirida en esas largas vigilancias nocturnas del ganado que se llevaba al mercado. Creía que sólo él tomaría, así que no había hecho demasiado. Pero Rocío se había servido una taza cuando él no la veía y la había dejado cerca de la hoguera para que se mantuviera caliente.
Desvió la mirada porque no quería charlar con ella si podía evitarlo. A pesar de todo, con el rabillo del ojo vio que alargaba la mano hacia la taza y casi la metía en el fuego por equivocación.
Sacudió la cabeza y la miró fijamente.
Tendría que buscarse otro oculista le sugirió. En Trenton hay uno.
Los ojos de Rocío se desviaron hacia él y, después, se fijaron de nuevo en la taza que había conseguido sujetar.
A mi vista no le pasa nada contestó indignada.
Es ciega como un topo.
Qué poco amable de su parte decir eso afirmó Rocío con un resoplido.
A usted se le dan bien los comentarios hirientes, señorita. Yo sólo dije algo evidente.
Que no es nada cierto.
¿Ah, no? ¿Cuántos dedos hay aquí? Cuando Rocío contestó añadió: Bueno, ya está todo dicho.
Rocío bajó un poco la cabeza, como si le diera la razón, hasta que soltó triunfante.
Tres.
Lo ha adivinado farfulló Chad.
Le cuesta reconocer que está equivocado, ¿verdad?
¿Cuándo fue la última vez que se revisó la vista? replicó. A juzgar por esas gafas anticuadas que lleva, seguramente fue cuando era pequeña. ¿Tiene algo que perder si se la revisa otra vez?
Creía estar siendo atento, pero incluso bajo la tenue luz de la hoguera vio que se ponía colorada. Y, por su forma de responder, comprendió que había tocado un tema delicado.
Mi vista no es asunto suyo murmuró entre dientes. ¿Y debe dejar de hablarme antes de que ella se dé cuenta y ...
Se detuvo, muy nerviosa, como si hubiese dicho algo que no debía. Gastón se recostó en el petate, apoyado en un codo. Sentía sólo una cierta curiosidad. Bueno, eso no era del todo cierto, pero esperaba darle esa  impresión.
¿Ella? ¿De quién habla?
Da igual.
Volvamos entonces a sus ojos insistió Gastón.
No oye muy bien, ¿no? repuso Rocío.
Ya lo creo que sí. Oí algo sobre dejar de hablarle, pero como no quiere explicármelo mejor, no puede ser demasiado importante.
Confíe en mí, señor Dalmau, cuanto menos sepa del asunto, mejor.
Gastón arqueó una ceja. ¿Estaba preocupada de verdad o se estaba preparando para lanzarle otro insulto descabellado?
En fin, corazón, ha logrado despertar mi interés aseguró con un marcado acento tejano.
Es una lástima apostilló Rocío.
Aquella mujer tenía el don de enojar con suma facilidad a un hombre. Gastón se incorporó, rígido. Lanzó un palito al fuego a fin de reavivarlo y le añadió unas ramas más gruesas para que durara toda la noche.
Le pareció que la joven le daba las gracias, aunque no podía imaginarse por qué.
Podría haberse ido le comentó, con lo que le ahorró la aclaración.
Resulta que estoy helada, y desde hace un buen rato además. No sé muy bien por qué. No hace tanto frío. Pero quería entrar un poco en calor antes de acostarme. Usted sí que podría haberse ido, o por lo menos evitado que fuera tan evidente que estamos charlando.
No soy mudo. Mi cama está junto a la hoguera, ya estoy en ella y voy a quedarme aquí. ¿Por qué no va al grano y me cuenta cuál es el problema?
No lo entendería respondió Rocío.
Puede que sí, pero como le da tanta vergüenza explicarlo...
No me da vergüenza lo interrumpió. Sólo intentaba ahorrarle algo de...
¿Confusión? sugirió Gastón cuando ella se detuvo. ¿Exasperación? Bien hecho, mujer, ha conseguido ahorrarme una gran cantidad de ambas cosas.
Como no podía haber sido más sarcástico, no fue extraño que Rocío volviera a ponerse colorada como un tomate. Pero también había logrado enojarla, lo bastante para que lo contara todo.
Muy bien, es probable que nuestra “charla” dé una falsa impresión a Eugenia. Si creyera, ni siquiera por un segundo, que usted me gusta, lo que no es cierto, cuidado... añadió enseguida, y prosiguió. Pero si ella lo creyera, desplegaría sus encantos para conquistarlo. Y no porque le guste, y no tengo ni idea de si es así o no, lo haría sólo para fastidiarme.
Había conseguido sorprenderlo. Jamás había oído nada tan ridículo, pero debería haber sospechado que diría algo así de absurdo, teniendo en cuenta la imaginación que tenía.
Entendido. Así que para captar el interés de su hermana basta aparentar estar interesado en usted. Parece bastante fácil. Lo tendré en cuenta.
¿Sabe qué le digo? Creo que prefiero congelarme a seguir esta conversación afirmó Rocio tras fulminarlo un momento con la mirada. Yo ya lo he avisado. Aténgase a las consecuencias.
Siempre lo hago, corazón. Gastón sonrió.

3 comentarios:

  1. Haaayy quiero mas nove!!!!.... Me gusta que empiecen a conversar.. pero quiero que sea de otra forma, que sea mas amable la convewrsacion!jaajaaj

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  2. Bueno, por lo menos tuvieron una conversación! Quiero escenas gastochis, espero el otro!!

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