Acamparon
junto a un abrevadero. No era el agua de mejor sabor de los alrededores, pero Gastón llevaba un poco, así que no tenían que beberla. Cocinó él mismo. Rocío se
ofreció, pero si cocinaba como Gimena, y ambas procedían del mismo sitio, prefería
comer raíces, así que rehusó su ayuda. Además, Rocío era tan torpe que temía
que pudiera incendiar el campamento. Cuanto más lejos se mantuviera de la
fogata, tanto mejor.
Consiguió calmarse a medida que el día se
volvía más caluroso. Cabalgar junto a un carruaje era una pérdida de tiempo
total, pero qué diablos, sólo suponía un día más. Eugenia incluso, con gran
magnanimidad, había elegido dormir en el carruaje, puesto que era un biplaza y
ella era lo bastante menuda para caber en el asiento acolchado si encogía un
poco las piernas. El acolchado era lo que la había convencido pero así, por lo
menos, no tenía que descargar la carreta cuando por fin los alcanzara.
Gastón medio esperaba que Peter apareciera
esa noche con la pobre excusa de que quería asegurarse de que las mujeres
estaban bien. Era algo que él mismo podría haber hecho si quisiera volver a ver
a una muchacha que le hubiera interesado. Sin embargo, se le olvidaba que Peter se había educado en la ciudad. Y puede que ahora viviera en medio de
Tejas, pero seguía habiendo una gran diferencia entre crecer entre las
comodidades de la ciudad y dormir a la intemperie en las llanuras, algo a lo
que estaba acostumbrado cualquiera que se hubiese criado en un rancho.
Y Peter ya había agotado la cuota de
excusas pobres. “Me encantará volver a disfrutar de una de las comidas de Gimena”. Gastón soltó un resoplido para sí. El muy desgraciado ni siquiera sabía que si Gimena había entrado alguna vez en una cocina, era probable que hubiera quemado la
comida y que por esa razón tenía cocineros para ella y para el barracón de los
trabajadores sin que le avergonzara admitirlo.
Esperanza, la doncella, se ofreció con
amabilidad a lavar los platos después de cenar. Era una mujer callada. Tenía
los cabellos castaños recogidos en un moño, no tan adusto como el de Rocío,
los ojos negros, era unos años mayor que las dos hermanas, y llevaba a cabo sus
tareas sin llamar demasiado la atención. Era una mujer poco agraciada, salvo
por la nota de humor que lucía siempre en los ojos. Rocío le hablaba como a
una amiga. Eugenia, con más respeto del que le había oído usar con nadie.
Ninguna de las dos la trataba como a una criada. No le ordenaban que hiciera
las cosas, se lo pedían. Suponía que llevaba el tiempo suficiente con ellas
para que la considerasen más bien de la familia.
Por supuesto que, en lo que a familias se
refería, las dos hermanas no se comportaban exactamente como si fueran
parientes. No se hablaban demasiado y, cuando lo hacían, apenas se decían una
palabra agradable. Se imaginaba que habrían discutido en algún momento del
viaje y todavía no habían hecho las paces. Eso explicaría también en parte la
irritación de Eugenia y la grosería de la solterona.
Eugenia había dejado la fogata para
prepararse para dormir. Gastón observó un rato a escondidas cómo revolvía las
mantas que él había comprado para elegir la que usaría. Esperanza le había
llevado un cubo de agua. Lo usó para lavarse el polvo del camino de la cara y
el cuello, pero después se lo llevó con ella detrás de la carreta a fin de
tener un poco más de intimidad.
Cada día que pasaba, la encontraba más
encantadora. Esperaba no estar enamorándose, al menos no aún. Sin ningún
estímulo suyo aparte de unas cuantas sonrisas —algo que también había
dedicado a otros, no sólo a él—, Gastón seguía sin saber si tenía alguna
posibilidad de ganare su cariño.
Por lo general había pistas, y muchas;
formas sutiles en que una mujer indicaba a un hombre que estaba interesada por
él. No había tenido nunca dudas sobre si gustaba o no a una mujer. Bueno, por
lo menos no tanto tiempo. Claro que él tampoco había sido muy claro demostrando
que estaba interesado por ella. Había decidido esperar antes de dar ningún paso
al respecto, así que quizás ella mantuviera en secreto sus sentimientos hasta
que él empezara a dar algunas pistas.
Como ya no veía a Eugenia, dirigió de nuevo
la mirada a la hoguera y le sorprendió ver que estaba solo con la solterona.
Las llamas se le reflejaban en los cristales de las gafas y mostraban dos
fogatas en miniatura con todo detalle. Se veía muy extraña, claro que siempre
se veía extraña con aquellas gafas ajustadas en el puente de la nariz.
Esa noche parecía cansada, a pesar de que
finalmente había decidido no montar, ya que el carruaje tenía espacio más que
suficiente para las dos hermanas. Aun así, admiraba a regañadientes sus agallas
al estar dispuesta a viajar a caballo, cuando al parecer ninguna de las dos se
había subido a uno en su vida. Por un momento había pensado enseñarle cuando
estuvieran en el rancho, pero se dio un puntapié mental por planteárselo aunque
fuera de manera vaga. Cuanto más lejos se mantuviera de ella, mejor para él.
Había preparado un poco de café, una
costumbre adquirida en esas largas vigilancias nocturnas del ganado que se
llevaba al mercado. Creía que sólo él tomaría, así que no había hecho
demasiado. Pero Rocío se había servido una taza cuando él no la veía y la había
dejado cerca de la hoguera para que se mantuviera caliente.
Desvió la mirada porque no quería charlar
con ella si podía evitarlo. A pesar de todo, con el rabillo del ojo vio que
alargaba la mano hacia la taza y casi la metía en el fuego por equivocación.
Sacudió la cabeza y la miró fijamente.
—Tendría que
buscarse otro oculista —le sugirió—. En Trenton hay uno.
Los ojos de Rocío se desviaron hacia él y,
después, se fijaron de nuevo en la taza que había conseguido sujetar.
—A mi vista no
le pasa nada— contestó indignada.
—Es ciega como
un topo.
—Qué poco amable
de su parte decir eso— afirmó Rocío con un resoplido.
—A usted se le
dan bien los comentarios hirientes, señorita. Yo sólo dije algo evidente.
—Que no es nada
cierto.
—¿Ah, no?
¿Cuántos dedos hay aquí? — Cuando Rocío contestó añadió—: Bueno,
ya está todo dicho.
Rocío bajó un poco la cabeza, como si le
diera la razón, hasta que soltó triunfante.
—Tres.
—Lo ha adivinado—
farfulló Chad.
—Le cuesta
reconocer que está equivocado, ¿verdad?
—¿Cuándo fue la
última vez que se revisó la vista? —replicó—. A juzgar por esas
gafas anticuadas que lleva, seguramente fue cuando era pequeña. ¿Tiene algo que
perder si se la revisa otra vez?
Creía estar siendo atento, pero incluso bajo
la tenue luz de la hoguera vio que se ponía colorada. Y, por su forma de
responder, comprendió que había tocado un tema delicado.
—Mi vista no es
asunto suyo —murmuró entre dientes—. ¿Y debe dejar de hablarme
antes de que ella se dé cuenta y ...
Se detuvo, muy nerviosa, como si hubiese dicho
algo que no debía. Gastón se recostó en el petate, apoyado en un codo. Sentía
sólo una cierta curiosidad. Bueno, eso no era del todo cierto, pero esperaba
darle esa impresión.
—¿Ella? ¿De
quién habla?
—Da igual.
—Volvamos
entonces a sus ojos— insistió Gastón.
—No oye muy
bien, ¿no? — repuso Rocío.
—Ya lo creo que
sí. Oí algo sobre dejar de hablarle, pero como no quiere explicármelo mejor, no
puede ser demasiado importante.
—Confíe en mí,
señor Dalmau, cuanto menos sepa del asunto, mejor.
Gastón arqueó una ceja. ¿Estaba preocupada de
verdad o se estaba preparando para lanzarle otro insulto descabellado?
—En fin,
corazón, ha logrado despertar mi interés— aseguró con un marcado acento
tejano.
—Es una lástima—
apostilló Rocío.
Aquella mujer tenía el don de enojar con
suma facilidad a un hombre. Gastón se incorporó, rígido. Lanzó un palito al fuego
a fin de reavivarlo y le añadió unas ramas más gruesas para que durara toda la
noche.
Le pareció que la joven le daba las gracias,
aunque no podía imaginarse por qué.
—Podría haberse
ido— le comentó, con lo que le ahorró la aclaración.
—Resulta que
estoy helada, y desde hace un buen rato además. No sé muy bien por qué. No hace
tanto frío. Pero quería entrar un poco en calor antes de acostarme. Usted sí
que podría haberse ido, o por lo menos evitado que fuera tan evidente que
estamos charlando.
—No soy mudo. Mi
cama está junto a la hoguera, ya estoy en ella y voy a quedarme aquí. ¿Por qué
no va al grano y me cuenta cuál es el problema?
—No lo
entendería— respondió Rocío.
—Puede que sí,
pero como le da tanta vergüenza explicarlo...
—No me da
vergüenza— lo interrumpió—. Sólo intentaba ahorrarle algo de...
—¿Confusión?—
sugirió Gastón cuando ella se detuvo—. ¿Exasperación? Bien hecho, mujer,
ha conseguido ahorrarme una gran cantidad de ambas cosas.
Como no podía haber sido más sarcástico, no
fue extraño que Rocío volviera a ponerse colorada como un tomate. Pero también
había logrado enojarla, lo bastante para que lo contara todo.
—Muy bien, es
probable que nuestra “charla” dé una falsa impresión a Eugenia. Si creyera, ni
siquiera por un segundo, que usted me gusta, lo que no es cierto, cuidado...—
añadió enseguida, y prosiguió—. Pero si ella lo creyera, desplegaría sus
encantos para conquistarlo. Y no porque le guste, y no tengo ni idea de si es
así o no, lo haría sólo para fastidiarme.
Había conseguido sorprenderlo. Jamás había
oído nada tan ridículo, pero debería haber sospechado que diría algo así de
absurdo, teniendo en cuenta la imaginación que tenía.
—Entendido. Así
que para captar el interés de su hermana basta aparentar estar interesado en
usted. Parece bastante fácil. Lo tendré en cuenta.
—¿Sabe qué le
digo? Creo que prefiero congelarme a seguir esta conversación— afirmó Rocio tras fulminarlo un momento con la mirada—. Yo ya lo he avisado.
Aténgase a las consecuencias.
—Siempre lo
hago, corazón.— Gastón sonrió.

Haaayy quiero mas nove!!!!.... Me gusta que empiecen a conversar.. pero quiero que sea de otra forma, que sea mas amable la convewrsacion!jaajaaj
ResponderEliminarla ame!!! me encanta tu nove!!!
ResponderEliminarBueno, por lo menos tuvieron una conversación! Quiero escenas gastochis, espero el otro!!
ResponderEliminar