martes, 13 de noviembre de 2012

Un Hombre para Mi... Capitulo 17







¿Vas a venir conmigo en silencio para que no tenga que partirte el cráneo?
            La pregunta fue un susurro brusco. A Rocío le sorprendió haberlo oído porque fue pronunciada a bastante distancia y no iba dirigida a ella. Pero no podía dormir después de aquella conversación exasperante con Gastón tras la cena.
            En realidad, la había enfurecido ver lo satisfecho que estaba al oír su explicación, como si ya pensara usar esa estratagema para captar la atención de Eugenia. Tenía ganas de sacudirle. Sin duda, no le apetecía volver a hablar con él nunca más.
            Seguía censurándose por haber revelado la verdad sobre Eugenia, algo que no había hecho nunca antes,  y por pensar que Gastón era lo bastante listo como para haber entendido ya que a Eugenia era mejor evitarla que intentar conquistarla.
            Despierta y cubierta con una manta junto a Esperanza en la tierra dura bajo la carreta, hasta el menor sonido captaba su atención, en especial aquel susurro que no presagiaba nada bueno...
            A pesar de todo, no había oído al desconocido entrar en el campamento. Se había acercado a la fogata donde Gastón dormía y estaba inclinado hacia él para hablarle, pero había llegado hasta allí sin hacer un solo ruido.
            Lo veía con claridad desde su posición bajo la carreta. Era alto y muy corpulento, y podía pesar fácilmente unos 130 kilos. Parecía salvaje, o por lo menos muy incivilizado: llevaba la ropa sucia, un abrigo de piel de oso y el largo cabello, entre castaño y canoso, tan enmarañado que parecía no haber visto un peine en los últimos diez años. Y podía oler el hedor. Lo había traído con él.
            Gastón tenía que estar despierto, aunque no se había movido ni daba señales de haber oído la pregunta. El hombre gigantesco empezó a impacientarse y golpeó con fuerza el pecho de Gastón con la culata del revólver para obtener respuesta.
            —¿Me oyes, chico?
            —Aunque no lo hiciera contestó Gastón con sequedad, podría olerte...chico.
            —Me conoces. El hombre se rió. He trabajado otras veces para tu padre. Sabes que no te haré daño si no me veo obligado. Pero vendrás conmigo. Significa quinientos pavos para mí. Significa que este año pasaré un invierno cálido y agradable, y a mi edad los inviernos cálidos se agradecen.
            —Te pagaré lo mismo si te vas con ese hedor a otra parte.
            —No podrá ser porque le di mi palabra a tu padre de que llevaría a casa antes de mañana. Tengo que cumplir lo prometido, chico. Ya me entiendes. Es una cuestión de confianza, y de más trabajos cuando los necesite.
            —Y algo bastante inútil. Ahora sabe dónde encontrarme. Puede venir a verme.
            —Supongo que no quiere contestó el gigante. Es una cuestión de orgullo, ¿sabes? Al fin y al cabo, fuiste tú quien se largó y no él.
            —No sabes qué pasó, Leroy exclamó Chad con cierta indignación.
            —No tengo por qué saberlo. No me pagan por eso. ¿Vienes o no?
            —Te complacería si no estuviera acompañando a unas mujeres a las que no puedo dejar solas. Suspiró. Y no las desviarás quince kilómetros de su camino cuando están a unas pocas horas de su casa. Dile a mi padre que iré a verle la semana que viene.
            —Así no conseguiré los quinientos pavos, chico replicó Leroy mientras negaba con la cabeza.
            —Conseguirás no acabar con un agujero en el pecho, chico contestó Gastón.
            El sonido del percutor se oyó con una fuerza increíble en el silencio de la noche, al tiempo que Gastón se ponía de pie. El hombre corpulento rió de nuevo, nada intimidado al parecer ante la idea de recibir un disgusto.
            —Tu padre no dijo que tuviera que llevarte a casa de una sola pieza exclamó en un tono incluso agradable, sólo que te llevara a casa. Será mejor que no te enfrentes a mí. Seis disparos, si tienes tantos, no conseguirán detenerme. He estado en peores situaciones y he vivido para contarlo. Así que, ¿por qué no vienes conmigo por las buenas, y nos ahorras a los dos muchas molestias?
            Rocío avanzaba con sigilo hacia los dos hombres que se amenazaban con tanta indiferencia. Hablaban lo bastante alto para no oírla, y ella se detenía cuando ellos guardaban silencio. Tomó una arma grande, un tronco pequeño en realidad, aunque lo bastante grueso y fuerte para poder lastimar a alguien. La cuestión era si podría golpear con él al hombre llamado Leroy.
            Las peleas con su hermana era una cosa, y aunque podían llegar a ser brutales, jamás habían empezado con esa intención. Pero atacar a alguien a quien no conocía con la intención de hacerle daño para reducir una amenaza era algo totalmente distinto. No estaba segura de poder hacerlo. En cualquier caso, no parecía tener otro remedio.
            Un paso más y estaría lo bastante cerca. Empezaron a sudarle las manos a causa del nerviosismo. Levantó el garrote improvisado con sus puntitas de madera por encima del hombro a fin de poder tomar impulso para arrear el golpe, y dio ese último paso.
            Y partió una ramita con los pies descalzos.
            Ambos hombres se giraron de inmediato en su dirección. Ambos la apuntaron con un revólver. Se quedó paralizada, con los ojos desorbitados por el miedo.
            Leroy empezó a reír el primero. De acuerdo, no había tenido tiempo para pensar en vestirse. Así que estaba allí plantada en ropa interior con una tronco por encima de un hombro y el cabello suelto tapándole el otro. No era tan divertido, al menos no tanto para que a Leroy se le saltaran las lágrimas de la risa.
            —¿Qué vas a hacer con eso, bonita? le preguntó. Yo me limpio los dientes con palillos de ese tamaño.

3 comentarios: