—¿Vas a venir
conmigo en silencio para que no tenga que partirte el cráneo?
La
pregunta fue un susurro brusco. A Rocío le sorprendió haberlo oído porque fue
pronunciada a bastante distancia y no iba dirigida a ella. Pero no podía dormir
después de aquella conversación exasperante con Gastón tras la cena.
En realidad, la había enfurecido ver
lo satisfecho que estaba al oír su explicación, como si ya pensara usar esa
estratagema para captar la atención de Eugenia. Tenía ganas de sacudirle. Sin
duda, no le apetecía volver a hablar con él nunca más.
Seguía censurándose por haber
revelado la verdad sobre Eugenia, algo que no había hecho nunca antes, y por pensar que Gastón era lo bastante listo
como para haber entendido ya que a Eugenia era mejor evitarla que intentar
conquistarla.
Despierta y cubierta con una manta
junto a Esperanza en la tierra dura bajo la carreta, hasta el menor sonido
captaba su atención, en especial aquel susurro que no presagiaba nada bueno...
A pesar de todo, no había oído al
desconocido entrar en el campamento. Se había acercado a la fogata donde Gastón dormía y estaba inclinado hacia él para hablarle, pero había llegado hasta allí
sin hacer un solo ruido.
Lo veía con claridad desde su
posición bajo la carreta. Era alto y muy corpulento, y podía pesar fácilmente
unos 130 kilos. Parecía salvaje, o por lo menos muy incivilizado: llevaba la
ropa sucia, un abrigo de piel de oso y el largo cabello, entre castaño y
canoso, tan enmarañado que parecía no haber visto un peine en los últimos diez
años. Y podía oler el hedor. Lo había traído con él.
Gastón tenía que estar despierto,
aunque no se había movido ni daba señales de haber oído la pregunta. El hombre
gigantesco empezó a impacientarse y golpeó con fuerza el pecho de Gastón con la
culata del revólver para obtener respuesta.
—¿Me oyes,
chico?
—Aunque no
lo hiciera— contestó Gastón con sequedad—, podría olerte...chico.
—Me
conoces.— El hombre se rió—. He trabajado otras veces para tu
padre. Sabes que no te haré daño si no me veo obligado. Pero vendrás conmigo.
Significa quinientos pavos para mí. Significa que este año pasaré un invierno
cálido y agradable, y a mi edad los inviernos cálidos se agradecen.
—Te pagaré
lo mismo si te vas con ese hedor a otra parte.
—No podrá
ser porque le di mi palabra a tu padre de que llevaría a casa antes de mañana.
Tengo que cumplir lo prometido, chico. Ya me entiendes. Es una cuestión de
confianza, y de más trabajos cuando los necesite.
—Y algo
bastante inútil. Ahora sabe dónde encontrarme. Puede venir a verme.
—Supongo
que no quiere— contestó el gigante—. Es una cuestión de orgullo,
¿sabes? Al fin y al cabo, fuiste tú quien se largó y no él.
—No sabes
qué pasó, Leroy— exclamó Chad con cierta indignación.
—No tengo
por qué saberlo. No me pagan por eso. ¿Vienes o no?
—Te
complacería si no estuviera acompañando a unas mujeres a las que no puedo dejar
solas.— Suspiró—. Y no las desviarás quince kilómetros de su camino
cuando están a unas pocas horas de su casa. Dile a mi padre que iré a verle la
semana que viene.
—Así no
conseguiré los quinientos pavos, chico— replicó Leroy mientras negaba
con la cabeza.
—Conseguirás
no acabar con un agujero en el pecho, chico— contestó Gastón.
El sonido del percutor se oyó con
una fuerza increíble en el silencio de la noche, al tiempo que Gastón se ponía de
pie. El hombre corpulento rió de nuevo, nada intimidado al parecer ante la idea
de recibir un disgusto.
—Tu padre
no dijo que tuviera que llevarte a casa de una sola pieza— exclamó en un
tono incluso agradable—, sólo que te llevara a casa. Será mejor que no
te enfrentes a mí. Seis disparos, si tienes tantos, no conseguirán detenerme.
He estado en peores situaciones y he vivido para contarlo. Así que, ¿por qué no
vienes conmigo por las buenas, y nos ahorras a los dos muchas molestias?
Rocío avanzaba con sigilo hacia los
dos hombres que se amenazaban con tanta indiferencia. Hablaban lo bastante alto
para no oírla, y ella se detenía cuando ellos guardaban silencio. Tomó una arma
grande, un tronco pequeño en realidad, aunque lo bastante grueso y fuerte para
poder lastimar a alguien. La cuestión era si podría golpear con él al hombre
llamado Leroy.
Las peleas con su hermana era una cosa,
y aunque podían llegar a ser brutales, jamás habían empezado con esa intención.
Pero atacar a alguien a quien no conocía con la intención de hacerle daño para
reducir una amenaza era algo totalmente distinto. No estaba segura de poder
hacerlo. En cualquier caso, no parecía tener otro remedio.
Un paso más y estaría lo bastante
cerca. Empezaron a sudarle las manos a causa del nerviosismo. Levantó el
garrote improvisado con sus puntitas de madera por encima del hombro a fin de
poder tomar impulso para arrear el golpe, y dio ese último paso.
Y partió una ramita con los pies
descalzos.
Ambos hombres se giraron de
inmediato en su dirección. Ambos la apuntaron con un revólver. Se quedó
paralizada, con los ojos desorbitados por el miedo.
Leroy empezó a reír el primero. De
acuerdo, no había tenido tiempo para pensar en vestirse. Así que estaba allí
plantada en ropa interior con una tronco por encima de un hombro y el cabello
suelto tapándole el otro. No era tan divertido, al menos no tanto para que a
Leroy se le saltaran las lágrimas de la risa.
—¿Qué vas a
hacer con eso, bonita?— le preguntó—. Yo me limpio los dientes
con palillos de ese tamaño.

JAJAJAJAJAJA me encantooooo! Espero el otro
ResponderEliminarjajajjajajajjajajaj me meo que buen cap. me encanto espero el proximo
ResponderEliminarjajajaja.. espero mass!!!
ResponderEliminar