jueves, 29 de noviembre de 2012

Un Hombre para Mi... Capitulo 21









Se produjeron muchos gritos. Gastón era demasiado educado para no ayudar a Eugenia a levantarse. Ella no se lo agradeció, claro que Gastón ya se estaba acostumbrando a eso. La joven siguió lanzando improperios a su hermana mientras se sacudía el polvo y la tierra de la falda.
            Rocío no prestaba la menor atención a la diatriba. Gimena miraba a Eugenia, con aspecto preocupado, pero la solterona la tomó del brazo y la instó con tacto a entrar en la casa. Gastón decidió que el también prefería estar dentro y se reunió con ellas.
            Al cruzar la puerta, apenas reconoció el interior. Gimena había sacado del trastero, o había conseguido encontrar, todo tipo de estatuillas y adornos delicados, había cambiado las cortinas prácticas por otras muy elegantes y puesto alfombras nuevas en el suelo. La cornamenta sobre la repisa de la chimenea del salón principal había desaparecido y un espejo enmarcado la sustituía. De las paredes colgaban nuevos cuadros. Reconoció uno de la consulta del doctor Wilton. Se preguntó cuánto le habría costado.
            Gimena había intentado conferir a su hogar un aire del Este, al que las chicas estaban más acostumbradas. A él le gustaba más como antes, cuando un hombre no tenía que ir con cuidado de no tirar nada. Eso demostraba lo nerviosa que Gimena estaba en realidad por tener que recibir a sus sobrinas.
            Mientras examinaba los nuevos objetos de decoración, no le pasó desapercibido el hombre que estaba sentado en uno de los sofás, con los brazos extendidos sobre el respaldo como si la casa fuera suya. No, era imposible que aquel tejano corpulento de ojos azules y cabellos cobrizo pasara desapercibido. Pero Gastón no quiso verlo.
            Gimena, sin embargo, tenía buenos modales y condujo hacia allí a Rocío para presentarla.
            Nicolas Dalmau, un vecino mío. Posee el mayor rancho del condado, tal vez del estado.
            —Estoy en ello bromeó Nicolas a la vez que se levantaba y estrechaba con fuerza la mano de Rocío. Encantado de conocerla, señorita Laton.
            —Igualmente, señor Dalmau.
            —Su tía me lo ha contado todo de ustedes, además de algunas de las dificultades que han tenido para llegar aquí.
            —¿Cómo?
            —Gastón mandó unos cuantos telegramas explicó Gimena.
            —La semana que viene tendré que celebrar una barbacoa prosiguió Nicolas. Para darles la bienvenida.
            —Qué...campestre exclamó Eugenia con sequedad tras abrir la puerta con un fuerte empujón para que golpeara la pared. Querría tomar un baño, tía Gimena. Caliente. Supongo que tendréis instalación de agua. Agua caliente.
            —Si nos disculpas, Nicolas, acompañaré a las chicas a sus habitaciones para que se instalen comentó Gimena, que se había vuelto a sonrojar. Espero que te quedes otra vez a cenar.
            Se produjo un silencio incómodo cuando Gimena se llevó a las mujeres escaleras arriba. Padre e hijo se miraron, pero ninguno de los dos abrió la boca todavía.
            Gastón había extrañado a su padre, aunque no lo admitiría. Caramba, esta encantado de volver a verlo. Él era alto, pero su padre le sacaba unos centímetros. A sus cincuenta y dos años, Nicolas  tenía aún los cabellos rubios cobrizo, como si tuviera la edad de Gastón, y también llevaba bigote, pero el parecido terminaba ahí. Tenía los hombros más anchos, las piernas más largas, sus modales eran bruscos y era dogmático...Bueno, quizá se parecieran más de lo que Gastón quería reconocer.
            Como había pasado bastante tiempo, esperaba poder reconciliarse con él. Esperaba, pero no estaba seguro. Ambos eran testarudos y podían perder fácilmente los estribos de nuevo.
            Los Dalmau no se peleaban en público, si podían evitarlo, aunque el público se enteraba enseguida de sus riñas. Por lo general, porque eran fuertes. Pero como las mujeres salieron de la habitación bastante deprisa, ambos tuvieron paciencia. En cuanto se quedaron solos, Nicolas empezó la discusión en un tono acusador.
            —¿Así que estabas escondido aquí?
            —¿Escondiéndome? Gastón arqueó una ceja. Gimena necesitaba ayuda; si no, habría seguido mi camino. Espero que no te hayas quejado de que me dejara quedar aquí sin decírtelo.
            —Claro que no aseguró Nicolas a la defensiva. Gimena me cae bien. Esa mujer es muy valiente al intentar conservar este sitio después de que se le muriera Frank.
            Nicolas se dio cuenta de que había empezado mal y se aclaró la garganta antes de seguir hablando.
            —Por lo que oí ayer por la noche, todavía necesita ayuda dijo en un tono mucho más suave, aunque algo bronco. Le puedo enviar alguno de mis capataces.
            —¿Insinúas que no puedo encargarme yo?
            —No busques algo en lo que hincar el diente. Los dos sabemos que puedes encargarte de lo que quieras.
            Gastón asintió con brusquedad, se acercó a la chimenea fría y dirigió la mirada al espejo recién colgado, aunque no para verse, sino para observar a su padre. El reencuentro iba mejor de lo que había esperado. Claro que no habían llegado aún al fondo de sus diferencias.

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