Se
produjeron muchos gritos. Gastón era demasiado educado para no ayudar a Eugenia a
levantarse. Ella no se lo agradeció, claro que Gastón ya se estaba acostumbrando
a eso. La joven siguió lanzando improperios a su hermana mientras se sacudía el
polvo y la tierra de la falda.
Rocío no prestaba la menor atención
a la diatriba. Gimena miraba a Eugenia, con aspecto preocupado, pero la solterona
la tomó del brazo y la instó con tacto a entrar en la casa. Gastón decidió que el
también prefería estar dentro y se reunió con ellas.
Al cruzar la puerta, apenas
reconoció el interior. Gimena había sacado del trastero, o había conseguido encontrar,
todo tipo de estatuillas y adornos delicados, había cambiado las cortinas
prácticas por otras muy elegantes y puesto alfombras nuevas en el suelo. La
cornamenta sobre la repisa de la chimenea del salón principal había
desaparecido y un espejo enmarcado la sustituía. De las paredes colgaban nuevos
cuadros. Reconoció uno de la consulta del doctor Wilton. Se preguntó cuánto le
habría costado.
Gimena había intentado conferir a su
hogar un aire del Este, al que las chicas estaban más acostumbradas. A él le
gustaba más como antes, cuando un hombre no tenía que ir con cuidado de no
tirar nada. Eso demostraba lo nerviosa que Gimena estaba en realidad por tener que
recibir a sus sobrinas.
Mientras examinaba los nuevos
objetos de decoración, no le pasó desapercibido el hombre que estaba sentado en
uno de los sofás, con los brazos extendidos sobre el respaldo como si la casa
fuera suya. No, era imposible que aquel tejano corpulento de ojos azules y
cabellos cobrizo pasara desapercibido. Pero Gastón no quiso verlo.
Gimena, sin embargo, tenía buenos
modales y condujo hacia allí a Rocío para presentarla.
—Nicolas Dalmau, un vecino
mío. Posee el mayor rancho del condado, tal vez del estado.
—Estoy en
ello— bromeó Nicolas a la vez que se levantaba y estrechaba con fuerza la
mano de Rocío—. Encantado de conocerla, señorita Laton.
—Igualmente,
señor Dalmau.
—Su tía me
lo ha contado todo de ustedes, además de algunas de las dificultades que han
tenido para llegar aquí.
—¿Cómo?
—Gastón mandó
unos cuantos telegramas— explicó Gimena.
—La semana
que viene tendré que celebrar una barbacoa— prosiguió Nicolas—.
Para darles la bienvenida.
—Qué...campestre—
exclamó Eugenia con sequedad tras abrir la puerta con un fuerte empujón para que
golpeara la pared—. Querría tomar un baño, tía Gimena. Caliente.
Supongo que tendréis instalación de agua. Agua caliente.
—Si nos
disculpas, Nicolas, acompañaré a las chicas a sus habitaciones para que se
instalen— comentó Gimena, que se había vuelto a sonrojar—. Espero
que te quedes otra vez a cenar.
Se produjo un silencio incómodo
cuando Gimena se llevó a las mujeres escaleras arriba. Padre e hijo se miraron,
pero ninguno de los dos abrió la boca todavía.
Gastón había extrañado a su padre, aunque no lo admitiría. Caramba, esta encantado de
volver a verlo. Él era alto, pero su padre le sacaba unos centímetros. A sus
cincuenta y dos años, Nicolas tenía aún los
cabellos rubios cobrizo, como si tuviera la edad de Gastón, y también
llevaba bigote, pero el parecido terminaba ahí. Tenía los hombros más anchos, las
piernas más largas, sus modales eran bruscos y era dogmático...Bueno, quizá se
parecieran más de lo que Gastón quería reconocer.
Como había pasado bastante tiempo,
esperaba poder reconciliarse con él. Esperaba, pero no estaba seguro. Ambos
eran testarudos y podían perder fácilmente los estribos de nuevo.
Los Dalmau no se peleaban en
público, si podían evitarlo, aunque el público se enteraba enseguida de sus
riñas. Por lo general, porque eran fuertes. Pero como las mujeres salieron de
la habitación bastante deprisa, ambos tuvieron paciencia. En cuanto se quedaron
solos, Nicolas empezó la discusión en un tono acusador.
—¿Así que
estabas escondido aquí?
—¿Escondiéndome?
—Gastón arqueó una ceja—. Gimena necesitaba ayuda; si no, habría
seguido mi camino. Espero que no te hayas quejado de que me dejara quedar aquí
sin decírtelo.
—Claro que
no— aseguró Nicolas a la defensiva—. Gimena me cae bien. Esa mujer es
muy valiente al intentar conservar este sitio después de que se le muriera
Frank.
Nicolas se dio cuenta de que había
empezado mal y se aclaró la garganta antes de seguir hablando.
—Por lo que
oí ayer por la noche, todavía necesita ayuda— dijo en un tono mucho más
suave, aunque algo bronco—. Le puedo enviar alguno de mis capataces.
—¿Insinúas
que no puedo encargarme yo?
—No busques
algo en lo que hincar el diente. Los dos sabemos que puedes encargarte de lo
que quieras.
Gastón asintió con brusquedad, se
acercó a la chimenea fría y dirigió la mirada al espejo recién colgado, aunque
no para verse, sino para observar a su padre. El reencuentro iba mejor de lo
que había esperado. Claro que no habían llegado aún al fondo de sus
diferencias.

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