Volvíiiii jajaja cap extra largo para que disfruten chicassss!! Prometo subir algo todos los dias!
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Cap anterior:
—¡Rochi! He ido al aeropuerto a buscarte, pero te me has escapado.
—¡Gastón!
—¡Rochi! He ido al aeropuerto a buscarte, pero te me has escapado.
—¡Gastón!
Cap:
Su voz sonó floja y
temblorosa, como la de una niña… Se aclaró la garganta al tiempo que se
recordaba que era una persona adulta, pero ni su cuerpo ni su cerebro
respondían a sus órdenes porque ambos estaban demasiado centrados en Gastón.
Aquellos cuatro años no lo
habían cambiado tanto como a ella; pero claro, él ya era un adulto cuando ella
se marchó. Para su pesar, Gastón seguía teniendo ese magnetismo sexual que
tanto había recordado; sin embargo, viéndolo ahora desde la perspectiva de una
mujer hecha y derecha, ese atractivo le parecía aún más poderoso. Era como si
lo que había visto hacía tantos años hubiera sido solo una imagen borrosa que
ahora veía con total definición.
Quizás había olvidado lo
increíblemente sexy que era, o a lo mejor había sido demasiado joven e ingenua
para apreciarlo en su totalidad. Fuera lo que fuera, ahora podía percibirlo con
total claridad.
Llevaba el pelo más corto
que antes, lo que le daba un toque de dureza; y también sus ojos parecían más
duros y fríos.
—No has venido en primera
clase.
—¿Sabías que venía? —por
mucho que lo intentara no podía evitar que se notara su sorpresa.
—Claro. Te recuerdo que soy
tu fiduciario y, dado que el motivo de tu visita es hablar de la herencia…
¡Su fiduciario! Claro que
lo sabía, pero había dado por hecho que sería David Bryant con el que tendría
que tratar el tema, y que él actuaría como intermediario entre Gastón y ella.
Lo que menos necesitaba en esos momentos era tener que hacer frente a esa
situación, porque ya estaba suficientemente nerviosa.
—Me sorprende que Lisa no
esté contigo —dijo intentando recuperar el control de la situación.
—¿Lisa? —por la expresión
de su rostro era obvio que aquel comentario no le había hecho ninguna gracia—.
Esto no tiene nada que ver con Lisa —añadió fríamente.
Por supuesto, allí estaba
él para proteger a su amante. Con dolor se dio cuenta de que deseaba con todas
sus fuerzas echarle en cara acusaciones que había creído olvidadas, pero el
modo en el que la había mirado al recordarle que era su fiduciario parecía
decirle que tuviera cuidado. Después de todo quizás no le resultara tan
sencillo reclamar aquel dinero. Claro que, si hubiera algún impedimento, el
sector Bryant la habría avisado en sus cartas, en lugar de animarla a que fuera
a Inglaterra.
Lo cierto era que, en lo
que se refería al dinero de la herencia, se sentía bastante segura de sus
argumentos; al fin y al cabo, dado que Gastón se había casado con ella para
disponer del control de la empresa, lo lógico era que no pusiera ningún
impedimento a garantizarle ciertos ingresos a cambio de mantener las acciones
del negocio. Él debía tener en cuenta que Rocío también podría vender esas
acciones en el mercado, donde quizás obtuviera una cantidad mayor. El saber de
su poder en ese aspecto le dio algo más de seguridad.
Gastón se puso a su lado y
ella se dio cuenta de que había algo más que no había cambiado: todavía tenía
que alzar bastante la cabeza para mirarlo a los ojos. Ya era demasiado tarde
para arrepentirse de las cómodas zapatillas sin tacón que había decidido
ponerse.
—Vamos —le dijo poniéndole
la mano en la espalda, momento en el que Rocío comprobó que el mero roce seguía
provocando en ella un deseo irrefrenable.
¿Qué demonios le ocurría?
Sabía perfectamente que no podía dejarse llevar por ese deseo sexual que Gastón
despertaba en ella como no lo había hecho ningún otro hombre. El problema era
que, hasta solo unos minutos antes, Rocío había estado convencida de que su
vulnerabilidad hacia aquel hombre era asunto concluido y ahora estaba claro que
no era así, ni mucho menos.
Estaba confundida, era
incapaz de pensar con lógica o de mirar a algo que no fuera él.
—Es por aquí.
Lo siguió de manera
automática hasta el ascensor de cristal donde el ascensorista lo saludó
amablemente.
—Buenas tardes, Bates
—contestó Gastón cordialmente—. ¿La familia bien?
—Sí, muy bien, señor
Barrington. Mi hijo Robert está encantado con ese trabajo que usted le buscó.
Se limitó a responder con
una sonrisa que a Rocío le recordó el modo en el que solía sonreírle a ella y
sintió un dolor tan intenso que la hizo tambalearse ligeramente.
—¿Te sigue dando miedo la
altura? No mires hacia abajo —le recomendó con frialdad—. Por alguna razón,
todos los arquitectos de la ciudad se han puesto de acuerdo en que están de
moda los ascensores de cristal.
Su voz era extremadamente
neutra; claro que tampoco había ningún motivo por el que tuviera que mostrar
simpatía alguna hacia ella. ¿O sí? Al fin y al cabo le había ahorrado la
molestia de fingir ser un marido feliz, o que ella le importaba lo más mínimo
y, al mismo tiempo, le había dado exactamente lo que quería. En la misma carta
en la que había renunciado a su herencia, Rocío le había otorgado poder
absoluto sobre las acciones de la empresa.
Pero no lo había hecho por
él, lo había hecho por su padre, porque sabía que Gastón llevaría el negocio
hasta lo más alto. Al menos en eso estaba segura de poder confiar en él.
Había cerrado los ojos nada
más ponerse en marcha el ascensor, pero los recuerdos y las imágenes que le
venían a la cabeza eran mucho peores que unos cuantos metros de altura. Nunca
perdonaría a Gastón por lo que había intentado hacer con ella, por haber
intentado manipularla de aquel modo y por abusar de la confianza que su padre
había depositado en él.
El ascensor se detuvo.
—Ya puedes abrir los ojos.
Nada más poner un pie en el
pasillo Rocío vio que estaban en el ático, la parte más lujosa de cualquier
edificio de apartamentos. Aquello debía de ser muy caro.
—Le pedí a David Bryant que
me buscara un sitio barato y cerca de su oficina —murmuró mientras Gastón abría
la puerta.
—Pues ha cumplido ambos
requisitos: su despacho está bastante cerca, y aquí eres mi invitada.
—¿Tu invitada? —se quedó
helada en el umbral de la puerta, mirándolo con los ojos abiertos de par en
par—. ¿Este es tu apartamento?
—Sí —confirmó él—. Cuando
David me dijo que querías quedarte en algún sitio cerca de la oficina, pensé
que lo mejor era que te quedaras aquí conmigo. Al fin y al cabo tenemos un
montón de cosas de las que hablar… y no solo sobre la herencia.
Rocío comprobó que estaba
mirando fijamente a su mano izquierda; la misma mano de la que se había quitado
el anillo de boda que él le había puesto cuatro años antes. Aquella alianza
había volado por la ventana del taxi cuando se dirigía al aeropuerto el mismo
día de la boda.
—¿Quieres decir… —le
costaba demasiado hablar sabiendo que los ojos de Gastón estaban clavados en
ella—…de nuestro matrimonio?
—Exactamente —afirmó él sin
dejar de mirarla—. ¿Sabes? Para alguien que sigue siendo virgen…, tienes un
aspecto muy poco virginal.
—¿Y tú… cómo lo sabes? —le
preguntó con voz temblorosa sin dar crédito a lo que acababa de oír.
—¿Que cómo sé que todavía
eres virgen?—dijo él levantando su maleta del suelo—. Lo sé todo sobre ti.
Rochi… sigues siendo mi mujer.
¡Su mujer!
Tenía la sensación de estar
a punto de vomitar y un sudor frío le empapaba el cuerpo. Eso no era lo que
había esperado, no estaba preparada para enfrentarse a algo así.
Durante el vuelo desde Río
había luchado por deshacerse del temor que la había tenido tan inquieta día y
noche durante las semanas previas al viaje. Temor a que, si volvía a ver a
Gastón, descubriera que parte de ese amor infantil que había sentido por él no
había muerto, sino que estaba allí esperando a estallar como una bomba que
destruiría su nueva vida y la estabilidad emocional que tanto le había costado
alcanzar. Pero lo que estaba sintiendo, ahora que lo tenía delante no era amor,
más bien era una mezcla de hostilidad y rabia.
Bueno, sí, seguía siendo
virgen. ¿Qué tenía eso de malo?
—No tienes ningún derecho a
espiarme y meterte en mi vida —empezó a decirle llena de furia, pero Gastón no
la dejó continuar.
—Seguimos estando casados.
Sigo siendo tu marido y tú sigues siendo mi esposa —señaló, fríamente. Quizás
estuvieran casados para la iglesia, pero no para la ley puesto que ese
matrimonio no había sido consumado. De cualquier modo, eso no le daba derecho a
inmiscuirse en su vida y hablarle como si… como si… Bueno, tenía que controlar
su mente, porque era obvio que solo eran imaginaciones suyas que Gastón le
hubiera hablado en tono posesivo.
Aquellas palabras la habían
dejado perpleja. ¿Por qué no se habría olvidado de su matrimonio? Se suponía
que estaba enamorado de otra mujer… ¡de su madrastra nada menos!
Aun después de tantos años
seguía sintiendo un profundo asco con solo imaginar a Gastón y a Lisa juntos.
La mujer de su padre y el hombre en el que tanto había confiado. De pronto se
le pasó por la cabeza si Gastón y Lisa se habrían acostado juntos antes de la
muerte de su padre. Era como si todas las preguntas que se había negado a
plantearse durante tanto tiempo se agolparan ahora en su cabeza.
Él la había convencido de
que se casaba con ella para protegerla, cuando lo único que quería proteger
eran sus propios intereses.
Cerró los ojos exhausta de
tanto pensar; había viajado hasta Inglaterra con un solo propósito y eso era en
lo que tenía que centrarse, en eso y en nada más…
—Mira, no he venido para
hablar de nuestro matrimonio —atajó Rocío drásticamente antes de que la
conversación siguiera por esos derroteros—. Ya le dije a David Bryant cuál era
el objetivo de mi viaje.
—Sí —la interrumpió con
cierta tristeza—. Darle toda tu herencia a no sé qué organización benéfica. No,
Rochi. Como fiduciario no sería ético permitirte hacer eso. Y como marido…
Deseaba responderle con
todas sus fuerzas, preguntarle cuándo le había importado lo más mínimo lo que
era ético y lo que no; pero algo dentro de ella le advirtió que era mejor no
decir nada.
—El dinero es mío
legalmente —le recordó después de contar hasta diez para calmarse.
—«Era» tuyo —corrigió
Gastón duramente—. Tú misma insististe en renunciar a él, y lo hiciste por
escrito. ¿Te acuerdas?
Rocío volvió a respirar
hondo. La situación se estaba poniendo más difícil de lo que había esperado.
—Es cierto que escribí a
Henry —convino ella con calma—. Por cierto, ¿cuándo murió? No tenía ni idea.
Gastón le estaba dando la
espalda y, por un momento pensó que no la había oído o no tenía intención de
contestar; pero entonces, sin volverse a mirarla, dijo con extrema frialdad:
—Tuvo un ataque cardiaco
poco después de… bueno, fue el día de nuestra boda.
Rocío lo miró horrorizada.
—Por lo visto se había
encontrado mal durante la ceremonia —continuó explicándole—. Y después se
derrumbó en la puerta de la iglesia. Fui con él al hospital… pero no pudieron
hacer nada.
—¿Fue…—estaba demasiado
destrozada como para no expresar sus pensamientos en voz alta— fue por mi
culpa?
—Llevaba tiempo sufriendo
mucha presión —contestó sin responder a su pregunta—. La muerte de tu padre le
había afectado enormemente, además de darle una increíble cantidad de trabajo.
Parece ser que los médicos ya le habían avisado de que su corazón no estaba muy
fuerte, pero él no había hecho ni caso de las advertencias —entonces hizo una
pausa y la miró con pesar—. Me pidió que te dijera lo orgulloso que se había
sentido de acompañarte hasta el altar.
Los ojos de Rocío se
llenaron de lágrimas al recordar al viejo abogado la mañana de la boda. En el
trayecto hacia la iglesia le había tomado la mano con algo de timidez, pero
intentando transmitirle el cariño de un padre, intentando hacer lo que habría hecho
su padre de haber estado allí, porque sabía que Rocío lo echaba mucho de menos
en esos momentos.
—Si te vas a regodear en
ese absurdo sentimiento de culpabilidad… —advirtió Gastón ásperamente—. Henry
tenía el corazón muy delicado y aquello habría ocurrido aunque tú hubieras
estado allí.
Por algún motivo sus
palabras solo consiguieron hacerla sentir peor en lugar de consolarla.
—No quiero discutir contigo
—dijo Rocío cambiando de tema radicalmente—. Tú eres muy rico sin necesidad de
ese dinero. Si pudieras ver a esos niños…
—Me parece una buenísima
causa. Mi gente me ha dicho que…
—¿Tu gente? —aquello era sencillamente increíble—. No tienes ningún
derecho
—No creerías que iba a
dejar que desaparecieras así como así. Aunque solo fuera por tu padre… se lo debía.
—Lo que no puedo creer es
que puedas haber caído tan bajo, incluso para alguien como tú, hacer que me
espiaran es…
—Estás exagerando —le dijo
algo condescendiente—. Es cierto que hice ciertas averiguaciones para saber
dónde estabas y qué hacías… y con quién —admitió con más suavidad—. Cualquiera
habría hecho lo mismo; eras demasiado joven e ingenua. Podría haberte pasado
cualquier cosa.
Rocío intentó deshacerse
inmediatamente de la sensación que le provocaba pensar que en algún momento
hubiera estado realmente preocupado por ella.
—No me importa lo que
digas, Gastón. No voy a darme por vencida —aseguró con determinación—. El
refugio necesita dinero y estoy dispuesta a hacer cualquier cosa para
conseguirlo.
El silencio que siguió a su
estallido provocó en Rocío un intenso escalofrío, especialmente al notar que
Gastón la miraba como si… como si…
¿Cómo era posible que nunca
se hubiera percatado del poder de aquella mirada? Agitó la cabeza y le echó la
culpa al cambio horario.
—Bueno, dado que ahora ya
eres una mujer, sabrás muy bien que todo en esta vida tiene un precio. Me
cediste tu dinero libremente y ahora quieres que te devuelva no solo lo que tus
acciones han reportado, sino también los futuros beneficios de la empresa.
—Me pertenece —insistió
ella—. De acuerdo con el testamento de mi padre, ese dinero sería mío cuando
cumpliera treinta años, o cuando me casara, lo que ocurriera antes.
—Mmmm —se quedó pensativo
unos segundos después de los cuales la miró con una expresión que Rocío no supo
identificar—. Ya me has dicho lo que quieres que te dé, pero no has dicho nada
de lo que estás dispuesta a dar tú a cambio. Suponiendo, por supuesto, que yo
estuviera dispuesto a llegar a un acuerdo.
Lo miró confundida. ¿Qué
diablos querría que le diera?
—Como ya te he dicho
—continuó él—, seguimos estando casados. Nunca solicitamos la nulidad.
Entonces lo entendió todo.
—Quieres la nulidad
matrimonial —afirmó sin querer hacer caso de la punzada que había sentido en el
corazón al decir aquello—. Por supuesto.
—No, no es eso lo que
quiero —la interrumpió inmediatamente—. Ni mucho menos.

QUE LINDO TENERTE DE VUELTA!!! JAAJJA.. ME ENCANTO EL CAP!! BESOS!!
ResponderEliminarComo me encanto el capitulo.... que lindo que allas vuelto!
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