Capítulo 3
—¿NO QUIERES la
nulidad?—Rocío lo miró fijamente como si no pudiera creer lo que acababa de
escuchar—. ¿Qué… qué significa eso?
Se podía percibir el
nerviosismo en su voz y se odió por ello; pero se odió aún más porque no podía
evitar cierta emoción al pensar que, por algún motivo incomprensible, Gastón
quería seguir casado con ella.
Él también la observó
detenidamente. Como fiduciario suyo sentía la obligación moral de hacerse
merecedor de la confianza que su padre había depositado en él, y eso era
exactamente lo que pretendía hacer. Y si, al mismo tiempo que la ayudaba, podía
conseguir algo para sí mismo, mucho mejor. En cuanto a decirle la verdadera
razón… no… ni hablar. El destino le había puesto ciertas cartas en la mano y
tenía la intención de jugarlas lo mejor posible.
Rocío estaba impaciente por
oír su respuesta, ya que su rostro era totalmente indescifrable.
—Creo que no hace falta que
te recuerde lo que tu padre era para mí —empezó a decir de pronto.
—Sé que te casaste conmigo
por su testamento —con aquellas palabras deseaba demostrarle que ya no era la
niña confiada de hacía cuatro años, pero la sorprendió ver la reacción que
provocaron en él.
—¿Qué demonios se supone que
significa eso? —le preguntó con los ojos llenos de furia.
Rocío tomó aire dispuesta a
no dejarse intimidar. Esa vez había demasiado en juego, tenía que luchar por
los que dependían de su ayuda.
—Gastón, yo era muy joven
cuando me casé contigo —habló con toda la tranquilidad de la que era capaz—.
Como ambos sabemos, el testamento de mi padre estipulaba que tendría el control
de mis acciones tan pronto como me casara. Naturalmente yo te habría
transferido a ti dicho control; por tanto tú te habrías hecho con el control
casi absoluto de la empresa… y con las ganancias que generara. Por supuesto, si
tú hubieras decidido vender el negocio y utilizar los beneficios en tu propio
provecho…
—¿Qué? —por un instante
Gastón la miró como si realmente lo hubiera sorprendido—. Si estás insinuando
que me casé contigo para obtener algún tipo de beneficio económico, déjame que
te diga que te estás excediendo. De hecho, te diré que ahora mismo soy más rico
de lo que jamás fue tu padre; admito que es, en gran parte, gracias a todo lo
que él me enseñó.
Le hablaba como se le
hablaba a un niño al que había que regañar, y eso estaba poniéndola muy
furiosa.
—¿Entonces por qué te
casaste conmigo si puede saberse?
—Ya sabes por qué —se dio
la vuelta para que ella no pudiera verle la cara, pero su voz era aún más
cortante.
Rocío se dio cuenta de que
su pregunta lo había hecho sentir incómodo. Quizás se sentía culpable… Bueno,
no sería de extrañar.
—Sí, sí que lo sé
—respondió ella con mordacidad—. Mi padre…
—Tu padre era el hombre al que
más he admirado en toda mi vida —la interrumpió impetuosamente, dándole a
entender que no debía poner en duda lo que estaba a punto de decir—. Tanto que,
al principio de conocerlo, deseé muchas veces que fuera mi padre. Rocío, nunca
he topado con un hombre al que haya respetado y querido tanto como quería a
John Atkins. Me sentía muy orgulloso de tener su amistad y su confianza. Él era
todo lo que yo aspiraba a ser… Y era todo lo que mi padre nunca fue.
Hizo una pausa durante la
cual Rocío trató de deshacer el nudo de emoción que se le había formado en la
garganta.
El padre de Gastón había
abandonado a su mujer cuando él era solo un bebé; era un mujeriego borracho que
había aparecido muerto después de una reyerta cuando Gastón tenía trece años.
—Nunca he dejado de sentir
esa admiración ni ese amor que sentía por tu padre. Siempre quise tener con él
algún tipo de lazo familiar —volvió a detenerse, haciendo que Rocío se sintiera
aún más impaciente.
Era consciente de que,
fueran cuales fueran las condiciones que impusiera para recibir su herencia,
tendría que cumplirlas porque ahora sabía que no podía traicionar a los niños
del refugio, ni a las monjas que tan bien se habían portado con ella.
—Tu padre nunca podría ser
mi padre, Rochi; pero sí podía ser el abuelo de mi hijo… de nuestro hijo.
Rocío lo miró boquiabierta.
No era posible que hubiera dicho lo que le había parecido oír.
—¡No! —protestó
enérgicamente—. No puede ser que estés hablando en serio.
Pero por la expresión de su
rostro supo que sí lo decía en serio. Su corazón reaccionó botándole dentro del
pecho con fuerza inaudita.
—¡No! ¡No puedo y no
quiero! Gastón, esto es chantaje —lo acusó enfadada—. Si tanto quieres un hijo…
—No quiero «un» hijo, Rochi
—volvió a interrumpirla con fuerza—. ¿Es que no has oído lo que te he dicho? Lo
que quiero es el nieto de tu padre, y eso solo tú puedes dármelo.
—Te has vuelto loco —dijo
Rocío, que se había quedado casi sin habla—. Debes de creer que estamos en la
Edad Media. Es… es… ¡No voy a hacer algo así! —añadió ofendida.
—Entonces no te daré tu
dinero.
—Tendrás que hacerlo o… te
llevaré a los tribunales.
—No creo que un juez te
diera la razón. Sobre todo si tiene en cuenta que tu padre hizo ese testamento
porque no te creía lo bastante hábil en los negocios como para velar por tus
propios intereses.
—¡No te atreverás! —Rocío
le lanzó una mirada iracunda, pero él le respondió con una sonrisa burlona.
—Ponme a prueba. —¿Cómo
podía haber amado alguna vez a aquel hombre? En ese momento lo único que sentía
por él era odio por estar intentando manipularla de aquel modo.
—No puedes hacerme eso
—protestó impotente—. Si pudieras ver a esos niños, Gastón. No tienen nada,
menos que eso. ¡Necesitan ayuda urgentemente!
—Y la tendrán, Rochi
—respondió con dulzura—. Pero no de tu herencia. Como fiduciario tuyo no puedo
permitirte que hagas eso, pero… —hizo una pausa sin apartar la mirada de ella
para evitar que ella dejara de mirarlo a él—. Pero… como marido te prometo
donar un millón de libras al refugio, y un millón más cuando des a luz a
nuestro hijo. —Aquello era cruel. ¡Dos millones de libras! Sí debía de ser muy
rico si podía permitirse deshacerse de tal cantidad de dinero solo para… Sabía
que quería mucho a su padre pero, ¿por qué iba a querer tener un hijo que
llevase su misma sangre? Era una idea descabellada contando con que Gastón
pretendía obligarla a hacer el amor con él sabiendo que él no la quería. Sí,
definitivamente lo odiaba.
—Yo… necesito tiempo para
pensarlo —le dijo en tono desafiante.
—Para pensar… ¿o para huir otra
vez? Pensé que esa obra benéfica era importante para ti, pero parece que…
—¡Calla! —no estaba
dispuesta a seguir soportando su crueldad.
Aunque lo cierto era que no
podía evitar pensar en lo que ese dinero supondría para los niños de la calle
de Río, sabía que no era justo poner sus necesidades por encima de las de
ellos.
—Entonces, ¿hay trato? ¿Dos
millones para tus niños brasileños y para mí una esposa y, con un poco de
suerte el nieto de tu padre?
De alguna manera Rocío se
las arregló para ocultar lo tentada que estaba de aceptar aquella proposición.
Pero después de unos segundos, tomó aire y habló:
—De acuerdo.
Rocío perdió la mirada en
el paisaje que había al otro lado de la ventanilla del BMW de Gastón, que se
deslizaba a toda velocidad atravesando la campiña inglesa. No le había
preguntado adónde se dirigían, de hecho no le había dirigido la palabra desde
que se habían despertado en su apartamento. En su casa pero, afortunadamente,
no en su cama; al menos hasta el momento se había librado de eso.
No sabía adónde iban ni
tenía la menor intención de preguntar. La única información que le había dado
después de que ella aceptara el trato con tristeza había sido que iba a
llevarla a la que iba a ser su casa.
—¿Por qué no dejas de
comportarte como una reina del melodrama? —le dijo de pronto con la misma
dureza con la que le había hablado desde su llegada—. No te pega y además no
tienes motivos.
—¿Que no tengo motivos…
después de lo que me has hecho? —Rocío explotó con furia.
—¿De lo que te he hecho?
—preguntó sorprendido—. Lo único que he hecho ha sido ofrecerte un trato.
—¡Un trato! —su indignación
iba en aumento—. Me estás haciendo chantaje para que tenga un hijo tuyo —giró
la cabeza para que no pudiera ver que era incapaz de controlar sus emociones y
estaba a punto de echarse a llorar—. ¿Y qué pasará cuando tengas a tu hijo?
—¿Tú qué crees que pasará?
—respondió él en tono desafiante—. Nunca permitiré que un hijo mío sufra el
abandono de su padre o de su madre.
—¿Entonces esperas que siga
casada contigo?
—Lo que espero es que
sigamos casados tanto tiempo como nuestro hijo nos necesite. ¿Qué creías?
—parecía estar en una reunión de negocios.
Rocío no quería que se
diera cuenta de lo aliviada que se sentía al comprobar que no tenía intención
de separarla de su hijo una vez que hubiera nacido. Porque no importaba lo que
sintiera por Gastón ni cuánto llegara a odiarlo; de lo que estaba segura era de
que jamás podría abandonar a su pequeño.
Frunció el ceño al darse
cuenta de pronto por dónde iban; el corazón se le aceleraba a medida que Gastón
se introducía en el pueblo en el que Rocío había crecido. A pesar de no haber
vuelto allí desde hacía cuatro años recordaba con total claridad todas y cada
una de las calles por las que pasaban. Eran las calles que había recorrido
tantas y tantas veces de vuelta del colegio, cuando Gastón iba a buscarla; como
el día que fue a decirle que su padre había muerto, o el día de su boda.

se esta poniendo muy interesante la nove!
ResponderEliminarMo puedo creer que Gas le alla propuesto tener un hijo
Quiero mas nove