miércoles, 5 de diciembre de 2012

Un Hombre para Mi... Capitulo 23







Gimena empezaba a bajar las escaleras para atender a sus otros invitados cuando comenzó el ruido. Se volvió, regresó a la habitación de sus sobrinas y se encontró con la doncella, que salía. Al verla, Esperanza sacudió la cabeza.
            Es mejor que no se meta, señora le advirtió. Tendrían que haberlo hecho mucho antes. Será más fácil vivir con ellas después.
            Gimena se mordió un labio. No costaba descifrar qué quería decir la sirvienta. El ruido era muy evidente, lo que le hacía difícil no intervenir.
            —Pero ¿no se lastimarán?
No más que dos gatos en un callejón. No saben pelear de verdad. Unos cuantos arañazos, quizás un cardenal, y mucho revolcones. No es la primera vez, señora.
            —Entiendo.
            Gimena no supo qué más decir, pero no lo entendía en absoluto. Quienes se peleaban al otro lado de la puerta no eran criaturas, eran mujeres adultas. Y aunque lo que había ocurrido frente a la casa dejaba claro que sus sobrinas, o una de ellas, al menos, iba a ser un problema, hasta entonces no había imaginado hasta qué punto.
            Su hermano tenía toda la culpa. Sabía que Mortimer no sería un buen padre como no había sido un buen hermano. La clase de favoritismo que había ejercido desde su infancia no era normal. Había elegido a su hermana gemela para que fuera su fiel compañera, y ambos prestaban a Gimena la misma atención que si estuviese muerta, calvo cuando querían restregarle por las narices que no la admitían nunca en su pequeño círculo. Había crecido con ello, había odiado a su hermano por ello y había visto como volvía a suceder cuando nacieron sus hijas.
            Fue la razón principal para que Gimena deseare irse de Haverhill, y para que se casase con Frank Dunn, que planeaba montar un rancho en el Oeste. No lo amaba. Había sido un medio para lograr un fin. Imaginó que trasladarse al Oeste la llevaría lo bastante lejos de su hermano para permitirse algo de paz y felicidad. Y así había sido. No tuvo más contacto con Mortimer y su familia. No quería tenerlo.
            Había usado a Frank. No había una forma más suave de decirlo. Pero le había compensado siendo una buena esposa. No tuvo queja de ella y no la culpó por no darle ningún hijo. De hecho, no podía hacerlo porque un médico había dado a entender que la culpa era de Frank y no suya. Después de eso, Frank se había sentido algo culpable por no haberle dado hijos, pero la vida era así y la suya juntos había sido buena hasta su muerte.
            Bueno, en realidad, más que buena, confortable. Y aunque otro hombre era capaz de acelerarle el corazón, sólo ella lo sabía.
            Su corazón se había acelerado mucho la noche anterior cuando Nicolas se había presentado y más o menos invitado él mismo a cenar. Pero había logrado superar la velada sin hacer el ridículo, cuando menos, no demasiado.
            Gimena había soltado alguna que otra risita, lo que rara vez hacía. Había estado mucho más tímida. Y no se había sonrojado tanto desde que era joven. Pero nunca antes había estado a solas con Nicolas. Siempre que lo había visto, había gente delante.
            No había esperado que fuera a ser distinto la noche anterior cuando lo había invitado a él y a sus hombres a cenar mientras esperaban que llegara Gastón. Pero no sabía que sus hombres no comían nunca con él, y que sólo él estaría sentado en el comedor cuando ella llegó para cenar, y empezó a portarse como una colegiala.
            Sin embargo, lo más probable era que Nicolas hubiera pensado que aquella conducta extraña obedecía a la culpa que sentía ella por haber alejado a su hijo los últimos tres meses sin que él se enterara, cuando todo el mundo sabía que lo estaba buscando. Nicolas, por lo menos, no le hizo ningún comentario. Y no dio muestras de que lo hubiera decepcionado cuando le explicó por qué Gastón estaba en su casa. De hecho, la regañó un poco por no haberle pedido ayuda cuando la necesitaba.
            Había ofrecido a Nicolas que durmiera en su casa cuando resultó evidente que Gastón no iba a aparecer esa noche. Sus hombres se instalaron en el barracón, pero no cabía duda de que el ranchero más importante del condado no podía pasar la noche allí. Con él al otro lado del pasillo no había pegado ojo, claro. Y a la hora del desayuno se había esfumado aposta. No lo había vuelto a ver hasta que la sirvienta había ido a decirle que las chicas estaban llegando.
            Y menuda sorpresa eran.
            Eran gemelas, si bien no era probable que la gente se percatara de ello de inmediato. Recordaba que, de pequeñas, eran idénticas y era difícil distinguirlas. Pero ya no.
            Rocío, pobre, había tenido que presentarse. A primera vista, Gimena la había tomado por una sirvienta. Pero enseguida se había dado cuenta de su error al examinarla mejor. Tenía un aspecto muy extraño con aquellas gafas; era una lástima que tuviera que llevarlas.
            Eugenia, en cambio era tan linda como cabía esperar. Ya de pequeñas, resultaba evidente que sus sobrinas serían unas bellezas, y en el caso de Eugenia, había sido así. Su conducta, en cierto modo también era la esperada: el resultado de estar consentida sin remedio. Era asombroso lo mucho que se parecía a la hermana de Gimena. Y exactamente por lo que Gimena se había ido de casa. Se había negado a presenciar cómo el favoritismo de su hermano dividía a sus hijas como hizo con sus hermanas.
            No había estado allí para verlo, pero era evidente que había ocurrido como ella había imaginado. Lo poco que había visto hasta aquel momento lo decía todo. Eugenia se había convertido en una bruja malcriada. Rocío se había convertido en una timorata sumisa. Bueno, tal vez no. Una timorata no solía pelearse como una tigresa...

            Abajo, Nicolas se partía de risa. Lo había hecho desde el tercer estrépito procedente del piso superior. El primero había sido sólo sorprendente, el segundo había sido curioso, pero el tercero era sin duda de una reyerta, y cada ruido posterior le provocaba otra carcajada.
            Gastón sabía muy bien qué divertía tanto a Nicolas. Puede que la elegida de su padre para él no tuviera demasiadas luces, pero era linda y tranquila. Mientras que la mujer por la que él manifestaba interés estaba arriba rompiendo muebles y Dios sabía qué más, y podía gritar lo bastante fuerte para hacer saltar las vigas.
            —Lo siento por la fea comentó Nicolas cuando recuperó el aliento.
            —Sí, ya se nota contestó Gastón con sequedad, y después se sintió obligado a añadir: Y Rocío no es fea, sólo es ciega como un topo.
            —Como sea, no podrá resistir mucho rato. La otra tiene muy mal genio. Lo vi por el modo en que golpeó esa puerta.
            —¿Te sientes obligado a insultar a Eugenia de ese modo sólo porque podría estar interesado por ella? preguntó Gastón con el ceño fruncido.
            —¿La estaba insultando? replicó Nicolas con inocencia.
            Gastón dirigió una mirada de indignación a su padre, lo que le arrancó otra carcajada. Y aunque era posible que Nicolas sólo quisiera chincharle, sus comentarios le habían preocupado. La solterona no le caía bien, pero tampoco quería que le hicieran daño.
            Sin pensarlo más, se dirigió hacia las escaleras. Nicolas lo llamó.
            —Se requieren agallas para poner fin a una pelea entre mujeres. Una vez vi cómo las dos atacaban al hombre que lo intentaba. Casi le arrancaron los ojos.
            ¿Se suponía que eso iba a detenerlo? ¿En especial cuando Nicolas reía de nuevo? Pero Gimena, que bajaba las escaleras entonces, le impidió pasar.
            —No te entrometas dijo al ver su mirada resuelta. Me han dicho que es normal.
            —¿Quién te lo dijo?
            —Su doncella. Está arriba vigilando la puerta. Parece creer que las dos están de mejor humor después de desahogarse de este modo.
           Gimena todavía parecía aturdida. Le rodeó los hombros con un brazo en un gesto comprensivo. Debía de estar pasándolo mal. Seguro que había esperado algo muy distinto. Trató de relativizarle la situación.
           
            —Seguramente la sirvienta tiene razón. Ha sido un viaje terrible para ellas: asaltaron su tren, atracaron su diligencia, apareció un hombre en plena noche para intentar llevarme a mi casa a punta de revólver. Una cosa tras otra desde que su barco atracó, y proceden de una ciudad tranquila del Este donde nunca ocurre gran cosa. Cualquiera explotaría.
            —No tienes que justificarlas. Lo miró con curiosidad.
            —Ya lo sé. Sólo intentaba que me sonara mejor a mí contestó Gastón.
            Gimena lo contempló enojada, lo que hizo que se sonrojara un poco, Se suponía que quería consolarla a ella, no sentirse mejor él.
            Los dos observaron más o menos a la vez que el ruido había cesado detrás de ellos. No del todo. Las chicas se estaban hablando. No se distinguía qué decían, pero eso significaba que ninguna de las dos estaba muerta.
            —Hazte un favor, Gimena comentó Gastón muy en serio a su amiga. Cásalas pronto y quítatelas de encima. Te lo aconsejo.
            —¿Y piensas ayudarme a lograrlo? le contestó Gimena con una sonrisa.
            —Sí, sólo necesitaba desahogarse un poco, y si empieza a portarse como una dama que debería ser, puede que sí.
            —¿Hablas en singular? No importa, me lo puedo imaginar. Lo miró con tristeza y suspiró. Esperemos que tengas razón.
            Se preguntó por qué Gimena parecía triste de repente, pero prefirió no averiguarlo. Quizá fuera sólo su reacción en general ante aquel reencuentro con sus sobrinas. ¿Y quién podría culparla por estar tan decepcionada?         

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