-
Ven, que te presento a mi madre – le dijo Candela impaciente.
Emilia estaba sentada sola al fondo de la habitación. Parecía muy nerviosa. Tenía las
manos entrelazadas y apretadas, y estaba tensa indudablemente. Rocío se acercó
sonriendo, esperando que su sonrisa le devolviera a la mujer cierta
tranquilidad. Rocío deseaba conocerla, y estaba predispuesta de antemano a que
le cayera bien.
-
Ésta es Rocío – anunció la chica.
-
Por favor, siéntate conmigo. Pide que nos traigan café – le dijo Emilia a su
hija -. Se ve muy feliz a Gastón, creo. ¿Eres feliz tú también?
-
Muy feliz.
-
Hacía tanto tiempo que quería conocerte... que ahora no sé qué decir. Eres muy
hermosa, y muy inteligente, por lo que dice Gas. Has hecho estudios de música,
y sabes francés y alemán... Yo he aprendido inglés por mi hija. Quizás la
próxima vez que vengas a Grecia puedas venir a visitarme – le dijo con una
sonrisa ansiosa.
-
Me gustaría mucho.
Rocío notó que Emilia estaba incómoda mientras hablaba con ella. Como si los demás
miembros de la familia pudieran ver mal que ella recibiera a la esposa de Gastón con agrado, y no por obligación, como hacían ellos.
-
Me he encariñado con Candela, en el tiempo que ha estado con nosotros.
-
Has sido muy amable en recibirla. Gastón la malcría mucho.
La
voz de Emilia se había desvanecía al ver a un hombre alto, de pelo gris, y
luego volvió a elevar el tono de voz, diciendo con alivio:
-
Ése es Nicolas, mi marido.
Los
ojos de Rocío se achicaron. Había algo familiar en el rostro de Nicolas, pero no
sabía qué. Por un momento le recordó a Gastón. Pero no tuvo tiempo de comentarlo,
porque enseguida se acercó el hombre con una sonrisa franca y una conversación
que apagó momentáneamente la de su mujer.
Le
preguntaban qué opinaba de Grecia, de la familia.
-
¡Si quieres hospitalidad griega de verdad, ven a nuestra casa! – le dijo Nicolas jocoso, haciendo que su voz llegara hasta todos los rincones del salón
-. Lamentablemente nos casamos tarde, y fuimos agraciados con el nacimiento de
nuestra hija, pero nuestra vida a veces se torna un poco aburrida para Candela.
¡Ella cree que tenemos un pie en la tumba ya!
Gastón atravesó el salón. Hubo saludos entre ellos.
De
todos los invitados, Nicolas era quien más afectivamente lo había tratado, pero
en cambio Gastón tenía hacía él una actitud contenida. Pero Rocío dejó de pensar
inmediatamente, porque Gastón la había mirado con deseo, y los efectos de su
mirada eran devastadores, y la hacían olvidar todo lo demás.
-
Se te ve muy cansada – murmuró Gastón.
Rocío se ruborizó, pero Gas ya se la estaba llevando, con audacia sin igual. Rocío miró hacia atrás disculpándose ante los demás, y vio en los ojos de Emilia un
gesto de perplejidad. Se dio cuenta entonces de que Gastón no había hablado con su
hermana, y se lo hizo notar.
-
Por supuesto que hablé.
-
No, en mi opinión.
Pero
entonces Gastón la silenció con un abrazo y un beso que la dejaron sin aliento. Rocío emergió del beso aturdida, y un poco inhibida porque pensaba que sus
familiares podrían haberlos visto, y que seguramente le censurarían.
-
¿Entonces, qué piensas de mi familia?
-
¿Quieres que te diga francamente?
-
Si no, no te lo hubiese preguntado.
-
Son horribles. Por supuesto que deben ser más cálidos de lo que aparentan...
-
Probablemente más fríos.
-
¡Oh, Gas! – susurró ella.
-
No seas tonta. Yo ya soy mayorcito como para que me adornes las cosas.
- Nicolas y Emilia son muy simpáticos. Parecen quererte mucho. E incluso Nicolas se parece a ti... Sí, eso fue lo que me hizo pensar que ya lo conocía.
-
¿Estás loca? Si no es familia mía – dijo Gastón frunciendo el ceño.
Por
supuesto que no había lazos de sangre con Nicolas, era sólo el cuñado de Gastón.
-
¡Pero tú no eres familia de ninguno de ellos! – dijo Rocío, arrepintiéndose
inmediatamente de lo que había dicho.
Segundos
después, Gastón entraba en un dormitorio y cerraba la puerta de un portazo.
-
Dilo otra vez – la exhortó.

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