Rocío empezaba a percatarse de que en Tejas la gente podía ver las
cosas de modo distinto que en el Este. Si se había avergonzado antes era sobre
todo porque en Haverhill hasta los criados habrían desdeñado una conducta tan
poco propia de una dama en dos jóvenes distinguidas. La gente de su edad se habría
escandalizado. Su padre la habría regañado mucho y mimado a Eugenia hasta que se
sintiera mejor. Todo eso impedía a las chicas airear sus diferencias en
público, lo que, a veces, ponía a prueba su paciencia al límite.
Pero
aquí era muy distinto. En dos de los pueblos por los que había pasado, habían
visto hombres que se peleaban en la calle. En uno, acababa de terminar un
tiroteo. Aunque, con la abundancia de ladrones que había en la zona, no era
extraño que la gente decente sucumbiera a sus instintos básicos. Si tenías
diferencias, las resolvías con los puños o las armas. Bueno, por lo menos los
hombres. Y, al parecer, las mujeres también podían hacerlo sin que se arquearan
demasiadas cejas.
Rocío puso en orden estas ideas mientras escuchaba cómo Gastón y su padre “se ponían al
día”; no se veían desde hacía meses. Y Gimena se había incorporado a los
comentarios sobre los cuatreros, un atraco a un banco que había ocurrido a
menos de setenta kilómetros, un tiroteo entre dos de los peones de Nicolas, al
que ambos sobrevivieron pero que les costó el empleo, y un ladrón de caballos
al que una partida había llevado a la horca antes de que lo juzgaran.
Le fascinaba ver que a su tía
todas esas cosas no le impresionaban en absoluto. Claro que Gimena era una sorpresa
en muchos sentidos.
No
era tan vieja como Rocío esperaba. Cuando menos, no lo parecía. Tenía el
cabello tan castaño como siempre. Lo llevaba recogido en una trenza. La blusa
blanca y la sencilla falda marrón que vestía carecían de cualquier adorno. No
lucía ninguna joya, ni siquiera una alianza que indicara que era viuda. Pero
tenía una sonrisa maravillosa. ¿Quién necesitaba encaje y volantes con una
sonrisa como aquella?.
Con
su piel bronceada y su atuendo sencillo no iba nada a la moda, si bien era, de
todos modos, una mujer atractiva. Bien formada, además, y de aspecto saludable. Gimena, divertida, franca y relajada, porque Eugenia todavía no había
aparecido para crear tensiones, era una mujer con la que apetecía estar. Rocío sintió alivio al ver que ya le gustaba muchísimo.
Sorprendentemente,
volvieron a surgir tensiones sin la ayuda de Eugenia cuando Peter Lanzani llegó
como había prometido a recoger el carruaje prestado, y tan tarde que Gimena se vio obligada a invitarlo a cenar, así como a que se quedase a dormir. Ya no
le restaban habitaciones vacías, dado que Nicolas iba a pasar también esa noche
allí, y las chicas y su doncella ocupaban habitaciones separadas.
—El barracón será perfecto, Gimena—
aseguró Peter mientras se ponía cómo en uno de los sofás.
A Rocío le molestó que éste llamara Gimena a su tía. Poco importó que oyera después
hacer lo mismo a Gastón. El
desenvuelto Peter le cayó mal de inmediato porque era muy evidente que a Gastón no le gustaba.
Gimena era, sin embargo, una anfitriona gentil, a pesar de no conocer demasiado a Peter. Nicolas lo trataba como a un viejo amigo, pero pronto averiguaría que
él trataba así a todo el mundo a no ser que le dieran motivos para no hacerlo. Gastón apenas le dirigía la palabra, y viceversa, lo que tal vez fuera una
suerte. La tensión entre ellos dos era palpable.
Y,
si bien Rocío solía agradecer que no le prestaran atención, como hacía Peter, le resultaba bastante insultante que la ignorara de un modo tan
rotundo, como si en realidad no la viera. La mayoría de los hombres la miraban,
aunque apartaban los ojos de ella enseguida, pero Peter se empeñaba en evitar
dirigirle la mirada ni siquiera una vez.
Por
suerte, Gimena no había intentado presentarlos, después de que Peter afirmara de inmediato que había conocido el día antes a su sobrina. Sobrina, no
sobrinas. Pero Gimena supuso que se refería a la que estaba presente. Aunque
para Rocío era evidente que había querido decir aquella cuya presencia estaba
esperando ansioso.
Eugenia bajó bastante tarde, tanto que Gimena ya no podía posponer más la cena (la
cocinera había enviado tres veces a su hija Rita con miradas y movimientos de
cabeza que indicaban el comedor). Gimena, nerviosa porque no estaba
acostumbrada a tener tanta compañía ni a hacerla esperar cuando unos aromas tan
apetitosos flotaban por la casa, condujo a todo el mundo al comedor.
Como
era de esperar, por lo menos para Rocío, Eugenia llegó en cuanto todos
estuvieron sentados. Después de todo, las entradas majestuosas eran su punto
fuerte, y le encantaba hacer esperar a la gente. Ella creía que merecía la pena
esperarla. Por desgracia, la mayoría de los hombres coincidía con ella, y los
presentes no eran ninguna excepción.
No
podía negarse que Eugenia lucía excepcionalmente bella. Llevaba los cabellos
recién lavados y muy bien peinados. Esperanza había tendido mucho tiempo para
planchar uno de sus vestidos más bonitos. Y había dormido casi toda la tarde.
En cualquier caso, era todo sonrisas cuando
anunció:
—Lamento haberles hecho esperar,
caballeros. Pero comprenderán que tras un viaje tan horrendo, necesitaba un
poco de descanso extra.
Gastón y Peter se habían levantado de golpe con una ridícula expresión de fascinación
en la cara. Hasta Nicolas se quedó algo boquiabierto al contemplar la maravilla
que tenía delante. Sólo Rocío observó cómo había excluido deliberadamente a su
tía del saludo. Bueno, puede que Gimena también se percatase de ello.

No hay comentarios:
Publicar un comentario