domingo, 30 de diciembre de 2012

Un Hombre para Mi... Capitulo 29







El rebaño estaba cerca, así que el trayecto no era demasiado largo: menos de kilómetro y medio. Mañana podría estar mucho más lejos. Victorio explicó a Rocío que el ganado se desplazaba mucho, de un abrevadero a otro, hacia el río y luego en dirección contraria. Era una suerte que estuviera cerca porque Rocío tuvo que ir a sentadillas a la grupa del caballo de Victorio, y la postura era precaria, incluso enervante.
            Al aceptar la invitación de Victorio, no había tenido en cuenta los problemas que le causaría la falda larga. Él tampoco. Pero se resistió a excusarse por eso. Se habría sentido muy desilusionada si hubiera tenido que hacerlo, así que decidió arreglárselas.
            Rocío se sorprendió al ver el rebaño de Gimena. Había oído más de una vez que era pequeño en comparación con otros, pero diseminado así para pastar, le pareció que contenía una cantidad enorme de cabezas de ganado.
            En medio de él, había un animal extraño que le llamó la atención.
            —¿Qué es eso? preguntó.
            Victorio no sabía a qué se refería, así que ella se lo señaló.
            —Es Rally. El capataz rió. No se ven demasiados bisontes por aquí; ya no quedan demasiadas manadas. Pero esa hembra llegó un invierno, seguramente extraviada, y decidió quedarse. El ganado lo tolera porque no causa problemas. Lleva aquí tanto tiempo que puede que esté convencida de que es uno de ellos.
            Rocío siguió observándolo. Aquella bisonte era casi el doble de grande que las demás reses. Y fea. No había mejor palabra para describirla. Bueno, era fea en un sentido majestuoso. No había visto nunca nada parecido y…
            Ocurrió demasiado rápido. Estaba montada la mar de bien y, de repente, la arrastraban por el suelo. No debería haber quitado la mano de la espalda de Victorio para señalar al bisonte. Debería haber prestado atención y ver que iban a cruzar una pequeña zanja.
            No era muy ancha, pero debió de parecérselo al caballo, que decidió saltar y desmontar a Rocío al hacerlo. Al menos había podido agarrar el brazo de Victorio al caer, aunque eso no le impidió aterrizar en el suelo. Sin embargo, Victorio fue rápido y le agarró el antebrazo sin soltarla, así que aunque ya no estuviera sobre el caballo, no cayó por completo al suelo. Recorrió un trecho arrastrada mientras él intentaba detener al caballo, que empezó a describir círculos debido a su peso, sumado al de Victorio, el cual se inclinaba hacia ella para sujetarla mientras la acercaba a un costado del animal.
            Rocío estaba de espaldas con las piernas estiradas, de modo que cuando el caballo por fin se detuvo, lo más fácil era dejarla llegar al suelo. Fácil para él, pero estar sentada junto a las patas de un caballo no daba a Rocío la impresión de estar fuera de peligro. Pero no se puso de pie. Estaba demasiado aturdida. Tenía el brazo como si se lo hubieran sacado del hombro. El sombrero enorme que llevaba le había resbalado hacia delante y descolocado las gafas, que tenía torcidas a mitad de la nariz. Y tosía del polvo que había levantado al arrastrar las botas por el suelo.
            —Vaya, ha ido de poco exclamó Victorio mientras desmontaba, como si la hubiese sacado del apuro.

Había evitado que se diera un buen trompazo, pero aún así se había caído y se había asustado muchísimo, de modo que todavía no se sentía demasiado agradecida.

            —Tal vez debería sacrificar a ese caballo logró gruñir a duras penas. Hoy nos ha desmontado a los dos. Lo más seguro es que ahora se crea que eso tiene gracia.
            Unas carcajadas le llegaron del otro lado; por desgracia, las reconoció y notó cómo el color le subía a las mejillas.
            —Iba a preguntarle si estaba bien exclamó Gastón, al tiempo que alargaba la mano para ayudarla a levantarse, pero si puede decir algo así, supongo que lo está.
            Rocío no le agarró la mano, no enseguida. Había salido de la nada. Bueno, había oído vagamente que otro caballo se les acercaba a toda velocidad. Pero eso significaba que la había visto caer, así que su vergüenza era total. Ya creía que era de lo más torpe. No tenía que reafirmar esa impresión.
            Dedicó un momento a ponerse bien las gafas y el sombrero antes de aceptar su mano. Y él la levantó de un tirón. Por suerte le había alargado la mano izquierda, porque todavía tenía el brazo derecho resentido y habría gritado si Gastón hubiera tirado de él así de fuerte. El caso es que se le volvió a descolocar el sombrero, esta vez hacia tras. Se le enredó en el moño y se lo deshizo, no del todo, pero lo suficiente para que ya no le sujetara con fuerza los cabellos.
            Estaba a punto de chillar en ese momento pero, finalmente, al mirar a Gastón y ver la gracia que le hacía, logró contenerse.
            —He admirado su bisonte demasiado rato se excusó, un poco tensa.
            —No es mío contestó Gastón, que se había echado hacia atrás el sombrero. Es de Gimena. Su tía permitió a Rally quedarse. Si yo hubiera estado aquí entonces, la habría llevado a casa para cenar.
            Victorio empezó a reír por el doble sentido de Gastón. Si no lo hubiera hecho, a Rocío se le habría escapado.
Es demasiado fea para comérsela señaló.
            Eso hizo que ambos hombres rieran de nuevo.
            —No hace falta que sea bonita explicó Victorio. Pero los ganaderos prefieren el ganado. La carne de bisonte es demasiado dura. Y Gastón sólo bromeaba. Protege a Rally tanto como Gimena. Cree que si ese animal ha sobrevivido hasta ahora, se merece vivir el resto de sus días en paz.
            A Rocío le pareció que ese sentimiento era admirable, pero no iba a decirlo. Seguía enfadada con  Gastón por haberse reído de ella.
            —¿Qué hace aquí? preguntó por fin Gastón a Victorio.
            —Ha venido a ver a Gimena. ¿Ha vuelto ya?
            —No, pero ya sabes cómo es. No se dará por vencida hasta encontrar esas vacas. ¿No la estabas ayudando?
            —Tuve que cambiarme de ropa después de que una rama que flotaba en el río asustara a mi caballo y éste me tirara aclaró Victorio, colorado por la mirada que le dirigía Gastón. Iré a dar otra vuelta.
            Rocío se encontró de repente a solas con Gastón. Había peones cerca, unos trabajaban con el ganado y otros estaban sentados alrededor de una hoguera, pero ninguno estaba lo bastante próximo para evitar que se sintiera a solas con él.
            Estaba nerviosa, y ahora ya no sólo por la caída.


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