El rebaño estaba cerca, así que el trayecto no era demasiado largo:
menos de kilómetro y medio. Mañana podría estar mucho más lejos. Victorio explicó
a Rocío que el ganado se desplazaba mucho, de un abrevadero a otro, hacia el
río y luego en dirección contraria. Era una suerte que estuviera cerca porque Rocío tuvo que ir a sentadillas a la grupa del caballo de Victorio, y la postura
era precaria, incluso enervante.
Al
aceptar la invitación de Victorio, no había tenido en cuenta los problemas que le
causaría la falda larga. Él tampoco. Pero se resistió a excusarse por eso. Se
habría sentido muy desilusionada si hubiera tenido que hacerlo, así que decidió
arreglárselas.
Rocío se sorprendió al ver el rebaño de Gimena. Había oído más de una vez que era
pequeño en comparación con otros, pero diseminado así para pastar, le pareció
que contenía una cantidad enorme de cabezas de ganado.
En
medio de él, había un animal extraño que le llamó la atención.
—¿Qué es eso? —preguntó.
Victorio no sabía a qué se refería, así que ella se lo señaló.
—Es Rally. —El capataz rió—.
No se ven demasiados bisontes por aquí; ya no quedan demasiadas manadas. Pero
esa hembra llegó un invierno, seguramente extraviada, y decidió quedarse. El
ganado lo tolera porque no causa problemas. Lleva aquí tanto tiempo que puede
que esté convencida de que es uno de ellos.
Rocío siguió observándolo. Aquella bisonte era casi el doble de grande que las demás
reses. Y fea. No había mejor palabra para describirla. Bueno, era fea en un
sentido majestuoso. No había visto nunca nada parecido y…
Ocurrió
demasiado rápido. Estaba montada la mar de bien y, de repente, la arrastraban
por el suelo. No debería haber quitado la mano de la espalda de Victorio para
señalar al bisonte. Debería haber prestado atención y ver que iban a cruzar una
pequeña zanja.
No
era muy ancha, pero debió de parecérselo al caballo, que decidió saltar y
desmontar a Rocío al hacerlo. Al menos había podido agarrar el brazo de Victorio al caer, aunque eso no le impidió aterrizar en el suelo. Sin embargo, Victorio fue
rápido y le agarró el antebrazo sin soltarla, así que aunque ya no estuviera
sobre el caballo, no cayó por completo al suelo. Recorrió un trecho arrastrada
mientras él intentaba detener al caballo, que empezó a describir círculos
debido a su peso, sumado al de Victorio, el cual se inclinaba hacia ella para
sujetarla mientras la acercaba a un costado del animal.
Rocío estaba de espaldas con las piernas estiradas, de modo que cuando el caballo por
fin se detuvo, lo más fácil era dejarla llegar al suelo. Fácil para él, pero
estar sentada junto a las patas de un caballo no daba a Rocío la impresión de
estar fuera de peligro. Pero no se puso de pie. Estaba demasiado aturdida.
Tenía el brazo como si se lo hubieran sacado del hombro. El sombrero enorme que
llevaba le había resbalado hacia delante y descolocado las gafas, que tenía torcidas
a mitad de la nariz. Y tosía del polvo que había levantado al arrastrar las
botas por el suelo.
—Vaya, ha ido de poco —exclamó Victorio mientras desmontaba, como si la hubiese sacado del apuro.
Había evitado que se diera un buen trompazo,
pero aún así se había caído y se había asustado muchísimo, de modo que todavía
no se sentía demasiado agradecida.
—Tal vez debería sacrificar a ese
caballo —logró gruñir a duras penas—. Hoy nos ha desmontado a los
dos. Lo más seguro es que ahora se crea que eso tiene gracia.
Unas
carcajadas le llegaron del otro lado; por desgracia, las reconoció y notó cómo
el color le subía a las mejillas.
—Iba a preguntarle si estaba bien
—exclamó Gastón, al tiempo que alargaba la mano para ayudarla a levantarse—,
pero si puede decir algo así, supongo que lo está.
Rocío no le agarró la mano, no enseguida. Había salido de la nada. Bueno, había oído
vagamente que otro caballo se les acercaba a toda velocidad. Pero eso
significaba que la había visto caer, así que su vergüenza era total. Ya creía
que era de lo más torpe. No tenía que reafirmar esa impresión.
Dedicó
un momento a ponerse bien las gafas y el sombrero antes de aceptar su mano. Y
él la levantó de un tirón. Por suerte le había alargado la mano izquierda,
porque todavía tenía el brazo derecho resentido y habría gritado si Gastón hubiera tirado de él así de fuerte. El caso es que se le volvió a descolocar el
sombrero, esta vez hacia tras. Se le enredó en el moño y se lo deshizo, no del
todo, pero lo suficiente para que ya no le sujetara con fuerza los cabellos.
Estaba
a punto de chillar en ese momento pero, finalmente, al mirar a Gastón y ver la
gracia que le hacía, logró contenerse.
—He admirado su bisonte demasiado
rato —se excusó, un poco tensa.
—No es mío —contestó Gastón,
que se había echado hacia atrás el sombrero—. Es de Gimena. Su tía permitió
a Rally quedarse. Si yo hubiera estado aquí entonces, la habría llevado a casa
para cenar.
Victorio empezó a reír por el doble sentido de Gastón. Si no lo hubiera hecho, a Rocío se
le habría escapado.
—Es demasiado fea para comérsela —señaló.
Eso
hizo que ambos hombres rieran de nuevo.
—No hace falta que sea bonita —explicó Victorio—. Pero los ganaderos prefieren el ganado. La carne de bisonte es
demasiado dura. Y Gastón sólo bromeaba. Protege a Rally tanto como Gimena. Cree que
si ese animal ha sobrevivido hasta ahora, se merece vivir el resto de sus días
en paz.
A Rocío le pareció que ese sentimiento era admirable, pero no iba a decirlo.
Seguía enfadada con Gastón por haberse reído de ella.
—¿Qué hace aquí? —preguntó
por fin Gastón a Victorio.
—Ha venido a ver a Gimena. ¿Ha
vuelto ya?
—No, pero ya sabes cómo es. No se
dará por vencida hasta encontrar esas vacas. ¿No la estabas ayudando?
—Tuve que cambiarme de ropa
después de que una rama que flotaba en el río asustara a mi caballo y éste me
tirara —aclaró Victorio, colorado por la mirada que le dirigía Gastón—.
Iré a dar otra vuelta.
Rocío se encontró de repente a solas con Gastón. Había peones cerca, unos trabajaban
con el ganado y otros estaban sentados alrededor de una hoguera, pero ninguno
estaba lo bastante próximo para evitar que se sintiera a solas con él.
Estaba
nerviosa, y ahora ya no sólo por la caída.

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