viernes, 18 de enero de 2013

Amor por Chantaje Capítulo 12


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Amor por Chantaje Capítulo 12


Tan pronto como se encontró en la carretera principal Gastón se dio cuenta de que no estaba en condiciones de conducir. Ahora que había dejado que todas sus emociones se desataran era un peligro para los demás y para su propia persona.
Maldiciéndose a sí mismo por lo que había hecho, se salió de la carretera y paró el coche en el arcén.
Había mentido sobre la urgencia de esa reunión. Era cierto que tenía que encontrarse con alguien, pero ese alguien era David Bryant y todavía quedaba bastante tiempo para que llegara la hora de su cita con él. El motivo de tal reunión era firmar el nuevo acuerdo que lo había hecho redactar.
—¿Quieres nombrar a Rocío y cualquier hijo que tenga como únicos herederos de todas tus propiedades? —le había preguntado sorprendido nada más enterarse de sus planes—. Estamos hablando de una cuantiosa herencia. ¿Estás seguro de que quieres que Rocío tenga control absoluto sobre ella? Lo normal en cantidades así es nombrar varios fiduciarios o establecer un fondo de fideicomiso.
—No hay nadie en quien confíe más que en Rocío —le había respondido Gastón con firmeza. Ella nunca podría imaginar lo que la noche anterior había provocado en él, el insoportable sentimiento de culpabilidad y los remordimientos que le había ocasionado… ¡y el placer! Un placer tan inmenso que le resultaba imposible medirlo. ¿Cómo podría medir algo que había anhelado durante tanto tiempo? Después de toda la noche sin pegar ojo, con las primeras luces de la mañana se había incorporado en la cama para observar a aquella bella durmiente. Aun durmiendo su rostro resplandecía con una leve sonrisa dibujada en los labios. Las lágrimas de satisfacción habían desaparecido, pero se podía apreciar el rastro de las mismas en sus mejillas. Debajo de las sábanas descansaba su cuerpo desnudo, y Gastón había tenido que resistir la tentación de levantarlas y acariciar aquella piel tersa y suave, solo por el placer de comprobar que estaba allí, a su lado.
Sabía que la había hecho disfrutar tanto como lo había hecho él; lo habría sabido aunque no hubiera derramado aquellas lágrimas ni se lo hubiera dicho entre gemidos, porque el modo en el que su cuerpo había respondido ante él hablaba por sí solo.
En realidad siempre había tenido la total seguridad de que habría mucho placer entre ellos; lo había sabido nada más ver a la increíble mujer en la que se había convertido la jovencita a la que tanto había recordado en esos cuatro años. Rocío lo había deseado siendo solo una adolescente, y lo había hecho con la inocencia y el ansia de alguien que se encontraba en pleno despertar sexual y él había sido consciente de ello, del mismo modo que lo había sido del hecho de que él también se sentía enormemente atraído por ella. Pero entonces Gastón ya era un adulto mientras que ella era poco más que una niña.
Cerró los ojos y respiró hondo.
Lo que le había dicho sobre querer tener un hijo por cuyas venas corriera la sangre del padre de Rocío era cierto, pero era solo una pequeña parte de la verdad.
John Atkins había sido un padre bueno y cariñoso, y también un hombre muy astuto que no había tardado en darse cuenta de la naturaleza de los sentimientos de su hija hacia Gastón.
—Cree que está enamorada de ti —le había dicho John en una sincera conversación de hombre a hombre que habían tenido poco tiempo antes de que Rocío cumpliera los dieciséis años.
—Lo sé —había coincidido Gastón—. Yo la quiero, John, pero sé que es demasiado joven como para…
—Gastón —lo había interrumpido su buen amigo inmediatamente—, no dudo de tus sentimientos pero, como padre de Rocío, quiero pedirte que me des tu palabra de que vas a darle el tiempo necesario para que crezca y viva lo suficiente antes de decirle que la quieres. Si de verdad la amas entenderás por qué te pido esto.
Por supuesto que lo había comprendido, aunque lo destrozaba la idea de tener que apartarse y ver cómo la chica que amaba se convertía en mujer junto a otro.
—Si Rocío y tú alguna vez os convertís en pareja —había continuado diciendo John Atkins emocionado—, y puedo prometerte que no habría nada en el mundo que me hiciera más feliz, tendría que ser como iguales; dos adultos que deciden libremente estar juntos. Y, por ahora, mi hija no tiene esa madurez, por mucho que crea estar locamente enamorada. Sé lo duro que va a ser para ti hacer lo que te pido, pero por el bien de Rocío y del amor que quizás compartáis algún día, ¿me prometes no decirle nada de lo que sientes hasta que cumpla veintiún años?
¡Para eso quedaban cinco años! Pero Gastón había comprendido perfectamente el motivo de tal petición, por eso había aceptado, sabiendo que él habría hecho lo mismo de estar en la situación de John.
Después de su muerte había decidido que tenía que proteger a su única hija porque se lo debía al que había sido su mentor además de su amigo. Al final las circunstancias no le habían dejado otra opción que la de casarse con Rocío.
Tras una verdadera agonía de indecisión, había optado por pedirle consejo a Henry Fairburn, el abogado de John Atkins. Éste le dijo que no podía romper la promesa que le había hecho al padre de Rocío y que de algún modo, tendría que encontrar las fuerzas para hacer creer que su matrimonio con ella era solo por cuestiones económicas y así ella siguiera teniendo la libertad de elegir con quién quería estar.
Pero entonces, al salir de la iglesia, cuando ella le había preguntado si estaba enamorado de alguien, Gastón se había dado cuenta de que Rocío había descubierto la verdad, sus ojos le habían dicho que sabía perfectamente cuál era la respuesta a su pregunta. La forma en la que había reaccionado le había dejado muy claro lo que sentía al respecto. No había una manera más obvia de expresar su rechazo hacia él que salir huyendo.
Lisa se había encargado de hostigarle por su decisión diciéndole que debía haberla dejado que jugara al amor con alguien de su edad porque seguramente acostarse con un hombre de verdad la había aterrado.
—Un hombre de verdad necesita una mujer de verdad —le había dicho poniéndole la mano en el hombro, de manera sugerente. Pero Gastón se había apartado de ella sin poder ocultar ni su desprecio por aquella mujer ni el dolor de haber perdido a Rocío.
El sentimiento de culpabilidad había sido lo único que le había impedido ir en su busca y hacerla volver. ¿Cómo podría obligarla a aceptar un amor que no deseaba y que la quería?
Cuando David Bryant le había hablado de la carta que había recibido, y aunque no tenía demasiadas esperanzas de que aquello pudiera salir bien, Gastón había empezado a hacer planes para…
¿Para qué? ¿Es que ni siquiera podía admitir ante sí mismo lo que había hecho? Quizás ya iba siendo hora de que lo hiciese. Había manipulado a Rocío de una manera maquiavélica para conseguir que volviera a su lado. El caso era que el resultado había excedido con mucho a las expectativas más optimistas que hubiera tenido en sus largas noches de soledad.
Cuando la había oído hablar de amor hacía solo unos minutos había sentido el impulso de estrecharla entre sus brazos y demostrarle que lo de la noche anterior no había sido más que una pequeña muestra de hasta dónde podían llegar los dos juntos. Pero lo que quería de ella era algo más que aquella declaración de amor inducida por el reciente placer físico. Lo que deseaba era su amor, un amor como el suyo propio, un amor que iba mucho más allá del mero acto sexual. Por supuesto era gratificante saber que ella también lo encontraba sexualmente atractivo, pero a la vez resultaba algo amargo porque no era su cuerpo lo que él quería sino su alma. ¿Cómo iba a ganársela después de lo que había hecho?
Ni siquiera en la soledad podía encontrar una explicación a su forma de reaccionar cuando el primer día ella había creído que Gastón quería el divorcio.
Claro que quería tener un hijo, y que ese hijo lo emparentara con John Atkins, pero había sido enormemente mezquino al utilizar eso como excusa para consumar su matrimonio…
No sabía qué había ocurrido, de repente todo se le había escapado de las manos y le había resultado mucho más difícil de lo previsto controlar sus sentimientos. El tener que enfrentarse a una mujer hecha y derecha en lugar de a una jovencita lo había hecho ver lo vulnerable que era. Por eso había tratado de mantener la mayor distancia posible; pasando mucho tiempo fuera de casa, durmiendo en su despacho… Pero la noche anterior había tirado por la borda todos aquellos intentos, acompañados de su autocontrol: había hecho justo lo que había prometido tantas veces que jamás haría.
Y ahora Rochi le decía que lo amaba pero no porque lo hiciera, desgraciadamente, sino porque él había sido su primer amante y para una mujer tan idealista y romántica como ella, eso significaba que tenía que convencerse a sí misma de que lo quería para justificar lo que le había entregado. Sin embargo, no había estado enamorada de él cuando había huido el día de su boda.
Gastón había visto el dolor en sus ojos hacía solo unos minutos y habría deseado abrazarla y confesarle lo que sentía por ella… No sabía qué era más doloroso si el amor o los remordimientos.
Abrió los ojos sin saber cuánto tiempo llevaba sentado allí, en el arcén de la carretera, pero tampoco le importaba. Si volvía a cerrarlos su mente se trasladaba inmediatamente al despacho de John Atkins, que ahora era el suyo. Era el día en el que Rocío cumplía los diecisiete años, aquella mañana al verlo llegar había bajado las escaleras corriendo y, llena de timidez, le había pedido un beso como regalo de cumpleaños; en ese momento Gastón se había dado cuenta de que iba a tener que pedir ayuda a John para que lo eximiera del cumplimiento de su promesa.
—Sé lo duro que es —le había dicho el señor Atkins después de que Gastón le explicara la situación—. Pero solo tiene diecisiete años.
—Es que no lo parece —había protestado él desesperado—. A veces me mira con los ojos de una mujer experimentada, sin embargo otras veces me mira con la inocencia de una niña.
—Y es esa inocencia la que te pido que protejas y respetes —le había dicho el padre de Rocío con ternura—. Si la quieres, desearás que te dé su amor como mujer, no como una chiquilla ingenua.
Gastón no había podido rebatir aquellas palabras porque sabía que eran ciertas.
—Nada podría cambiar lo que siento por ella —había asegurado con firmeza—. Por su bien haré lo que me pides.
—Te prometo que para mí es casi tan difícil como para ti —su tono de voz reflejaba la sinceridad con la que hablaba—. Cuando te digo que te quiero como a un hijo no exagero lo más mínimo; por eso nada me ocasionaría más placer que el verte casado con mi hija… y que me dierais un nieto. Pero Rochi es demasiado joven para verse cargada con el amor de un hombre, necesita tiempo y espacio para crecer como es debido.
Después de tanto tiempo, ahora Gastón se odiaba por lo que había hecho la noche anterior. Era como si sus propios sentimientos lo hubieran corrompido por dentro; el amor y el deseo incesante de estar con Rocío se habían contaminado al dejarse llevar de aquel modo. Sabía que aquel dolor nunca se apartaría de él, del mismo modo que sabía que nunca dejaría de amarla.

3 comentarios:

  1. ESTA EMAONRADO DE ELLA!! OSEA QUE LISA TIENE LA CULPA DE TODO LO QUE ESTA PASANDO!!! AHORA TIENEN QUE CONFESARSE TODOOOOOOOOOOOOOOO!!!!!!

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  2. Me muero de amor que lindo que Gas siempre la amara a Rochi
    muy bueno el cap espero el proximo

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  3. ahora mi vida tiene sentido! Amé el capitulo, amé que Gastón haya amado todo el tiempo a Rochi!

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