domingo, 20 de enero de 2013

Amor por Chantaje capítulo 13


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Amor por Chantaje Capítulo 13


Tan pronto como se encontró en la carretera principal Gastón se dio cuenta de que no estaba en condiciones de conducir. Ahora que había dejado que todas sus emociones se desataran era un peligro para los demás y para su propia persona.
Maldiciéndose a sí mismo por lo que había hecho, se salió de la carretera y paró el coche en el arcén.
Había mentido sobre la urgencia de esa reunión. Era cierto que tenía que encontrarse con alguien, pero ese alguien era David Bryant y todavía quedaba bastante tiempo para que llegara la hora de su cita con él. El motivo de tal reunión era firmar el nuevo acuerdo que lo había hecho redactar.
—¿Quieres nombrar a Rocío y cualquier hijo que tenga como únicos herederos de todas tus propiedades? —le había preguntado sorprendido nada más enterarse de sus planes—. Estamos hablando de una cuantiosa herencia. ¿Estás seguro de que quieres que Rocío tenga control absoluto sobre ella? Lo normal en cantidades así es nombrar varios fiduciarios o establecer un fondo de fideicomiso.
—No hay nadie en quien confíe más que en Rocío —le había respondido Gastón con firmeza. Ella nunca podría imaginar lo que la noche anterior había provocado en él, el insoportable sentimiento de culpabilidad y los remordimientos que le había ocasionado… ¡y el placer! Un placer tan inmenso que le resultaba imposible medirlo. ¿Cómo podría medir algo que había anhelado durante tanto tiempo? Después de toda la noche sin pegar ojo, con las primeras luces de la mañana se había incorporado en la cama para observar a aquella bella durmiente. Aun durmiendo su rostro resplandecía con una leve sonrisa dibujada en los labios. Las lágrimas de satisfacción habían desaparecido, pero se podía apreciar el rastro de las mismas en sus mejillas. Debajo de las sábanas descansaba su cuerpo desnudo, y Gastón había tenido que resistir la tentación de levantarlas y acariciar aquella piel tersa y suave, solo por el placer de comprobar que estaba allí, a su lado.
Sabía que la había hecho disfrutar tanto como lo había hecho él; lo habría sabido aunque no hubiera derramado aquellas lágrimas ni se lo hubiera dicho entre gemidos, porque el modo en el que su cuerpo había respondido ante él hablaba por sí solo.
En realidad siempre había tenido la total seguridad de que habría mucho placer entre ellos; lo había sabido nada más ver a la increíble mujer en la que se había convertido la jovencita a la que tanto había recordado en esos cuatro años. Rocío lo había deseado siendo solo una adolescente, y lo había hecho con la inocencia y el ansia de alguien que se encontraba en pleno despertar sexual y él había sido consciente de ello, del mismo modo que lo había sido del hecho de que él también se sentía enormemente atraído por ella. Pero entonces Gastón ya era un adulto mientras que ella era poco más que una niña.
Cerró los ojos y respiró hondo.
Lo que le había dicho sobre querer tener un hijo por cuyas venas corriera la sangre del padre de Rocío era cierto, pero era solo una pequeña parte de la verdad.
John Atkins había sido un padre bueno y cariñoso, y también un hombre muy astuto que no había tardado en darse cuenta de la naturaleza de los sentimientos de su hija hacia Gastón.
—Cree que está enamorada de ti —le había dicho John en una sincera conversación de hombre a hombre que habían tenido poco tiempo antes de que Rocío cumpliera los dieciséis años.
—Lo sé —había coincidido Gastón—. Yo la quiero, John, pero sé que es demasiado joven como para…
—Gastón —lo había interrumpido su buen amigo inmediatamente—, no dudo de tus sentimientos pero, como padre de Rocío, quiero pedirte que me des tu palabra de que vas a darle el tiempo necesario para que crezca y viva lo suficiente antes de decirle que la quieres. Si de verdad la amas entenderás por qué te pido esto.
Por supuesto que lo había comprendido, aunque lo destrozaba la idea de tener que apartarse y ver cómo la chica que amaba se convertía en mujer junto a otro.
—Si Rocío y tú alguna vez os convertís en pareja —había continuado diciendo John Atkins emocionado—, y puedo prometerte que no habría nada en el mundo que me hiciera más feliz, tendría que ser como iguales; dos adultos que deciden libremente estar juntos. Y, por ahora, mi hija no tiene esa madurez, por mucho que crea estar locamente enamorada. Sé lo duro que va a ser para ti hacer lo que te pido, pero por el bien de Rocío y del amor que quizás compartáis algún día, ¿me prometes no decirle nada de lo que sientes hasta que cumpla veintiún años?
¡Para eso quedaban cinco años! Pero Gastón había comprendido perfectamente el motivo de tal petición, por eso había aceptado, sabiendo que él habría hecho lo mismo de estar en la situación de John.
Después de su muerte había decidido que tenía que proteger a su única hija porque se lo debía al que había sido su mentor además de su amigo. Al final las circunstancias no le habían dejado otra opción que la de casarse con Rocío.
Tras una verdadera agonía de indecisión, había optado por pedirle consejo a Henry Fairburn, el abogado de John Atkins. Éste le dijo que no podía romper la promesa que le había hecho al padre de Rocío y que de algún modo, tendría que encontrar las fuerzas para hacer creer que su matrimonio con ella era solo por cuestiones económicas y así ella siguiera teniendo la libertad de elegir con quién quería estar.
Pero entonces, al salir de la iglesia, cuando ella le había preguntado si estaba enamorado de alguien, Gastón se había dado cuenta de que Rocío había descubierto la verdad, sus ojos le habían dicho que sabía perfectamente cuál era la respuesta a su pregunta. La forma en la que había reaccionado le había dejado muy claro lo que sentía al respecto. No había una manera más obvia de expresar su rechazo hacia él que salir huyendo.

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