jueves, 24 de enero de 2013

Amor por Chantaje Capítulo 15


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Amor por Chantaje Capítulo 15


—Sé que fue él el que creó la empresa, pero fue Gastón el que la convirtió en el éxito que es hoy en día —se notaba la admiración con la que hablaba de él—. Cuando me contrató apenas podía creer la suerte que tenía. Yo no tenía la formación ni la experiencia adecuadas —admitió con algo de rubor en el rostro mientras Rocío lo escuchaba en silencio—. La verdad es que no merecía la confianza que depositó en mí. La noche que nos conocimos yo estaba en un bar, empapando en alcohol mi desesperación. Natasha, mi mujer, era entonces mi novia y acababa de decirme que sus padres la habían amenazado con desheredarla si insistía en casarse conmigo. Los dos estábamos muy enamorados, aunque yo siempre supe que no era digno de ella, que pertenece a una familia rica y llena de ambiciones para ella —siguió relatando con cierta amargura—. Por supuesto esas ambiciones no incluían que se casara con un don nadie. Tasha decía una y otra vez que no importaba pero claro que importaba. Yo nunca podría darle la vida a la que estaba acostumbrada, ni el futuro que merecía. Si ni siquiera era capaz de encontrar un empleo… hasta que conocí a Gastón. Él me dio trabajo y me dejó tiempo libre para que pudiera hacer un máster; nos dejó, a Tasha y a mí, vivir en un apartamento en el edificio de las oficinas sin pagar alquiler alguno. Incluso fue a hablar con los padres de Tasha y, no sé qué les diría pero… —en ese momento se quedó callado y miró a Rocío avergonzado—. No sé por qué le estoy contando todo esto. Al fin y al cabo usted sabrá mejor que nadie qué tipo de persona es Gastón.
Hizo una pausa durante la cual ella no pudo decir ni palabra porque no conseguía salir del asombro.
—Una vez le pregunté por qué me había ayudado y me dijo que yo le recordaba cómo había sido él en otro tiempo, y todo lo que el señor Atkins había hecho por él. Dijo que quería imitar aquella buena obra en memoria de su padre, señora Barrington, y para demostrar lo agradecido que le estaba. Siempre decía que John Atkins le había enseñado el significado de la generosidad y el respeto por uno mismo.
Rocío notó cómo se le llenaban los ojos de lágrimas que amenazaban con desbordarse.
—Yo le daré a Gastón esos papeles, si le parece bien —le prometió, cuando estuvo segura de haber controlado el inminente llanto—. Pero antes le ofrezco que se tome un té conmigo.
—Muchísimas gracias, pero me temo que le he prometido a Tasha que estaría pronto en casa. Hoy es nuestro aniversario y ¡vamos a salir a cenar con sus padres!
Cuando el inesperado visitante se hubo marchado Rocío se quedó pensando en lo que le había contado. Le resultaba muy difícil odiar a Gastón después de haber visto ese lado compasivo que ella desconocía por completo.
Deseó con todas sus fuerzas que su padre pudiera estar allí para ayudarla y reconfortarla en aquellos momentos. Sabía cuánto había apreciado a Gastón, y la alta estima en que lo tenía en el terreno profesional.
De repente le vino a la cabeza la duda de si se habría quedado embarazada y de qué pasaría si no era así. Con un escalofrío tuvo que admitir que la idea de repetir lo sucedido la noche anterior no le provocaba ninguna repulsión. Ni mucho menos. Pero Gastón no la amaba y, según él, era imposible que ella lo amara a él.
Entonces… ¿en quién había estado pensando mientras acariciaba su cuerpo y lo poseía con innegable placer?
Volvió a notar cómo las lágrimas se agolpaban en sus ojos y volvió a luchar contra ellas.
De niña había llorado la pérdida del amor de su padre cuando él se había casado con Lisa. Ya de mujer, se negaba a volver a llorar la pérdida del amor de Gastón, que se lo iba a entregar a la misma mujer. ¡Ni hablar!
La sobresaltó el insistente sonido del timbre de la puerta. Estaba claro que aquel era el día de las visitas.
Abrió la puerta para encontrar al otro lado los rasgos de un visitante nada deseado.
—¡Lisa! —exclamó sin poder ocultar la sorpresa.
Su madrastra iba vestida de blanco de la cabeza a los pies, lo que sobresaltaba el bronceado caribeño de su piel. Sin saludar siquiera, pero sin dejar de mirarla, entró al vestíbulo.
—¿Dónde está Gastón? Necesito hablar con él. ¿Está en su despacho? —preguntó encaminándose hacia dicha habitación.
—No, no está allí —respondió Rocío intentando mantener la calma aunque lo cierto era que el mero hecho de ver a su madrastra en aquella casa la llenaba de rabia y tristeza.
—¿Dónde está entonces? —le preguntó con impaciencia.
—Ha ido a una cita de negocios —habría preferido no tener que contestar, de hecho le habría gustado saber que contaba con el apoyo de Gastón y haber echado a Lisa de su casa.
—¿Quieres decir que pasará la noche en Londres porque no soporta la idea de tener que dormir contigo? —intentó provocarla con su agresividad característica—. Es una pena que siempre me hayas tenido esa estúpida manía; de no haber sido así, podrías haber aprendido un par de cosas de mí. Como por ejemplo que no hay nada que odien más los hombres que una mujer que no sabe aceptar con dignidad que no la quieran. Y a ti Gastón no te quiere, Rocío; nunca te ha querido ni te ha deseado. Lo que sí quería era la empresa y, claro, ¿quién podría culparlo por ello? Desde luego yo no. Ya me advirtió Miranda que habías vuelto a él arrastrándote y lo cierto es que no me sorprendió. No te va a hacer ningún bien, lo sabes, ¿no?
Bueno, ya era más que suficiente. Rocío había dejado de ser la jovencita tímida que creía que tenía que ser educada con los mayores por muy ofensivos que estos fueran con ella. Ya era hora de que probara su propia medicina y desde luego Rocío estaba encantada de servírsela personalmente. Al fin y al cabo, ¿qué tenía que perder? Gastón ya le había asegurado que no la amaba. ¡Lo suyo era solo sexo!
Si castigando a Lisa también lo castigaba a él, pues mucho mejor. Se lo merecía, los dos lo merecían. No recordaba haberse sentido tan furiosa y tan dispuesta a atacar en toda su vida.
—En realidad fue Gastón y no yo el que insistió en darle una segunda oportunidad a nuestro matrimonio —empezó a decirle con fingida dulzura. Tenía que admitir que era un verdadero placer observar la expresión del rostro de Lisa a medida que le iba diciendo aquello—. Y no son solo mis acciones de la empresa lo que él quiere —continuó sin piedad, pero consciente de lo peligroso que podía llegar a ser el sentimiento de euforia que aquella venganza le estaba provocando.
—¡Pues no creo que sea tu cuerpo! —contraatacó Lisa sin amilanarse—. Si así fuera, ahora mismo estaría aquí contigo.
—Quizás deba ser él el que te cuente qué es lo que espera de nuestro matrimonio —sugirió Rocío sin perder la serenidad mientras observaba a su madrastra mirándola como si la estuviera viendo por primera vez.
—Gastón y yo jamás hablamos de ti o de vuestro matrimonio, tenemos cosas mucho más importantes de las que hablar.
Sintió cómo la abandonaba el autocontrol y la euforia se desvanecía dejando en su lugar un rastro de dolor.
—Ya —asintió amargamente—. Como por ejemplo la manera en la que ambos engañasteis a mi padre.
—Estás haciendo acusaciones que no puedes demostrar.
—No tengo por qué demostrar nada —espetó Rocío—. Gastón y tú ya os habéis encargado de hacerme ver lo ciertas que son. Vuestra relación…
—¿Te ha dicho Gastón que tenemos una relación? —la interrumpió Lisa que, por algún motivo parecía sorprendida, como si no pudiera creer lo que oía. Pero de pronto esbozó una sonrisa, quizás se alegrara de que alguien le reconociera haber sido la responsable de la ruptura de aquel matrimonio.
—No era necesario que me lo dijera, ya lo hiciste tú… el día de mi boda —le recordó Rocío llena de tristeza.
La sonrisa de Lisa se hizo aún más amplia.
—Es cierto. Pobrecita Rocío; eras tan ingenua, y tan tonta… Bueno, si Gastón está en la oficina, será mejor que vaya allí a verlo. Estoy segura de que se alegrará de verme en un sitio más íntimo —susurró provocadoramente—. Hace casi un mes que no me ve, y eso, para un hombre del apetito sexual de Gastón, es muchísimo tiempo. No lo espere despierta, señora Barrington.
Había salido triunfal por la puerta antes de que Rocío pudiera encontrar algo que responder.
Así que era cierto. Gastón seguía viéndose con Lisa. Todavía la amaba.
No iba a llorar, se dijo a sí misma con determinación. ¡No iba a llorar!

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