lunes, 28 de enero de 2013

Amor por Chantaje Capítulo 17

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Amor por Chantaje Capítulo 17


Después de eso su boca buscó los labios de él, devorándola con pequeños besos solo interrumpidos por los gemidos de placer.
No fue como la otra vez, sino más profundo, más dulce, más intenso. Porque esa vez Rocío no solo respondía a los movimientos de él, sino que participaba cada vez más desinhibida al ver la agonía de deseo con la que él recibía sus avances. Gastón necesitaba sus caricias y eso le proporcionaba a ella un indescriptible placer.
Solo cuando todo hubo acabado y se aseguró que estaba dormido se permitió llorar por lo que él no le había dado: su amor. Daba igual lo que se empeñara en decir sobre ella, Rocío no podía hacer nada para dejar de amarlo.
Había perdido la cuenta del tiempo que llevaba intentando no querer a aquel hombre, o al menos encontrar un motivo lógico para hacerlo; había buscado todas las razones habidas y por haber por las que no debía amarlo, pero su corazón simplemente se negaba a obedecer. Ni siquiera con el antídoto más fuerte lo había conseguido; ¡ni siquiera pensando en Lisa!
Dudó unos segundos después de aparcar el coche a la puerta de la casa al lado del de Gastón. El día anterior le había asegurado que, a partir de entonces, intentaría trabajar desde casa el mayor tiempo posible.
—Gracias a la tecnología moderna casi no necesito ir a Londres, además… —había lanzado una evidente mirada al estómago de Rocío, lo que había provocado en ella un enorme sentimiento de culpabilidad.
A veces tenía la sensación de que estaba derivando la conversación de modo que a ella no le quedara otro remedio que contarle su creciente sospecha de que ya estaba embarazada. Pero no quería hacerlo. Todavía no. Además, aún no era oficial; no era más que la sensación de llevar dentro una nueva vida. Era cierto que podría haberlo confirmado con toda facilidad, pero no se había decidido a hacerlo y ni siquiera quería analizar el porqué.
Empezaba a odiar lo que estaba haciendo en ella el amor que sentía por él. No le gustaba nada la mujer en la que se estaba convirtiendo. ¿Qué había sido de sus principios y de su orgullo?
Esa mañana Rocío había salido a dar un paseo por la ciudad y se había encontrado con Lulu, una vieja amiga del instituto. Habían tomado un café juntas y habían tenido una agradable conversación durante la que habían intercambiado anécdotas sobre los viejos tiempos. Lulu llevaba viviendo con su novio desde que habían acabado la universidad y acababan de ofrecerle un magnífico trabajo en Nueva York.
—Qué envidia —le había dicho a Rocío—. Tú has hecho las cosas justo al revés que yo, primero has visto mundo y después te has establecido con tu pareja. No puedo imaginar vivir sin Mac, pero quiero hacer algo con mi vida; quiero viajar y ver hasta dónde soy capaz de llegar.
—¿Y Mac no irá contigo?
—No creo —había contestado Lulu con tristeza—. Él quiere que nos casemos y tengamos hijos, mientras que para mí la idea de tener un bebé en estos momentos…
—¿Quieres mucho a Mac?
Solo con la mirada su amiga dejó muy claro lo que sentía por él.
—Tienes razón, me imagino que tendré que acostumbrarme a viajar en avión… y tendré que encontrar una buena niñera.
Se habían despedido con la promesa de verse de manera regular, Rocío se había ido a casa contenta de empezar a tener ciertas relaciones sociales en la ciudad.
—Se me ha ocurrido que podríamos salir a comer fuera —le propuso Gastón nada más verla entrar en casa mientras le quitaba las bolsas de la compra de las manos para empezar a colocarlo todo en su sitio.
—Yo… pensé que estarías trabajando —respondió ella algo confundida.
—Y lo estoy, pero puedo tomarme un par de horas libres. Dijiste que querías hacer algo con el jardín y me he acordado de que hay un centro de jardinería muy bueno a unos diez kilómetros de la ciudad.
Rocío se mordió el labio inferior mientras pensaba en la proposición. Era cierto que quería cambiar el jardín; era necesario retirar ciertas plantas ya que en poco tiempo habría un pequeño gateando por allí, y quería poner algún sitio donde pudiera jugar sin peligro.
Por otra parte, Gastón y ella no habían salido juntos desde la cena en Emporio poco después de llegar a la ciudad, y de eso hacía ya casi dos meses. Aunque Gastón cada vez pasaba más tiempo en casa.
—Hay un restaurante estupendo cerca del río, podríamos comer allí —siguió diciendo él.
Quizás si ella decía que no, iría a pedírselo a Lisa y eso no le hacía ninguna gracia… Rocío pensó que debería despreciarlo por lo que estaba haciendo con ella en lugar de… ¡No era lógico que sintiera lo que sentía! ¿Pero desde cuándo era lógico el amor?
—¿Cuándo tenías previsto salir? —le preguntó llena de impotencia.
—Ahora mismo —contestó al tiempo que se acercaba a ella—. ¿Estás lista?
Tenía la mano puesta en su brazo y la guiaba hacia la puerta, Rocío admitió que no podía negarse esa oportunidad de estar con él deseándolo tanto como lo deseaba.
—No, no quiero ningún estanque.
Notó cómo Gastón clavaba en ella su mirada al oírla rechazar la sugerencia del jardinero.
—Pero si te encantaba cuando el estanque que hay ahora estaba lleno de peces —le recordó él sorprendido.
—Sí —asintió Rocío mientras notaba cómo el color le subía a las mejillas—. Pero me parece que no es buena idea poner un estanque tan cerca de la casa —empezó a decir titubeante—. Creo que… bueno… podría ser peligroso para un niño pequeño.
—Claro —convino el jardinero inmediatamente—, no había pensado en eso, tiene toda la razón. Además hay muchas otras alternativas que no entrañan ningún peligro; como una fuente…
Aun con la vista fija en el disecador de jardines, Rocío podía sentir los ojos de Gastón fijos en ella; pero no dijo nada hasta que el otro hombre se hubo alejado para llevarles un catálogo.
—¿Hay algo que quieras contarme, Rochi? —le preguntó en voz muy baja.
—No —sabía que aquello había parecido que estaba a la defensiva—. Cuando tenga algo que decirte, te lo diré.
—De eso estoy seguro —reconoció con amabilidad—. Es obvio que no te arriesgarías a tener que acostarte conmigo de nuevo sin ser necesario… ¿Verdad?
Rocío le lanzó una mirada de indignación sin decir ni palabra. ¿Cómo podía atormentarla y burlarse de ella de aquel modo?
En las últimas semanas, Gastón había tomado la costumbre de irse a la cama cada vez más tarde, de modo que cuando llegaba ella estaba ya profundamente dormida. Pero Rocío sabía muy bien por qué lo hacía: no quería dormir con ella porque con quien quería estar realmente era con Lisa. No entendía por qué era tan cruel con ella; estaba claro que tenía que darse cuenta del daño que estaba haciéndole.
Después de la comida y de un largo paseo a orillas del río, además de la visita al vivero, Rocío se encontraba totalmente agotada. Había notado que últimamente cada vez se cansaba con más facilidad, tanto que muchas tardes después de comer se quedaba dormida en el jardín haciendo creer que tomaba el sol. Una vez en el coche no pudo reprimir un bostezo que, por supuesto, no se le escapó a Gastón.
—¿Cansada?
—Sí, es que me despiertas cuando vienes a dormir tan tarde —respondió ella creyendo que esquivaba el peligro.
—Si con eso estás dándome a entender que quieres que vaya antes a la cama…
—No —negó Rocío inmediatamente—. ¿Por qué iba a querer que hicieras algo así? Yo no soy la que te obligó a quedarte conmigo, Gastón.
Antes de darle tiempo para que contraatacara, Rocío se apresuró a salir del coche puesto que ya habían llegado a casa. En el jardín de al lado había un matrimonio jugando a la pelota con sus dos hijos y, al verlos, Rocío se acordó de pronto de los niños de Río y de las monjas con las que había convivido allí. Sin poder evitarlo, se encontró añorando la vida estable y sin sobresaltos y la serena sabiduría de la hermana María.
Rocío se despertó sobresaltada. Se había acostado un rato poco después de volver del centro de jardinería utilizando como excusa un incipiente dolor de cabeza. Cuando se levantó se dio una ducha y se vistió antes de bajar al salón. Sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarse a sus sospechas de estar embarazada y, cuando hubiera confirmado que así era, no le quedaría otro remedio que informar a Gastón.
Lo normal era que las parejas recibieran la noticia de un embarazo con alegría y con la seguridad de que ese bebé sería motivo de una mayor unión entre ellos, pero en su caso Rocío estaba segura de que el nacimiento del niño tendría justo el efecto contrario. Una vez que le hubiera dado el vástago que tanto deseaba, ella ya no tendría ninguna importancia para Gastón.
Al final del primer tramo de escaleras había una ventana que daba a la entrada de la casa; al pasar por ella se paró a mirar de manera automática, y lo que vio la dejó helada. Era su madrastra, que se acercaba a la puerta caminando sobre sus sandalias de enorme tacón.
Que ella supiera, Lisa no había vuelto a visitar la casa desde el día de la discusión.
Rocío dio un paso atrás para evitar ser vista. Unos segundos después oyó la puerta del despacho y los pasos de Gastón dirigiéndose a abrir la puerta.
—Lisa —dijo sin expresión alguna.
Desde la última confrontación con ella, Rocío no había hecho la menor mención a su madrastra, ni al papel que sabía había tenido en la vida de Gastón… y que sospechaba seguía teniendo. Aun así era como una enorme sombra que enturbiaba todos y cada uno de los aspectos de su convivencia. Muchas veces durante la noche, antes de que Gastón subiera a la cama, Rocío se atormentaba pensando que él no estaba junto a ella porque quería estar con Lisa.
Sabía que ella era el motivo por el que Gastón no la quería y por el que insistía en que lo que había entre ellos era solo sexo, sin embargo seguía amándolo con todo su corazón y seguía fantaseando con que ella, Rocío, tenía que significar algo para él, que no podía estar viviendo con ella si no fuera así.
—Sabía que estarías esperándome —oyó decir a Lisa con tono seductor y destrozándola a ella con un dolor que estaba a punto de romperla en dos.
Después oyó cerrarse la puerta del despacho, dejándolos a los dos juntos al otro lado, en la intimidad… Si cerraba los ojos podía verlos el uno al lado del otro, iluminados por los últimos rayos de sol que se colaban por las dos ventanas que había a cada lado de la chimenea de estilo clásico que tanto le gustaba a su padre. Tanto como el viejo escritorio en el que recordaba haberlo visto millones de veces, charlando con Gastón o trabajando en sus papeles; frente a ese escritorio se extendía el enorme sofá en el que ella se había tumbado a menudo, especialmente durante los meses que habían seguido a la muerte de su madre.
¿Estarían Gastón y Lisa tumbados ahora en ese mismo sofá, abrazándose y acariciándose…?
Aquello le daba ganas de gritar y llorar, de arrancarse el corazón que tanto la hacía sufrir porque era incapaz de dominarlo. Quería dejar de sentir, pero lo que más deseaba en el mundo era huir de Gastón, alejarse de él todo lo que le fuera posible, como había hecho cuatro años antes.
Pero ya no era una chiquilla que podía escapar de todo lo que la atormentara, era una mujer con responsabilidades a las que debía hacer frente. Mientras pensaba aquello su mano se posó sobre el estómago de manera automática y una lágrima le cayó por la mejilla.
Era la mujer de Gastón, se había casado con él libremente y ahora además llevaba dentro un hijo suyo. Entonces decidió que debía hacer que su niño fuera feliz, y debía hacerlo en esa casa, la casa que había sido de sus padres y donde ella había sido tan feliz en otro tiempo. Si para ello tenía que enfrentarse a Lisa y reclamar sus derechos como esposa de Gastón, no dudaría en hacerlo.
Quizás Lisa tenía su amor, ¡pero ella iba a tener a su hijo!

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