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Hace click en leer más para leer el capítulo...Amor por Chantaje Capítulo 17
Después de eso su boca
buscó los labios de él, devorándola con pequeños besos solo interrumpidos por
los gemidos de placer.
No fue como la otra vez,
sino más profundo, más dulce, más intenso. Porque esa vez Rocío no solo
respondía a los movimientos de él, sino que participaba cada vez más
desinhibida al ver la agonía de deseo con la que él recibía sus avances. Gastón
necesitaba sus caricias y eso le proporcionaba a ella un indescriptible placer.
Solo cuando todo hubo
acabado y se aseguró que estaba dormido se permitió llorar por lo que él no le
había dado: su amor. Daba igual lo que se empeñara en decir sobre ella, Rocío
no podía hacer nada para dejar de amarlo.
Había perdido la cuenta del
tiempo que llevaba intentando no querer a aquel hombre, o al menos encontrar un
motivo lógico para hacerlo; había buscado todas las razones habidas y por haber
por las que no debía amarlo, pero su corazón simplemente se negaba a obedecer.
Ni siquiera con el antídoto más fuerte lo había conseguido; ¡ni siquiera
pensando en Lisa!
Dudó unos segundos después
de aparcar el coche a la puerta de la casa al lado del de Gastón. El día
anterior le había asegurado que, a partir de entonces, intentaría trabajar
desde casa el mayor tiempo posible.
—Gracias a la tecnología
moderna casi no necesito ir a Londres, además… —había lanzado una evidente
mirada al estómago de Rocío, lo que había provocado en ella un enorme
sentimiento de culpabilidad.
A veces tenía la sensación
de que estaba derivando la conversación de modo que a ella no le quedara otro
remedio que contarle su creciente sospecha de que ya estaba embarazada. Pero no
quería hacerlo. Todavía no. Además, aún no era oficial; no era más que la
sensación de llevar dentro una nueva vida. Era cierto que podría haberlo
confirmado con toda facilidad, pero no se había decidido a hacerlo y ni
siquiera quería analizar el porqué.
Empezaba a odiar lo que
estaba haciendo en ella el amor que sentía por él. No le gustaba nada la mujer
en la que se estaba convirtiendo. ¿Qué había sido de sus principios y de su
orgullo?
Esa mañana Rocío había
salido a dar un paseo por la ciudad y se había encontrado con Lulu, una vieja
amiga del instituto. Habían tomado un café juntas y habían tenido una agradable
conversación durante la que habían intercambiado anécdotas sobre los viejos
tiempos. Lulu llevaba viviendo con su novio desde que habían acabado la
universidad y acababan de ofrecerle un magnífico trabajo en Nueva York.
—Qué envidia —le había
dicho a Rocío—. Tú has hecho las cosas justo al revés que yo, primero has visto
mundo y después te has establecido con tu pareja. No puedo imaginar vivir sin
Mac, pero quiero hacer algo con mi vida; quiero viajar y ver hasta dónde soy
capaz de llegar.
—¿Y Mac no irá contigo?
—No creo —había contestado
Lulu con tristeza—. Él quiere que nos casemos y tengamos hijos, mientras que
para mí la idea de tener un bebé en estos momentos…
—¿Quieres mucho a Mac?
Solo con la mirada su amiga
dejó muy claro lo que sentía por él.
—Tienes razón, me imagino
que tendré que acostumbrarme a viajar en avión… y tendré que encontrar una
buena niñera.
Se habían despedido con la
promesa de verse de manera regular, Rocío se había ido a casa contenta de
empezar a tener ciertas relaciones sociales en la ciudad.
—Se me ha ocurrido que
podríamos salir a comer fuera —le propuso Gastón nada más verla entrar en casa
mientras le quitaba las bolsas de la compra de las manos para empezar a
colocarlo todo en su sitio.
—Yo… pensé que estarías
trabajando —respondió ella algo confundida.
—Y lo estoy, pero puedo
tomarme un par de horas libres. Dijiste que querías hacer algo con el jardín y
me he acordado de que hay un centro de jardinería muy bueno a unos diez
kilómetros de la ciudad.
Rocío se mordió el labio
inferior mientras pensaba en la proposición. Era cierto que quería cambiar el
jardín; era necesario retirar ciertas plantas ya que en poco tiempo habría un
pequeño gateando por allí, y quería poner algún sitio donde pudiera jugar sin
peligro.
Por otra parte, Gastón y
ella no habían salido juntos desde la cena en Emporio poco después de llegar a
la ciudad, y de eso hacía ya casi dos meses. Aunque Gastón cada vez pasaba más
tiempo en casa.
—Hay un restaurante
estupendo cerca del río, podríamos comer allí —siguió diciendo él.
Quizás si ella decía que
no, iría a pedírselo a Lisa y eso no le hacía ninguna gracia… Rocío pensó que
debería despreciarlo por lo que estaba haciendo con ella en lugar de… ¡No era
lógico que sintiera lo que sentía! ¿Pero desde cuándo era lógico el amor?
—¿Cuándo tenías previsto
salir? —le preguntó llena de impotencia.
—Ahora mismo —contestó al
tiempo que se acercaba a ella—. ¿Estás lista?
Tenía la mano puesta en su
brazo y la guiaba hacia la puerta, Rocío admitió que no podía negarse esa
oportunidad de estar con él deseándolo tanto como lo deseaba.
—No, no quiero ningún
estanque.
Notó cómo Gastón clavaba en
ella su mirada al oírla rechazar la sugerencia del jardinero.
—Pero si te encantaba
cuando el estanque que hay ahora estaba lleno de peces —le recordó él
sorprendido.
—Sí —asintió Rocío mientras
notaba cómo el color le subía a las mejillas—. Pero me parece que no es buena
idea poner un estanque tan cerca de la casa —empezó a decir titubeante—. Creo
que… bueno… podría ser peligroso para un niño pequeño.
—Claro —convino el
jardinero inmediatamente—, no había pensado en eso, tiene toda la razón. Además
hay muchas otras alternativas que no entrañan ningún peligro; como una fuente…
Aun con la vista fija en el
disecador de jardines, Rocío podía sentir los ojos de Gastón fijos en ella;
pero no dijo nada hasta que el otro hombre se hubo alejado para llevarles un
catálogo.
—¿Hay algo que quieras
contarme, Rochi? —le preguntó en voz muy baja.
—No —sabía que aquello
había parecido que estaba a la defensiva—. Cuando tenga algo que decirte, te lo
diré.
—De eso estoy seguro
—reconoció con amabilidad—. Es obvio que no te arriesgarías a tener que
acostarte conmigo de nuevo sin ser necesario… ¿Verdad?
Rocío le lanzó una mirada
de indignación sin decir ni palabra. ¿Cómo podía atormentarla y burlarse de
ella de aquel modo?
En las últimas semanas,
Gastón había tomado la costumbre de irse a la cama cada vez más tarde, de modo
que cuando llegaba ella estaba ya profundamente dormida. Pero Rocío sabía muy
bien por qué lo hacía: no quería dormir con ella porque con quien quería estar
realmente era con Lisa. No entendía por qué era tan cruel con ella; estaba
claro que tenía que darse cuenta del daño que estaba haciéndole.
Después de la comida y de
un largo paseo a orillas del río, además de la visita al vivero, Rocío se
encontraba totalmente agotada. Había notado que últimamente cada vez se cansaba
con más facilidad, tanto que muchas tardes después de comer se quedaba dormida
en el jardín haciendo creer que tomaba el sol. Una vez en el coche no pudo
reprimir un bostezo que, por supuesto, no se le escapó a Gastón.
—¿Cansada?
—Sí, es que me despiertas
cuando vienes a dormir tan tarde —respondió ella creyendo que esquivaba el
peligro.
—Si con eso estás dándome a
entender que quieres que vaya antes a la cama…
—No —negó Rocío inmediatamente—.
¿Por qué iba a querer que hicieras algo así? Yo no soy la que te obligó a
quedarte conmigo, Gastón.
Antes de darle tiempo para
que contraatacara, Rocío se apresuró a salir del coche puesto que ya habían
llegado a casa. En el jardín de al lado había un matrimonio jugando a la pelota
con sus dos hijos y, al verlos, Rocío se acordó de pronto de los niños de Río y
de las monjas con las que había convivido allí. Sin poder evitarlo, se encontró
añorando la vida estable y sin sobresaltos y la serena sabiduría de la hermana
María.
Rocío se despertó
sobresaltada. Se había acostado un rato poco después de volver del centro de
jardinería utilizando como excusa un incipiente dolor de cabeza. Cuando se
levantó se dio una ducha y se vistió antes de bajar al salón. Sabía que tarde o
temprano tendría que enfrentarse a sus sospechas de estar embarazada y, cuando
hubiera confirmado que así era, no le quedaría otro remedio que informar a
Gastón.
Lo normal era que las
parejas recibieran la noticia de un embarazo con alegría y con la seguridad de
que ese bebé sería motivo de una mayor unión entre ellos, pero en su caso Rocío
estaba segura de que el nacimiento del niño tendría justo el efecto contrario.
Una vez que le hubiera dado el vástago que tanto deseaba, ella ya no tendría
ninguna importancia para Gastón.
Al final del primer tramo
de escaleras había una ventana que daba a la entrada de la casa; al pasar por
ella se paró a mirar de manera automática, y lo que vio la dejó helada. Era su
madrastra, que se acercaba a la puerta caminando sobre sus sandalias de enorme
tacón.
Que ella supiera, Lisa no
había vuelto a visitar la casa desde el día de la discusión.
Rocío dio un paso atrás
para evitar ser vista. Unos segundos después oyó la puerta del despacho y los
pasos de Gastón dirigiéndose a abrir la puerta.
—Lisa —dijo sin expresión
alguna.
Desde la última
confrontación con ella, Rocío no había hecho la menor mención a su madrastra,
ni al papel que sabía había tenido en la vida de Gastón… y que sospechaba
seguía teniendo. Aun así era como una enorme sombra que enturbiaba todos y cada
uno de los aspectos de su convivencia. Muchas veces durante la noche, antes de
que Gastón subiera a la cama, Rocío se atormentaba pensando que él no estaba
junto a ella porque quería estar con Lisa.
Sabía que ella era el
motivo por el que Gastón no la quería y por el que insistía en que lo que había
entre ellos era solo sexo, sin embargo seguía amándolo con todo su corazón y
seguía fantaseando con que ella, Rocío, tenía que significar algo para él, que
no podía estar viviendo con ella si no fuera así.
—Sabía que estarías
esperándome —oyó decir a Lisa con tono seductor y destrozándola a ella con un
dolor que estaba a punto de romperla en dos.
Después oyó cerrarse la
puerta del despacho, dejándolos a los dos juntos al otro lado, en la intimidad…
Si cerraba los ojos podía verlos el uno al lado del otro, iluminados por los
últimos rayos de sol que se colaban por las dos ventanas que había a cada lado
de la chimenea de estilo clásico que tanto le gustaba a su padre. Tanto como el
viejo escritorio en el que recordaba haberlo visto millones de veces, charlando
con Gastón o trabajando en sus papeles; frente a ese escritorio se extendía el
enorme sofá en el que ella se había tumbado a menudo, especialmente durante los
meses que habían seguido a la muerte de su madre.
¿Estarían Gastón y Lisa
tumbados ahora en ese mismo sofá, abrazándose y acariciándose…?
Aquello le daba ganas de
gritar y llorar, de arrancarse el corazón que tanto la hacía sufrir porque era
incapaz de dominarlo. Quería dejar de sentir, pero lo que más deseaba en el
mundo era huir de Gastón, alejarse de él todo lo que le fuera posible, como
había hecho cuatro años antes.
Pero ya no era una
chiquilla que podía escapar de todo lo que la atormentara, era una mujer con
responsabilidades a las que debía hacer frente. Mientras pensaba aquello su
mano se posó sobre el estómago de manera automática y una lágrima le cayó por
la mejilla.
Era la mujer de Gastón, se
había casado con él libremente y ahora además llevaba dentro un hijo suyo.
Entonces decidió que debía hacer que su niño fuera feliz, y debía hacerlo en
esa casa, la casa que había sido de sus padres y donde ella había sido tan
feliz en otro tiempo. Si para ello tenía que enfrentarse a Lisa y reclamar sus
derechos como esposa de Gastón, no dudaría en hacerlo.
Quizás Lisa tenía su amor,
¡pero ella iba a tener a su hijo!

ahhhh no lo puedes dejar asi subi el siguiente xfa esta muy interesante
ResponderEliminarsubi el próximo, no me lo podes dejar así
ResponderEliminarprofavor subi el proximo capp!!!
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