jueves, 10 de enero de 2013

Amor por chantaje capítulo 8


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Amor por Chantaje Capítulo 8


En la estrechez del ascensor Gastón le rozó el brazo provocándole un calambre que recorrió su cuerpo de arriba abajo. Aquello hizo que Rocío se preguntara cómo demonios iba a engendrar un hijo con él cuando ni siquiera soportaba que la tocara. Se las había arreglado para aguantar el beso que le había dado la noche anterior, pero el sueño que había tenido después… Ahí no parecía que estuviera costándole ningún esfuerzo estar con él.
—¡No! —exclamó de pronto intentando alejar aquellos pensamientos de su cabeza.
—¿Qué ocurre? —le preguntó Gastón alarmado—. ¿Te encuentras mal otra vez? Realmente creo que deberíamos ir al médico, puede que tengas algún virus.
—Estoy bien —farfulló ella justo cuando se abrían las puertas del ascensor. De pronto le rondó por la cabeza la posibilidad de cambiar de opinión; todavía estaba a tiempo de decir que no era lo bastante fuerte para llevar a cabo ese sacrificio y entonces podría volver a Río. Sin embargo, aunque habría deseado con todas sus fuerzas alejarse de allí en ese mismo momento, sabía que nunca se habría perdonado a sí misma un comportamiento tan egoísta.
En la oficina del abogado los recibió una mujer que parecía conocer bien a Gastón.
—David no tardará nada —les dijo amablemente—. No quería marcharse porque sabía que ibais a venir, pero le han llamado para un caso urgente.
Se volvió sonriente hacía Rocío como si estuviera disculpándose. Ambas mujeres tendrían aproximadamente la misma edad; la recepcionista tenía el pelo castaño y estaba embarazada, lo que hizo que Rocío retirara la mirada con nerviosismo.
—¡Aquí estás, cariño! —dijo entonces la mujer cuando se abrió la puerta y apareció un hombre-. Le estaba explicando a Gastón que habías tenido que marcharte.
Al verlos darse un beso Rocío se fijó en que ambos llevaban anillo de casados, así que dedujo que serían marido y mujer, justo cuando Gastón los presentó como David y Charlotte Bryant.
—Encantado de conocerla, señora Barrington —la saludó David Bryant estrechándole la mano—. He oído hablar muchísimo de usted. Mi tío Henry la quería mucho y, por supuesto, era muy amigo de su padre. Mi madre me ha contado muchas cosas de él y de usted. Sé lo que habría significado para él saber que Gastón y usted… han decidido… que se han reconciliado —se quedó callado visiblemente incómodo por lo que acababa de decir, pero Rocío lo hizo sentir mejor al pedirle que la tuteara; aunque la fastidiaba que Gastón hubiera estado tan seguro de que iba a aceptar su plan como para contarle a su abogado que se habían «reconciliado».
No debía olvidar que era un experto manipulador.
—Sí —intervino Charlotte Bryant—. La madre de David habla mucho del señor Igarzabal y de Gastón, le está muy agradecida por todo lo que hizo cuando Henry tuvo aquel terrible ataque cardiaco y estuvo tantas horas en el hospital junto a él.
—Era lo mínimo que podía hacer —respondió Gastón sin mucha efusividad, como si no le apeteciera hablar del tema.
Rocío sintió un escalofrío. Si Henry no hubiera tenido ese ataque al corazón, ¿habría salido Gastón tras ella para evitar que se marchara? Siempre había pensado que la había dejado irse porque su marcha le era indiferente, o incluso se había sentido aliviado, pero ahora parecía que estaba equivocada. ¿Estaría equivocada en algo más?
Era obvio que Charlotte y David Bryant apreciaban mucho a Gastón, sin embargo ellos no lo conocían tan bien como ella.
—Bueno… ¿qué te parece si lo celebramos con una copa de champán? —sugirió él nada más salieron del edificio—. No estamos lejos de un restaurante estupendo, y es la hora de la comida…
—Puede que tú tengas algo que celebrar, pero yo no —contestó Rocío airada por su ocurrencia.
—¿Ah, no? Acabo de firmar un documento legal por el que me comprometo a donar un millón de libras a tu organización benéfica, yo creo que ese es motivo más que suficiente para una celebración —le dijo Gastón mientras la agarraba del brazo.
Rocío trató de alejarse pero él no se lo permitió.
—Puede que en otras circunstancias… pero dado que acabo de venderte mi cuerpo a cambio de ese dinero…
Se quedó unos segundos mirándola sin decir nada pero con esa mirada parecía estar lanzándole una advertencia.
—Tú querías mucho a tu padre, ¿verdad, Rochi? —le preguntó con tristeza.
—Sabes que sí.
—Entonces, ¿qué crees que le habría parecido la idea de que, sus genes, los de tu madre y los tuyos fueran a pasar a una nueva generación?
Rocío tardó unos segundos en sobreponerse a la extraña emoción que le había provocado aquella pregunta y, cuando lo hizo, su voz sonó temblorosa y entrecortada.
—¿Cómo puedes hacerme esto, Gastón? ¿Cómo te atreves a utilizar a mi padre para chantajearme?
—Estás acusándome todo el tiempo, deberías tener cuidado para que yo no empiece a hacer lo mismo.
—¿De qué me ibas a acusar tú? —lo desafió ella sin miedo alguno, pero en lugar de contestar, le dijo con calma:
—Ya que no quieres comer, podríamos ir de compras a ver si encontramos algo de ropa para ti.
—No quiero ropa nueva —empezó a decir ella, pero Gastón no estaba haciéndole caso sino que estaba intentando parar un taxi.
Como todavía la tenía agarrada del brazo, tuvo que acercarse a él para dejar que pasara un grupo de gente; al hacerlo pudo sentir la suavidad de su traje y, al mirarlo, percibió el aura de poder que siempre había tenido, pero que ahora era mucho más evidente. Era un poder que le daba cierto miedo, aunque lo que más miedo le daba era ella misma.
—Y recuerda una cosa —le dijo justo cuando consiguió que un taxi parara—, a partir de esta noche dormirás en mi cama.
Rocío, perdió la mirada en las calles mientras pedía al cielo que se quedara embarazada rápidamente. Ojalá bastara con acostarse con él una sola vez.
El motivo de tal petición no era que le diera miedo el sexo; no estaba en la época victoriana cuando virginidad era sinónimo de desconocimiento. Además, en Río había hablado con niños y niñas que se habían visto obligados a vender su cuerpo para sobrevivir y que le habían contado explícitamente lo que solían pedirles. Si dándole un hijo a Gastón podía salvar a uno de esos niños…
El hijo de Gastón y ella. De forma inconsciente, Rocío se volvió a mirarlo y, al igual que había hecho ella solo unos segundos antes, estaba concentrado en lo que había al otro lado de la ventanilla del coche. Se aclaró la garganta para decirle algo, pero no tuvo oportunidad de hacerlo porque habían llegado a su destino.
—No, no, esto es más que suficiente —protestó Rocío desesperada al ver la cantidad de prendas que le había traído la dependienta de la boutique.
Aunque al principio se había visto tentada por el diseño y la abundancia de prendas, ahora sentía una especie de náusea que le recordaba a lo que sentía de niña después de comer demasiado helado. Por muy bonito que fuese todo aquello, su conciencia estaba haciéndola sentir culpable al pensar en la de niños que se podrían alimentar con el dinero que se iba a gastar allí.
Se miró en el espejo para ver los vaqueros que acababa de ponerse. La dependienta le estaba explicando cómo el diseño de aquellos pantalones estaba pensado para ajustarse y resaltar las curvas femeninas y Gastón debía de estar de acuerdo porque no dejaba de mirarla; o quizás estuviera pensando que aquellos tejanos eran demasiado sexys para una mujer como ella.
—No me veo con ellos —murmuró ella dubitativa.
—¿Por qué no? —le preguntó Gastón extrañado—. A mí me parece que te quedan muy bien.
Pero Rocío no vio en él más que un gesto de menosprecio, seguramente porque Lisa siempre vestía a la moda y con ropa muy sexy; debía de estar comparándola con ella, que se sentía incómoda con unos simples vaqueros.
¿Pensaría que vistiéndola de aquel modo iba a resultarle más atractiva más parecida al tipo de mujeres que a él le gustaban?
Rocío nunca olvidaría los comentarios de desprecio que le había hecho Lisa el día de su boda y, quizás esos comentarios habían sido la causa de que desde entonces, siempre hubiera preferido la ropa ancha que ocultara su figura más que resaltarla.
De pronto se dio cuenta de que, hasta que decidió que quería tener un hijo con ella, Gastón nunca había mostrado el menor interés físico por ella. Antes de su boda ni siquiera la había besado de verdad… Sin embargo ahora quería comprarle ropa que exaltara sus cualidades femeninas. ¿Por qué? ¿Por qué así le sería más fácil acostarse con ella? ¿Por qué la haría parecerse más a Lisa?
—No —insistió ella dirigiéndose a la dependienta—. Son demasiado caros y no creo que fuera a ponérmelos mucho.
—Nos los llevamos —intervino Gastón zanjando la cuestión—. Si es por tu conciencia social —dijo mirando a Rocío con una sonrisa en los labios—, déjame que te recuerde que es mi dinero lo que vamos a gastarnos.
—¿Tu dinero? —repitió ella enfadada—. Pues déjame que te recuerde yo a ti que puedo comprarme mi propia ropa. Aunque no era mucho, en Río recibía un sueldo por el trabajo que hacía.
Antes de poder oír aquello la dependienta se había alejado de ellos con total discreción.
—Ya sé que puedes hacerlo —admitió Gastón—. Pero creo que un marido puede concederle a su esposa ciertos caprichos.
—Si lo que quieres es darme un «capricho» —respondió ella con soberbia—, hay otras cosas que me harían más ilusión.
—No has cambiado nada, Rochi —la sonrisa que había en sus labios se hizo aún más amplia y luminosa—. Me acuerdo de lo sorprendido que se quedó tu padre, y lo furiosa que se puso Lisa, aquella vez que insististe en que, en lugar de comprarte un vestido para la fiesta de Navidad, comprara comida para unos caballitos que habían dejado abandonados cerca del pueblo.
Rocío notó cómo se le llenaban los ojos de lágrimas al recordar aquello. A su padre le había encantado que se preocupara tanto por esos animales y al final, ante la insistencia de Lisa, había comprado la comida pero también un vestido horroroso lleno de lazos rosas que había elegido su madrastra sin darse cuenta, o sin querer darse cuenta, de que ya era una adolescente.
Lisa otra vez. ¿Estaría Gastón pensando en ella en ese mismo instante? ¿Desearía estar comprándole ropa a ella en lugar de a Rocío?
—De todas maneras —dijo antes de que sus pensamientos se apoderaran de ella por completo—, no sería muy lógico comprar ahora toda esta ropa —Gastón la miró confundido y ella se sonrojó ante la idea de tener que darle aquella explicación—. Estas cosas son bastante ajustadas y… bueno… probablemente dentro de nada tenga que buscar prendas un poco más anchas —al ver su sonrisa al darse cuenta de a qué se estaba refiriendo, Rocío se sintió aún más incómoda.
—Si te refieres a que pronto necesitarás ropa de premamá, tienes razón —asintió sin ocultar cuánto se estaba divirtiendo—. Pero creo que nuestra reconciliación ya va a ocasionar suficiente curiosidad sin que parezca que estás embarazada —entonces la miró de soslayo y añadió con dulzura—: He de decir que me has sorprendido; no pensaba que te apeteciera tanto llevar a cabo nuestro acuerdo.
—¡No es eso lo que quería decir! —protestó ella tan rápido como pudo. No podía creer que se atreviera a bromear con ese tema—. Es solo que no quiero ver cómo tiras el dinero en ropa que…
—¿Te sentirás mejor si te digo que por cada libra que gastes, daré otra a ese refugio?
Rocío se quedó boquiabierta pero reaccionó inmediatamente. No quería verlo de aquel modo, no quería recordar lo maravilloso y especial que una vez había pensado que era.
—Eso es soborno —dijo para paliar su momentánea debilidad.
—Bueno, tú decides —respondió él sin darle mayor importancia—. Pero piensa que cuanto menos te gastes en ti, menos recibirán esos niños.
¿Habría algo que no fuera capaz de hacer con tal de salirse con la suya? El caso era que, al salir de la tienda, Rocío tenía un vestuario totalmente renovado y un increíble sentimiento de culpabilidad; aunque también pensó en que los niños brasileños iban a disfrutar de una buena cantidad de dinero extra.
—Me imagino que tampoco ahora querrás celebrar nuestras adquisiciones en Soda Fountain —mencionó Gastón nada más salir de la boutique.
Por alguna razón, el mero hecho de escuchar el nombre de aquel lugar al que tantas veces había ido con su padre la llenó de una emoción tal que la dejó parada en mitad de la calle. Solo por un instante deseó que las cosas fueran diferentes: que Gastón y ella estuvieran haciendo un verdadero esfuerzo por empezar de nuevo y que ese hijo que planeaban tener fuera el fruto del amor y el entendimiento que había surgido entre ellos.
¿Qué diablos le pasaba? ¿Es que la sola mención de Soda Fountain bastaba para que olvidara la traición de la que había sido víctima? No podía ser cierto que fuera una mujer tan débil y vulnerable.
Levantó la cabeza llena de orgullo y respondió con una sonrisa:
—La verdad es que no creo que un tentempié lleno de calorías vaya bien con la ropa tan ajustada que acabamos de comprar.
—Sin embargo yo creo que no te vendría nada mal engordar un poco.
¡Por supuesto que pensaba eso! Lisa era mucho más voluptuosa que ella.
—Bueno, si te sales con la tuya, lo haré pronto —respondió Rocío y, acto seguido empezó a arderle la cara por el rubor.
Gastón la miró durante unos segundos esbozando una pícara sonrisa.
—Si eso es una sugerencia…
Rocío lo interrumpió al instante negando con la cabeza.
—El día que te sugiera que me lleves a la cama —le dijo con furia—, será…
—Ten cuidado, Rochi —respondió él suavemente—. Ya te he advertido del peligro de ponerme a prueba.

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