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Amor por Chantaje Capítulo 8
En la estrechez del
ascensor Gastón le rozó el brazo provocándole un calambre que recorrió su
cuerpo de arriba abajo. Aquello hizo que Rocío se preguntara cómo demonios iba
a engendrar un hijo con él cuando ni siquiera soportaba que la tocara. Se las
había arreglado para aguantar el beso que le había dado la noche anterior, pero
el sueño que había tenido después… Ahí no parecía que estuviera costándole
ningún esfuerzo estar con él.
—¡No! —exclamó de pronto
intentando alejar aquellos pensamientos de su cabeza.
—¿Qué ocurre? —le preguntó
Gastón alarmado—. ¿Te encuentras mal otra vez? Realmente creo que deberíamos ir
al médico, puede que tengas algún virus.
—Estoy bien —farfulló ella
justo cuando se abrían las puertas del ascensor. De pronto le rondó por la
cabeza la posibilidad de cambiar de opinión; todavía estaba a tiempo de decir
que no era lo bastante fuerte para llevar a cabo ese sacrificio y entonces
podría volver a Río. Sin embargo, aunque habría deseado con todas sus fuerzas
alejarse de allí en ese mismo momento, sabía que nunca se habría perdonado a sí
misma un comportamiento tan egoísta.
En la oficina del abogado
los recibió una mujer que parecía conocer bien a Gastón.
—David no tardará nada —les
dijo amablemente—. No quería marcharse porque sabía que ibais a venir, pero le
han llamado para un caso urgente.
Se volvió sonriente hacía
Rocío como si estuviera disculpándose. Ambas mujeres tendrían aproximadamente
la misma edad; la recepcionista tenía el pelo castaño y estaba embarazada, lo
que hizo que Rocío retirara la mirada con nerviosismo.
—¡Aquí estás, cariño! —dijo
entonces la mujer cuando se abrió la puerta y apareció un hombre-. Le estaba
explicando a Gastón que habías tenido que marcharte.
Al verlos darse un beso
Rocío se fijó en que ambos llevaban anillo de casados, así que dedujo que
serían marido y mujer, justo cuando Gastón los presentó como David y Charlotte
Bryant.
—Encantado de conocerla,
señora Barrington —la saludó David Bryant estrechándole la mano—. He oído
hablar muchísimo de usted. Mi tío Henry la quería mucho y, por supuesto, era
muy amigo de su padre. Mi madre me ha contado muchas cosas de él y de usted. Sé
lo que habría significado para él saber que Gastón y usted… han decidido… que
se han reconciliado —se quedó callado visiblemente incómodo por lo que acababa
de decir, pero Rocío lo hizo sentir mejor al pedirle que la tuteara; aunque la
fastidiaba que Gastón hubiera estado tan seguro de que iba a aceptar su plan
como para contarle a su abogado que se habían «reconciliado».
No debía olvidar que era un
experto manipulador.
—Sí —intervino Charlotte
Bryant—. La madre de David habla mucho del señor Igarzabal y de Gastón, le está
muy agradecida por todo lo que hizo cuando Henry tuvo aquel terrible ataque
cardiaco y estuvo tantas horas en el hospital junto a él.
—Era lo mínimo que podía
hacer —respondió Gastón sin mucha efusividad, como si no le apeteciera hablar
del tema.
Rocío sintió un escalofrío.
Si Henry no hubiera tenido ese ataque al corazón, ¿habría salido Gastón tras
ella para evitar que se marchara? Siempre había pensado que la había dejado
irse porque su marcha le era indiferente, o incluso se había sentido aliviado,
pero ahora parecía que estaba equivocada. ¿Estaría equivocada en algo más?
Era obvio que Charlotte y
David Bryant apreciaban mucho a Gastón, sin embargo ellos no lo conocían tan
bien como ella.
—Bueno… ¿qué te parece si
lo celebramos con una copa de champán? —sugirió él nada más salieron del
edificio—. No estamos lejos de un restaurante estupendo, y es la hora de la
comida…
—Puede que tú tengas algo
que celebrar, pero yo no —contestó Rocío airada por su ocurrencia.
—¿Ah, no? Acabo de firmar
un documento legal por el que me comprometo a donar un millón de libras a tu
organización benéfica, yo creo que ese es motivo más que suficiente para una
celebración —le dijo Gastón mientras la agarraba del brazo.
Rocío trató de alejarse
pero él no se lo permitió.
—Puede que en otras
circunstancias… pero dado que acabo de venderte mi cuerpo a cambio de ese
dinero…
Se quedó unos segundos
mirándola sin decir nada pero con esa mirada parecía estar lanzándole una
advertencia.
—Tú querías mucho a tu
padre, ¿verdad, Rochi? —le preguntó con tristeza.
—Sabes que sí.
—Entonces, ¿qué crees que
le habría parecido la idea de que, sus genes, los de tu madre y los tuyos
fueran a pasar a una nueva generación?
Rocío tardó unos segundos
en sobreponerse a la extraña emoción que le había provocado aquella pregunta y,
cuando lo hizo, su voz sonó temblorosa y entrecortada.
—¿Cómo puedes hacerme esto,
Gastón? ¿Cómo te atreves a utilizar a mi padre para chantajearme?
—Estás acusándome todo el
tiempo, deberías tener cuidado para que yo no empiece a hacer lo mismo.
—¿De qué me ibas a acusar
tú? —lo desafió ella sin miedo alguno, pero en lugar de contestar, le dijo con
calma:
—Ya que no quieres comer,
podríamos ir de compras a ver si encontramos algo de ropa para ti.
—No quiero ropa nueva
—empezó a decir ella, pero Gastón no estaba haciéndole caso sino que estaba
intentando parar un taxi.
Como todavía la tenía
agarrada del brazo, tuvo que acercarse a él para dejar que pasara un grupo de
gente; al hacerlo pudo sentir la suavidad de su traje y, al mirarlo, percibió
el aura de poder que siempre había tenido, pero que ahora era mucho más
evidente. Era un poder que le daba cierto miedo, aunque lo que más miedo le
daba era ella misma.
—Y recuerda una cosa —le
dijo justo cuando consiguió que un taxi parara—, a partir de esta noche
dormirás en mi cama.
Rocío, perdió la mirada en
las calles mientras pedía al cielo que se quedara embarazada rápidamente. Ojalá
bastara con acostarse con él una sola vez.
El motivo de tal petición
no era que le diera miedo el sexo; no estaba en la época victoriana cuando
virginidad era sinónimo de desconocimiento. Además, en Río había hablado con
niños y niñas que se habían visto obligados a vender su cuerpo para sobrevivir
y que le habían contado explícitamente lo que solían pedirles. Si dándole un
hijo a Gastón podía salvar a uno de esos niños…
El hijo de Gastón y ella.
De forma inconsciente, Rocío se volvió a mirarlo y, al igual que había hecho
ella solo unos segundos antes, estaba concentrado en lo que había al otro lado
de la ventanilla del coche. Se aclaró la garganta para decirle algo, pero no
tuvo oportunidad de hacerlo porque habían llegado a su destino.
—No, no, esto es más que
suficiente —protestó Rocío desesperada al ver la cantidad de prendas que le
había traído la dependienta de la boutique.
Aunque al principio se
había visto tentada por el diseño y la abundancia de prendas, ahora sentía una
especie de náusea que le recordaba a lo que sentía de niña después de comer
demasiado helado. Por muy bonito que fuese todo aquello, su conciencia estaba
haciéndola sentir culpable al pensar en la de niños que se podrían alimentar
con el dinero que se iba a gastar allí.
Se miró en el espejo para
ver los vaqueros que acababa de ponerse. La dependienta le estaba explicando
cómo el diseño de aquellos pantalones estaba pensado para ajustarse y resaltar
las curvas femeninas y Gastón debía de estar de acuerdo porque no dejaba de
mirarla; o quizás estuviera pensando que aquellos tejanos eran demasiado sexys
para una mujer como ella.
—No me veo con ellos
—murmuró ella dubitativa.
—¿Por qué no? —le preguntó
Gastón extrañado—. A mí me parece que te quedan muy bien.
Pero Rocío no vio en él más
que un gesto de menosprecio, seguramente porque Lisa siempre vestía a la moda y
con ropa muy sexy; debía de estar comparándola con ella, que se sentía incómoda
con unos simples vaqueros.
¿Pensaría que vistiéndola
de aquel modo iba a resultarle más atractiva más parecida al tipo de mujeres
que a él le gustaban?
Rocío nunca olvidaría los
comentarios de desprecio que le había hecho Lisa el día de su boda y, quizás
esos comentarios habían sido la causa de que desde entonces, siempre hubiera
preferido la ropa ancha que ocultara su figura más que resaltarla.
De pronto se dio cuenta de
que, hasta que decidió que quería tener un hijo con ella, Gastón nunca había
mostrado el menor interés físico por ella. Antes de su boda ni siquiera la
había besado de verdad… Sin embargo ahora quería comprarle ropa que exaltara
sus cualidades femeninas. ¿Por qué? ¿Por qué así le sería más fácil acostarse
con ella? ¿Por qué la haría parecerse más a Lisa?
—No —insistió ella
dirigiéndose a la dependienta—. Son demasiado caros y no creo que fuera a
ponérmelos mucho.
—Nos los llevamos
—intervino Gastón zanjando la cuestión—. Si es por tu conciencia social —dijo
mirando a Rocío con una sonrisa en los labios—, déjame que te recuerde que es
mi dinero lo que vamos a gastarnos.
—¿Tu dinero? —repitió ella
enfadada—. Pues déjame que te recuerde yo a ti que puedo comprarme mi propia
ropa. Aunque no era mucho, en Río recibía un sueldo por el trabajo que hacía.
Antes de poder oír aquello
la dependienta se había alejado de ellos con total discreción.
—Ya sé que puedes hacerlo
—admitió Gastón—. Pero creo que un marido puede concederle a su esposa ciertos
caprichos.
—Si lo que quieres es darme
un «capricho» —respondió ella con soberbia—, hay otras cosas que me harían más
ilusión.
—No has cambiado nada,
Rochi —la sonrisa que había en sus labios se hizo aún más amplia y luminosa—.
Me acuerdo de lo sorprendido que se quedó tu padre, y lo furiosa que se puso
Lisa, aquella vez que insististe en que, en lugar de comprarte un vestido para
la fiesta de Navidad, comprara comida para unos caballitos que habían dejado
abandonados cerca del pueblo.
Rocío notó cómo se le
llenaban los ojos de lágrimas al recordar aquello. A su padre le había
encantado que se preocupara tanto por esos animales y al final, ante la
insistencia de Lisa, había comprado la comida pero también un vestido horroroso
lleno de lazos rosas que había elegido su madrastra sin darse cuenta, o sin
querer darse cuenta, de que ya era una adolescente.
Lisa otra vez. ¿Estaría
Gastón pensando en ella en ese mismo instante? ¿Desearía estar comprándole ropa
a ella en lugar de a Rocío?
—De todas maneras —dijo
antes de que sus pensamientos se apoderaran de ella por completo—, no sería muy
lógico comprar ahora toda esta ropa —Gastón la miró confundido y ella se
sonrojó ante la idea de tener que darle aquella explicación—. Estas cosas son
bastante ajustadas y… bueno… probablemente dentro de nada tenga que buscar
prendas un poco más anchas —al ver su sonrisa al darse cuenta de a qué se
estaba refiriendo, Rocío se sintió aún más incómoda.
—Si te refieres a que
pronto necesitarás ropa de premamá, tienes razón —asintió sin ocultar cuánto se
estaba divirtiendo—. Pero creo que nuestra reconciliación ya va a ocasionar
suficiente curiosidad sin que parezca que estás embarazada —entonces la miró de
soslayo y añadió con dulzura—: He de decir que me has sorprendido; no pensaba
que te apeteciera tanto llevar a cabo nuestro acuerdo.
—¡No es eso lo que quería
decir! —protestó ella tan rápido como pudo. No podía creer que se atreviera a
bromear con ese tema—. Es solo que no quiero ver cómo tiras el dinero en ropa
que…
—¿Te sentirás mejor si te
digo que por cada libra que gastes, daré otra a ese refugio?
Rocío se quedó boquiabierta
pero reaccionó inmediatamente. No quería verlo de aquel modo, no quería
recordar lo maravilloso y especial que una vez había pensado que era.
—Eso es soborno —dijo para
paliar su momentánea debilidad.
—Bueno, tú decides
—respondió él sin darle mayor importancia—. Pero piensa que cuanto menos te
gastes en ti, menos recibirán esos niños.
¿Habría algo que no fuera
capaz de hacer con tal de salirse con la suya? El caso era que, al salir de la
tienda, Rocío tenía un vestuario totalmente renovado y un increíble sentimiento
de culpabilidad; aunque también pensó en que los niños brasileños iban a
disfrutar de una buena cantidad de dinero extra.
—Me imagino que tampoco
ahora querrás celebrar nuestras adquisiciones en Soda Fountain —mencionó Gastón
nada más salir de la boutique.
Por alguna razón, el mero
hecho de escuchar el nombre de aquel lugar al que tantas veces había ido con su
padre la llenó de una emoción tal que la dejó parada en mitad de la calle. Solo
por un instante deseó que las cosas fueran diferentes: que Gastón y ella
estuvieran haciendo un verdadero esfuerzo por empezar de nuevo y que ese hijo
que planeaban tener fuera el fruto del amor y el entendimiento que había
surgido entre ellos.
¿Qué diablos le pasaba? ¿Es
que la sola mención de Soda Fountain bastaba para que olvidara la traición de
la que había sido víctima? No podía ser cierto que fuera una mujer tan débil y
vulnerable.
Levantó la cabeza llena de
orgullo y respondió con una sonrisa:
—La verdad es que no creo
que un tentempié lleno de calorías vaya bien con la ropa tan ajustada que
acabamos de comprar.
—Sin embargo yo creo que no
te vendría nada mal engordar un poco.
¡Por supuesto que pensaba
eso! Lisa era mucho más voluptuosa que ella.
—Bueno, si te sales con la
tuya, lo haré pronto —respondió Rocío y, acto seguido empezó a arderle la cara
por el rubor.
Gastón la miró durante unos
segundos esbozando una pícara sonrisa.
—Si eso es una sugerencia…
Rocío lo interrumpió al
instante negando con la cabeza.
—El día que te sugiera que
me lleves a la cama —le dijo con furia—, será…
—Ten cuidado, Rochi
—respondió él suavemente—. Ya te he advertido del peligro de ponerme a prueba.

me encanto...
ResponderEliminarya quiero mas!