sábado, 5 de enero de 2013

Un Hombre para Mi... Capitulo 30








¿Qué hacen? preguntó para intentar que Gastón le quitara los ojos de encima.
            —Están marcando algunas de las terneras nuevas contestó tras mirar en la dirección que ella había indicado con la cabeza.
            —¿Puedo ir a verlo?
            —Si soporta la peste.
            Rocío arrugó la nariz. No había relacionado de inmediato el hecho de marcas las reses con chamuscar el pelo y la piel de los animales.
            —No importa. Debería volver al rancho ya que mi tía no está aquí. ¿Llegará pronto el cocinero con la carreta? Victorio mencionó que podía volver en ella.
            —Carl ya se ha ido. Llegó pronto, nos preparó una olla de chile con carne y se marchó para comprar queso fresco a unos de los granjeros de la zona.
            —Supongo que podría volver andando. Rocío dirigió la mirada en dirección al rancho con el ceño fruncido. La casa no está demasiado lejos.
            —¿Prefiere caminar más de un kilómetro a pedir que la lleve? Gastón sorprendido, arqueó una ceja.
            La respuesta era que sí, pero no iba a crear una situación violenta diciéndolo. Por lo menos tenía una excusa para evitar un contacto tan estrecho con él, que sería superior a sus fuerzas. Estar así de cerca ya era bastante malo porque le recordaba el beso que dos noches atrás…
            —Prefiero esperar un poco antes de subirme a otro caballo admitió.
            Gastón sonrió, apaciguado.
            —Montar a horcajadas detrás del jinete que lleva las riendas es una cosa, pero hacerlo a sentadillas es estar buscando caerse, como ha visto explicó. La mejor forma de aprender que un caballo no es tan peligroso como debe de pensar ahora es volver a montar uno de inmediato. La sentaré delante. Será imposible que caiga de entre mis brazos.
            No esperó a que se negara de nuevo. Montó, acercó el caballo a ella y alargó la mano. Rocío la observó, mientras se mordía un poco el labio. Sabía que tenía agallas para volver a montar. El problema no era ése. Lo que la asustaba eran sus propios deseos. Pero se imaginó caminando por la pradera, a través de cactus y matorrales, seguida de Gastón que, a caballo, se reía de su supuesta cobardía, de modo que le agarró la mano para subirse a lomos del animal.
            Gastón la situó entre el arzón de la silla y él. Iban muy juntos. Lo sentía demasiado cerca: la pierna, sobre la que reposar las suyas, el pecho y los brazos que la rodeaban.
            —Relájese soltó, divertido por su rigidez. No muerdo. Y no será mucho rato.
            Salieron a galope. En realidad, era un movimiento fluido que no le hacía dar demasiados tumbos. Pero sólo podía pensar en él. Tenía el corazón acelerado, y no era por la cabalgada. Sabía muy bien que no volvería a caerse.
            Gastón la rodeaba con los brazos por ambos lados, uno tras la espalda y el otro por delante. La sujetaba con fuerza, seguramente para darle sensación de seguridad. En cierto momento, agitó las riendas y le rozó los senos con el brazo. Casi gritó y espero que él no se hubiera dado cuenta de lo que había hecho, o de lo que le estaba haciendo a sus deseos recién descubiertos.
            —¿Le gusta estar aquí, ahora que ya está instalada? le preguntó Gastón.
            —Me encanta admitió, agradecida por la distracción. Claro que hay pocas cosas de esta parte del país que no me gusten.
            —¿De verdad?
            Detectó asombro en su tono, lo que no era extraño. Había oído muchas quejas de Eugenia, y lo más probable era que pensara que ella opinaba lo mismo pero que no lo manifestaba tanto.
            —Sí, de verdad contestó Rocío. La geste es muy amable. Bueno, al margen del componente ilegal. Y el paisaje es espléndido. Los espacios abiertos son muy distintos de los del Este, y las puestas de sol son tan hermosas que me dejan sin habla.
            —De acuerdo, la creo soltó con una carcajada. ¿Debo deducir que se lleva bien con Gimena?
            —¿Cómo iba a ser si no? Es tan maravillosa como me dijo. Me ha hecho sentir en casa, como si siempre hubiese vivido con ella.
            Gastón había conseguido distraerla tanto que llegaron al rancho sin que se diera cuenta. Pero, en lugar de desmontar, el brazo de Gastón le rodeó con fuerza la cintura para bajarla del caballo. A pesar de que se agachó al hacerlo, terminó rozándole el tórax y el pecho con el brazo antes de que tuviera de nuevo lo pies en el suelo. Rocío inspiró a fondo y el pulso se le aceleró de nuevo, al tiempo que sus pensamientos se dispersaban y notaba un cosquilleo en el vientre…
            De repente se encontró en el suelo, junto al porche, y oyó que Gastón le decía:
            —Está ridícula con ese sombrero.
            Era lo que necesitaba oír par que sus ideas y sus sentidos volvieran a la normalidad.
            —Gracias por comentármelo exclamó, indignada. Habría usado una sombrilla, pero Victorio también dijo que estaría ridícula con ella. De hecho, no utilizó esas palabras. Él lo dijo de una forma más amable.
            —Era broma comentó Gastón.
            —Sí, seguro contestó, y lanzó el sombrero al suelo lo más lejos que pudo.
            Intentó ignorar las carcajadas de Gas mientras entraba muy tiesa en la casa. Peor aún, casi chocó con Peter y Eugenia, que salían del comedor.
            Corrió escaleras arriba para no encontrárselos, pero no sin oír antes un aspaviento de Eugenia.
            —¿Tienes que marcharte tan pronto? preguntó Eugenia a Peter.
            —Ya me he quedado más de lo que debería, corazón. Pero no podía irme sin volver a verte.
            Rocío se detuvo en lo alto de las escaleras para observar cómo se dirigían del brazo hacia la puerta principal. Parecían tomarse demasiadas confianzas para conocerse desde hacía tan poco, pero Eugenia prescindía a veces de las formalidades cuando favorecía a alguien. Y Peter era un candidato ideal para los favores de su hermana. Era atractivo y cortés, y era propietario. El hecho de que tuviera familia en el Este haría, asimismo, que Eugenia lo considerara adecuado para casarse con él y llevárselo a casa si le fallaba el primer plan y no lograba exasperar lo suficiente a su tía para que la enviara a Haverhill con la herencia en las manos.
            Tras ver su comportamiento la noche anterior, Rocío no tenía ninguna duda de que Peter estaba interesado por su hermana. Y hoy se había quedado para tener la oportunidad de ver a Eugenia otra vez. Ahora tendría que cabalgar rápido para llegar al pueblo antes del anochecer, y tendría que dejar el carruaje en el rancho. Se olvidaba así de su excusa para ir hasta allí. Pero lo principal era que estaba claro que a Eugenia le gustaba. Si se planteara casarse con él…

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