—¿Qué hacen? —preguntó para intentar
que Gastón le quitara los ojos de encima.
—Están marcando algunas de las
terneras nuevas —contestó tras mirar en la dirección que ella había
indicado con la cabeza.
—¿Puedo ir a verlo?
—Si soporta la peste.
Rocío arrugó la nariz. No había relacionado de inmediato el hecho de marcas las reses
con chamuscar el pelo y la piel de los animales.
—No importa. Debería volver al
rancho ya que mi tía no está aquí. ¿Llegará pronto el cocinero con la carreta? Victorio mencionó que podía volver en ella.
—Carl ya se ha ido. Llegó pronto,
nos preparó una olla de chile con carne y se marchó para comprar queso fresco a
unos de los granjeros de la zona.
—Supongo que podría volver
andando. —Rocío dirigió la mirada en dirección al rancho con el ceño
fruncido—. La casa no está demasiado lejos.
—¿Prefiere caminar más de un
kilómetro a pedir que la lleve? —Gastón sorprendido, arqueó una ceja.
La
respuesta era que sí, pero no iba a crear una situación violenta diciéndolo.
Por lo menos tenía una excusa para evitar un contacto tan estrecho con él, que
sería superior a sus fuerzas. Estar así de cerca ya era bastante malo porque le
recordaba el beso que dos noches atrás…
—Prefiero esperar un poco antes
de subirme a otro caballo —admitió.
Gastón sonrió, apaciguado.
—Montar a horcajadas detrás del
jinete que lleva las riendas es una cosa, pero hacerlo a sentadillas es estar
buscando caerse, como ha visto —explicó—. La mejor forma de
aprender que un caballo no es tan peligroso como debe de pensar ahora es volver
a montar uno de inmediato. La sentaré delante. Será imposible que caiga de entre
mis brazos.
No
esperó a que se negara de nuevo. Montó, acercó el caballo a ella y alargó la
mano. Rocío la observó, mientras se mordía un poco el labio. Sabía que tenía
agallas para volver a montar. El problema no era ése. Lo que la asustaba eran
sus propios deseos. Pero se imaginó caminando por la pradera, a través de
cactus y matorrales, seguida de Gastón que, a caballo, se reía de su supuesta
cobardía, de modo que le agarró la mano para subirse a lomos del animal.
Gastón la situó entre el arzón de la silla y él. Iban muy juntos. Lo sentía demasiado
cerca: la pierna, sobre la que reposar las suyas, el pecho y los brazos que la
rodeaban.
—Relájese —soltó,
divertido por su rigidez—. No muerdo. Y no será mucho rato.
Salieron
a galope. En realidad, era un movimiento fluido que no le hacía dar demasiados
tumbos. Pero sólo podía pensar en él. Tenía el corazón acelerado, y no era por
la cabalgada. Sabía muy bien que no volvería a caerse.
Gastón la rodeaba con los brazos por ambos lados, uno tras la espalda y el otro por
delante. La sujetaba con fuerza, seguramente para darle sensación de seguridad.
En cierto momento, agitó las riendas y le rozó los senos con el brazo. Casi
gritó y espero que él no se hubiera dado cuenta de lo que había hecho, o de lo
que le estaba haciendo a sus deseos recién descubiertos.
—¿Le gusta estar aquí, ahora que
ya está instalada? —le preguntó Gastón.
—Me encanta —admitió,
agradecida por la distracción—. Claro que hay pocas cosas de esta parte
del país que no me gusten.
—¿De verdad?
Detectó
asombro en su tono, lo que no era extraño. Había oído muchas quejas de Eugenia,
y lo más probable era que pensara que ella opinaba lo mismo pero que no lo
manifestaba tanto.
—Sí, de verdad —contestó Rocío—. La geste es muy amable. Bueno, al margen del componente ilegal.
Y el paisaje es espléndido. Los espacios abiertos son muy distintos de los del
Este, y las puestas de sol son tan hermosas que me dejan sin habla.
—De acuerdo, la creo —soltó
con una carcajada—. ¿Debo deducir que se lleva bien con Gimena?
—¿Cómo iba a ser si no? Es tan
maravillosa como me dijo. Me ha hecho sentir en casa, como si siempre hubiese
vivido con ella.
Gastón había conseguido distraerla tanto que llegaron al rancho sin que se diera
cuenta. Pero, en lugar de desmontar, el brazo de Gastón le rodeó con fuerza la
cintura para bajarla del caballo. A pesar de que se agachó al hacerlo, terminó
rozándole el tórax y el pecho con el brazo antes de que tuviera de nuevo lo
pies en el suelo. Rocío inspiró a fondo y el pulso se le aceleró de nuevo, al
tiempo que sus pensamientos se dispersaban y notaba un cosquilleo en el
vientre…
De
repente se encontró en el suelo, junto al porche, y oyó que Gastón le decía:
—Está ridícula con ese sombrero.
Era
lo que necesitaba oír par que sus ideas y sus sentidos volvieran a la
normalidad.
—Gracias por comentármelo —exclamó,
indignada—. Habría usado una sombrilla, pero Victorio también dijo que
estaría ridícula con ella. De hecho, no utilizó esas palabras. Él lo dijo de
una forma más amable.
—Era broma —comentó Gastón.
—Sí, seguro —contestó, y
lanzó el sombrero al suelo lo más lejos que pudo.
Intentó
ignorar las carcajadas de Gas mientras entraba muy tiesa en la casa. Peor aún,
casi chocó con Peter y Eugenia, que salían del comedor.
Corrió
escaleras arriba para no encontrárselos, pero no sin oír antes un aspaviento de Eugenia.
—¿Tienes que marcharte tan
pronto? —preguntó Eugenia a Peter.
—Ya me he quedado más de lo que
debería, corazón. Pero no podía irme sin volver a verte.
Rocío se detuvo en lo alto de las escaleras para observar cómo se dirigían del brazo
hacia la puerta principal. Parecían tomarse demasiadas confianzas para
conocerse desde hacía tan poco, pero Eugenia prescindía a veces de las
formalidades cuando favorecía a alguien. Y Peter era un candidato ideal para
los favores de su hermana. Era atractivo y cortés, y era propietario. El hecho
de que tuviera familia en el Este haría, asimismo, que Eugenia lo considerara
adecuado para casarse con él y llevárselo a casa si le fallaba el primer plan y
no lograba exasperar lo suficiente a su tía para que la enviara a Haverhill con
la herencia en las manos.
Tras
ver su comportamiento la noche anterior, Rocío no tenía ninguna duda de que Peter estaba interesado por su hermana. Y hoy se había quedado para tener la
oportunidad de ver a Eugenia otra vez. Ahora tendría que cabalgar rápido para
llegar al pueblo antes del anochecer, y tendría que dejar el carruaje en el
rancho. Se olvidaba así de su excusa para ir hasta allí. Pero lo principal era
que estaba claro que a Eugenia le gustaba. Si se planteara casarse con él…

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