La cena
fue muy agradable esa noche, a pesar de que la comida estaba prácticamente
fría. Gimena parecía algo incómoda por eso, ya que su cocinera era famosa por
servir sus creaciones a la temperatura perfecta, sin importar lo mucho que los
comensales tardaran en sentarse a la mesa. Que no fuera así esa noche era la
forma que tenía Consuela de informar a la familia de que no estaba contenta.
La
causante de su disgusto no estaba allí para apreciarlo, claro. Pero Rocío
imaginaba que era muy probable que la comida que había tomado Eugenia en su
habitación estuviera mucho más fría. Su hermana había hecho una estupidez al
insultar a la única cocinera de la casa. Claro que las opciones de su hermana
habían sido limitadas, ya que Gimena sólo tenía dos sirvientas.
Como
Consuela era tan buena cocinera, la comida, aunque fría, seguía siendo sabrosa.
Y la conversación entre los tres fluyó tranquila. Gimena era habladora y
explicó un poco lo que hacía durante el día. Sin duda no era la clase de
trabajo que se esperaría de una mujer, decidir qué vacas había que dedicar a
criar y cuáles había que llevar al mercado, alimentar a las terneras sin madre
y recuperar los animales extraviados.
—Me gustaría ayudar —se ofreció Rocío—.
Es decir, si crees que puedo ser útil. No me importa trabajar duro.
—No hay gran cosa adecuada para una dama. —Gimena
parecía un poco escéptica—. ¿No tienes ningún pasatiempo? ¿Leer, bordar,
o algo así?
—Antes pintaba — contestó Rocío con cierta
timidez, porque no confiaba demasiado en su talento tras el escarnio de su
familia—. Había pensado averiguar si en Trenton podría comprar los
materiales que necesito para empezar. —Gimena sonreía, así que añadió,
un poco a la defensiva—: ¿No es buena idea?
—Al contrario. Veo que tenemos más cosas en común de
lo que creía. Yo también había pintado. De hecho, los materiales tienen que
estar aún por aquí, en alguna parte. Ya no tengo tiempo para eso, pero puedes
buscarlos y usarlos.
—Me encantaría. Gracias. También me gustaría aprender
a montar. Así podría ir contigo de vez en cuando, cuando sales a comprobar el
ganado.
—¿No has montado nunca?
—Hasta hoy, y hoy no me fue demasiado bien, como
debes de saber. Papá tenía dos coches y un carruaje para el verano, pero no
caballos para montar, así que Eugenia y yo nunca tuvimos ocasión de aprender.
—Bueno, tendremos que encargarnos de eso —comentó Gimena, y miró a Gastón—. ¿Te importaría enseñarle?
Gastón
dejó el tenedor, pero no contestó enseguida. Luego, dirigió una mirada y una
sonrisa a Rocío.
—Claro, me encantará —aseguró—. Siempre
que no me culpe si se cae unas cuantas veces mientras le coge el tranquillo.
Rocío
fijó los ojos en él. Gimena rió y dijo:
—Bromea. Se requiere mucho esfuerzo para caerse de un
caballo cuando lo controlas, y no es necesario poner tanto esfuerzo en eso.
Cuando Gastón también rió, Rocío
comprendió que Gimena estaba bromeando con ella. Sonrió a su vez para
demostrar que no le importaba. Pero no estaba nada acostumbrada a que bromearan
con ella. Aunque era algo a lo que le gustaría acostumbrarse.
Seguía
violenta, pero no por la broma, sino por la pausa de Gastón antes de contestar.
No quería enseñarle a montar. Eso era evidente, y no lo culpaba. Había logrado
que él deseara evitarla.
Pero,
al parecer, le costaba negarle algo a Gimena. Rocío podía entenderlo.
Seguramente a ella le pasaría lo mismo. Gimena era muy agradable; la clase de
persona a la que nadie deseaba desilusionar.
Rocío
tampoco quería que Gastón le enseñara a montar, pero por otra razón. Cada vez le
resultaba más difícil estar con él y aparentar indiferencia.
Pero
no iba a insultarlo delante de Gimena rechazando su oferta. Podría hacerlo
cuando estuvieran solos, y seguro que le quitaría un buen peso de encima.

jjaajaj.. son dos tontos! jajaajaj.. y rocio aun mas! jaja. espero el proximo! :)
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