sábado, 2 de febrero de 2013

Amor por Chantaje Capítulo 19

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Amor por Chantaje Capítulo 19


Rocío se quedó mirando al vacío desesperada. Gastón la había dejado para ir con Lisa. ¿Qué iba a hacer ahora?
Se sentía débil, derrotada y sola. Había desaparecido todo rastro de valor, solo quería estar con alguien que la quisiera y que la hiciera volver a sentirse segura. De repente echó muchísimo de menos a las monjas con las que había convivido en Río.
¿Qué iba a ser de ella y, lo que era más importante, qué iba a ser de su bebé? Él o ella iba a necesitar mucho amor; tenía que estar con gente que se preocupara por él, ¡y que lo hiciera por los motivos adecuados!
Sabía muy bien qué era lo que debía hacer.
Esa vez no había ninguna prisa, solo una fría sensación de resignación. Hizo las maletas con toda tranquilidad, e incluso se tomó tiempo para llamar al aeropuerto y reservar billete en el primer vuelo a Río. Salía a medianoche, tenía tiempo de sobra.
Medianoche. Sin duda a esas horas Gastón estaría en su apartamento de Londres junto a Lisa, jurándole amor eterno. Una náusea la hizo salir corriendo al baño.
—También a ti te hace sentir así —dijo en voz alta acariciándose el estómago—. Él no te merece, cariño, por mucho que quiera tenerte. Voy a llevarte a un sitio donde podamos ser felices sin él.
Incluso mientras susurraba aquellas palabras dirigidas al pequeño que crecía dentro de ella, Rocío podía oír una vocecita que condenaba su comportamiento. Le decía que, aunque Gastón no la quisiera a ella, eso no quería decir que no fuera a querer a su hijo, y que no tenía derecho a separar al pequeño de su padre para siempre.
Pero no quería escuchar a aquella voz.
El taxi la estaba esperando. Salió con poco equipaje, había dejado todo lo que Gastón le había comprado excepto los anillos, esa vez no quería dejarlos atrás. Derramó una sola lágrima en el momento de cerrar la puerta y se montó en el taxi sin mirar atrás.
Gastón se frotó los ojos cansados al mismo tiempo que colgaba el teléfono. Había conseguido solventar la crisis del refugio; había convencido al propietario de que le vendiera a él el edificio, eso sí, a un precio escandaloso, pero no lo lamentaba porque sabía lo feliz que iba a hacer a Rocío con ello. No obstante, todavía quedaban muchos detalles que ultimar: tenía que hacer varias llamadas telefónicas para ponerse en contacto con el banco, los abogados… Pero antes de nada…
Miró al reloj, seguramente Rocío seguiría despierta y él necesitaba oír su voz desesperadamente. Le había costado mucho dejarla allí sin poder deshacer el ridículo malentendido que los había hecho perder cuatro años de sus vidas, pero quería hacerlo con todo el tiempo que fuera necesario y no a toda prisa. Sin embargo en ese momento necesitaba hablar con ella aunque fuera solo un momento, al menos podría decirle cuánto la quería.
Después de tres intentos Gastón estaba empezando a ponerse muy nervioso. Era posible que estuviera dormida, o que simplemente no quisiera contestar al teléfono; pero algo le decía que había algo más.
Sin perder ni un segundo en analizar lo que sentía, agarró las llaves del coche y salió de la oficina.
El aeropuerto estaba lleno de gente, pero había mucho tiempo antes de que llegara la hora de facturar su equipaje. Así que para distraerse Rocío empezó a planificar todo lo que tenía que hacer al llegar a Río. Lo primero era reservar habitación en un hotel ya que seguramente su antiguo apartamento estaría ocupado y, aunque estuviera libre, debía encontrar un sitio más adecuado para vivir con un bebé. También tendría que buscarse un trabajo para mantenerse a ella y al niño; quizás tuviera que volver a trabajar de profesora en lugar de dedicar todo su tiempo a la organización benéfica.
Ya era casi la hora de facturar cuando se dio cuenta de que antes tenía que ir al servicio; cosas del embarazo. Una chica muy joven salió de allí al mismo tiempo que ella y, al verla, Rocío pensó que parecía estar sola y algo triste, por lo que sintió cierto instinto de protección hacia ella. Pero una vez en la sala la joven echó a correr hacia un señor que la esperaba a varios metros.
—¡Papi! —dijo mientras ambos se abrazaban emocionados.
—Vamos, tienes que marcharte ya, si pierdes el avión tu madre no te dejará volver a venir a verme.
Se podía percibir la angustia en las palabras del hombre. Rocío se quedó paralizada observando la escena.
—No quiero volver, quiero quedarme aquí contigo —decía la niña con lágrimas en los ojos.
Aquello fue un verdadero golpe para Rocío. De pronto pensó que alguna vez su hijo estaría en la misma situación que aquella chica. ¿Era eso lo que deseaba para su pequeño en lugar de ofrecerle el amor de una familia, de un padre y una madre que siempre estuviesen a su lado?
Si volvía a Río para criar a su niño sola y le negaba todo eso, ¿qué pensaría de ella cuando fuera mayor y se diera cuenta de lo que otros habían tenido y él no? Quizás no lo entendiera y la culpara por ello o, peor aún, quizás se resignaba a sufrir sin decir nada.
Pensó en la relación que ella había tenido con su padre y se dio cuenta de que no podía negarle a su hijo tener un vínculo tan maravilloso como el que solo se puede establecer con un padre. Por mucho que le doliera, sabía que Gastón iba a adorar a ese niño. Mientras pensaba aquello comenzó a andar alejándose del mostrador de facturación de equipaje; primero anduvo despacio, pero sus pasos se hicieron cada vez más rápidos hasta que casi estuvo corriendo. No paró hasta que llegó a la parada de taxis y tomó uno para salir de allí cuanto antes.
Normalmente tardaba unas dos horas en llegar a casa desde Londres, menos si era de noche; pero en esa ocasión tuvo mala suerte con el tráfico y cuando aparcó el coche habían pasado casi tres horas.
Encontró la casa a oscuras y sin Rocío. Se había marchado sin darle ninguna explicación, no había dejado ni una nota.
Su cepillo y el perfume que siempre utilizaba seguían en su mesita de noche; su olor seguía en el ambiente. Gastón cerró los ojos angustiado y al hacerlo vio los ojos de Rocío cuando lo había acusado de tener una relación con Lisa. ¿Cómo podía haber estado tan ciega? Pero sobre todo, ¿cómo podía él haber sido tan estúpido?
¿Por qué demonios se había marchado sin decirle que todo era mentira? ¿Por qué la había dejado allí sola y destrozada? Ella lo creía culpable de la mayor atrocidad del mundo: la traición, a ella y a su padre. Claro que tenía muchas otras cosas que reprocharle de las que sí era culpable, como el modo en el que la había tratado desde su regreso y todo lo que no le había dicho.

1 comentario:

  1. que suerte que Rochi no se tomo el avión, espero que cuando llegue Gas le diga toda la verdad, ya quiero el próximo!

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