CAPITULO 2
La jornada aún estaba
en pañales y ya había auxiliado seis
autos que luego llevó
al Centro del Automotor Dalmau, donde él trabajaba.
Se dirigía a su
siguiente asignación; lo aguardaba un auto al que se le había agotado la
batería. Conducía su
camioneta con tranquilidad, mientras escuchaba una de sus grabaciones
favoritas, cuando vio
a una muchacha conocida, de lago cabello,
que saltaba como una
loca a un costado del camino.
“¿Por qué estará
haciendo señas con tanta desesperación?”, se preguntó. ¿Acaso no veía las
luces intermitentes
del techo de la camioneta? Cualquier se habría dado cuenta de que iba
camino a…
—Aguarda un segundo –
dijo Gaston, mientras doblaba por la calle. Vio un escarabajo
Volskwagen junto al
cartel caído. ¿Ésa no era Rochi Igarzabal… la chica más famosa de toda la
escuela? Sabía que
debía seguir adelante, pero al parecer, ella necesitaba ayuda.
“sólo me detendré un
momento, para asegurarme de que se encuentra bien”, pensó mientras
se detenía en un
estacionamiento desierto para dar la vuelta.
—¡Eh! ¡Rochi!
¿Necesitas ayuda?
Rochi miró por encima
de su hombro. Una camioneta de remolque colorada, algo destartalada,
se había detenido
junto al escarabajo Volkswagen. De ella bajaba un chico que le resultaba
vagamente familiar.
Su cabello rubio y sucio, que suelto le llegaba hasta los hombros, estaba
recogido en una cola.
Asomaba por debajo de una gorra verde y desteñida que decía: “Centro del
Automotor Dalmau”. Se
encaminó hacia ella. Llevaba unos jeans sucios, una remera y botas de
trabajo color marrón
claro.
—¿Alguna vez…?
—comenzó Rochi, tratando de recordar dónde lo había visto antes y cómo
era que sabía su
nombre—. ¿Podrías auxiliarme?
—Bien… claro —dijo—.
Estás completamente mojada. ¿Qué pasó?
—¿No es evidente?
—respondió Rochi. Luego esbozó una sonrisa lánguida. No tenía sentido
descargar sus
frustraciones con ese muchacho. Tal vez, si lo trataba con amabilidad, pudiera
conseguir que Poroto
quedara reparado antes de que sus padres volvieran. —Eres alumno de
Mi ESCUELA , ¿cierto?
—le preguntó mientras se acercaban a Poroto—. Somos compañeros de
clase de castellano.
¡Eso es! ¿Cuál es tu nombre? ¿Stan? No, espera… Rick. Te llamas Rick,
¿verdad?
—Parecido —contestó
él, aunque su fastidio fue evidente—. Me llamo Gaston Dalmau. Centro
del Automotor Dalmau.
—Frunció el entrecejo y señaló la gorra. —Tengo un empleo de medio
tiempo en la empresa
de mi padre y mi tío.
—¡Cierto! Gaston, Gaston
Dalmau. Supongo que este pequeño accidente que he tenido me ha
alterado un poco
—explicó Rochi, tratando de ser simpática. Según parecía, la situación
resultaba
mucho mejor que lo
que había imaginado. Gaston tendría que colaborar… después de todo, eran
compañeros de clase.
—Bien. Veamos qué
tenemos aquí. —Gaston caminó alrededor del auto y Rochi se dedicó a
observarlo. Él le
dirigió una mirada desde la parte de adelante del VW y se encogió de hombros,
con una pequeña
sonrisa que le iluminó la cara. —No creo que sea muy difícil arreglarlo, pero
nunca se sabe.
—Entonces, Gaston,
¿puedo decirte algo? —preguntó. Comenzó a relajarse un poco mientras
miraba sus bellos
ojos. Era un chico bastante atractivo, aunque un poco anticuado, mejor
dicho, extremadamente
anticuado. ¿Por qué jamás habría reparado en él en la escuela?
Gaston se encogió de
hombros.
—Por supuesto.
—Bueno, me da cierta
vergüenza, pero… Supuestamente, yo no tenía que haber usado este
auto. Me refiero a
que pertenece a mi padre, que se ha ido por todo el fin de semana y yo… Bien,
digamos que
necesitaba ir a un lugar, no importa dónde y… —Se reía con nerviosismo. —
Supongo que me habré
distraído un segundo y aquí ves los resultados. Moraleja: no tenía
permiso para sacar el
auto, y si mis padres me descubren jamás volveré a conducir en la vida. Me
moriría si eso
pasara. —Rochi se detuvo para tomar aire.
—¿Adónde quieres llegar,
entonces? Ah, no lo tomes literalmente, no es mi intención
burlarme de ti. —dijo
Gaston.
Rochi se echó a reír,
con la esperanza de comprar a Gaston festejando cada una de sus bromas.
—Necesito que esté
reparado para mañana a la noche —espetó al fin—. ¡Como máximo!
—Sí, claro. Seguro.
Si es que se puede —contestó él.
—¿Cuál es el
problema? —preguntó Rochi—. Veinticuatro horas es mucho tiempo. Después
de todo, sólo se
abolló un poco el paragolpes.
—Para empezar, ningún
trabajo es una tontería para el Centro del Automotor Dalmau —
respondió Gaston,
mientras trataba de sacar el cartel del paragolpes—. En segundo lugar, es
sábado a la tarde, lo
que significa que estamos cerca del sábado a la noche. Son más de las cinco.
Nuestro negocio está
cerrado desde ahora hasta el lunes a la mañana, y tengo por lo menos seis
autos que reparar
antes que le tuyo. Si quieres arreglarlo, tendrás que esperar hasta el fin de
semana que viene, con
suerte y viento a favor.
—¿Qué? ¿Hasta el
próximo fin de semana? ¡Es imposible! —Exclamó Rochi meneando la
cabeza.
—No. Es la realidad —
refutó Gaston.
Rochi cruzó los
brazos sobre el pecho y miró aquellos hermosos ojos azules.
—Entonces tendré que
llamar a otra empresa —dijo—. Sin duda debe de haber alguien que
pueda reparármelo
para mañana. Sólo tendré que pagar más por las horas extra de trabajo, y listo.
—No entiendes. Nadie
trabaja mañana. Es feriado. Pero claro, como tú no trabajas, no
comprendes el
significado de la expresión “día no laborable”.
—Claro que trabajo
—lo interrumpió Rochi—. He sudado la gota gorda como niñera por
horas. Y este verano
seré camarera de un club campestre.
—Sí. Qué trabajo tan
duro. Me compadezco de ti —se burló Gaston.
—Mira, el trabajo de
camarera es muy duro, de verdad, para que sepas. Y no tienes por qué
ser tan altanero
—replicó ella—. Estoy en serios problemas. Necesito que este auto esté reparado
para mañana, antes de
que regrese mi padre. ¿Vas a ayudarme o no?
—No —respondió Gaston,
y se encogió de hombros—. Si te parece que no somos capaces de
hacer el trabajo con
bastante rapidez, ve a contratar otra empresa. No dependemos de este arreglo
insignificante para
sobrevivir, créeme.
—Entonces llamaré a
otro —dijo Rochi.
—Perfecto —asintió Gaston—.
Buena suerte.
—¿Sabes? Tienes un
corazón de piedra. Ni siquiera te compadeces de mí —contestó ella,
alzando las manos.
—Oye, yo no tengo la
culpa de que no sepas conducir —contestó Gaston.
—¿Quién te ha dicho
esa barbaridad? —exclamó la muchacha, casi a los gritos.
—Bueno, seguro que no
fue el cartel el que te atropelló a ti, ¿verdad? —contestó él con sorna.
—Tú eres brillante,
¿no es cierto? Sin duda debes de tener el mejor promedio de la escuela en
todas las materias.
—No, sólo en
Trigonometría y Química —contestó—. Que pases un buen fin de semana. —
Retrocedió unos pocos
pasos.
—¿Cómo puedes irte
caminando tan tranquilo, sin ayudarme? ¡Ésta es la peor crisis que he
pasado en toda mi
vida! —vociferó Rochi.
—Bueno, en realidad
no me voy caminando; prefiero la camioneta. Así no me mojo —
respondió Gaston,
impávido, mientras se encaminaba hacia el vehículo—. Tengo otro auto que
auxiliar. ¡Que pases
un buen día! —Subió a la camioneta y dio un fuerte portazo. Un segundo
después se marchó.
Cuando llegó a la intersección tomó hacia la izquierda, en dirección a la ruta.
Rochi se quedó
mirando fijo la camioneta, mientras las luces intermitentes desaparecían a la
distancia. ¡Cómo se
atrevía ese tipo a dejarla plantada allí! ¿No tenía ninguna compasión?
¿Tendría algo en
contra de ella, o qué?
De pronto recordó la
reunión del consejo escolar del otoño anterior, en la que ella tomó parte
activa discutiendo
sobre la organización del desfile para la fiesta de egresado y la preparación
de
las carrozas.
Procedía a explicar los detalles cuando de repente alguien que se hallaba en el
auditorio se puso de
pie y dio un sermón sobre lo improductivos que eran los desfiles y la gran
cantidad de monóxido
de carbono que desprendía esos vehículos, en detrimento del ambiente.
El famoso disidente
era Gaston Dalmau. Aquélla fue la primera y última vez que Rochi reparó
en él. Pretendía que
el desfile se hiciera a pie o en bicicleta. Todos se echaron a reír a
carcajadas
y comenzaron a hacer
bromas respecto de que los reyes de la fiesta tendrían que ir sentados en
los manubrios de las bicicletas,
o hacer todo el trayecto a pie, arrastrando los altos tacones
durante los seis
kilómetros de recorrido.
—¡Claro! ¡Eso es!
—gritaron varios.
Gaston se retiró de
la sala, evidentemente derrotado y humillado. Rochi recordó que hasta
llegó a sentir algo
de pena por él, porque había obrado con el corazón, con toda sinceridad,
aunque su idea fuera
de lo más estúpida.
Sin embargo, ahora
pensaba que se lo tenía merecido. ¡Se merecía esa humillación y muchas
más por lo que
acababa de hacerle!
Se quitó la chaqueta
mojada y la arrojó a la parte de atrás del auto. Luego se agachó frente a
la trompa del
vehículo y trató de enderezar el paragolpes.
—Vamos, Poroto —le
dijo, empleando todas sus fuerzas para tirar del paragolpes—. Anda.
No tenía ningún
sentido. El paciente no volvería en sí. Gracias a Gaston Dalmau, Poroto no
podía recuperarse.
Moriría. Igual que ella, a partir del preciso instante en que sus padres
descubrieran lo
ocurrido.

pobre Rochi, me dio pena lo de Gas.. subi pronto esta buena
ResponderEliminar